Abiatar, el Sacerdote que fue y no fue

Imagine a Abiatar en el paro, sin trabajo, buscando empleo y escri­biendo una carta de acompañamiento a su curriculum vitae.
Oficina de empleo
Calle Mayor, 3600
Jerusalén
Muy Sres. míos:
Por medio de la presente, me pongo a su disposición en el caso de que tuvieran una oferta de empleo para un consejero y estratega experimenta­do. Mis consejos y recomendaciones en asuntos políticos y religiosos han contribuido a establecer y afianzar la casa real del rey David. Mi visión polí­tica se ha ampliado al punto de que ha superado la de mi anterior emplea­dor. Por eso creo que ha llegado el momento de abrir nuevas perspectivas.
Quizá les sea útil saber que he servido fielmente al rey David durante más de cuarenta años. Así mismo, en las situaciones críticas mantengo la mente clara, según queda demostrado por el hecho de que salvé el efod durante la masacre de sacerdotes que el anterior rey Saúl realizó en Nob.
Por otra parte, serví como confidente del rey David cuando este fue considerado un forajido y tuvo que esconderse en el desierto de Judá. A lo largo de mi carrera también he proporcionado consejos militares que han logrado el éxito de las campañas en las que se han aplicado. Aparte de esto, demostré mis capacidades de liderazgo y de organización con la transferencia del tabernáculo desde Baala de Judá a su actual ubicación en Jerusalén, donde junto con Sadoc fui responsable de la organización y el correcto funcionamiento de los ritos diarios del santuario, así como de las celebraciones y los festivales anuales. Finalmente, a causa de mis estrechos vínculos con los fundadores de la dinastía reinante, cuento con muy interesantes y numerosas relaciones en el ámbito de la política.
Quedo a su disposición para comentar cualquier oferta de empleo que se adapte a mi perfil profesional. Pueden ponerse en contacto con­migo en la dirección del remite.
Atentamente,
Abiatar, hijo de Ahimelec      

Personajes

Abiatar: Es el único hijo sobreviviente del sacerdote Ahimelec. Este huyó de la masacre que Saúl ordenó en Nob después de que empezara a sospechar que los sacerdotes conspiraban para colaborar con David, su rival (1 Samuel 22:6-19). Abiatar rescató el efod, un objeto mediante el cual Dios comunicaba su voluntad al sumo sacerdote, y lo entregó a David y sus forajidos (1 Samuel 23:6). A partir de ese momento, Abiatar entró a formar parte del equipo de David y se convirtió en un confidente íntimo del futuro rey. Durante el conflicto sucesorio que surgió a finales del rei­nado de David, Abiatar se unió a Joab para apoyar a Adonías (1 Reyes 1:5-7), al tiempo que Sadoc, que pertenece a otra familia sacerdotal, apoyó a Salomón (versículos 8-10).
David: Sin lugar a dudas, es una de las figuras centrales de los dos libros de Samuel. Su influencia puede verse a lo largo del Antiguo Testamento, e incluso del Nuevo Testamento. La historia de Abiatar está entretejida con la de David.
Sadoc: Junto con Abiatar, fue sacerdote de David. Permaneció leal a David durante la rebelión de Absalón y colaboró con Husai para ha­cer que la información llegara al rey. (2 Samuel 17:15, 16). Más tarde, en colaboración con el profeta Natán y siguiendo las órdenes de David (1 Reyes 1:26-45), ungió a Salomón como el futuro rey de Israel. Tras la exclusión de Abiatar, asume las principales funciones sacerdotales.
Ahimelec: Era el padre de Abiatar. Fue sacerdote durante el reinado de Saúl. Inocente de que Saúl lo perseguía, le dio a David los panes de la proposición y la espada que había pertenecido a Goliat. Más tarde, Saúl pasaría por las armas a Ahimelec y todo su pueblo porque había ayudado a David (1 Samuel 21).
Saúl: Fue el primer rey de Israel. Al momento que entra en la narra­ción está extremadamente neurótico y sospecha de todos. Considera que David es su archienemigo, por lo que invierte todo su tiempo y los recursos de la nación en la persecución y muerte de este.
Jonatán: Es el hijo de Abiatar que sirvió de mensajero para David lle­vándole información de Husai, su espía, después que David y sus partida­rios tuvieron que huir de la ciudad durante la captura de Jerusalén por par­te de Absalón. Junto a Sadoc, recibió ayuda de una mujer que los escondió en un pozo (2 Samuel 17). Más adelante sería él quien llevaría las noticias de la coronación de Salomón al autoproclamado Adonías. Es muy probable que fuera al exilio con su padre en Anatot (1 Reyes 2:26, 27).
Absalón: Es un joven bien parecido, así como un escrupuloso polí­tico y estratega. Absalón asesina a su hermano mayor Amnón, quien había abusado de su hermana Tamar. Con Amnón fuera de su camino, tiene paso libre en la línea de sucesión al trono. Después de ganarse el corazón del pueblo, se rebela contra su padre David y se proclama rey (2 Samuel 15). Tras una sangrienta batalla, durante la cual es muerto por Joab, David recupera el reino.
Adonías: Es el cuarto hijo de David, nacido de su esposa Haguit (2 Samuel 3:4). Tras la muerte de sus hermanos mayores, pretendió asu­mir el trono sin la autorización ni el conocimiento de David. Abiatar lo detiene en su intento (1 Reyes 1:7) tras la abdicación de David en fa­vor de Salomón, Adonías intenta de nuevo tomar el trono mediante una petición de matrimonio pasiva, pero al escuchar su petición, Salomón ordena que lo ejecuten (1 Reyes 2:12-17).

Información sobre el contexto
Los sacerdotes y los levitas desempeñaban un significativo papel en la vida del Israel antiguo, y eran considerados «asistentes personales de Jehová y su casa». Su función principal era el servicio en el tabernáculo
(más tarde en el templo), aunque también desempeñaban otros papeles. Los sacerdotes intervenían directamente en los rituales del templo y los sa­crificios. Por su parte, los levitas fungían como personal de apoyo encar­gado de llevar el Arca de la Alianza y los elementos del tabernáculo cuan­do era preciso trasladarlos (Josué 3:3; 8:33; 1 Samuel 6:15; 2 Samuel 15:24).
Durante la reforma iniciada por el rey Ezequías, los sacerdotes y los levitas colaboraron en la tarea de limpiar el recinto del templo. Ante las menores oportunidades de servicio, una vez que el templo fue construi­do los levitas se especializaron aún más en el servicio a Dios. Desem­peñaron las funciones de guardas de las puertas (1 Crónicas 9.18), guar­das de seguridad (2 Crónicas 23:6, 7), horneros del pan de la proposición (1 Crónicas 9:31), supervisores del tesoro del templo (1 Crónicas 26:20), músicos y directores de coro (1 Crónicas 9:33) y maestros de la ley, oral y escrita (Nehemías 8:7-11).
Los sacerdotes no solían intervenir en la vida social del pueblo, y a diferencia de muchos de los profetas de Israel que denunciaban las condiciones sociales (Amos 2:6-16; 5: 11, 12; Miqueas 9:9-12), mantenían un perfil público mucho más bajo. Durante el conflicto entre Adonías y Salomón, el apoyo de Sadoc y Abiatar fue vital para sus respectivos bandos, como lo haría el sumo sacerdote Joiada durante el reinado de Atalía al salvar al joven Joás y esconderlo en el templo (2 Reyes 11:1-17). Con todo, estos ejemplos parecen ser la excepción de la regla.
A diferencia de las naciones circundantes del antiguo Oriente Próxi­mo, los sacerdotes de Israel, quienes interactuaban estrechamente con la casa real, gozaban de mucha más independencia y margen de actua­ción que sus contemporáneos de Egipto, Babilonia o Asiría. El rey Uzías de Judá estaba tan deslumbrado con su propio éxito, que olvida su pa­pel en el contexto más amplio de los planes de Dios. Así las cosas, deci­de entrar en el Lugar Santo para ofrecer incienso al Señor, pero esta era una tarea que estaba reservada exclusivamente a los sacerdotes. Azarías, junto a otros ochenta valientes sacerdotes, le impiden el paso y lo re­prenden (2 Crónicas 26:17-19). Al rey, quien tiene el poder de sentenciar­los a muerte, no le complace su resistencia y en consecuencia es castiga­do con lepra.
Otro importante aspecto del ministerio sacerdotal conllevaba la bendi­ción de la comunidad durante festividades como la Pascua (2 Crónicas 30:27). Al igual que en la mayoría de las historias de Israel, el servicio sacerdotal comienza con una genealogía que establece relaciones de consanguini­dad para la sagrada función (1 Crónicas 6:1-80; 9:10-34).
El ministerio y la función de los sacerdotes y los levitas durante el periodo bíblico destaca un importante principio: el contexto influye y transforma las funciones de las partes sin que se contradigan necesaria­mente las indicaciones previas. Durante el peregrinaje por el desierto, los levitas fueron los principales «transportadores» del tabernáculo, mientras que los sacerdotes ministraban en él una vez que este había sido dispuesto. Después de la construcción del templo, sus funciones cambiaron (las Escrituras proporcionan pocos casos de movimiento de mobiliario o utensilios santos del templo) y tendieron a una mayor especialización en la administración del templo y su servicio. Cuando el primer templo fue destruido, los sacerdotes y los levitas tuvieron que reorganizarse de nuevo, por lo que durante ese tiempo la instrucción aparece como una de las principales funciones su ministerio.
Acción
En realidad, Abiatar es una figura que se pierde en el contexto. No hay capítulos específicos en los que llegue a ocupar una posición central en la escena. La historia de Abiatar abarca toda una vida de servicio a David y a su casa. Esto no quiere decir que la vida de Abiatar fue pasiva o abu­rrida. Cuando David huía de Saúl, él se dirigió hacia Nob. Ese era el ho­gar de su infancia, pues la tienda del Señor estaba establecida ahí. En Nob, durante ese peligroso y desconcertante periodo de su vida, David visitó a los sacerdotes en busca de consejo. Por desgracia, David no fue sincero con Ahimelec, el padre de Abiatar (1 Samuel 21:1-9). Al oír que Da­vid había estado con Ahimelec, el rey Saúl, víctima de unos celos enfer­mizos, hizo matar a todos los sacerdotes junto con sus familias y ordenó la destrucción total de la población (1 Samuel 22:19, 20). No se nos dice dónde estaba exactamente Abiatar durante todo este incidente, ni por qué no estaba con los otros sacerdotes durante la reunión con el rey Saúl. No obstante, sabemos que Abiatar, quien probablemente era un poco más joven que David, se convirtió de repente en un refugiado y huyó al desierto, donde encontró a David y su ejército (1 Samuel 22:20-23).
Abiatar se unió a la banda de refugiados y viajó con el grupo hasta que David se convirtió en rey, primero de Hebrón y luego de todo Israel. Más tarde, Abiatar quiso huir con David durante la invasión de la ciudad por parte del ejército de Absalón, pero David lo envió de vuelta para que fuera su enlace en la transmisión de información (2 Samuel 15:24-29). Al final, su historial como consejero de confianza de David le salva la vida. Salomón le concede la gracia de enviarlo de regreso a los campos de Anatot, aun des­pués de que Abiatar depositara el peso de su influencia en el bando de Adonías, el otro hijo de David, y no en el de Salomón, el cual era el esco­gido de Dios, cuando aquél intentó apoderarse del trono (1 Reyes 2:26).
La vida de Abiatar nos habla de la importancia de dar un buen ejem­plo. En el texto no se registra ninguna de sus opiniones personales ni sus ideas políticas o religiosas. Todo lo que él dice aparece como las palabras de Dios a David, pero sus acciones hablan más fuerte que sus pala­bras. Aunque no se registren sus palabras personales, el solo hecho de estar ahí ya es una poderosa declaración.
Al examinar la vida de Abiatar nos damos cuenta de que aunque no podamos ocupar un cargo importante o no estemos dotados de algún talento especial, todos tenemos el poder de influir sobre los demás. En la vida de Abiatar vemos que nuestra influencia personal puede ayudar en los planes de Dios o entorpecerlos.
En profundidad
Desde los mismos inicios de la iglesia cristiana, los teólogos se han enfrascado en acalorados debates sobre la predestinación y el libre albedrío. Tomando como base unos pocos pasajes bíblicos, como Romanos 8:28, 29; hay quienes presuponen que Dios marca arbitrariamente a algunas personas para que se salven, mientras que otras deberán per­derse sin posibilidad de ejercer su libre albedrío.
Por otra parte, hay quienes han señalado que muchos textos de la Biblia refuerzan el papel de la elección personal e individual. Con el propósito de encontrar la armonía entre los distintos pasajes bíblicos, podemos echar un vistazo al Antiguo Testamento. En la historia de Abia­tar podemos ver la puesta en práctica ambas cosas: la decisión de Dios y el libre albedrío de Abiatar.
Empecemos por repasar los antecedentes que llevaron a la destitu­ción de Abiatar como sacerdote. Una lectura rápida de 1 Reyes 2:27 po­dría darnos la impresión de que Abiatar es destituido a causa de una profecía hecha a Elí años antes de que Abiatar naciera. Salomón no era el hijo mayor de David, y por lo tanto, no le habría correspondido su­ceder a su padre en el trono según la costumbre. Amnón, el hijo mayor, había muerto a manos de su hermano Absalón, quien por su parte mu­rió en un fallido intento de «golpe de estado». En este momento, el cuarto hijo de David, Adonías, está convencido de que tiene derecho al trono, y a fin de obtener su apoyo, entra en negociaciones con dos de los principales administradores del poder: Joab y Abiatar (1 Reyes 1:7). Salomón era más joven que Adonías y tenía unos antecedentes familia­res escandalosos. Su madre no era otra que Betsabé, la ex esposa de Urías el heteo, a quien David había enviado a una muerte segura (es decir, lo había asesinado) a fin de ocultar su aventura amorosa con ella. A pesar de todo, Dios ama a Salomón (2 Samuel 12:24) y lo elige con to­da claridad para ser el sucesor de David (1 Crónicas 22:9). Ante esta elec­ción tan incómoda entre Adonías y Salomón, Abiatar parece no poder digerir el potencial escándalo público que traería la coronación de Sa­lomón como rey, así que se deja llevar por la tradición y se opone a la voluntad revelada de Dios.
La tradición puede hacernos sentir cómodos y tranquilos, ya que nos ahorra el tener que asumir la responsabilidad de pensar las cosas a la luz de la voluntad revelada de Dios. Decir: «Siempre se ha hecho así» resulta mucho más fácil y «seguro». Con esta actitud, Abiatar da a en­tender que ha abandonado la dirección de Dios. Es decir, ya no es apto para ejercer el sacerdocio porque no está dispuesto a ser dirigido por el Espíritu de Dios.
Abiatar salva su vida en virtud del hecho de que había sido compa­ñero de fatigas de David. No obstante, él y su hijo son apartados de la línea sacerdotal y Sadoc ocupa su lugar.
En la destitución de Abiatar encontramos una demostración de que además de la voluntad de Dios, nuestras decisiones también influyen. Dios conoce nuestras elecciones y las de nuestros descendientes, y por eso puede saber con certeza quién acabará salvándose. Dios sabía que así como los hijos de Elí se descalificarían a sí mismos para las fun­ciones sacerdotales a causa de su comportamiento, su descendiente Abiatar también sería incompetente para el sacerdocio por no querer aceptar las elecciones de Dios.
Respuestas
Un reino de sacerdotes: Las declaraciones de misión y visión son cada vez más populares en el mundo de los negocios. Para que una empresa alcance sus objetivos es preciso que tenga en claro su identidad y cuáles son esos objetivos. Como nación, Israel experimentó una crisis de iden­tidad a lo largo de toda su historia. Esto llevó a los israelitas a confun­dir por qué eran una nación. A veces parecía que su principal objetivo era parecerse a las demás naciones. Eso fue Precisamente lo que los condujo a pedir un rey y los dispuso a adoptar los dioses y las prácticas paganas de las naciones que los rodeaban.
Finalmente, después de la destrucción del templo y el exilio subsi­guiente (que hizo desaparecer a Israel como nación independiente), los israelitas acabaron por entender que la idolatría es una receta segura para la catástrofe. Los sobrevivientes del exilio decidieron que el princi­pal objetivo sería permanecer alejados y libres de la contaminación de las naciones que los rodeaban. Esto los llevó a establecer una gran can­tidad de normas para preservar su pureza.
Israel también comenzó a sentirse en cierto modo superior a sus veci­nos. Nada de esto estaba en la mente de Dios cuando llamó a Abraham y le comunicó su plan de hacer de él una gran nación. Dios ya había de­clarado cuál sería su propósito: debía ser un reino de sacerdotes (Éxodo 19:6). De este reino de sacerdotes saldría Jesús, el gran Sumo Sacerdo­te, quien haría expiación por el mundo entero (Hebreos 2:17). Pero, ¿qué significaba exactamente ser sacerdote? En la historia de Abiatar tene­mos una clara representación de algunos de los deberes y funciones de un sacerdote.
Como sacerdote, Abiatar tenía que vivir en la presencia divina. La gente se le acercaba para conocer cuál era la voluntad de Dios. De he­cho, no hay ningún ejemplo en la Biblia en el que Abiatar hablara con sus propias palabras. Abiatar se vinculó tan estrechamente con Dios, que el narrador registra sus palabras como provenientes de Dios (1 Samuel 30:7, 8).
Abiatar también le hablaba a Dios en favor de otros e intercedía por ellos. Cuando David y sus partidarios abandonaron Jerusalén para enfren­tarse al ejército de Absalón, Abiatar y Sadoc estuvieron allí con el arca de Dios para interceder por su seguridad y supervivencia (2 Samuel 15:24).
Después de la huida de David, Abiatar volvió a la ciudad y Absalón no tardó en ocuparla. Este se convirtió en los oídos y los ojos de David en territorio enemigo (2 Samuel 15:27, 28). La historia de cómo su hijo Jonatán, junto a Ahimaaz, el hijo de Sadoc, se alistaron en una arries­gada misión encubierta para proporcionarle información a David es una emocionante lectura de espionaje y contraespionaje (2 Samuel 17:15-22).
Nosotros estamos llamados a realizar una obra similar. El Nuevo Testamento enseña con claridad que todos formamos parte del sacer­docio real y somos responsables de compartir a Cristo con nuestros co­nocidos y vecinos (1 Pedro 2:9). Aunque el ministerio sacerdotal pueda no ser tan emocionante como la misión encubierta de Jonatán y Ahi­maaz, nuestra misión es igual de esencial. El llamamiento, al igual que en el antiguo Israel, no viene de nosotros. Jesús dijo: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he puesto para que va­yáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pi­dáis al Padre en mi nombre, él os lo dé» (Juan 15:16).
Hemos sido llamados a llevar la Palabra de Dios a las personas y las comunidades. También hemos sido llamados a ofrecer oraciones intercesoras por nuestros familiares, nuestras comunidades y todos aquellos que nos rodean. Por eso Dios llamó a la existencia a la Iglesia Adven­tista del Séptimo Día. Nuestra misión es comunicar al mundo el men­saje de Dios para el tiempo del fin. Eso nos hace diferentes a los demás. Solo si cumplimos el propósito que Dios nos encomendó podremos evitar el peligro de la asimilación con el mundo o las prácticas que nos rodean. Vivir en presencia de Dios como un reino de sacerdotes tam­bién nos impedirá que formemos una mentalidad excluyente y nos hará portadores del Evangelio.
Reacción
Chantal: A medida que estudié la vida de Abiatar fui descubriendo a alguien que se había convencido de que no necesitaba a Dios. Estoy se­gura de que en el pasado, cuando huyó de la masacre de Saúl o vivió en cuevas en el desierto, sintió la necesidad de Dios. Se dio cuenta de que su misma existencia dependía de la protección divina. Sin embargo, más adelante, cuanto ya disfrutaba de un empleo seguro, estatus social e influencia, la voluntad de Dios y Dios mismo se convirtieron en cosa del pasado. Particularmente, siento una fuerte aversión a los períodos de dificultades y de sufrimiento, pero me he dado cuenta de que esas etapas hacen que me mantenga dependiente de Dios. Deseo sincera­mente no perder el sentido de dependencia de Dios, incluso en los bue­nos momentos de la vida. No quiero olvidarme de mi utilidad para Dios y los demás debido a mis propios delirios de grandeza.
Gerald: A mí me gustan las tradiciones. En nuestra familia practicamos ciertas tradiciones familiares cuando recibimos el sábado durante la pues­ta de sol del viernes. Las tradiciones son poderosos medios para esta­blecer un punto de referencia y son especialmente útiles durante los mo­mentos de transición o de cambio. Las tradiciones nos ayudan a enten­der nuestras raíces y nuestra historia. Sin embargo, me preocupa que to­do lo que ocurra en la iglesia se base en tradiciones. La verdad no puede determinarse mediante el alegato de que «así es como se ha hecho siem­pre». Espero que la tradición y la historia sean percibidas de tal manera que no se conviertan en el becerro de oro de una iglesia que no puede darse el lujo de vivir anclada en el pasado, sino que tiene que hacer frente al futuro con celo y creatividad. Lo mejor está aún por verse, y no será precisamente de manera tradicional.

Gerald A. Klingbeil, «Priests and Levites» [Sacerdotes y levitas] en Diclionary of the Oíd Testament: Histoñcaí Books [Diccionario del Antiguo Testamento: libros históricos] ed. Bill T. Almond y H. G. M. Williamson (Downets Grove, Illinois: InterVarsity Press [2005]), p. 818.
Algunas de las referencias usadas para apoyar la teoría de que Dios decide quién se salva incluyen 1 Corintios 3: 12-15 y Romanos 9: 9-16. Algunos de los versículos que afirman que el factor determinante es la respuesta personal a la invitación gratuita de Dios son Ezequiel 33: 11 y Juan 3: 18, 19.
Abiatar, el Sacerdote que fue y no fue Abiatar, el Sacerdote que fue y no fue Reviewed by FAR Ministerios on 11/12/2010 Rating: 5

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