Los Pobres en Espíritu

Autora Elena G. de White

“Y viendo las gentes, subió al monte; y sentándose, se llegaron a él sus discípulos. Y abriendo su boca, les enseñaba, diciendo: Bienaventurados los pobres en espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos.” Mateo 5:1–3.
Las palabras de nuestra lección proceden de los labios de ningún otro sino la Majestad del cielo; de Aquel que es igual al Padre, uno con Dios. “Bienaventurados”—son ¿los que están llenos de una emoción jubilosa? ¿Los que se regocijan mucho? ¿Los que se sienten ricos en logros espirituales?—No. “Bienaventurados los pobres en espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos”. Ser pobre en espíritu es sentir nuestra deficiencia y necesidad porque hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios. Es esto lo que hace que lloremos. Pero, ¿hemos de concluir que Jesús desea que siempre estemos lamentando nuestra pobreza de espíritu, nuestra falta de gracia espiritual?—No; porque contemplando somos transformados, y si hablamos de nuestra pobreza y debilidad, empobreceremos más, nos volveremos más débiles en las cosas espirituales. Ser pobres en espíritu es nunca estar satisfechos con los logros actuales en la vida cristiana, sino estar siempre extendiéndonos para alcanzar más y más de la gracia de Cristo. Aquel que es pobre en espíritu es uno que ve la perfección de carácter, y siempre está respondiendo a la atracción de Cristo, y quien, al obtener vislumbres más y más sublimes de la perfecta justicia de Cristo, ve en contraste su propia indignidad y cuán diferente es de Aquel quien es glorioso en santidad.
El que es pobre en espíritu no exhibe su pobreza; muestra que pertenece a esa clase al manifestar su humildad y mansedumbre, al no menospreciar a otros a fin de exaltarse a sí mismo. No tiene tiempo para hacer eso; ve demasiados defectos en su propio carácter los cuales demandan su atención. A medida que contempla el amor infinito y la misericordia de Dios hacia los pecadores, su corazón se conmueve. Siente su pobreza; pero en lugar de llamar la atención a su debilidad, busca constantemente las riquezas de la gracia de Cristo, el manto de su justicia. El lenguaje de su corazón es: “Menos del yo, y más de ti.” Desea tener a Jesús. Sabe que no hay nada en sí mismo por medio de lo cual pueda procurar obtener la libertad que Cristo ha comprado para él al precio infinito de su sangre preciosa. Ve que las buenas obras que él ha realizado están todas mezcladas con el yo, y que no puede tomar ninguna gloria para sí mismo a causa de sus logros en la vida cristiana. Se da cuenta que sólo hay mérito en la sangre de Cristo. Pero es a causa de esa misma comprensión que él es bienaventurado; porque si no sintiera su necesidad, no obtendría el tesoro celestial.


El que es pobre en espíritu no exhibe su pobreza; muestra que pertenece a esa clase al manifestar su humildad y mansedumbre, al no menospreciar a otros a fin de exaltarse a sí mismo.

Sano o Necesitado?
Cuando Jesús estaba sobre la tierra, los fariseos se quejaron amargamente en contra suya porque él era el amigo de los publicanos y pecadores. Dijeron a sus discípulos: “¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores? Y oyéndolo Jesús, les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos”. Mateo 9:11–12. Los fariseos pensaban que estaban sanos; creían que eran ricos y que estaban enriquecidos y no tenían necesidad de nada, y no sabían que eran pobres, miserables, ciegos, cuitados y desnudos. Estaban satisfechos con su condición moral, “No he venido a llamar justos, sino pecadores a arrepentimiento.” Lucas 5:32. Es a los necesitados a quienes Jesús está buscando. Hermanos y hermanas, ¿sentís que estáis necesitados? ¿Estáis diciendo, como lo hicieron los griegos que fueron a Jerusalén: “Querríamos ver a Jesús”? Los griegos fueron buscando a Jesús en un tiempo cuando los fariseos estaban vigilando sus pisadas tratando en todas las maneras de encontrar algo mediante lo cual pudieran acusarlo, condenarlo y matarlo. Cuán grato fue el deseo sincero y la con-fianza de los griegos para el Maestro en ese tiempo de prueba y pesar. Los griegos deseaban verlo porque habían oído hablar de sus grandes obras, habían oído acerca de su sabiduría y verdad; y creían en él, porque habían escudriñado las profecías y se sintieron convencidos de él era el deseado de sus corazones.
El gran peligro para el pueblo que profesa creen la verdad para este tiempo es que se sientan como si tuvieran derecho a la bendición de Dios porque han hecho este o aquel sacrificio, realizado esta o aquella buena obra para el Señor. ¿Imagináis que a causa de que habéis decidido obedecer a Dios él está obligado con vosotros, que habéis llegado a merecer sus bendiciones por haber actuado así? ¿Parece el sacrificio que habéis hecho tener los suficientes méritos como para daros el derecho a los ricos dones de Dios? Si valoráis la obra que Cristo ha realizado por vosotros, veréis que no hay ningún mérito en vosotros ni en vuestras obras. Veréis vuestra condición perdida. Hay solamente una cosa que podéis hacer y es mirar continuamente a Jesús, creer en él a quien el Padre ha enviado.


Si valoráis la obra que Cristo ha realizado por vosotros, veréis que no hay ningún mérito en vosotros ni en vuestras obras. Veréis vuestra condición perdida. Hay solamente una cosa que podéis hacer y es mirar continuamente a Jesús, creer en él, a quien el Padre ha enviado.

El Espíritu Santo nos Muestra Nuestra Necesidad
Una vez, la gente le preguntó a Jesús: “¿Qué haremos para que obremos las obras de Dios? Respondió Jesús y díjoles: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado.” Ahora la pregunta es, ¿Estamos haciendo eso? ¿Sentimos nuestra necesidad? Dios nos ha encomendado responsabilidades sagradas. Las responsabilidades hereditarias de los patriarcas y profetas han venido a lo largo del tiempo hasta nosotros, y a través de ellos, luz preciosa ha resplandecido sobre nosotros. Hemos recibido iluminación divina, y sin embargo, todavía no hemos avanzado en el sendero de la santidad como debiéramos. Se nos ha señalado fielmente nuestra obligación y responsabilidad; pero no nos hemos asido de la fortaleza de Dios a fin de poder cumplir con nuestras obligaciones para con él. Hemos fracasado en hacer del Espíritu Santo el tema de nuestro pensamiento e instrucción.
Jesús le dijo a sus discípulos “pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me voy, os lo enviaré. Y cuan- do él venga, redargüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.” Juan 16:7–8. El Consolador ha de venir para reprender, como Uno que ha de presentarnos nuestros defectos de carácter, y al mismo tiempo revelarnos el mérito de Aquel quien era uno con el Padre, impartiéndole esperanza a los desesperados. Jesús dice: “Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber.” Versículo 14. En Cristo habitaba toda la plenitud de la Divinidad corporalmente, y hemos de estar completos en él. Con todos nuestros defectos hemos de ir a él en quien habita toda plenitud.
Pero muchos de ustedes dicen: “He orado, he tratado, y no veo que avance un solo paso.” ¿Habéis pensado que estabais ganando algo, que estabais, mediante vuestras luchas y vuestras obras pagando el precio de vuestra redención? Nunca podréis hacerlo. Cristo ha pagado el precio de vuestra redención. Solamente hay una cosa que podéis hacer, y eso es recibir el don de Dios. Podéis ir en toda vuestra necesidad, y reclamar los méritos de un Salvador crucificado y resucitado; pero no podéis ir esperando que Cristo cubrirá vuestra iniquidad, vuestra diaria complacencia en el pecado, con su manto de justicia. El pueblo de Dios ha de ser como sarmientos injertados en la Vid viviente, para ser hechos partícipes de la naturaleza de la Vid. Si sois un sarmiento viviente de la verdadera Vid, Jesús os examinará mediante las pruebas, las aflicciones, a fin de que llevéis más fruto con mayor abundancia.
Los Peligros de Sentirse Satisfechos
La razón por la que no tenemos más del Espíritu y del poder de Dios con nosotros es que nos sentimos muy satisfechos. Existe una gran tendencia entre los que están convertidos a la verdad a efectuar un cierto grado de avance y luego contentarse con un estado de imperturbabilidad, en el que no se logra ningún otro progreso. Se quedan donde están, y dejan de crecer en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Pero la religión de Cristo es de una naturaleza que demanda un avance constante. El Señor no tiene la intención de que nunca sintamos que hemos alcanzado la medida de la plenitud de Cristo. A través de la eternidad hemos de crecer en el conocimiento de Aquel que es la Cabeza de todas las cosas en la iglesia. Si hemos de obtener de esa gracia, Nuestras almas deben ser llenadas de un intenso anhelo por Dios, hasta que nos demos cuenta de que pereceremos a menos que Cristo obre en nuestro favor.
Cuando llegamos a sentir nuestra completa dependencia de Cristo para nuestra salvación, ¿hemos de cruzar nuestras manos, y decir: “no tengo nada que hacer; estoy salvo; Jesús lo ha hecho todo”?—No, hemos de usar todas nuestras energías a fin de llegar a ser partícipes de la naturaleza divina. Hemos de estar continuamente velando, esperando, orando, y trabajando. Pero aunque hagamos todo lo que podamos, no podemos pagar el rescate de nuestras almas. No podemos hacer nada para originar la fe, porque la fe es un don de Dios; tampoco la podemos perfeccionar, porque Cristo es el consumador de nuestra fe. Todo proviene de Cristo.
Todo el anhelo de tener una vida mejor viene de Cristo, y es una evidencia de que él os está atrayendo hacia sí, y de que estáis respondiendo a su poder atrayente. Habéis de ser como barro en las manos del Alfarero; y si os sometéis a Cristo, él os moldeará en un vaso de honra, útil para el Maestro. Lo único que se interpone en el camino del alma que no está moldeada a la semejanza del Modelo divino es que ésta no se vuelve pobre en espíritu; porque el que es pobre en espíritu buscará una Fuente más elevada que él mismo a fin de obtener la gracia que lo hará rico en Dios. Aunque sentirá que no puede originar nada, dirá: “El Señor es mi ayudador”. Hebreos 13:6.
The Bible Echo, 15 de mayo del 1892.
Un sabio preguntó a sus discípulos lo siguiente: ¿Por que la gente se grita cuando están enojados?

Los hombres pensaron unos momentos:
¡Porque perdemos la calma! Dijo uno. Por eso gritamos.

Pero, ¿por qué gritar cuando la otra persona está a tu lado? preguntó el sabio
¿Acaso no es posible hablarle en voz baja? ¿Por qué gritarle a una persona cuando estás enojado?

Los hombres dieron algunas otras respuestas pero ninguna de ellas satisfacía al sabio.

Finalmente él explicó: Cuando dos personas están enojadas, sus corazones se alejan mucho. Para cubrir esa distancia deben gritar, para poder escucharse. Mientras más enojados estén, más fuerte tendrán que gritar para poder escucharse uno a otro a través de esa gran distancia.

Luego el sabio preguntó:

¿Qué sucede cuando dos personas se enamoran? Ellos no se gritan sino que se hablan suavemente. ¿Porqué? Porque sus corazones están muy cerca. La distancia entre ellos es muy pequeña.
El sabio continuó Cuando se enamoran más aún, ¿qué sucede? No hablan, sólo susurran y se vuelven aun más cerca en su amor. Finalmente no necesitan ni siquiera susurrar, sólo se miran y eso es todo. Así es cuan cerca están dos personas cuando se aman.

Luego el sabio dijo:

Cuando discutan no dejen que sus corazones se alejen, no digan palabras que los distancien más, llegará un día en que la distancia sea tanta que no encontrarán más el camino de regreso.

Los Pobres en Espíritu Los Pobres en Espíritu Reviewed by Full Adventistas on 10/29/2008 Rating: 5

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