Justicia impartida
"Estad, pues, firmes [...] vestidos con la coraza de justicia" (Efe. 6:14).
No hay tal cosa como un cristiano teórico. Mientras se consideró hasta aquí que el fruto del Espíritu tiene que ver con actitudes, la justicia hace aplicaciones prácticas de estas actitudes en la vida cristiana. Justicia, entonces, describe la vida de una persona que está poniendo en práctica el fruto del Espíritu.
No tenemos dificultad en pensar de Jesús, o aun de Noé, como juntos, pero cuando llegamos a aplicar lo que significa ser justo a nuestra propia vida, a menudo caemos en uno de dos errores. Por un lado, podemos pensar que por cuanto Jesús es justo y la salvación es por fe, no tenemos que estar preocupados acerca de los detalles de nuestras vidas. Por otro lado, podemos llegar a la conclusión de que hacer algo bueno, como barrer el piso, y no hacer algo malo, como robar un banco, en sí mismo y por sí mismo comprende la justicia. Escuché a un dirigente de un grupo de estudio de la Biblia que cayó en este segundo error. Este hombre era ferviente y muy concienzudo. Después de una emotiva presentación de la cercanía de la venida de Cristo, él, con toda sinceridad, concluyó el estudio diciendo: "Sabemos que Jesús está por volver, de modo que ¿por qué todavía estamos bebiendo Coca-Cola?"
De acuerdo con las Escrituras, la justicia es la prueba de aquellos que han nacido de nuevo. "Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él" (1 Juan 2:29). "Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo" (1 Juan 3:7).
Pero Pablo nos presenta un dilema. Él escribió, citando del Antiguo Testamente, que "no hay justo, ni aun uno" (Rom. 3:10). ¿Cómo puede el cristiano nacido de nuevo ser justo, si no hay ninguno que sea justo?
La respuesta es que la justicia no es algo que hacemos, o siquiera algo que somos por naturaleza. La justicia es un don del Espíritu Santo. "Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia" (Rom. 5:17). Este don es como un manto que Jesús pone sobre nuestros hombros cuando confesamos nuestros pecados. Cubre nuestra propia ropa manchada y rota de modo que llegamos a ser parte de la familia de Dios. Esto se llama justicia imputada.
Pero, este manto hace algo más. Siendo que nuestras ropas manchadas y rotas están cubiertas con este manto, y hemos llegado a formar parte de la familia de Dios, ahora queremos comportarnos como hijos de Dios. Reconocemos que ahora somos diferentes; que hemos llegado a ser personas nuevas. Este se llama justicia impartida. Es el mismo manto de justicia que por Jesús se nos da a nosotros, no obstante, hace ambas cosas por nosotros.
La justicia imputada tiene que ver con la forma en que somos salvados. Somos salvados porque Jesús nos compró con su vida. La justicia impartida tiene que ver con lo que el manto de la justicia de Jesús hace por nosotros.
¿De qué manera este manto de justicia nos transforma? ¿Cambia solo nuestra apariencia? Y ¿por qué estaban manchadas y rotas nuestras ropas antes? ¿Qué nos ocurrió?
La Biblia responde en un versículo hermoso: "Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos" (Rom. 5:19). Nuestras vidas estaban manchadas y rotas por nuestra desobediencia, pero Jesús nos cubre con su vida justa (los "vestidos nuevos"), a fin de restaurarnos a la obediencia.
Alguien podrá decir: "¿Qué relación tiene la obediencia con el ser justos?" La respuesta es "Todo"; porque una persona que vive una vida justa será obediente, y una persona que vive una vida de obediencia estará viviendo una vida justa. Dicho en forma sencilla, los justos son obedientes.
La obediencia no puso a Lucifer en el cielo, pero su desobediencia lo sacó de él. Del mismo modo, Adán y Eva no fueron puestos en el Jardín del Edén por causa de su obediencia, sino que fueron expulsados de él por causa de su desobediencia.
La justicia y la obediencia están vinculadas y no pueden separarse. No podemos apreciar el don de la justicia hasta que comprendemos la importancia de la obediencia. Por esta razón, este capítulo sobre el fruto de la justicia se concentrará en el significado de la obediencia.
No tenemos dificultad en pensar de Jesús, o aun de Noé, como juntos, pero cuando llegamos a aplicar lo que significa ser justo a nuestra propia vida, a menudo caemos en uno de dos errores. Por un lado, podemos pensar que por cuanto Jesús es justo y la salvación es por fe, no tenemos que estar preocupados acerca de los detalles de nuestras vidas. Por otro lado, podemos llegar a la conclusión de que hacer algo bueno, como barrer el piso, y no hacer algo malo, como robar un banco, en sí mismo y por sí mismo comprende la justicia. Escuché a un dirigente de un grupo de estudio de la Biblia que cayó en este segundo error. Este hombre era ferviente y muy concienzudo. Después de una emotiva presentación de la cercanía de la venida de Cristo, él, con toda sinceridad, concluyó el estudio diciendo: "Sabemos que Jesús está por volver, de modo que ¿por qué todavía estamos bebiendo Coca-Cola?"
De acuerdo con las Escrituras, la justicia es la prueba de aquellos que han nacido de nuevo. "Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él" (1 Juan 2:29). "Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo" (1 Juan 3:7).
Pero Pablo nos presenta un dilema. Él escribió, citando del Antiguo Testamente, que "no hay justo, ni aun uno" (Rom. 3:10). ¿Cómo puede el cristiano nacido de nuevo ser justo, si no hay ninguno que sea justo?
La respuesta es que la justicia no es algo que hacemos, o siquiera algo que somos por naturaleza. La justicia es un don del Espíritu Santo. "Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia" (Rom. 5:17). Este don es como un manto que Jesús pone sobre nuestros hombros cuando confesamos nuestros pecados. Cubre nuestra propia ropa manchada y rota de modo que llegamos a ser parte de la familia de Dios. Esto se llama justicia imputada.
Pero, este manto hace algo más. Siendo que nuestras ropas manchadas y rotas están cubiertas con este manto, y hemos llegado a formar parte de la familia de Dios, ahora queremos comportarnos como hijos de Dios. Reconocemos que ahora somos diferentes; que hemos llegado a ser personas nuevas. Este se llama justicia impartida. Es el mismo manto de justicia que por Jesús se nos da a nosotros, no obstante, hace ambas cosas por nosotros.
La justicia imputada tiene que ver con la forma en que somos salvados. Somos salvados porque Jesús nos compró con su vida. La justicia impartida tiene que ver con lo que el manto de la justicia de Jesús hace por nosotros.
¿De qué manera este manto de justicia nos transforma? ¿Cambia solo nuestra apariencia? Y ¿por qué estaban manchadas y rotas nuestras ropas antes? ¿Qué nos ocurrió?
La Biblia responde en un versículo hermoso: "Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos" (Rom. 5:19). Nuestras vidas estaban manchadas y rotas por nuestra desobediencia, pero Jesús nos cubre con su vida justa (los "vestidos nuevos"), a fin de restaurarnos a la obediencia.
Alguien podrá decir: "¿Qué relación tiene la obediencia con el ser justos?" La respuesta es "Todo"; porque una persona que vive una vida justa será obediente, y una persona que vive una vida de obediencia estará viviendo una vida justa. Dicho en forma sencilla, los justos son obedientes.
La obediencia no puso a Lucifer en el cielo, pero su desobediencia lo sacó de él. Del mismo modo, Adán y Eva no fueron puestos en el Jardín del Edén por causa de su obediencia, sino que fueron expulsados de él por causa de su desobediencia.
La justicia y la obediencia están vinculadas y no pueden separarse. No podemos apreciar el don de la justicia hasta que comprendemos la importancia de la obediencia. Por esta razón, este capítulo sobre el fruto de la justicia se concentrará en el significado de la obediencia.
Obediencia y justicia
La obediencia, que es un componente integral de la justicia, no se genera por sí misma. Las personas que no son convertidas no pueden obedecer a Dios, porque el corazón carnal no se sujeta a la Ley de Dios (Rom. 8:7). Las personas que han recibido la salvación por la fe en Jesús serán obedientes. La obediencia es la prueba objetiva de su una persona ha recibido la salvación o no.
La verdadera obediencia tiene cinco características importantes.
La obediencia, que es un componente integral de la justicia, no se genera por sí misma. Las personas que no son convertidas no pueden obedecer a Dios, porque el corazón carnal no se sujeta a la Ley de Dios (Rom. 8:7). Las personas que han recibido la salvación por la fe en Jesús serán obedientes. La obediencia es la prueba objetiva de su una persona ha recibido la salvación o no.
La verdadera obediencia tiene cinco características importantes.
- La verdadera obediencia se basa en una actitud del corazón. Primero y principal, la obediencia proviene del corazón. Es un propósito y un deseo del corazón. La obediencia debe comenzar en el corazón, porque las personas pueden parecer ser obedientes pero odian cada minuto de lo que hacen.
Un problema que muchos tienen con respecto a la obediencia es la impresión de que la obediencia, de alguna manera, es la parte que hacemos en la salvación. Algunos han pensado que la salvación tiene dos partes: la parte de Dios y nuestra parte. Sin embargo, el hecho es que la salvación es hecha totalmente por Dios. Él no solo perdona nuestros pecados, sino también, y de una manera milagrosa, nos da la actitud -si queremos aceptarla- de realmente quererla, para poder obedecerlo y hacer todo lo que nos pide. El propósito primero de la salvación es crear en nosotros un nuevo corazón, es decir, una nueva actitud que dice: Me deleito en hacer tu voluntad, oh Dios mío. tú has escritos tus mandamientos en mi corazón. Tener hambre y sed de justicia (Mat. 5:6) significa desear hacer la voluntad de Dios. En pocas palabras, entonces, querer ser obediente y querer hacer la voluntad de Dios es la misma cosa.
Jesús dijo: "El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él" (Juan 14:21). También dijo: "El que me ama, mi palabra guardará" (Juan 14:23). Me emociona cuando me doy cuenta de que día tras día Jesús me está dando un corazón al que le gusta obedecer.
Sin embargo, es necesaria una nueva actitud, porque la gente que es persuadida en contra de su voluntad continúa siendo de la misma opinión que antes. La gente que no tiene una actitud de obediencia tenderá a jugar con la obediencia. Es decir, serán obedientes en algunas cosas y desobedientes en otras. Pero, la verdadera obediencia no es discriminatoria. Está motivada por una actitud que actúa en todo tiempo. Algunas personas obedecen algunos de los Mandamientos de Dios y desobedecen otros, a sabiendas. No son cincuenta por ciento obedientes ni casi obedientes; sencillamente son desobedientes.
Una persona que es justa a los ojos de Dios desea obedecer lo que Dios demanda. De modo que la primera característica de la verdadera obediencia es tener un deseo -una actitud-, que Dios pone en nuestros corazones. - Dios calcula la obediencia de una persona en vista de la capacidad de obedecer de esa persona. Cuando las personas aceptan a Jesús como su Salvador y el proceso de salvación comienza a influenciar su vida, la obediencia llega a ser un deseo del corazón. Pero esto no significa que siempre obedecerán a Dios perfectamente. No debemos confundir una vida de obediencia con la perfección absoluta.
Aunque Dios usa la misma vara de medir con todos nosotros, él no nos tiene por igualmente responsables. Él considera de dónde proviene una persona, su trasfondo y las oportunidades que ha tenido. Esto puede no ser equitativo, pero es justo. La equidad dice que si tienes un dólar y quieres repartirlo, pero es justo. La equidad dice que si tienes un dólar y quieres repartirlo entre cuatro personas, cada uno recibe 25 centavos. La equidad da a cada persona lo mismo. Pero Dios actúa con el principio de la justicia. La justicia divide el dólar de acuerdo con la mayor necesidad.
Aplicar la norma por la cual un alumno de primer grado recibe la nota más alta a una persona que está estudiando un doctorado sería absurdo. Del mismo modo, la norma que se aplica a un estudiante doctoral aplastaría completamente a un niño de primer grado. Un niño de primer grado va a la escuela con el deseo de aprender. Comete errores a lo largo del camino, pero su actitud de aprendizaje permite que crezca. La vida cristiana es un poco como ir a la escuela. A lo largo del camino cometeremos errores, pero tendremos una actitud de obediencia que reconocerá los errores y nos capacitará para aprender de ellos.
Nos ayudará a comprender esto si vemos la obediencia desde el punto de vista de Dios. El apóstol Santiago escribió: "Al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado" (Sant. 4:17). En otras palabras, Dios tiene por responsables a las personas por la luz que tienen. Un niño de 5 años puede ser tan obediente como un joven de 22; la diferencia entre ambos reside en lo que se espera de cada uno.
Los buenos estudiantes tratan de obtener un ciento por ciento en sus exámenes. Cuando fallan en una pregunta, no quedan satisfechos. Reconociendo su debilidad en esa área, prestarán mejor atención al tema hasta que puedan dar la respuesta correcta la siguiente vez.
Dos gigantes de la fe, Noé y Abraham, no fueron perfectos. Génesis 9:21 revela que Noé se embriagó. No obstante, aquellos a quienes Dios ha contado como justos siempre han sido hombres y mujeres que tuvieron un compromiso profundo y de corazón con él. - La obediencia tiene que ver con el pecado voluntario. Podemos hacer claro el cuadro de la obediencia si podemos percibir la diferencia entre un pecado voluntario y uno involuntario. Cuando Dios habla acerca de la desobediencia, se está refiriendo a pecados voluntarios; es decir, pecar con impunidad. Hay una diferencia importante entre un estudiante que trata de obtener buenas notas en un examen, pero se equivoca en unos pocos puntos, y un alumno que dice que no le importa, y trata de pasar como sea. En forma similar, hay una enorme diferencia entre la persona que ora cada día para ser obediente, y la persona que cree que la obediencia no es importante o es inalcanzable.
Los cristianos obedientes siempre son sensibles a sus fracasos y errores; y por la oración y la incorporación de la Palabra de Dios por el Espíritu Santo, siempre están procurando avanzar hacia la meta de la elevada vocación de Dios en Cristo Jesús.
Pero, ahora podrá usted pensar: "Pero, pastor O'Ffill, usted hace parecer como que la obediencia es una palabra relativa". Bueno, en cierta forma lo es. Pero nadie será salvado si en su corazón interior está, a sabiendas y voluntariamente, siendo desobediente al Señor. Del mismo modo, todos los que están completamente comprometidos con el Señor sienten un profundo deseo de agradar a Dios y obedecerlo. - La tentación no es desobediencia. Aquí hay buenas noticias: la tentación no es desobediencia. Nuestra naturaleza, y el diablo, continuamente nos llaman al orgullo, la impureza y la falta de santidad. No, los justos no son que los que nunca han sido tentados. A menudo pensamos que, por cuanto somos tentados, estamos más allá de la redención y no vale la pena salvarnos. La verdad es que todos los grandes hombres y mujeres de Dios fueron y son tentados. Jesús mismo fue tentado. Esa es la obra del diablo y de sus ayudantes. Están ocupados 24 horas por día y 7 días por semana tratando de atraer al pueblo de Dios al pecado. No hay nada malo con nosotros si -mejor dicho cuando- somos tentados. La tentación no es pecado; ceder a la tentación, eso es pecado.
- La verdadera obediencia nunca es motivada por el temor, la culpa o el deber. Los justos no obedecen a Dios por temor a las consecuencias. Las Escrituras dicen que el perfecto amor echa fuera el temor (1 Juan 4:18). Quienes obedecen por temor a las consecuencias son esclavos, y no hijos; también, los que obedecen a Dios porque tienen miedo de no saber el significado del don de la justicia. Hay millones de personas que creen que Dios está listo para destruirlos con alguna calamidad si no son lo suficientemente piadosos. Satanás es el que originó y promueve esta mala comprensión de Dios. La vida de Jesús demuestra cuán equivocado es este pensamiento.
La culpa y el afán de cumplir con los deberes son motivaciones defectuosas para la obediencia, como lo es el temor. Algunas personas tratan de obedecer a Dios porque se sentirían culpables si no lo hicieran. No son quienes tienen hambre y sed de justicia. Del mismo modo, los que tratan de obedecer a Dios en cada detalle porque sienten que es su deber hacerlo están, en cierto sentido, tratando de vivir una vida justa.
las personas que viven bajo la gracia obedecen con un corazón agradecido. Vivir bajo la Ley -temiendo cada minuto algún juicio terrible- no es nuestra herencia como hijos e hijas de Dios. La verdadera obediencia es profunda, del corazón; la falsa obediencia es superficial, al nivel de la piel. Cuando las personas tienen hambre y sed de justicia, se deleitarán en guardar los Mandamientos.
Pero, cuidado: si usted promueve la obediencia a los Mandamientos en estos días, puede ser tildado de legalista. Y, muchas personas, frente a esta etiqueta, de inmediato no creerán lo que usted diga. ¡Ha llegado a ser el insulto máximo! No obstante, tenga esta seguridad: un legalista no es una persona que quiere guardar los Mandamientos, sino una que quiere hacerlos. Los Diez Mandamientos le dicen a la gente lo que tiene que hacer, pero solo un espíritu de obediencia ayudará a los justos a guardarlos desde el corazón.
El fruto de una vida correcta
Cinco minutos de obediencia implícita a Dios, en cualquier punto, generarán más frutos de una vida correcta que cinco años de discusiones teológicas o doctrinales, que terminan solo en una pérdida de tiempo con la verdad. El foco de los que tienen hambre y sed de justicia será el mismo que fue el de nuestro Señor, quien dijo: "Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra" (Juan 4:34). "Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Juan 6:38).
Hay quienes dicen querer la voluntad de Dios en sus vidas. Otros, hasta dicen que están haciendo la voluntad de Dios. Pero, muchos se reservan el derecho de decidir por sí mismos cuál es la voluntad de Dios. Algunos pretenden que están orando con el fin de que Dios los ayude a hacer su voluntad, cuando realmente han decidido por sí mismos cuáles Mandamientos de Dios son importantes para ellos. En realidad, están haciendo su propia voluntad, en vez de lo que Dios les pide que hagan. Esta actitud se evidencia en la persona que se escapa con la esposa de otros, y explica: "Mi Dios quiere que yo sea feliz".
Los justos son quienes se afirman en la verdad de modo que no puedan ser movidos. Como los que han pasado antes y que por la fe "conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones" (Heb. 11:33), no les faltará ningún buen don. El fruto del Espíritu que es la justicia, los capacitará para afrontar el "tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces" (Dan. 12:1).
Es concebible que un maestro de escuela dé un examen en el cual ninguno de sus alumnos pueda obtener un ciento por ciento, porque el examen contiene algunas preguntas tramposas o temas que no se habían cubierto en el curso. Pero, cuando llegamos a la justicia, no hay preguntas tramposas, ni preguntas que no se hayan cubierto en el curso. El consejo de Pablo a Timoteo también es para nosotros: "Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad" (2 Tim. 2:15). Si viene una prueba, debemos estudiar.
¿Estudiar qué? "Mas tú, oh hombre de Dios [...] sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre" (1 Tim. 6:11). ¡Hmmm! Esto suena como el fruto del Espíritu, ¿verdad?
El apóstol Pablo enumera otras tres dimensiones del fruto del Espíritu en Efesios 5:9. Son la bondad, la justicia y la verdad. En los siguientes tres capítulos consideraremos su lugar en la vida llena con el fruto del Espíritu.
Hay quienes dicen querer la voluntad de Dios en sus vidas. Otros, hasta dicen que están haciendo la voluntad de Dios. Pero, muchos se reservan el derecho de decidir por sí mismos cuál es la voluntad de Dios. Algunos pretenden que están orando con el fin de que Dios los ayude a hacer su voluntad, cuando realmente han decidido por sí mismos cuáles Mandamientos de Dios son importantes para ellos. En realidad, están haciendo su propia voluntad, en vez de lo que Dios les pide que hagan. Esta actitud se evidencia en la persona que se escapa con la esposa de otros, y explica: "Mi Dios quiere que yo sea feliz".
Los justos son quienes se afirman en la verdad de modo que no puedan ser movidos. Como los que han pasado antes y que por la fe "conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones" (Heb. 11:33), no les faltará ningún buen don. El fruto del Espíritu que es la justicia, los capacitará para afrontar el "tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces" (Dan. 12:1).
Es concebible que un maestro de escuela dé un examen en el cual ninguno de sus alumnos pueda obtener un ciento por ciento, porque el examen contiene algunas preguntas tramposas o temas que no se habían cubierto en el curso. Pero, cuando llegamos a la justicia, no hay preguntas tramposas, ni preguntas que no se hayan cubierto en el curso. El consejo de Pablo a Timoteo también es para nosotros: "Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad" (2 Tim. 2:15). Si viene una prueba, debemos estudiar.
¿Estudiar qué? "Mas tú, oh hombre de Dios [...] sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre" (1 Tim. 6:11). ¡Hmmm! Esto suena como el fruto del Espíritu, ¿verdad?
El apóstol Pablo enumera otras tres dimensiones del fruto del Espíritu en Efesios 5:9. Son la bondad, la justicia y la verdad. En los siguientes tres capítulos consideraremos su lugar en la vida llena con el fruto del Espíritu.
Para meditar
- Si alguien te pidiera que le expliques la relación entre la justicia y la obediencia, ¿qué le dirías?
- ¿Qué motivos podría tener la gente para insistir en que la obediencia es legalismo, o salvación por las obras? ¿Cuáles son algunas características del legalismo?
- ¿Podría llegar la gente alguna vez al momento en que podrían llamarse justos? Explica tu respuesta.
Justicia impartida
Reviewed by FAR Ministerios
on
3/11/2010
Rating:
Qué rabia que una buena reflexión cristiana sobre la justicia impartida esté ilustrada con esa publicidad pagana y antibíblica de la “Virgen María”.
ResponderEliminarUn saludo.