La prioridad de la promesa
La prioridad
de la promesa
Dónde quería ser enterrada? ¿Quién era el
padre de su hija? ¿Y quién se convertiría en el tutor legal de la enorme herencia
de esa niña? Tales preguntas constituían una pesadilla legal y provocaron un
frenesí periodístico que, durante semanas, captó los titulares de la prensa
sensacionalista y dominó la atención de los programas de noticias de la
televisión por cable y de los programas radiofónicos de tertulia en el año
2007. El origen de todo este caos estaba en la triste y trágica desaparición de
Anna Nicole Smith, actriz y modelo que falleció por una sobredosis accidental
de drogas sin haber puesto al día su testamento tras el nacimiento de su hija,
Danielynn, y la posterior muerte de su hijo, Daniel.
Todas las personas relacionadas con el
caso –y hasta las no implicadas en él– parecían tener una opinión diferente
sobre lo que Anna Nicole Smith habría querido. Algunos decían que habría
querido ser enterrada en Texas, cerca de su familia; otros decían que en Los
Ángeles, y aún otros defendían que su deseo habría sido ser enterrada junto a
la tumba de su hijo en las Bahamas. Después, en un vuelco de los
acontecimientos más bien estrambótico, al menos cinco hombres diferentes
pretendieron ser el posible padre de Danielynn, la hija de Anna. Tal drama
sensacionalista alimentó un circo mediático como hacía años que no se veía en
el mundo de la abogacía. Al final, lo único en lo que todas las partes parecían
estar de acuerdo era en lo diferente que habría sido
toda la situación si tan solo Anna Nicole Smith hubiera dejado un testamento
actualizado que especificase con claridad qué quería que sucediese tras su fallecimiento.
En marcado contraste con toda la
incertidumbre que rodeó los deseos de Anna Nicole Smith en el momento de su muerte,
no hay duda alguna, afortunadamente, en cuanto a los deseos de Dios para su
pueblo. La Palabra de Dios es segura e inmutable. Y, según la Carta de Pablo a los
Gálatas, el Señor puso de manifiesto, en su trato con Abraham, que la salvación
es por la fe; por la fe sola. La obediencia humana a la ley de Dios no aporta
nada a la aceptación de una persona ante él. Sin embargo, la gran insistencia
del apóstol en la fe suscita preguntas muy importantes. Si, verdaderamente, la
fe es cuanto hay en términos de la aceptación ante Dios, ¿por qué, de entrada,
el Señor dio la ley a los hijos de Israel? ¿No significó ello que Dios había
reemplazado, anulado o, al menos, alterado el pacto que había hecho con Abraham
430 años antes? ¿Cuál es la debida relación entre la fe y la ley de Dios? Los
adversarios de Pablo en Galacia se preguntaban exactamente lo mismo. En Gálatas
3:15-20 el apóstol presenta un argumento final a favor de la suficiencia de la
fe por sí sola, y luego pasa a abordar el asunto de la relación entre la fe y
la ley.
En Gálatas 3:10, Pablo inicia sus
comentarios con una palabra que podríamos fácilmente pasar por alto como si
careciera de importancia, pero que en realidad merece nuestra atención. Se
dirige a los gálatas como «hermanos» (versículo 15). ¿Por qué merece nuestra
atención la palabra? Hasta este instante, podríamos sentirnos tentados a
considerar que la relación del apóstol con los gálatas era completamente
hostil, si no de puro odio. Después de todo, el apóstol se saltó la expresión
de acción de gracias con la que suele comenzar sus Epístolas, pronunció una
maldición contra todo aquel que enseñe un evangelio diferente y luego dijo de
los gálatas que eran unos descerebrados y que estaban hechizados (Gálatas 3:1).
Aunque no hay duda de que estaba disgustado, malinterpretaríamos gravemente la
naturaleza de su relación con los gálatas si no reparásemos en que también se
refiere a ellos como «hermanos». Y esto tampoco es un desliz de la lengua por
su parte. Se dirige a ellos nueve veces con esa expresión de cariño (Gálatas
1:11; 3:15; 4:12, 28, 31; 5:11,13; 6:1,18) y casi llega a las lágrimas en el
llamamiento que les extiende (Gálatas 4:12-16,19, 20). Su reiterada referencia
a los gálatas como hermanos suyos indica que, pese a sus diferencias, sigue
creyendo que entre él y ellos existe una relación estrecha. No son sus
enemigos; son miembros de la familia.
Es preciso que tamicemos toda su
terminología apasionada y fogosa a través de esta perspectiva. Pablo está
enfrascado en una riña interna entre hermanos. Y, aunque su manera de ser era,
desde luego, más franca que aquella con la que nos sentiríamos cómodos en la
actualidad, sigue siendo importante que recordemos que una riña entre hermanos
es enormemente diferente de un desacuerdo entre dos personas sin parentesco.
Aunque las palabras puedan ser las mismas en ambos casos, el impacto es
radicalmente diferente. Lo que se dice en una riña entre miembros de una
familia siempre se ve suavizado por una relación compartida. Sin embargo,
cuando otra persona dice esas mismas palabras, no hay un amortiguador que las
suavice. Ya no se trata de un «nosotros», sino de un «ellos». Si no interpretamos
la disputa de Pablo con los gálatas desde este contexto, corremos el riesgo no
solo de distorsionar nuestra imagen de Pablo, sino de convertir el libro de
Gálatas en poco más que una arenga.
En intento final por demostrar a los
gálatas que el pacto de Dios con Abraham y todos sus descendientes se basaba en
la fe sin las obras de la ley, Pablo se vale de un ejemplo tomado de la vida
cotidiana. Afirma: «Un testamento debidamente otorgado nadie puede anularlo ni
se le puede añadir una cláusula» (Gálatas 3:15, NBE).
La terminología y la lógica de la
ilustración de Pablo han intrigado por igual a traductores y comentaristas. La
palabra traducida como «testamento» (diathéke) también puede
traducirse perfectamente por «pacto». Cualquiera de las dos traducciones es
igualmente válida. Podemos percibir esta diferencia comparando la forma en que
vierten el versículo diferentes versiones de la Biblia. Sin embargo, el
problema estriba en que existe una tremenda diferencia entre un pacto y un
testamento. Típicamente, un pacto es un acuerdo mutuo entre dos o más personas,
que a menudo recibe la denominación de contrato o tratado. Un testamento es
una declaración de una única persona. La referencia de Pablo a Abraham en los
versículos precedentes podría sugerir que el contexto indica que «pacto» es el
término que tenía en mente. Es verdad que la Septuaginta, traducción griega de
las Escrituras hebreas, usa a menudo la palabra
diathéke de esa manera. La dificultad estriba en que el término
griego
diathéke, en las fuentes seculares, siempre se refiere a la última
voluntad y testamento de una persona. [1]
Por ello, básicamente, la evidencia a favor de cada una de las dos palabras
está dividida por igual.
Entonces, ¿de qué habla la ilustración de
Pablo? ¿Es «pacto» o «testamento»? La respuesta es que el apóstol parece tener
en mente ambos conceptos.
Aunque las palabras «pacto» y
«testamento» son muy diferentes en español, en griego no están tan
desvinculadas. La traducción griega del Antiguo Testamento nunca vierte la
palabra hebrea (berít) usada para referirse al pacto de Dios
con Abraham con la palabra griega usada en los acuerdos o contratos entre dos
partes (synthéke).
En vez de ello, la Septuaginta emplea la palabra usada típicamente para un
testamento
(diathéke). ¿Por qué? Probablemente porque los traductores se
percataron de que el pacto de Dios con Abraham no fue como un tratado entre dos
personas que realizaban promesas vinculantes mutuas. Al contrario, el pacto de
Dios estaba basado únicamente en que así le agradó. No contiene una retahíla de
condicionantes ni de conjunciones copulativas o adversativas. Abraham,
sencillamente, tenía que fiarse de la palabra del Señor.
Parece que Pablo percibió este doble
significado de la palabra para expresar las ideas de testamento y de pacto, y
lo usa para poner de relieve características específicas del pacto de Dios con
Abraham. Por ejemplo, igual
que un testamento humano, el pacto de Dios se refiere a un beneficiario
específico: Abraham y su descendencia (Génesis 12:1-5; Gálatas 3:16). También
conlleva una herencia (Génesis 13:15; 17:8; Romanos 4:13). Sin embargo, para
Pablo lo más importante es la naturaleza inmutable del pacto divino. Si un
testamento ratificado no puede ser alterado o modificado de ninguna manera una
vez que fallece el testador, las promesas contractuales de Dios a Abraham
son aún más inmutables. Su
pacto es una promesa (Gálatas 3:16) y en modo alguno quebranta sus promesas
(Isaías 46:11; Hebreos 6:18).
Sin embargo, el pacto inviolable que Dios
hizo con Abraham no es una
mera cuestión de antigüedad. En un sentido, abarca en realidad todos los
tiempos, dado que no estaba limitado solo a Abraham, sino que también se aplicaba a su
descendencia (Génesis 17:1-8). La referencia a la descendencia de
Abraham evoca un comentario parentètico
por parte de Pablo en cuanto
al significado de la palabra «descendencia». «No dice: "Y a los
descendientes", como si hablara de muchos, sino como de uno: "Y a tu
descendencia", la cual es Cristo» (Gálatas 3:16). Igual que en español, la
palabra «descendencia» puede tener en hebreo y griego un sentido colectivo,
aunque sea en realidad singular en número. Para Pablo, el hecho de que
«descendencia» sea singular sugiere que es una referencia a Cristo como el
auténtico descendiente individual de Abraham y
el beneficiario definitivo por medio del cual Dios bendeciría a todas las
naciones del mundo.
Aunque el razonamiento de Pablo puede
parecer un ejemplo de nimiedades gramaticales, no solo demuestra su atención al
detalle en las Escrituras, sino que revela una percepción significativa en su
comprensión de la promesa que Dios hizo a Abraham. Desde la perspectiva de Pablo, ni uno
solo de los descendientes literales de Abraham heredó jamás de verdad la plena cuantía
de las promesas que el Señor hizo al patriarca (cf.
Hebreos 11:39).
Todas las naciones de la tierra han sido benditas únicamente en
Cristo, la auténtica descendencia de Abraham. Según señala Donald Guthrie, «la
auténtica bendición que ha llegado a judío y a gentil por igual lo ha hecho
únicamente en Cristo. Este es la Descendencia de Abraham por antonomasia, y
todos los que están en él son igualmente hijos de Abraham». [2]
Por esa razón, Cristo es cuanto importa de verdad, porque, como afirma Pablo en
Gálatas 3:29, «si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendientes de Abraham
sois, y herederos según la promesa».
No queriendo que los gálatas dejasen de
captarlo principal de su comparación del pacto de Dios con la última voluntad y
testamento de una persona, el apóstol la formula claramente: «Quiero decir
esto: una herencia ya debidamente otorgada por Dios no iba a anularla una ley
que apareció cuatrocientos treinta años más tarde, dejando sin efecto la
promesa» (versículo 17, NBE). Los gálatas pueden decir cuánto quieran de la
ley, pero la realidad es que Dios nunca se relacionó con Abraham partiendo de
tal base. El Señor la dio a los hijos de Israel mucho después. La fe era cuanto
demandaba en el pacto que hizo con Abraham y sus descendientes. Decir que ahora
la ley es un requisito para recibir la promesa de Dios significaría que el
Señor incumplió su promesa. Frank Matera resume muy bien el fundamento lógico
del planteamiento de Pablo:
«Para Pablo, es inconcebible que la ley
pudiera anular la promesa o actuar de codicilo del testamento de Dios. Si así
fuera, Dios sería caprichoso. Si la ley anuló la promesa, Dios sería infiel a
sí mismo, al igual que a Abraham. No, la ley apareció de forma tardía; fue
promulgada en Sinaí 430 años después de que Dios ratificase legalmente su
testamento con Abraham. Por lo tanto, por importante y santa que sea la ley, no
puede añadir ni anular lo que Dios ya ha prometido mediante un solemne
juramento a Abraham». [3]
Pablo se adelanta a la pregunta para cuya
formulación sus adversarios probablemente estaban deseando saltar de sus
asientos. «Si las promesas contractuales de Dios a Abraham no se vieron
afectadas en absoluto por la ley ¿por qué, de entrada, dio Dios la ley?».
El apóstol contesta: «Fue añadida a causa
de las transgresiones, hasta que viniera la descendencia a quien fue hecha la
promesa» (versículo 19). ¿Qué quiere decir exactamente? Su respuesta es tan
sucinta, que genera varias preguntas importantes –y debatidas– que es preciso
responder antes de que podamos entender realmente lo que dice. ¿Qué ley fue
añadida? ¿Por qué fue «añadida»? ¿Y durante cuánto tiempo lo fue?
Consideraremos las preguntas una a una.
Pablo dice que la ley fue añadida, pero,
¿de qué habla exactamente? Responder esta pregunta no resulta tan fácil como
puede parecer al principio, dado que la palabra «ley» puede referirse a varias
cosas en sus Cartas. La palabra «ley» aparece más de cien veces en sus
Epístolas. Pablo puede usarla para referirse a la voluntad de Dios para su
pueblo, al Pentateuco (Romanos 3:21), a un libro específico del Antiguo Testamento
(1 Corintios 14:21), a todo el Antiguo Testamento (Romanos 3:10-19; 5:13) o
incluso, simplemente, a un principio general (Romanos 7:21). Por si no bastaba
con eso, algunos estudiosos han afirmado que la ley de Gálatas se refiere
únicamente a las leyes ceremoniales que tienen que ver con los sacrificios y
las ofrendas. Y otros la identifican con la ley moral en particular. ¿Qué
conclusión podemos sacar?
No deja de tener su interés que el asunto
de la identidad de la ley de Gálatas fuese una cuestión muy debatida entre los
adventistas del séptimo día de finales del siglo XIX. De hecho, generó varios
debates y artículos controvertidos, y hasta dio para la publicación de varios
libros dedicados en su totalidad a abordar el tema. [4]
Si crees que esta sección es tediosa, ¡imagina qué no será leer doscientas
páginas sobre este tema!
La interpretación tradicional entre los
primeros pastores y evangelistas adventistas había sido que la «ley añadida» se
refería a la ley ceremonial, y que esa ley acabó siendo eliminada con el sacrificio
de Cristo en el Calvario. Veían la confirmación de su interpretación en la
creencia de que la palabra «hasta» del versículo 19 indica que esa ley era
solamente de duración temporal. Se vio que era una interpretación popular, pues
ayudaba a los adventistas a demostrar que la ley moral de Dios –y en particular
el sábado– no había sido abolida en el Calvario. En oposición al punto de vista
tradicional, un grupo constituido por pastores más jóvenes defendía que la ley
moral tenía mucho más sentido en el argumento general de Pablo en Gálatas. El
debate acabó haciéndose tan polémico que Elena G. de White tuvo que reprender a
ambos grupos por su falta de civismo cristiano. La realidad es que ambos grupos
distaban de entender lo que Pablo quiso decir.
La identidad de la ley en Gálatas debe
ser interpretada teniendo en cuenta el mensaje global de Pablo en esa Epístola.
Aunque el apóstol argumenta contra la necesidad de la circuncisión, su
preocupación por los gálatas no se circunscribe simplemente a rituales
ceremoniales. Su mensaje tiene un alcance mucho más amplio que ese asunto.
Declara que
todo empeño de relacionarnos con Dios desde una perspectiva de la
ley o la obediencia es insuficiente, con independencia de si su centro de interés
está en los requisitos ya sea de la ley ceremonial o de la moral. Un análisis
minucioso de la más de treinta veces que la palabra «ley» (griego nomos)
aparece en la Epístola ilustra precisamente esto. Cuando Pablo menciona la
«ley» en Gálatas, el contexto indica que casi siempre tiene en mente una
definición más general (Gálatas 2:21; 5:3, 4, 23; 6:13). Así, cuando habla de
la «ley» en Gálatas, no contempla un grupo de normas ceremoniales en
contraposición a un grupo aparte de requisitos morales. Tan estrictas
divisiones son, en realidad, consecuencia de intentos modernos de
sistematización más que categorías bíblicas. Antes bien, cuando refiere que la
ley fue «añadida» 430 años después del pacto hecho con Abraham, tiene en cuenta la
totalidad de la legislación dada a Moisés en el monte Sinaí,
tanto en sus dimensiones ceremoniales como en las morales.
Si el uso de «ley» por parte de Pablo
incluye los Diez Mandamientos, ¿cómo puede decir que fue «añadida» en el monte
Sinaí? La pregunta es buena. Es obvio que conocía las Escrituras lo bastante
bien como para haber entendido que está claro que la ley de Dios existía antes
de que el Señor la presentase a los hijos de Israel en el desierto. Las
Escrituras incluyen referencias al sábado en Génesis y Éxodo antes de la
promulgación de los Diez Mandamientos (Génesis 2:1-3; Éxodo 16:22-26), y se dice
de Abraham que guardaba los mandamientos, los estatutos y las leyes de Dios
(Génesis 26:5). De hecho, ni siquiera el sistema sacrificial era nuevo del
todo. Todos los patriarcas ofrecieron sacrificios animales antes del éxodo. Si
«añadida» no implica que la ley nunca existiera con anterioridad, ¿qué
significa?
Cuando Pablo dice que la ley fue
«añadida», no quiere dar a entender que no existiera antes. Tampoco quiere
decir que fuese incorporada al pacto de Dios con Abraham, como si fuese un
añadido posterior a un testamento que, de algún modo, alterase sus
disposiciones originales. Antes bien, el apóstol nos dice que la ley fue
«añadida» o «dada» a los hijos de Israel con un fin completamente diferente del
de la promesa. Fue «añadida a causa de las transgresiones».
¿Qué fin contempla Pablo? Podemos ver una
respuesta
parcial en un comentario similar que efectúa en Romanos 5:20: «La
ley se añadió para que aumentara el pecado» (DHH). La palabra traducida
«añadió» en la versión Dios Habla Hoy es un término griego distinto
del que el apóstol usa en Gálatas 3:19. En Romanos 5:20, la palabra griega es pareisélthen
y literalmente significa «llegar por un camino secundario». La iconografía de
Pablo parece ser esta: El camino principal es el pacto irrevocable que Dios
hizo con Abraham. Sin embargo, la ley dada en el monte Sinaí es un camino
secundario. Jamás se previó que este camino secundario fuese una nueva manera
de obtener las promesas de Dios, sino una ruta que pudiera reencaminar «a los
viajeros para que regresasen al camino principal». [5]
¿Cómo logra eso la ley?
La promulgación de la ley en el monte
Sinaí destaca como un acontecimiento excepcional en la historia de la
salvación. Según señala el Comentario bíblico adventista,
«la diferencia entre los tiempos anteriores y los posteriores al Sinaí no fue
una diferencia en cuanto a la existencia de grandes leyes procedentes de Dios,
sino en cuanto a la revelación explícita de ellas». [6]
No fue preciso que Dios revelara su ley a Abraham con truenos, relámpagos ni
bajo amenaza de pena capital (Éxodo 19:10-23). Los israelitas, sin embargo,
eran diferentes. Habían perdido de vista la grandeza de Dios y las normas
morales elevadas, y, en consecuencia, del grado de su propia pecaminosidad.
La presentación de la ley en el monte
Sinaí reveló a los hijos de Israel el grado de su condición pecaminosa y su
necesidad de la gracia de Dios, y hace lo mismo por nosotros hoy. El Señor no
se propuso que la ley fuese un programa de diez pasos para «ganar» la
salvación. Al contrario, la ley fue dada, según afirma Pablo, «para que
aumentara el pecado» (Romanos 5:20, DHH), es decir, para que el pecado, por
causa del mandamiento, se revelara sumamente pecaminoso (Romanos 7:13). La ley
moral, con sus «No harás», revela que el pecado no es simplemente nuestra condición
natural, sino que es también la violación de la ley de Dios (Romanos 3:20;
5:13, 20; 7:7, 8, 13). Por eso, Pablo dice que donde no hay ley no hay
transgresión (Romanos 4:15). E incluso las leyes ceremoniales de los
sacrificios y las ofrendas se ampliaron tanto en número como en detalle para
señalar la condición quebrada de la humanidad ante Dios y su necesidad del
perdón divino. William Hendriksen lo explica así: «La ley actúa como una lupa.
En realidad, el artilugio no aumenta el número de manchas que afean una prenda,
sino que hace que destaquen con más claridad y revela muchas más de la que
podemos ver a simple vista». [7]
Aunque, desde luego, es útil considerar
los comentarios similares de Pablo en Romanos 5:20 para contribuir a encontrar
sentido a lo que dice en Gálatas 3:19, también es importante interpretar
Gálatas en su propio contexto y no únicamente teniendo en cuenta Romanos, Carta
que Pablo escribió probablemente casi diez años después. Aunque existen similitudes
entre Gálatas 3:19 y Romanos 5:20, también hay diferencias importantes que
deberían disuadirnos de interpretar los dos pasajes de manera idéntica. Dos de
las más significativas son la ausencia de la palabra «aumentar» en Gálatas 3:19
y el uso en Romanos de la palabra «pecado» (griego paráptoma),
término que se refiere específicamente para un acto pecaminoso deliberado, en
lugar del que aparece en Gálatas: «transgresión» (griego
parábasis), término más genérico que significa «desobediencia».
El uso de estos dos términos en Romanos limita el papel de la ley en el monte
Sinaí a una función completamente negativa: señala el pecado. Aunque esto es
verdad, el apóstol no llega a ser tan explícito en Gálatas.
En Gálatas 3:19 Pablo dice simplemente
que la ley fue añadida a causa de la transgresión. La naturaleza genérica de su
afirmación no limita su significado al aspecto negativo de meramente señalar el
pecado. Antes bien, su terminología es lo bastante amplia como para entender la
«adición» de la ley también como una respuesta positiva: «a causa de las
transgresiones». Según señala Dunn, la adición de la ley no fue completamente
negativa: produjo el beneficio positivo de proporcionar un remedio para la
transgresión. [8]
Desde esta perspectiva, Pablo también parece contemplar «toda esa dimensión de la
ley tan perdida de vista en los análisis cristianos modernos de Pablo,
concretamente, el sistema sacrificial, mediante el cual podían abordarse las
transgresiones, y a través del cual se proporcionaba la expiación». [9]
Igual los hijos de Israel habían olvidado la gravedad del pecado durante su
esclavitud en Egipto, también habían perdido de vista el remedio del pecado
proporcionado en el sistema sacrificial. En el monte Sinaí, Dios amplió las
leyes de los sacrificios y las ofrendas relacionadas con el sistema sacrificial
para señalar más plenamente a su plan para proporcionar una expiación definitiva
a la pecaminosidad humana.
¿Por qué se «añadió» la ley en Sinaí? La
respuesta es doble: para señalar el pecado y también para dirigir al pueblo de
Dios al remedio del pecado encontrado en el sistema sacrificial asociado con el
santuario.
Esto nos lleva a nuestra última pregunta.
¿Qué quiere decir Pablo cuando dice que la ley se añadió «hasta que viniera la
descendencia a quien fue hecha la promesa» (Gálatas 3:19)?
Muchos han entendido que el pasaje indica
que la ley dada en el monte Sinaí fue solamente de naturaleza temporal. Se
introdujo 430 años después de Abraham y terminó cuando Cristo vino. Ahora bien,
hasta cierto punto esa afirmación es correcta. Es verdad que las leyes
sacrificiales presentadas a Moisés eran únicamente símbolos que predecían el
sacrificio supremo de Cristo. Ahora que Cristo, nuestro Cordero pascual, ha
sido sacrificado (1 Corintios 5:7), ya no existe necesidad alguna de que sea
sacrificado ningún animal (Hebreos 9; 10). Sin embargo, algunos cristianos
también aplican esto a la ley moral de Dios. Afirman que, en la cruz, Cristo no
solo puso fin a las leyes ceremoniales, sino que también eliminó la ley moral.
Aunque el uso que hace Pablo de «ley» en
Gálatas incluye, en efecto, tanto sus aspectos ceremonial como moral, no es
correcto concluir que en Gálatas 3:19 esté proclamando que la ley moral ha sido
abolida. Tal conclusión parece incorrecta por al menos dos razones.
En primer lugar, Pablo niega
específicamente tales alegaciones. En una presentación similar hallada en
Romanos 3:31, pregunta: «Luego, ¿por la fe invalidamos la ley?». En griego, la
palabra traducida «invalidar» es katargéo. La usa frecuentemente
en sus Cartas, y puede ser traducida «anular» (Romanos 6:6), «abolir» (Efesios
2:15), «perder su poder» (Romanos 6:6, NVI) y hasta «destruir» (1 Corintios
6:13). Sin duda, si Pablo quería respaldar la idea de que la cruz puso término
a la ley, esta habría sido la ocasión de decirlo. Sin embargo, no solo niega
esa interpretación con un no rotundo, sino que, de hecho, afirma que el evangelio
«confirma» la ley. Además, esa interpretación también está en desacuerdo con lo
que dice en cuanto a la importancia de la ley en Romanos 4:15. Hasta el propio
Jesús rechazó semejante idea en Mateo 5:17-19.
Una segunda razón por la que Pablo no
indica que el Calvario aboliese la ley moral es que la palabra traducida
«hasta» en Gálatas 3:19 «no implica un límite temporal para la acción
mencionada en la frase». [10]
Aunque la palabra «hasta» puede a veces sugerir el final de un lapso
específico, no siempre tiene ese tipo de sentido temporal, como podemos ver en
varios ejemplos de las Escrituras. En Apocalipsis 2:25 Jesús dice: «Lo que
tenéis, retenedlo hasta que yo venga». ¿Quiere decir Jesús que,
una vez que vuelva, ya no es preciso que seamos fieles? ¡Claro que no! O, ¿qué
decir de las instrucciones que Pablo dio a Timoteo? «Hasta
que yo llegue, dedícate a la lectura, a la exhortación, a la enseñanza» (1 Timoteo
4:13, BJ). Aunque la llegada de Pablo, ciertamente, alteraría algunas cosas, no
quiere decir que Timoteo dejaría de hacer ninguna de esas cosas. En cada
ejemplo, «hasta» no implica una terminación de la actividad descrita. Meramente
recalca un cambio que acontece.
Lo mismo puede decirse del uso que hace
Pablo de la palabra «hasta» en Gálatas 3:19. El papel de la ley no acabó con la
venida de Cristo. Sigue señalando el pecado. Pablo afirma que el advenimiento
de Cristo marca un punto de inflexión decisivo en la historia humana. Aunque la
promulgación de la ley en el Sinaí fue el punto definitorio de la historia de
Israel, la encarnación de Cristo la eclipsa ampliamente. Cristo puede hacer lo
que las leyes morales y ceremoniales jamás pudieron lograr: proporcionar un
auténtico remedio para el pecado, es decir, justificar a los pecadores y,
mediante su Espíritu, cumplir su ley en ellos (Romanos 8:3,4). El apóstol
amplía este concepto con mayor detalle en los versículos 23-26.
Dado
que somos descendientes espirituales de Abraham, las promesas contractuales
hechas por Dios a Abraham también son promesas que nos ha hecho a nosotros.
Tenemos tanto derecho a ellas como Abraham. Por ello, siempre que la conciencia
de nuestro propio fracaso nos aplaste con la sensación impotente de la culpa y
la condena, encontremos consuelo en recordar que nuestra esperanza no depende
de nuestra obediencia a la ley,
por importante que sea, sino, más bien, en la promesa irrevocable dada por Dios a Abraham y aceptada
por fe. Es preciso que nuestro centro de interés esté en Cristo y no es
nuestros fracasos; ni siquiera en «nuestros» logros. Únicamente centrándonos
en Cristo podemos seguir su dirección y su voluntad para nuestra vida.
La prioridad de la promesa
Reviewed by FAR Ministerios
on
11/07/2011
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