Gloriarse en la cruz de Cristo
Gloriarse
en la cruz de Cristo
C
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uando los soviéticos tomaron el control
de Polonia al final de la Segunda Guerra Mundial, el Partido Comunista se ocupó
de consolidar su poder y empezó a implementar varias
reformas nacionales radicales. Amenazado por el poder de la Iglesia Católica,
el gobierno buscó debilitar la autoridad de esta mediante la persecución. En
1961 las autoridades prohibieron oficialmente todo tipo de símbolo religioso en
los organismos públicos –fábricas, hospitales, escuelas y ministerios–. Sin
embargo, la prohibición no se impuso de forma tan estricta en las escuelas como
en otros lugares.
Cuando el Sindicato Solidaridad comenzó a
aumentar su poderío al comienzo de la década de 1980, las cruces empezaron a
reaparecer en los edificios por todo el país. Preocupado por tan desafiantes
acciones, el primer ministro polaco decidió tomar severas medidas. Ordenó que todas
las cruces fuesen retiradas de todas las instituciones públicas, tal como
especificaba la ley.
Sin embargo, su decreto hizo estallar una
imprevista y enorme ola de protestas en todo el país. Por último, ante una
protesta pública sin precedentes, el gobierno acabó aceptando hacer la vista
gorda con las cruces, pero insistió en que no se tocase la ley.
Varios meses después, no obstante, un
director de escuela que era comunista celoso decidió que la ley era la ley y
que la impondría en su escuela sin importar las consecuencias. Decidió retirar
las cruces una noche, en secreto, de siete salas de conferencia en las que
colgaban desde la década de 1920. Sus acciones desencadenaron una serie de
acontecimientos de creciente gravedad. Un grupo de padres respondió entrando en
la escuela y colgando otras cruces en las salas de conferencia. El director
hizo que retiraran las nuevas cruces y amenazó con cancelar la ceremonia de
graduación a no ser que padres y estudiantes aceptasen acatar la ley. Se
negaron. Y, con eso, algo que parecía poco más que un conflicto local acabó
convirtiéndose en un enfrentamiento entre el gobierno comunista y la Iglesia
Católica.
A pesar de las amenazas del gobierno,
miles de estudiantes organizaron una multitudinaria protesta no violenta de
cuatro días. Asistieron a misas especiales, tenían cruces colgadas del cuello y
llevaban consigo cruces como parte de una demostración pública. Después de un
largo y tenso punto muerto, el gobierno y las escuelas permitieron que las
cruces se quedaran.
Aunque el seguimiento de todo el suceso
fue asombroso según se iba desarrollando, la escena más conmovedora de todo el
enfrentamiento fueron las simples pero profundas palabras de un sacerdote de
parroquia pronunciadas ante un montón de estudiantes para alentarlos en su
protesta. Les dijo: «Sin cruz no hay Polonia». [1]
Cuando nos acercamos al final de nuestro
estudio de la Epístola de Pablo a los Gálatas, el mensaje del sacerdote polaco
no solo transmite la esencia del cristianismo, sino que también resume
perfectamente el llamamiento final que el apóstol hace a los gálatas: «¡No hay
evangelio sin la cruz de Cristo!».
El llamamiento final a los gálatas
comienza con un comentario muy extraño: «Mirad con cuán grandes letras os
escribo de mi propia mano» (Gálatas 6:11). Para entender la significación de su
declaración, es necesario que recordemos la forma normal en que Pablo termina
sus Epístolas.
Aunque las observaciones finales de Pablo
no siempre son uniformes en sus Cartas, un estudio minucioso revela un patrón
básico que seguía generalmente: 1) saludos a personas específicas, 2) una firma
personal y 3) una bendición final. De vez en cuando también incluía un
llamamiento final de algún tipo relacionado con el mensaje general de la Carta.
La siguiente tabla contrasta la forma en la que concluye típicamente sus Cartas
con la terminación de Gálatas.
1 Corintios 16
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Colosenses 4
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Gálatas 6
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Saludos
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«Las iglesias de
Asia os saludan. Aquila y Priscila (...) os saludan mucho en el Señor» (versículo19).
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«Aristarco, mi
compañero de prisiones, os saluda; y también Marcos [...]
También os
saluda Jesús, el que es llamado Justo» (versículos 10, 11).
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Firma
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«Yo, Pablo, os escribo
esta salutación de mi propia mano» (versículo 21).
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«Esta salutación
es de mi propia mano, de Pablo» (versículo 18).
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«Mirad con cuán
grandes letras os escribo de mi propia mano» (versículo 11).
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Bendición
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«La gracia del Señor Jesucristo esté con vosotros»
(versículo 23).
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«La gracia sea con vosotros» (versículo 18).
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«Hermanos, la
gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu» (versículo 18).
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Cuando comparamos los rasgos principales
de la fórmula que usa Pablo para concluir sus Cartas con las observaciones
finales de Gálatas, aparecen dos diferencias significativas. En primer lugar, a
diferencia de lo que ocurre en la mayoría de sus Cartas, Gálatas no contiene
saludos finales. Ahora bien, por sí sola, la ausencia de un saludo personal no
es siempre indicación de que algo vaya mal (por ejemplo, 2 Tesalonicenses). Sin
embargo, la falta de saludos en Gálatas resulta muy sospechosa por el hecho de
que Pablo también omitió deliberadamente la frase tradicional de acción de
gracias al comienzo de su Carta. Los dos rasgos epistolares ausentes pueden ser
una indicación adicional de una relación tensa entre él y los gálatas. Pablo es
amable, pero protocolario. Teniendo en cuenta tales circunstancias, no
sorprende, desde luego, que también omita cualquier mención al saludo con un
«beso santo» (cf. Romanos 16:16; 1
Tesalonicenses 5:26).
Cuando examinamos la manera en que
concluye sus Cartas, es importante que recordemos que, en la antigüedad, era
costumbre entre los autores de Epístolas que echaran mano de los servicios de
un escriba para la redacción de las mismas. Pedro se benefició de los servicios
de Silvano en la redacción de 1 Pedro (1 Pedro 5:12), y Pablo parece haber dictado
Romanos a un escriba llamado Tercio (Romanos 16:22). Fuera del mundo judío,
sabemos que hasta Cicerón, famoso senador romano, dependía de escribas para
mantener su correspondencia al día. Cuando un escriba acababa de escribir, el
autor solía tomar la pluma y escribía las últimas frases de su puño y letra.
Encontramos ejemplos de esta costumbre en el cambio de caligrafía que ocurre
al final de varias cartas antiguas escritas en papiro descubiertas en Egipto.
Pablo afirma explícitamente en varias de sus Cartas que también era esa su
costumbre. En 2 Tesalonicenses 3:17 llega a decir: «Esta es la señal distintiva
de todas mis cartas; así escribo yo» (NVI). Tal práctica no solo añadía un
toque más personal a las Cartas de Pablo, sino que también parece que ponía
freno a las falsificaciones. Podemos dar por sentado que el apóstol siguió la
costumbre aun en las Cartas en las que no lo menciona.
Por ello, el final de Gálatas es
excepcional, por cuanto Pablo se separa algo de su práctica normal. Cuando
sostiene la pluma del escriba, sigue tan inquieto y preocupado por las
circunstancias de Galacia que no se contenta con escribir una nota breve y una
bendición final; en vez de ello, añade varios párrafos. Sencillamente, no puede
soltar la pluma hasta que ruega nuevamente a los gálatas que se aparten de sus
insensatos caminos.
No obstante, eso no es todo. Pablo
también llama la atención de los gálatas al tamaño de sus letras. Aunque es
imposible saber con certeza a qué se refiere específicamente, hay varias
posibilidades interesantes. Algunos han supuesto que no se refería a las
dimensiones físicas de sus letras, sino a la caligrafía defectuosa de las
mismas. Especulan que quizá tenía las manos tan lisiadas por la persecución o
tan torcidas por la marroquinería que no podía dar a sus letras la precisión
caligráfica que cabría esperar de un maestro. Otros creen que sus comentarios
dan prueba adicional de su vista deficiente
(cf. Gálatas 4:15; 2
Corintios 12:7-9). Aunque, ciertamente, ambos puntos de vista son posibles,
parece mucho menos especulativo concluir sencillamente que escribía intencionalmente
con letras grandes para subrayar y recalcar nuevamente su argumentación, de
forma similar a la manera con que indicamos hoy una palabra o un concepto
importante subrayándolo, poniéndolo en cursiva o escribiéndolo todo en
MAYÚSCULAS. Pablo quería captar la atención de los gálatas y estaba decidido a
hacer lo necesario para obtenerla.
Aunque Pablo insinuó previamente el orden
del día y la motivación de los judaizantes (véanse Gálatas 1: 7; 4:17; 5:10, 12),
sus observaciones de Gálatas 6:12, 13 son los primeros comentarios explícitos
que hace sobre ellos. Dice de ellos que quieren «hacer buena figura en lo
exterior» (PER). En griego, la expresión «hacer buena figura» significa, literalmente,
ponerse «un buen rostro». En el Nuevo Testamento, aparece únicamente aquí. El
mundo grecorromano también usaba la palabra «rostro» para describir la máscara
de un actor, e incluso se empleaba figurativamente para referirse al papel
desempeñado por un actor. Esto sugiere que para Pablo los judaizantes eran como
actores que buscaban el aplauso del público. En una cultura basada en el honor
y la vergüenza, como lo era el mundo del Nuevo Testamento, el conformismo es
esencial. Y parece que los judaizantes deseaban mejorar la valoración de su
honor ante sus paisanos de Galacia y otros cristianos judíos residentes en Jerusalén.
Como David, que presentó los prepucios de doscientos filisteos al rey Saúl para
convertirse en su yerno, los judaizantes querían fanfarronear, como indicación
de sus propios logros espirituales, de los prepucios gentiles que habían
logrado (cf. 1 Samuel 18).
Pablo dice en el versículo 12 que la
razón por la que algunos imponían la circuncisión a los cristianos de origen
gentil era para que los creyentes judíos pudieran evitar ser perseguidos por la
cruz de Cristo. Cuesta determinar qué quiere decir específicamente con esa
expresión. Pese a que puede entenderse que la persecución sea, desde luego, una
forma de maltrato físico, es importante observar que puede ser igual de dañina
que sus formas más «leves»: el acoso y la exclusión. Ciertamente, aunque los
cristianos sufrían persecución física de sus enemigos, como la desencadenada
por Pablo antes de su conversión, también experimentaban el acoso y la
exclusión de sus compatriotas judíos por su decisión de seguir a Jesús.
El judaísmo tenía una influencia política
significativa en muchas regiones. Como religión contaba con la aprobación
oficial de Roma, y muchos cristianos habrían estado ansiosos de mantener
intensas relaciones positivas con los judíos de la zona. De hecho, durante los
primeros años de la iglesia, los cristianos podían adorar libremente porque los
romanos los consideraban simplemente como una secta del judaísmo. Al circuncidar
a los gentiles y enseñarlos a observar la tora, los judaizantes de Galacia
podían encontrar un punto de terreno común con los judíos de la zona. No solo
les permitiría mantener un contacto amistoso con las sinagogas de la región,
sino que podría incluso reforzar sus vínculos con los creyentes de Jerusalén,
quienes tenían una sospecha creciente en cuanto a la labor que se hacía entre
los gentiles (Hechos 21:20, 21). [2]
Independientemente de la circunstancia precisa implicada, está claro que los
judaizantes de Galacia no estaban dispuestos a soportar la persecución por
causa de Cristo.
Habiendo expuesto los motivos deshonestos
que provocaban la insistencia de los judaizantes en la circuncisión, Pablo
presenta su mensaje evangélico a los gálatas por última vez, aunque solo de
forma resumida. Rara él, el evangelio se basa en dos principios fundamentales:
1) la centralidad de la cruz (versículo 14) y 2) la doctrina de la
justificación por la fe, a la que se refiere mediante una referencia a la
«nueva creación» (versículo 15, LBA).
Normalmente no se considera que la
jactancia sea una virtud. Tendemos a mirar con malos ojos a las personas que
cantan sus propias alabanzas. Sin embargo, por sorprendente que pueda parecer,
en los escritos de Pablo, la jactancia tiene aspectos tanto negativos como
positivos. El tipo de jactancia a la que se opone es la jactancia «según la
carne» (ver 2 Corintios 11:18). Se refiere a todos los aspectos de la alabanza
propia, que hacen que centremos nuestra atención en nosotros mismos, no en
Dios. El apóstol condena específicamente la jactancia en la propia obediencia
de la ley de Dios (Romanos 3:27), el alarde de nuestra sabiduría «superior» (1
Corintios 1:29), la exhibición de actitudes arrogantes de los creyentes
gentiles hacia los creyentes judíos (Romanos 11:17) y todo tipo de
fanfarronería que se atribuya el mérito de los dones y capacidades que Dios nos
ha dado (1 Corintios 4:7).Y, en conexión con nuestro pasaje de Gálatas, Pablo
también rechaza la jactancia en el proselitismo (Gálatas 6:13), algo que a
menudo nos gusta hacer como cristianos. Aunque tal comportamiento pueda tener
apariencia de espiritualidad, se centra a menudo en nuestros logros más que en
cualquier otra cosa. Toda jactancia de ese tipo pertenece a la esfera de la
carne y, por lo tanto, es mala (Romanos 1:30; 1 Corintios 5:6). [3]
Es probable que el aspecto positivo de la
jactancia que Pablo recalca provenga de sus antecedentes en el judaísmo y, en
particular, de su conocimiento de las Escrituras hebreas. El Antiguo Testamento
no solo permite gloriarse en los actos portentosos de Dios puestos de manifiesto
en la historia de la salvación, sino que lo alienta (Salmo 5:11; 32:11; 1 Crónicas
29:11). Tal jactancia es un acto de adoración, así como una expresión de
gratitud y confianza en la fidelidad contractual de Dios. Por lo tanto, es
responsabilidad de los cristianos gloriarse en el Señor (1 Corintios 1:31; 2
Corintios 10:17; Filipenses 3:3).
¿Cómo se manifestó tal jactancia en la
vida personal de Pablo? Se gloría por la forma en que Dios ha actuado en la
vida de sus seguidores (2 Corintios 9:2, 3; Filipenses 2:16; 1 Tesalonicenses
2:19). Incluso se gloría en su propia debilidad, porque, gracias a esa
debilidad, puede ver la gracia habilitante de Dios actuando en su vida (2 Corintios
12:9, 10). Sin embargo, en última instancia, como cristiano, solo hay una cosa
en la que Pablo puede gloriarse de manera suprema: la cruz. Precisamente en el
acontecimiento de la cruz Dios actuó para convertir sus promesas a Abraham en
una realidad histórica (Gálatas 6:14).
A los que vivimos en el siglo XXI nos
cuesta captar la naturaleza escandalosa que los comentarios de Pablo sobre la
jactancia en la cruz transmitían en su origen. Hoy la cruz de Cristo es un
símbolo común y amado que evoca sentimientos positivos en la mayoría de la
gente. Cantamos sobre la cruz, predicamos sobre la cruz, pintamos cuadros de
ella y la incorporamos como símbolo a objetos religiosos de todo tipo, y muchos
hasta la llevan a modo de joya. Sin embargo, en la época del apóstol, la cruz
no era algo de lo que gloriarse. Era, más bien, algo que despreciar. Los judíos
entendían que la idea de un Mesías crucificado era ofensiva. Los romanos
consideraban tan repulsiva la crucifixión que ni siquiera era mencionada como
un castigo adecuado para un ciudadano romano.
Podemos ver con claridad la forma en la que
el mundo antiguo consideraba la cruz en el primer dibujo conocido de la
crucifixión de Jesús. Un fragmento de grafito descubierto en Roma y que se
remonta a comienzos del siglo II d.C. representa la crucifixión de un hombre,
o, para ser más precisos, de al menos el cuerpo de un hombre. Donde cabría esperar
una cabeza humana aparece la cabeza de un asno. Bajo la cruz y adyacente a un
dibujo de un hombre con las manos alzadas en adoración, una inscripción dice:
«Alejandro adora a su dios». La intención está clara: la cruz de Cristo es ridícula.
¿Quién sería tan tonto como para adorar a un hombre crucificado? No obstante,
exactamente en este contexto Pablo declara con audacia que ¡no puede gloriarse
en nada que no sea la cruz de Cristo!
Todo cristiano debería gloriarse en la
cruz de Cristo, porque, debidamente entendida, la cruz cambia de forma radical
la manera en que experimentamos la vida. Demuestra el asombroso amor de Dios y
las inconmensurables medidas a las que estuvo dispuesto a condescender para
garantizar nuestra salvación. No solo ofrece perdón gratuito y nos recuerda que
Cristo ha conquistado la tumba, sino que nos presenta el reto de reevaluar cómo
nos vemos a nosotros mismos y también cómo nos relacionamos con este mundo. El
mundo, este presente siglo malo y todo lo que conlleva (1 Juan 2:16), se yergue
contra Dios. Sin embargo, dado que hemos muerto con Cristo, el mundo ya no debe
retenernos bajo su esclavizante poder. En la cruz Cristo nos redimió del
presente siglo malo y de los poderes de las tinieblas. La cruz nos obliga a
reconocer, como dice Pablo, no solo que hemos muerto al mundo, sino también que
el mundo nos considera como si estuviéramos muertos.
Precisamente la visión que el apóstol
tenía de la cruz, presentada en Gálatas 6:14, conquistó el corazón de Isaac
Watts, famoso autor inglés de himnos, y los llevó a escribir lo que algunos han
denominado «el himno más hermoso de lengua inglesa». [4]
Su himno se tituló en un primer momento «Crucifixion to the World, by the Cross of Christ»
[5]
[La crucifixión para el mundo, por la cruz de Cristo]; sin embargo, ahora lo
conocemos como «When
I Survey
the Wondrous
Cross», o, en su traducción
española, «Al contemplar la excelsa cruz».
Que la cruz de Cristo inspire y toque
nuestra vida de una manera similar.
Versión
original en inglés
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Versión española
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«When I survey the wondrous cross,
On which the Prince of glory died,
My richest gain I count but loss,
And pour contempt on all my pride.
Forbid It, Lord, that I should boast,
Save in the death of Christ, my God». [6]
|
«Al contemplar la
excelsa cruz
Do el Rey de gloria sucumbió,
Tesoros mil que ven
la luz,
Con gran desdén
contemplo yo.
No me permitas, Dios,
gloriar,
Más que en la muerte
del Señor». [7]
|
Habiendo hecho hincapié en la posición
central que ocupa la cruz de Cristo en la vida cristiana, Pablo recalca ahora
el segundo principio fundamental: la justificación por la fe, o, según la llama
aquí, una «nueva creación» (BLA).
Sin embargo, antes de que Pablo mencione
la nueva creación, realiza un paradójico comentario sobre la circuncisión:
«Porque ni la circuncisión es nada, ni la incircuncisión, sino una nueva
creación» (Gálatas 6:15, BLA). Su declaración parece extraña al principio, dado
que ha venido argumentando con gran denuedo contra la circuncisión. De hecho, ha llegado a
decir que si los gálatas se someten a la circuncisión se desligarán de Cristo
(Gálatas 5:2-4). Sin embargo, ahora declara que ni la circuncisión ni la falta
de la misma importan realmente. Si ni lo uno ni lo otro importa gran cosa, ¿por
qué ha escrito tanto al respecto? ¿Qué dice de verdad?
Pablo viene hablando con tanto énfasis
contra la circuncisión que no quiere que los gálatas lleguen a la conclusión
que permanecer sin circuncidar es, de alguna manera, más agradable para Dios
que estar circuncidados. Las personas pueden ser igual de legalistas en cuanto
a las cosas que no hacen como a las que sí hacen. Espiritualmente hablando, el
asunto de la circuncisión, por sí mismo, resulta irrelevante. La religión
auténtica no está arraigada en la conducta externa, sino en la condición del
corazón humano. Como dijo el propio Jesús, una persona puede tener un aspecto
maravilloso en el exterior y estar espiritualmente podrida por dentro (Mateo
23:27).Tiene que haber algo más, y a ese algo Pablo lo llama la nueva creación.
Al apóstol le encanta usar metáforas para
explicar la portentosa salvación que es nuestra en Cristo. Cada metáfora pone
de relieve un aspecto diferente de todo lo que Jesús hizo y quiere hacer por
nosotros. Ahora, al final de su Carta, Pablo introduce una metáfora final: la
de una nueva creación. La palabra griega traducida «creación es ktísis. Puede referirse a una «criatura»
individual (Hebreos 4:13) o a todo el orden «creado» (Romanos 8:22). En
cualquier caso, ambos implican la acción de un creador. Y ese es el argumento
de Pablo. La salvación no es algo que pueda producirse mediante el esfuerzo
humano, ya se trate de la circuncisión o cualquier otra cosa. Se refiere a esa
creación como «nueva» porque es algo que no poseemos de forma natural. Y no es
algo que meramente añadamos a lo que ya somos, algo así como una pequeña modificación
en nuestra forma de pensar o incluso de actuar. Antes bien, implica un cambio
total. Jesús se refirió a este mismo proceso en su conversación con Nicodemo,
pero lo llamó «nacer de nuevo» (Juan 3:3-8). Es un nuevo nacimiento o una nueva
creación porque es un acto divino mediante el cual Dios toma a una persona que
está espiritualmente muerta y le insufla vida espiritual.
Pablo describe la experiencia de la nueva
creación con más detalle en 2 Corintios 5:17: «Si alguno está en Cristo, nueva
criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas». Aquí Pablo
explica que el acto de llegar a ser una nueva creación incluye mucho más que un
mero cambio en nuestra condición en los libros del cielo: produce una
transformación hoy en nuestra vida. Murray Harris compara la expresión paulina
«todas son hechas nuevas» con un cartel de «Bajo nueva dirección» fijado con
grandes letras delante de un negocio para captar la atención y anunciar una
nueva gerencia. [8]
Asimismo, cuando estamos unidos con Cristo, nuestra vida toma una nueva
dirección, porque estamos «bajo nueva gerencia». En sus otras Cartas, Pablo se
explaya en cómo funciona esto en la realidad. Por ejemplo, los esposos y las
esposas han de considerarse y tratarse como lo haría Cristo (Efe. 5:22-33; Col.
3:18, 19). La relación entre padres e hijos ha de estar repleta del amor, la paciencia
y la honra que solo Cristo puede proporcionar (Efesios 6:1-4; Colosenses 3:20,
21). Y, mediante su aplicación, podríamos ampliar esta lista para que incluya
todo tipo de relación en la que participemos hoy: todas han de estar colmadas
de la gracia y la compasión que nosotros mismos hemos experimentado en Cristo.
Todo esto es posible porque es el
resultado del cambio total implicado en el proceso de la nueva creación o del
nuevo nacimiento. La nueva creación implica, como expresa con tanto acierto
Timothy George, «todo el proceso de la conversión: la obra regeneradora del
Espíritu Santo, que lleva al arrepentimiento y a la fe; el proceso diario de la
mortificación y la vivificación; el crecimiento continuo en santidad, que
lleva, al final del camino, a la conformidad a la imagen de Cristo. La nueva
creación implica una nueva naturaleza con un nuevo sistema de deseos, afectos y
hábitos, cincelados todos por medio del ministerio sobrenatural del Espíritu
Santo en la vida del creyente». [9]
De principio a fin, la nueva creación es obra de Dios. No es algo que ofrezca
solo a unos pocos escogidos, sino más bien lo que desea hacer en la vida de
todos nosotros, si lo dejamos.
Antes de concluir su Carta con una
bendición final, Pablo hace dos comentarios en Gálatas 6:16,17 que merecen nuestra
atención, aunque sea breve.
En primer lugar, afirma: «A todos los que
anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de
Dios». Aquí, la palabra traducida «regla» (griego
kanón) significa,
literalmente, una vara recta o una barra usada por los albañiles y los
carpinteros para medir. La palabra acabó representando figurativamente las
«reglas» o «normas» mediante las que una persona evalúa algo. Por ejemplo,
cuando la gente habla del canon del Nuevo Testamento, tienen en mente los 27
libros del Nuevo Testamento que consideramos que están cargados de autoridad
para determinar tanto la creencia como la conducta de la iglesia. Por lo tanto,
si una enseñanza no está «a la altura» de lo que se encuentra en esos libros,
no se acepta. Así, Pablo dice que los creyentes de Galacia han de vivir la vida
en armonía con el principio que acaba de establecer en los dos versículos
anteriores: el papel central de la cruz. [10]
¿Quiénes son el «Israel de Dios» de Gálatas
6:16? Algunos han entendido que se trata de los judíos que componen la nación
de Israel en su conjunto. Otros afirman que se refiere a cristianos, ya sean
judíos o gentiles, quienes son el auténtico Israel «espiritual». Puesto que
Pablo no usa la expresión en ningún otro lugar de sus escritos, no podemos
apelar a ningún otro versículo para contestar nuestra pregunta. Sin embargo,
podemos encontrar ayuda en la sintaxis griega de Pablo. Varios eruditos
defienden que «los que anden conforme a esta regla» y el «Israel de Dios» no
son dos grupos, sino uno. La conjunción
kai [en griego] debería
ser traducida «es decir», no «y», o ser omitida (como en la RSV [inglesa, o la
PER española]). La iglesia cristiana goza de continuidad directa con el pueblo
de Dios en el Antiguo Testamento. Los que hoy estamos en Cristo somos «la
verdadera circuncisión» (Filipenses 3:3, BLA), «descendientes de Abraham» (Gálatas
3:29) y el «Israel de Dios»». [11]
Desde luego, tal interpretación coincidiría con la reivindicación anterior de
Pablo, realizada con anterioridad en Gálatas 3, de que los gentiles son también
descendientes espirituales de Abraham por medio de Cristo.
La segunda afirmación que hace Pablo
aparece en el versículo 17: «De aquí en adelante nadie me cause molestias, porque
yo llevo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús». ¿Qué son «las marcas del
Señor Jesús» que tiene en el cuerpo? Y, ¿por qué no iba nadie a molestarlo por
ellas?
La palabra traducida «marca» es el
término griego stígmata, del que se deriva la palabra española
«estigma». Algunos han visto en el comentario de Pablo una referencia a la
práctica común de marcar a los esclavos con la insignia de su amo como forma de
identificación, o incluso la práctica de algunas religiones de misterios en la
que los participantes se marcaban como señal de devoción. Sin embargo, es más
probable que se trate de una referencia a las cicatrices dejadas en el cuerpo
de Pablo por la persecución y las dificultades experimentadas en el curso de su
proclamación del evangelio (cf. 2 Corintios 11:24-27). Hay apoyo para
esta interpretación en 2 Corintios 4:8-10, pasaje en el que el apóstol hace una
afirmación similar en cuanto a la persecución que soportó. Después de afirmar
que otros y él fueron «derribados, pero no destruidos» (versículo 9), Pablo
dice de su experiencia que «llevamos siempre en el cuerpo la muerte de Jesús,
para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos» (versículo
10).
F. F. Bruce señala que, lejos de tratarse
de una declaración inconexa al final de su Carta, la referencia de Pablo a «las
marcas del Señor Jesús» habría tenido una conexión muy apropiada con su mensaje
y quizás incluso con su experiencia personal con los propios gálatas. En
contraposición con la marca de la circuncisión, «Pablo afirma que tiene marcas
en su cuerpo que sí significan algo real: las [...] cicatrices que ha adquirido
como consecuencia directa de su servicio a Jesús. Proclaman de quién es y a
quién sirve. Entre ellas, las más prominentes probablemente fueran las marcas dejadas
por su lapidación en Listra (Hechos 14:19;
cf. 2 Corintios
11:25), y si la iglesia de Listra estuvo entre aquellas a las que se dirigió
esta Carta, al menos algunos de sus lectores tendrían en recuerdo vivido de
aquella ocasión». [12]
Lo último que el apóstol dice a los
gálatas es lo mismo con lo que comienza todas sus Cartas: la gracia. Se ha
dicho que la gracia son los sujetalibros del evangelio. La gracia lo primero y
la gracia lo último: esa era su oración para todas sus iglesias. La gracia que
Pablo veía derramada en el Calvario había cautivado su corazón y cambiado su
vida. Y oraba para que los gálatas experimentaran también esa misma visión de
la gracia. Ojalá que también oigamos, en la oración de Pablo, el deseo de Dios
para nosotros.
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[1] John Kifner, “Student Protest Swells in Poland” [La protesta estudiantil se acrecienta en Polonia], New York
Times, 9 de marzo de 1984.
[3] H. C. Hann, «Boast» [Gloriarse], en The New International Dictionary of New
Testament Theology [Nuevo diccionario internacional de teología del Nuevo
Testamento] (Grand Rapids: Eerdmans, 1986), vol. 1, p. 228.
[4] Wayne Hooper y
Edward E. White, eds., Companion to the Seventh—day Adventist
Hymnal [Guía
del Himnario adventista del séptimo día] (Hagerstown, Maryland: Review
and Herald, 1988), himno 154.
[6] Seventh-day Adventist Hymnal [Himnario adventista
del séptimo día] (Washington, D.C.- Hagerstown, Maryland: Review and Herald, 1985), himno 154.
[8] Murray J. Harris, The Second Epistle to the
Corinthians [La Segunda Epístola a los Corintios] (Grand Rapids: Eerdmans, 2005), p. 434.
[9] Timothy George, Galatians [Gálatas], The New American Commentary (Nashville: Broadman
and Holman, 1994), tomo 30, p. 438.
[10] Donald Guthrie, Galatians
[Gálatas], New Century
Bible Commentary (Grand Rapids: Eerdmans, 1973), p. 152.
[11] John Stott, The Message of Galatians [El mensaje de Gálatas] (Downers Grove,
Illinois: InterVarsity Press, 196), p. 180.
[12] F. F. Bruce, The Epistle to the Galatians [La Epístola a los
Gálatas]
(Grand Rapids: Eerdmans, 1982), p. 276.
Gloriarse en la cruz de Cristo
Reviewed by FAR Ministerios
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1/03/2012
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