Cristo es todo
En este
capítulo vamos a repasar algunos asuntos relacionados con el mobiliario del
santuario. Sin embargo, antes de proseguir nuestro intento de poner la doctrina
del santuario al alcance de todos, anticipo que un buen número de mis estimados
lectores puede que sufran una gran desilusión al concluir la lectura de este
capítulo, aunque espero que esto no les impida continuar leyendo el resto del
libro. ¿La causa? Al estudiar los muebles tanto del atrio como del interior del
santuario, no seré capaz de interpretar cada nimio detalle mencionado en Éxodo
25-31. Sí, sé que Orígenes, el tristemente célebre pensador cristiano del siglo
III, dijo que «hay un rico significado en cada detalle del tabernáculo».
Reconozco que muchos de nosotros al estudiar el tema del santuario, como
Orígenes, esperamos desvelar el significado de cada pedazo de piedra, de todos
y cada uno de los colores, de todos los materiales o de todo objeto que Moisés
menciona. Sin embargo, es bueno que comprendamos que, aunque podemos espigar el
significado de una u otra cosa, el texto bíblico «da muy poca información
acerca del significado simbólico de los muebles». [1]
Permítame exponerle algunos ejemplos interesantes. ¿Le
gustaría saber qué simbolizaban las cuatro argollas de oro que fueron
colocadas en cada esquina del Arca del Pacto? Aunque yo no lo sé, hay decenas
de intérpretes que podrían explicárselo, entre ellos el papa Gregorio Magno. Él
solía decir que esas argollas representan a la iglesia; que así como las
argollas fueron colocadas en las cuatros equinas, la iglesia ha de recorrer los
cuatro puntos cardinales del mundo porque esta fue equipada con los cuatro
Evangelios; que como las varas se introducían por las argollas, de igual modo
Dios ha puesto en la iglesia maestros perseverantes que siempre están adheridos
a la sana instrucción. [2]
Fíjese en estos ejemplos de cómo se interpreta «cada
detalle» del tabernáculo. Según Filón de Alejandría, los dos querubines
representan los dos hemisferios del planeta; el candelabro simbolizaba el
movimiento de los astros; y los siete brazos del mismo, los siete astros; [3] la túnica sacerdotal era símbolo del aire; las doce
piedras que formaban parte del pectoral no podían ser otra cosa sino un símbolo
de los doce signos del zodiaco; el altar del incienso era símbolo de lo
terrenal; [4] mientras que el incienso mismo simbolizaba que para la
sabiduría nada huele mejor que la frugalidad y la templanza. [5]
Por
supuesto, los antiguos intérpretes cristianos no se quedaron atrás. Según Gregorio
Magno, los dos querubines representan el Antiguo y el Nuevo Testamento. [6] De
acuerdo con Orígenes, el oro del santuario simbolizaba la mente y el intelecto;
mientras que la plata era un símbolo del lenguaje y la predicación. [7] Tanto
Tertuliano como Ambrosio afirmaron que las doce piedras que formaban parte del
vestido sacerdotal eran una representación de los doce apóstoles. [8] Beda
el Venerable enseñaba que el maná representaba la plenitud de la divinidad de
Cristo y la vara de Aarón, el indestructible sacerdocio del Salvador. [9]
Parábola, antitipo,
sombra, ¿o alegoría?
Estos ejemplos que acabo de citar son muestras clásicas
de cómo alegorizar el mensaje bíblico. En el mundo helenístico la alegoría
surgió como un método para interpretar los poemas de Homero y, de esa manera,
presentar una explicación plausible a las inmoralidades de las deidades
griegas. [10] Filón de Alejandría se apoyó en ella para demostrar
que la esencia del pensamiento griego tenía como fuente las Escrituras hebreas.
Y Orígenes, basándose en Filón, le dio el rango de método hermenéutico entre
los cristianos. Desde Orígenes hasta la Reforma Protestante este fue el
principal método de estudio aplicado a la Biblia. Dicho enfoque interpretativo
fue una de las herramientas que afianzó el absolutismo religioso que
caracterizó la Edad Media. Este método de interpretación, que parece el ideal a
la hora de entender los utensilios del santuario, no es más que una herencia
griega que se introdujo a la religión cristiana a través de maestros como Clemente
y Orígenes y, posteriormente, por medio del dogmatismo católico romano.
¿Es válido el uso de la alegoría para estudiar el
santuario y sus servicios? A la luz de la Biblia la respuesta es sencilla y
tajante: No. De hecho, el libro de Hebreos, al ofrecer una interpretación
cristiana al santuario y sus servicios, nunca usó la palabra alegoría. Pablo
aborda el tema desde uno de estos tres enfoques: como una parábola, una
relación tipológica o como una sombra. Creo oportuno que analicemos estos tres
enfoques (parábola, sombra y antitipo) en el contexto del santuario y de esta
manera establezcamos algunos principios orientadores para el tema que nos
ocupa. [11]
Parábola.
Tras haber mencionado varios de los muebles que formaban parte del tabernáculo
del desierto (Hebreos 9:3-5), y referirse a algunos aspectos relacionados con
la obra sacerdotal (Hebreos 9:6-8), el autor de Hebreos declara que todo esto era
«símbolo (griego parabolé) para el tiempo presente» (9:9). Pablo ha escogido la
palabra correcta: parabolé. [12] ¿Qué es una parábola? F. Hauck la define como «una
semejanza que usa una verdad evidente de un campo conocido (la naturaleza o la
vida humana) para comunicar una
verdad nueva en un campo
desconocido». [13] El Comentario
bíblico adventista señala acertadamente
que «la parábola es una narración cuyo propósito principal es enseñar una verdad». [14]
Considerándolos como una parábola, el santuario y sus
muebles encierran una verdad medular. Al estudiar el candelabro, por ejemplo,
hemos de concentrar nuestros esfuerzos en identificar la verdad medular que hay detrás de su sofisticada elaboración, y no
perdernos en los detalles que adornan su estilizada figura. No debemos pasar
por alto que a «diferencia de una alegoría, en una parábola no se pretende que
los detalles tengan un significado». [15] Por tanto, al abordar el significado de los muebles
del santuario, como cuando estudiamos una parábola, no nos detendremos en los
detalles sino en la verdad central que estos transmiten.
Sombra.
Hablando del santuario terrenal, Pablo lo definió como «figura y sombra de las
cosas celestiales» (Hebreos 8:5).
Como la sombra es una «proyección oscura», no podemos captar todos los rasgos
esenciales de un cuerpo con solo mirar su sombra. Lo que tenemos en el
santuario terrenal no es más que una imagen pálida de las realidades
celestiales. ¿Acaso usted cree que hay similitud física entre el altar del
sacrificio y la cruz? Como ya dijimos más arriba, no es prudente que tratemos
de entender y explicar en toda su plenitud el santuario celestial a partir de
la «sombra» que de él tenemos en el santuario terrenal. [16]
Antitipo.
En Hebreos 9:24 encontramos esta afirmación: «Porque no entró Cristo en el
santuario hecho por los hombres, figura (griego antitypos) del verdadero, sino en el cielo mismo, para
presentarse ahora por nosotros ante Dios». Esta palabra, antitipo, «figura»,
establece que para los autores bíblicos el santuario terrenal era una prefiguración
(un tipo) y estaba divinamente concebido como una muestra concreta del templo
celestial. [17] Evidentemente, ello no indica que la realidad
celestial sea completamente idéntica a la figura terrenal, pero sí es
responsabilidad y competencia nuestra procurar descubrir hacia qué realidad
celestial nos dirigen los muebles del antiguo santuario hebreo.
Dicho esto,
tratemos de encontrar la verdad medular de cada uno de los muebles y de
descifrar el mensaje que revelan a la iglesia del siglo XXI.
El santuario por fuera
Cuando el adorador se acercaba al templo, lo primero
que veía era el altar de bronce donde se realizan los sacrificios por el
pecado, porque dicho mueble se hallaba «a la entrada del tabernáculo» (Éxodo
40:1). Por el hecho de que estuviera colocado en la misma entrada es muy
probable que fuera el único mueble que podía ser visto por todo el pueblo. Sin
él ningún rito llevado a cabo en el santuario tenía sentido ni razón de ser.
Todos los demás muebles estaban vinculados directamente con este altar. De él
salía la sangre que se aplicaba sobre el propiciatorio (Levítico 16:14), sobre
el velo (Levítico 4:6),
sobre el altar del incienso (Levítico 4:7). El fuego que se colocaba en el
incensario provenía de este altar (Números 16:46), lo mismo que el fuego que se
usaba para encender las lámparas del candelabro.
Cuando el oferente se encontraba ante este altar
quedaba confrontado con dos realidades: (1) su condición como pecador y (2) su esperanza en un
Salvador. Este mueble ponía de manifiesto nuestra verdadera condición: somos
pecadores que precisamos urgentemente de un Salvador.
En Hebreos 13:10 ese altar es descrito como símbolo de
nuestro Señor Jesús. Su cruz constituyó el altar donde se sacrificó la ofrenda
perfecta para erradicar el pecado de los seres humanos. Elena G. de White nos
habla «del altar de la cruz» (En los lugares celestiales, p. 321).
Así como el altar quedaba a la entrada, a la vista de todos, cuando Jesús murió
en la cruz hizo lo necesario para que la mirada de todos fuera dirigida hacia
él: «Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo» (Juan
12:32). Pablo nos aconseja a que «corramos con paciencia la carrera que tenemos
por delante, puesto los ojos en Jesús» (Hebreos 12:1, 2). Por qué dedicar
tiempo a inventar el supuesto significado de cuernos, de medidas y de metales;
el altar del sacrificio tiene un mensaje clave: No hay que mirar a ningún lado,
en la cruz tenemos todo lo necesario para nuestra salvación. Si al contemplar
el sacrificio del Salvador nos reconocemos pecadores y confiamos en aquel que
murió por nuestros pecados, seremos salvos. Quizá ahora pueda entender por qué
Pablo fue tan categórico al expresar: «Me propuse no saber entre vosotros cosa
alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado» (1 Corintios 2:2). Sin duda alguna, el altar del
sacrificio, como la cruz, era un lugar donde había justificación para el
pecador.
El siguiente mueble, que era de uso exclusivo para los
sacerdotes, era la fuente de bronce o lavacro (Éxodo 30:17-21). Esta fuente se
construyó con los espejos que donaron las mujeres (Éxodo 38:8). Allí se hallaba el agua con la que los sacerdotes
debían lavarse los pies y las manos antes de entrar al templo (Éxodo 30:17).
Mientras que la obra del altar del sacrificio beneficiaba a todos, el lavacro
únicamente servía a los sacerdotes. Me consuela mucho saber que esta fuente es
una simple parábola, una sombra, que anunciaba la venida de una fuente mucho
más caudalosa, una que nos purificaría del pecado y que estaría al alcance de
todos. He aquí la promesa divina: «En aquel día se abrirá una fuente para lavar
del pecado y de la impureza a la casa real de David y a los habitantes de
Jerusalén» (Zacarías 13:1, NVI). Esta fuente mesiánica no es de uso exclusivo
para la casta sacerdotal, sino que pueden entrar en ella todos «los habitantes
de Jerusalén».
Así
como el sacerdote tenía que lavarse antes de entrar al santuario, nosotros
hemos de recibir el lavamiento de nuestra vida antes de que podamos tener
entrada permanente al templo de Dios. Esta obra de limpieza es llevada a cabo
ahora por el Hijo de Dios. Él fue quien dio su vida para purificar a su pueblo
(Efesios 5:25, 26); él es quien nos limpia de todo pecado por medio de su
preciosa sangre (1 Juan 1:9; Apocalipsis 7:14). El lavacro proclama que nuestra
salvación es fruto de la obra regeneradora que Jesús habría de realizar en
nuestro favor (ver Tito 3:5). El Cristo que justifica, también es el Cristo que
regenera.
El
santuario por dentro
El Lugar Santo
Gracias a la obra justificadora y regeneradora que se
realizaba en el atrio, el pecador podía tener entrada al Lugar Santo. En dicho
lugar había tres muebles: la mesa de los panes, el candelabro y el altar del
incienso. Los tres desempeñaban funciones «continuas», que no cesan, dentro
del santuario.
En el lado norte del santuario nos encontramos con la
mesa de los panes de la proposición, fabricada de oro puro (Éxodo 26:35; 1 Reyes
7:48). Sobre ella se colocaban «dos hileras de panes, seis en cada hilera» que
debían estar allí durante toda la semana y que eran renovados cada sábado, como
«un pacto perpetuo» (Levítico 24:5-9). Los panes estarían «siempre (hebreo tamid) sobre la mesa» (Éxodo 25:30). La mesa y los panes no
solo eran un elemento más dentro de la relación entre Dios y su pueblo, sino
que constituían un símbolo concreto de dicha relación pactual. [18] El número de panes, doce, proclama que en el santuario
había provisión espiritual para todos.
Asimismo, el pan era un símbolo de Cristo (Juan 6:47); por tanto, siempre, diariamente, hemos de
apropiarnos de los beneficios de su obra mediadora. ¿Cómo lo haremos? Por
medio de la ingesta de su Palabra. Como Cristo, sus palabras son «vida» (Juan 6:63). Nuestro Salvador siempre está listo para
ofrecernos el manjar que necesitamos para continuar nuestro viaje hacia la
Canaán celestial. Cristo no solo nos justifica y nos regenera, sino que además
alimenta diariamente nuestra vida espiritual.
En el lado sur del tabernáculo nos encontramos con un
mueble muy singular: el candelabro (Éxodo 25:31-39). La imagen más antigua que
conocemos de este mueble proviene de «una moneda del siglo I a. C.». [19] El tabernáculo no tenía ventanas, toda la luz que
encontramos en su interior emanaba de este hermoso y sofisticado instrumento.
Sus siete lámparas tenían una función muy concreta: alumbrar hacia delante (Números
8:2) y nunca debían apagarse
todas a la vez, pues «debían arder continuamente [hebreo tamid]» (Levítico 24:2).
La luz es un símbolo por excelencia de la Deidad (Salmo
27:1; Isaías 60:20). Así como solamente el candelabro podía dar luz al
santuario, Cristo es la única «luz verdadera que alumbra a todo hombre» (Juan
1:9). En Juan 8:12
declaró: «Yo soy la luz del mundo». Si de verdad queremos avanzar en nuestra
vida cristiana hemos de permitir que Cristo sea siempre, en todo momento, la
luz de nuestra andadura espiritual. En Zacarías 4 la obra de candelabro aparece
estrechamente vinculada con la labor que Dios lleva a cabo en sus hijos a
través del ministerio del Espíritu Santo.
Finalmente, nos encontramos con el altar del incienso
(Éxodo 30:1-10). A diferencia de la mesa y del candelabro cuya función quedaba
supeditada al Lugar Santo, este era el único mueble ubicado en el Lugar Santo
cuya actividad alcanzaba al Lugar Santísimo (Hebreo 9: 5), pues la fragancia
que destilaba traspasaba el velo y llegaba hasta la misma shekinah. Mañana y tarde, continuamente, el sacerdote debía
acudir ante este altar y quemar incienso como un «rito perpetuo [hebreo tamid]»
(Éxodo 30:9). Elena G. de White declara que «al presentar la ofrenda del
incienso, el sacerdote se acercaba más directamente a la presencia de Dios que
en ningún otro acto de los servicios diarios» (Patriarcas y profetas, cap. 30, p. 321).
Dejemos que sea la
misma sierva de Dios que nos explique el significado de lo que sucedía en este
mueble: «El incienso, que ascendía con las oraciones de Israel, representaba
los méritos y la intercesión de Cristo, su perfecta justicia, la cual por medio
de la fe es acreditada a su pueblo» (Ibíd.). Este mueble prefiguraba la continua intercesión de Cristo por nosotros
en el santuario celestial. En el Lugar Santo nos encontramos cara a cara con un
Cristo que, continuamente, nos alimenta, nos alumbra e intercede en nuestro
favor.
Ya hemos llegado
al espacio más santo del santuario: el Lugar Santísimo. Todo lo que hay allí
está cubierto de oro puro, lo que sugiere que dicho lugar es propio de la
magnificencia del Rey de reyes. Aquí fue colocada el Arca del Pacto, la caja
fuerte en la que se guardaba el Testimonio, la inmutable ley de Dios, base del
pacto entre Dios y sus hijos (Éxodo 25:16; Deuteronomio 10:1-5). La relación
del arca y el tabernáculo con este Testimonio era tan significativa que
aquellos llegaron a conocerse como «arca del Testimonio» (Josué 4:16) y
«Tabernáculo del Testimonio» (Éxodo 38:21; Números 10:11). Cuando David quiso
construir un templo permanente para su Dios, en realidad, quería «edificar una
Casa en la cual reposara el Arca del pacto» (1 Crónicas 28:2).
Matthew Henry nos
ofrece este valioso comentario: «Las tablas de la ley habían de ser guardadas
cuidadosamente en el Arca, a fin de enseñarnos el aprecio que hemos de tener de
la Palabra de Dios, más concretamente de su santa ley, y el afecto con que
hemos de guardarla en lo profundo de nuestro corazón y en nuestros pensamientos
más íntimos». [20] Al colocar la ley en lo más profundo del santuario,
Dios se proponía lograr que la grabáramos en nuestros, corazones. En Job 22:22
leemos: «Toma ahora la Ley de su boca y pon sus palabras en tu corazón» (cf. Salmo 40:8; Isaías 51:7; Romanos 2:15; Hebreos 10:16).
Sobre el arca se
colocó el propiciatorio, una tapa que la cubría (Éxodo 25:10; cf.
DHH). Puesto que quien mirara hacia el interior del arca era reo de muerte (1
Samuel 6:19), esta tapa tenía como objetivo principal preservar la vida de
quienes entraran en contacto con el arca. La palabra hebrea traducida como
propiciatorio es kaporet, un vocablo estrechamente relacionado con kiper. Como sobre el propiciatorio se esparcía la sangre durante el Día de la
Expiación, desde Tyndale (1530) las versiones inglesas la han traducido como
«sitial de la misericordia».
[21] El hecho de que esta tapa fuera colocada sobre el arca
pone de manifiesto que la gracia está por encima de la ley. La salvación desde
el atrio hasta el Lugar Santísimo, de principio a fin, es por gracia.
¿Qué nos enseña
este mueble sobre Cristo? El Señor Jesús fue el dador de la ley. En Romanos
3:25, Pablo llama a Cristo hilasterion. Esta es la palabra griega que la Septua- ginta usó
para referirse al propiciatorio. El Arca del Pacto, y todo lo que ella
encierra, igual que el resto de los muebles del santuario, proclama la grandeza
de Jesús. Esta arca, como lo fue la de Noé y la cestilla que salvó a Moisés en
el Nilo, es una arca de salvación.
Cristo es todo
La figura de
Cristo es omnipresente en todos los lugares del santuario. En el atrio, en el
Lugar Santo y en el Lugar Santísimo todo habla de él y lo representa. En el santuario
Cristo no es un detalle, lo es todo. La señora White escribió:
«Satanás
sabe que si puede hacer que hombres y mujeres resulten absorbidos por detalles insignificantes,
serán desoídas las cuestiones más importantes. Él dará
abundante material para llamar la atención de los que están dispuestos a ocuparse
de temas baladíes, sin importancia. Las mentes de los fariseos estaban ocupadas
con cuestiones intrascendentes. Pasaban por alto las preciosas verdades de la
Palabra de Dios para discutir las enseñanzas tradicionales transmitidas de
generación a generación, que en ninguna forma tenían nada que ver con su
salvación. Y así es hoy: mientras preciosos momentos se esfuman en la
eternidad, son pasadas de largo las grandes cuestiones de la salvación
a cambio de alguna fábula ociosa» (Mensajes
selectos,
tomo 1, p. 201; la cursiva es nuestra).
¿Entiende ahora lo que decíamos al inicio de este
capítulo? Lo siento, no puedo poner a su alcance el significado de la gran
cantidad de detalles relacionados con el santuario y sus muebles. [22]
Me niego a «cosificar» el solemne mensaje que Dios nos ha provisto en Éxodo
25-40. Me habría encantado poder justificar con la Biblia el significado de
las medidas, los colores, los metales, etcétera. Al escribir estas líneas
finales tendré que conformarme con pedirle a mi Dios que nos ayude, tanto a
usted como a mí, a comprender «la anchura, la longitud, la profundidad y la
altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento» (Efesios
3:18,19), a fin de que dejemos de andar elucubrando sobre medidas y cosas que
distan mucho de la verdad medular que encierran los muebles del santuario.
[1] Jon L.
Dybdhal, «Éxodo», Colección Vida
Abundante: La Biblia Amplificada (Miami, FI.: APIA, 1995), p. 244.
[2] JosephT. Lienhard, ed. Exodus, Leviticus, Numbers, Deuteromomy, Ancient Christian Commentary
on Scripture (Downers Grove, Illinois: InterVarsity Press, 2001), tomo III,
p. 123.
[3] Los
siete astros era una expresión que los escritores antiguos usaban para
referirse a los cinco planetas que eran visibles antes de que se inventara el
telescopio, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno, más la Luna y el Sol.
Ver Flavio Josefo, Antigüedades de los
judíos, I, VII. 7.
[9] Ver nota 6, p. 135. Ver también Arthur Glenn Horder, Bede's Commentaries on the Tabernacle
(Tesis doctoral: Duke University, 1987).
[10] Gerald Bray, «Alegory» en Kevin J. Vanhoozer, ed., Dictionary for Theological Interpretation of
the Bible (Grand Rapids, Michigan: Baker Book House), p. 35.
[11] En toda esta sección soy deudor de Frank B. Holbrook,
The Atoning Priesthood of Jesus Christ
(Berrien Springs, Michigan: Adventist Theological Society, 1996), pp. 35-45.
[12] Ver Richard Davidson, «Typology in the Book of
Hebrews» en Frank B. Holbrook, ed., Issues
in the Book of Hebrews (Silver Springs, Maryland, 1989), p. 181.
[13] «Parabolé» en Gerhard Kittel, ed., Theological Dictionary of the New Testament
(Grand Rapids: Michigan: W. B. Eerdmans, 1972), tomo V, pp. 744-761 (la cursiva
es nuestra).
[14]
Francis D. Nichold, ed. Comentario
bíblico adventista (Buenos Aires: ACES, 1995), tomo V, p. 194.
[15] Frank
B. Holbrook, obra citada, p. 36.
[16] S. Schulz, «Skia» en Gerhard Kittel, ed„ Theological Dictionary of the New Testament
(Grand Rapids: Michigan: W. B. Eerdmans, 1972), tomo VII, pp. 394-400.
[17] Ver Richard M. Davidson, Typology in Scripture: A Study of Hermeneutical TYPOS, Andrews
University Seminary Doctoral Disertation Series (Berrien Spring, Michigan:
1981), tomo 2, pp. 416-424.
[18] Roy Gane, «"Bread of the Presence" 'and
Creator-In-Residence», Vetus Testamentum
XLII, 2 (1992), p. 192.
[19] John
H. Walton, Victor H. Matthews y Mark W. Chavalas, Comentario del contexto cultural de la Biblia: Antiguo Testamento
(El Paso, Texas: Mundo Hispano, 2000), p. 106.
[20]
Matthew Henry, Comentario
exégetico-devocional a toda la Biblia: Pentateuco (Barcelona: CUE, 1983),
p. 409.
[21] J. P. Hyatt, Exodus. The New Century Bible Commentary (Grand Rapids, Michigan: William
B. Eerdmans, 1971), p. 266.
[22] Si
quiere leer algunos libros que sí se adentran en explicaciones detalladas del
santuario y sus muebles, aquí les menciono algunos que he leído con mucha
atención: Leslie Hardinge, With Jesus in
His Sanctuary (Harrisburg, Pennsylvania: American Cassette Ministries,
1991), pp. 73-264; Henry W. Soltau, The
Holy Vessels and Furniture of the Tabernacle (Grand Rapids, Michigan:
Kregel Publications, 1971); Carlos Nina Ortiz, El santuario: símbolo y realidad (Santo Domingo: Impresos y Diseños
El Remanente, 2004), pp. 37-120.
Cristo es todo
Reviewed by FAR Ministerios
on
10/25/2013
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