Jesús y los ‘desechados’ sociales
Mackenzie
vivía a poca distancia de la penitenciaría local. Las casas eran pobres, y no
deseables. Los vecinos que tenían empleo compraban trozos de rollos de
plástico trasparente, para cubrir las ventanas durante los días fríos del invierno.
El verano traía un calor casi insoportable. Techos con goteras; patios
posteriores sin pasto y frentes llenos de basuras diversas; cercos rotos, que
separaban casas vacías cerradas con tablones; vehículos herrumbrados sin
cristales, apoyados en neumáticos pinchados, completaban el cuadro. Mientras
que otros jubilados se contentaban con contribuir con las “misiones mundiales”,
dos creyentes mayores aceptaron el llamado de Dios a trabajar este campo
misionero de los alrededores de la penitenciaría. Estas damas iniciaron la
primera Escuela Cristiana de Vacaciones para el vecindario. La asistencia fue
abrumadora; de modo que siguieron con su ministerio de contar historias
semanalmente.
Los niños que asistían no tenían
conocimientos de la Biblia, ni un lenguaje culto ni un comportamiento como el
que se esperaría en una iglesia. Varios niños vivían cerca de la cárcel,
precisamente porque sus padres estaban encarcelados allí. Muchos niños llegaban
sin peinarse, sucios, con narices que chorreaban y estómagos hambrientos.
Madres solteras indigentes estaban atraídas francamente, porque allí cuidaban
de sus niños por una hora, y de vez en cuando les daban algo de comer. Las
organizadoras no se amilanaban; más bien, reclutaron a otra voluntaria
jubilada para recorrer el vecindario, cargando un ómnibus tras otro (a veces,
hasta 150 niños) para una aventura ocasional un domingo, en el centro juvenil
de la iglesia. A los niños les gustaban los sándwiches, los jugos, las
galletitas, y usar patines de ruedas.
Mackenzie comenzó a asistir a la
hora de las historias y otras actividades asociadas con sus hermanos menores,
llevando pañales descartables apretados bajo sus pequeños brazos. Esta
jovencita, adolescente, atendía a sus hermanos menores porque su madre
trabajaba sin cesar, proporcionando lo necesario para sí misma y para el
padrastro desempleado. No obstante, Mackenzie asistía cada semana, trayendo
fielmente a sus hermanos. Los compañeros de Mackenzie la recuerdan siempre
sonriente y alegre. Les gustaba recordar que tenía un poco de sobrepeso, y que
usaba blusas anticuadas con cuellos altos. Inicialmente, una compañera le
preguntó a su abuela (la organizadora de este ministerio para los niños) por
qué Mackenzie vestía tan pobremente, pensando que la causa sería la ignorancia
de la moda o la pobreza. Y descubrió la verdad: escondía algo.
Esos cuellos altos y blusas
sueltas cubrían machucones y quemaduras que le propinaba el padrastro de
Mackenzie. Un tiempo más tarde, un hermano menor llegó a la iglesia con una pierna
enyesada. Oficialmente, decían: “Fue un accidente”. Variéis semanas más tarde,
dejó de asistir. Los feligreses supieron que el padrastro de Rodrigo se había
impacientado por sus quejas acerca de la comezón que sentía. Calentó un alambre
y lo metió por debajo del yeso, quemándole la piel. Naturalmente, Mackenzie
temía mucho a su padrastro. Habiendo llegado a la madurez sexual, cada noche
cerraba con trancas su dormitorio, con el propósito de evitar el continuo acoso
sexual. Las cosas empeoraron. Las autoridades fueron incompetentes, y
rehusaron actuar. Desesperada, Mackenzie intentó suicidarse con una dosis
exagerada de medicamentos prescritos. Finalmente, las autoridades escucharon, y
la pusieron al cuidado de una familia cuando se recuperó.
La familia adoptiva de Mackenzie
le proporcionó normalidad, y financió su inscripción en una escuela secundaria
cristiana, a la que también la hija de ellos asistía. Finalmente, su compromiso
bautismal fue apoyado, en vez de ser socavado. Ella floreció en el nuevo
ambiente, y rápidamente estableció nuevas amistades. Después de terminar la
secundaria, asistió a un colegio superior y se graduó como enfermera.
Veinticinco años más tarde, Mackenzie Williamson está felizmente casada,
habiéndose mudado a otro Estado. Regularmente se ofrece como enfermera
voluntaria en campamentos de verano, y envía a su hija a otra escuela
secundaria cristiana, donde ella canta en el coro.
Esas abuelas jubiladas, que se
sacrificaron sin descanso en favor de Mackenzie y de centenares de otros niños,
fallecieron hace mucho. Su inversión espiritual, sin embargo, continúa
volviendo como dividendos, generación tras generación. Siguiendo a otros
jubilados, podrían haber invertido todo su tiempo decorando jardines, tomando
vacaciones, comprando, etc. En cambio, abnegadamente abrazaron a niños sucios,
abandonados y despreciados, y llegaron a ser los agentes transformadores de
Dios, a la sombra de la penitenciaría.
“Porque tuve hambre, y me disteis
de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis;
estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y
vinisteis a mí” (Mateo 25:35, 36). Estas palabras, bien conocidas, recorrieron
como un eco los siglos siguientes, y validan el ministerio cristiano actual
entre los necesitados. Las palabras de Cristo sugieren con fuerza que
consecuencias eternas dependen de la respuesta de los creyentes a los que
tienen carencias, los indeseables, los desechados. Esta respuesta, en esencia,
ministra a Cristo mismo.
La sociedad moderna produce
muchos parias. Hay descastados morales; estas personas, conscientemente,
han abrazado prácticas de autodestrucción. Esas prácticas destruyen, también,
la vida de otros. Quienes abusan de drogas, las prostitutas, los traficantes de
cocaína y narcóticos, los pedófilos, los criminales de carrera, los
pornógrafos, los alcohólicos y otras personas de la misma mentalidad pueblan
esta categoría. Lamentablemente, las familias de estos seres, y especialmente
los niños, son evitados en forma similar por la sociedad culta, porque están
asociados con estos degradados morales. Un adulto, hijo de un conocido
pornógrafo, dirigiéndose a una asamblea de una universidad cristiana, lamentó
la vergüenza que experimentó durante su infancia, porque los compañeros de
escuela lo evitaban ya que lo asociaban con las actividades inicuas de su
padre.
También hay renegados sociales. De alguna manera, cada sociedad separa a los de
adentro de los de afuera. En ocasiones, las sociedades actúan con designaciones
oficiales de castas, mientras que otras crean distinciones no oficiales, aunque
igualmente tangibles. La historia occidental demuestra la falacia del “crisol
de razas”. Los inmigrantes de primera generación estaban separados de la
población autóctona, hasta que después de generaciones de casamientos
entrecruzados se suavizaron las distinciones y las animosidades. Una vez
absorbidos en la nueva población nativa, los anteriores “de afuera”, habiendo
llegado a ser “de adentro”, discriminaron a las nuevas poblaciones
inmigrantes. La situación financiera, a menudo, separaba a los de afuera de los
de adentro. De este modo, la etnicidad y la pobreza crearon poblaciones
desechadas, cuyos miembros no eran causantes de su exclusión.
También, existen desechados conductuales. Expresiones más suaves de este fenómeno incluirían
a los “solitarios”, a los “geeks” (gente fascinada por la tecnología y la
informática), junto con otros cuya conducta en la infancia los ubica fuera de
la participación en la corriente social principal. Comúnmente, se apartan del
atletismo universitario, de los grupos que alientan a los atletas, de la
política universitaria y de otros movimientos sociales. Se caracterizan por su
impotencia social, por no tener redes sociales seguras (“sin pertenencia”); y
tales personas con frecuencia se apartan de la sociedad en general, a veces
formando redes sociales alternativas, con una orientación negativa. Ejemplos
extremos podrían incluir a los “Godos”, adolescentes tipificados cuya
apariencia extraña incluye delineadores negros aplicados con exceso y uñas
pintadas de negro, ropa victoriana negra, tatuajes y cabellos renegridos,
peinados en forma poco usual. Otros desechados conductuales incluyen a los
pacientes que sufren de diversas enfermedades mentales. A veces, estas son
causadas genéticamente, pero un número creciente reconoce causas ambientales.
Los desórdenes por estrés postraumático reflejan la violencia creciente que se
experimenta en toda la sociedad moderna, especialmente, en los campos de batalla.
Términos como bipolar,
maniaco-depresivo y esquizofrénico
han llegado a ser comunes. Frecuentemente, la enfermedad mental está acompañada
por una historia de falta de hogar, el hambre y el mal olor, que impulsan a los
que sufren estas dolencias a alejarse de los estilos de vida principales y de
la socialización ordinaria.
Cristo murió para salvar a estos
desechados morales, sociales y de conducta. La comisión que dejó Jesús incluye
otorgar poder a los discípulos para diseminar el mensaje transformador de Dios
entre la gente marginada de la sociedad. Jesús los ama. También debemos hacerlo
nosotros.
“[Jesús] llegó a un pueblo
samaritano llamado Sicar, cerca del terreno que Jacob le había dado a su hijo
José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se sentó junto
al pozo. Era cerca del mediodía. Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar
comida. En eso llegó a sacar agua una mujer de Samaria, y Jesús le dijo:
“–Dame un poco de agua.
“Pero, como los judíos no tenían
nada en común con los samaritanos, la mujer le respondió:
“–¿Cómo se te ocurre pedirme
agua, si tú eres judío y yo soy samaritana?”
“–Si supieras lo que Dios puede
dar, y conocieras al que te está pidiendo agua –contestó Jesús– tú le habrías
pedido a él, y él te habría dado agua que da vida.
“–Señor, ni siquiera tienes con
qué sacar agua, y el pozo es muy hondo; ¿de dónde, pues, vas a sacar esa agua
que da vida? ¿Acaso eres tú superior a nuestro padre Jacob, que nos dejó este
pozo, del cual bebieron él, sus hijos y su ganado?
“–Todo el que beba de esta agua
volverá a tener sed –respondió Jesús–, pero el que beba del agua que yo le
daré, no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se
convertirá en un manantial del que brotará vida eterna.
“–Señor, dame de esa agua, para
que no vuelva a tener sed ni siga viniendo aquí a sacarla.
“–Ve a llamar a tu esposo, y
vuelve acá –le dijo Jesús.
“–No tengo esposo –respondió la
mujer.
“–Bien has dicho que no tienes
esposo. Es cierto que has tenido cinco, y el que ahora tienes no es tu esposo.
En esto has dicho la verdad (Juan 4:5-18, NVI).
Esta mujer samaritana se acercó
al pozo de Jacob durante el calor del mediodía, aunque la mayoría de las
mujeres obtenían el agua durante las horas más frescas de la mañana. Esto
sugiere claramente que evitaba el contacto con las demás personas del pueblo.
Tal vez, era lo suficientemente atractiva como para excitar el celo entre sus
potenciales rivales; ella sabía que sus fracasos morales daban suficientes
municiones a los murmuradores y los chismosos por igual. ¿A qué esposo podría
ella seducir, después? Casamientos múltiples, numerosas aventuras,
complementados con imaginaciones fértiles y especulaciones sensacionalistas,
crearían materia de conversación casi sin límites.
La protección de la familia, las
apariciones en la comunidad, parecían justificar los castigos que la gente del
pueblo propinaba a esta mujer. Pero Uno absolutamente justo, conocedor por
completo de las transgresiones de ella, pasa por alto las barreras étnicas,
sociales y de género y entabla con ella una conversación. Aunque sorprendida,
tal vez cuestionando sus motivos, ella respondió. La secuencia de Cristo
proporciona el modelo que cada discipulador debe comprender.
Primero,
usando la metáfora del agua viviente, le proveyó una motivación espiritual.
Dormidas dentro de cada alma desviada, el Espíritu de Dios ha implantado
aspiraciones hacia la integridad, la aventura espiritual y el compromiso
eterno. Hasta que esas aspiraciones despierten, la rectitud moral es
imposible. Dar sermones, criticar, señalar con el dedo y tácticas similares
realmente endurecen a la gente, cementándolos dentro de sus fracasos morales.
En otra parte, Cristo advirtió que expulsar fuerzas demoníacas sin reemplazar
ese vacío de inmediato con la justicia, produciría finalmente fracasos
aumentados. La metodología de Jesús pone “al caballo delante del carro”. El
Espíritu divino, que mora en el interior, necesariamente precede a los cambios
en el estilo de vida. Corregir una vida inmoral sin antes introducir una
transformación espiritual produce cambios de corto plazo, o un legalismo de
largo plazo. La vergüenza, la culpa y el temor producen motivaciones de corto
plazo; sin embargo, el desarrollo de conductas autodestructivas demuestra la
impotencia de estas fuerzas para facilitar una conversión a largo plazo. Antes
de confrontar a esta samaritana con respecto a su estilo de vida inmoral,
Cristo la invita a explorar y experimentar la vida espiritual.
Segundo,
Cristo espera cambios de estilo de vida. El cristianismo auténtico demanda
justicia. La gracia barata, que se excusa a sí misma, no encuentra fundamento
dentro de las enseñanzas de Jesús. El cristianismo genuino no tiene “puertas
giratorias’’, que llevan constantemente a los creyentes a estar entre una vida
mundana rebelde y una confesión contrita.
Tercero,
la conversión siempre culmina con el reconocimiento del Nazareno humilde como
el Mesías eterno. La impotencia de la humanidad es rescatada por el Libertador
eterno. Lo que los hombres debilitados son incapaces de lograr por sí mismos,
Cristo lo logró mediante la liberación divina. Cristo, primero, despierta las
aspiraciones espirituales; luego, compara nuestra condición espiritual actual
con aquellas aspiraciones; entonces, él mismo se dispone como la
reconciliación única que vence la desesperación y establece su justicia. El
acercarnos a los desechados morales desviándonos de la secuencia de Cristo
únicamente anticipa un inevitable fracaso.
O considera esta historia
moderna. Marisa se estaba acercando a los 16 años de edad. Aunque era joven,
las experiencias de la vida habían esculpido una sombra en su rostro.
Escuchando un programa radial cristiano, alcanzó a vislumbrar resplandores de
esperanza. Posteriormente escribió su historia personal, y la compartió con ese
espacio radial.
Cuando tenía 12 años de edad, el
amigo de su madre, ebrio y abusador, la había expulsado de la casa porque ella
había rechazado sus acosos sexuales. Con su belleza excepcional y su figura de
una joven más madura, parecía más cerca de los 18 años que de los 13.
Naturalmente, hombres mayores la consideraron atractiva y ofrecieron ayudar a
esta adolescente sin hogar, incluso brindándole alojamiento.
Un embarazo, un parto y la
maternidad se sucedieron rápidamente. Ella pronto descubrió que a su
“benefactor” le molestaba el llanto del bebé; al acercarse a los 14 años, otra
vez fue expulsada. Otro hombre siguió, y otra vez tuvo un embarazo...
Las agencias del servicio social
estaban preocupadas acerca de la incapacidad de esta joven madre de atender el
bienestar y la crianza de su infante, especialmente, ante su segundo embarazo.
Una asistente social experimentada fue enviada para recoger al niño. Ese
pequeño representaba el único afecto auténtico que Marisa hubiera experimentado
alguna vez. Todos los demás la deseaban, pero este niño realmente la amaba.
¿Debía ser privada también de este amor singular? La desesperación abrumó a
Marisa. La determinación de defenderse desplazó el pensamiento racional. Cuando
la asistente social llegó, Marisa la asesinó.
Durante el encarcelamiento de
Marisa, mientras compartía su trágica narración con el programa de radio, ella
exclamó: “¡Nadie me ama! Necesito que alguien me ame. Necesito un padre, una
madre y un esposo. ¿Puede alguien ayudarme, por favor?” Mientras Marisa
esperaba la sentencia, el programa radial envió un representante, que le dijo
que Dios la amaba, sin importar cuáles fueran las circunstancias. Esa
adolescente solitaria, que enfrentaba una posible prisión perpetua, reconoció
la provisión divina de salvación, aceptó el amor ilimitado del Calvario y llegó
a ser una creyente bautizada.
Quince años más tarde, un
promotor universitario estaba respondiendo preguntas acerca de su institución a
una familia ligada a una iglesia local. Habiendo visitado a Marisa en la
cárcel, notó que la iglesia era la misma que Marisa conocía por su ministerio a
los presos. Él les preguntó acerca de ella, y supo que la familia conocía la
historia. En realidad, sus hijos adolescentes asistían activamente a esa
iglesia. El pueblo de Dios había abrazado a una adolescente no amada y
desechada con una amistad compasiva, que no la juzgaba, y arrancó a su familia
de las garras de Satanás.
Aquí tenemos otra historia.
Franco había estado encarcelado la mitad de su vida, cuando fue liberado. Este
asesino comenzó a asistir a unas reuniones evangelizadoras en una pequeña
iglesia rural. Durante las reuniones, entregó su vida a Cristo, y luego se
bautizó y se unió a la iglesia. Los feligreses, mayormente las damas, eran
necesariamente cautelosos con este extraño hombre, que se estaba volviendo
calvo y con una mirada penetrante. Las decisiones de Franco, a menudo, causaban
consternación. Por razones financieras, se estableció en un “departamento” de
un bar local, como sereno nocturno. Sus conocidos diferían, en forma
significativa, de la gente usual de la iglesia. Algunos modismos traicionaban
sus años de cárcel.
Sin embargo, la congregación lo
amaba, lo aceptaba y lo apoyaba. Viendo más allá del áspero aspecto exterior de
Franco, como Cristo había hecho con el endemoniado de Gadara, y con las
prostitutas y otros desechados de la sociedad, la iglesia rural estimuló su
transformación espiritual. Violaciones de la libertad bajo fianza –aunque no
cometió actividades criminales adicionales– resultaron en que Franco volviera a
la cárcel. Durante este período, siguió escribiéndose con el pastor. La
profundidad de su conversión se reveló por medio de esas comunicaciones.
El anciano padre de Franco vivía
con la hermana de este en una casa aislada. Cuatro jóvenes malvivientes
invadieron la casa, y mataron al indefenso padre de Franco durante el robo.
Escaparon con veinte dólares. Cuando el pastor de Franco leyó la carta, su
emoción afloró. Él había gozado de una relación profunda con su propio padre.
Sabiendo que Franco había experimentado una relación similar con el suyo, y
reconociendo la violencia sin sentido contra esta persona indefensa, esperaba
leer expresiones de odio y de venganza.
¿Amenazaría vengarse por este
horrible crimen aquel que fuera una vez un asesino? ¿No desearía él obtener
justicia muy severa? En cambio, Franco solicitó que oraran por estos jóvenes
asesinos, para que pudieran encontrar arrepentimiento, perdón y vida eterna. El
siempre amante Salvador lo había abrazado a él, y la feligresía de una iglesia
aparentemente insignificante lo había aceptado. Ahora, su supremo deseo era
alcanzar a estos criminales rechazados que le habían producido un daño tan enorme.
Aunque preso, Franco gozaba de una libertad espiritual que pocas personéis
experimentan. Otro desechado había sido libertado mediante la compasión divina,
transmitida por creyentes amantes.
“Vi volar por en medio del cielo
a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de
la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apocalipsis 14:6).
“Porque mi Casa será llamada Casa
de oración, por todos los pueblos. Así dice Jehová el Señor, el que recoge los
dispersos de Israel. Juntaré a él otros todavía, además de los suyos que están
recogidos” (Isaías 56:7, 8, VM).
“Hermanos míos, que vuestra fe en
nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas” (Santiago 2:1).
“Y he aquí una mujer cananea que
había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten
misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. [...] Él
respondiendo dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de
Israel. Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme!
Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los
perrillos. Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas
que caen de la mesa de sus amos. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer,
grande es tu fe; hágase contigo como quieres” (Mateo 15:22-28).
El racismo es un pecado terrible.
Los desechados morales han predeterminado su condición por sus elecciones. Los
desechados conductuales podrían, posiblemente, alterar su percepción por parte
de la sociedad cambiando. Los desechados sociales, sin embargo, son
estereotipos, más allá de su carácter, y se los encasilla de acuerdo con
preconceptos. Algunas veces, las costumbres nacionales formalizan esta
situación; por ejemplo, el sistema de castas o el apartheid, pero, con frecuencia, esta
actitud perjudicial se expresa informalmente. Lamentablemente, los prejuicios
prevalecientes en la cultura son aceptados y, en ocasiones, impulsados por la
iglesia. Esta realidad lamentable debe, sin duda, ser revertida. Una
confrontación valiente, en lugar de una aceptación silenciosa, caracterizará a
los genuinamente convertidos. Los principios bíblicos presentan un mensaje
unificado que trasciende totalmente las barreras fabricadas por el hombre.
Cuando los discípulos de Jesús lo
animaron a despedir a la mujer siro- fenicia (cananea), Cristo rehusó
complacerlos. Citando un bien conocido aforismo acerca de los perritos, los
niños y su alimento, el Mesías puso a prueba su fe. En lugar de sentirse
rechazada, reestructuró el aforismo, reconociendo la invitación de Cristo a
tener fe: las “migajas” de Dios eran más que suficientes para restaurar a su
hija. Ese episodio recordó a los discípulos que las abundancias del Cielo
están a disposición de cada persona que expresa fe, sin importar su origen
étnico o racial.
“Así que ya no sois extranjeros
ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de
Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la
principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Efesios 2:19, 20).
Los titulares de los diarios
destacan los incidentes de la matanza de muchas personas con andanadas de tiros
en los Estados Unidos. Lamentablemente, el uso de armas obtiene la atención y
produce debates; aunque el sufrimiento humano que originaron esos ataques
aparece minimizado. ¿Qué causa esa vacuidad, aislamiento y depresión, que hace
que la violencia capte tanta atención? ¿Qué deberían hacer los creyentes,
individualmente y como grupo, para crear sociedades donde todos sientan su
pertenencia, propósito, atención y aprecio?
Crear tales oportunidades
prevendría el desarrollo de desechados sociales, y ofrecería reconciliación a
quienes ya se consideran “de afuera”. Proporcionar aprecio y reconocimiento
para todos presupone una amplia percepción de diversos talentos y habilidades.
¿Por qué un deportista puede ser adorado porque puede lanzar pelotas de unos
treinta centímetros de diámetro hasta dentro de un aro de hierro, mientras que
los pintores y los artistas son pasados por alto? ¿Por qué las presentaciones
musicales se aplauden, mientras que el servicio cristiano de otros jóvenes pasa
sin reconocimiento? ¿Por qué la sociedad recompensa la belleza física, mientras
que ignora un carácter abnegado? Ministrar a los desechados sociales significa
poner las prioridades en orden.
En segundo lugar, tal ministerio
involucra tomar riesgos. ¿Pensaría Cristo: “Ellos son totalmente extravagantes;
su vestimenta absurda no debería estar en la iglesia; su lenguaje es sucio,
rústico y completamente inaceptable. Evidentemente, no han usado desodorantes
en varios meses. Ubiquemos, en cambio, algún ciudadano recto para
evangelizarlo”? Difícilmente.
Tampoco deberían pensar así los
creyentes. Nuestra conducta es también como trapos
de inmundicia, separados de Cristo. Aunque estén maltrechos y no sean
apreciados, por haber arruinado sus vidas con elecciones indeseables, Cristo
todavía los ama. Su muerte expiatoria reconcilia su rebelión, provee expiación
por su pecaminosidad. Arriesgarse por estar comprometidos con los desechados
pocas veces produce satisfacción inmediata. No obstante, con el tiempo, los
discipuladores han encontrado que sus esfuerzos son ricamente recompensados.
Millones de Mackenzies, Marisas y Francos esperan nuestro testimonio. ¿Por qué
los dejaríamos esperando?
Jesús y los ‘desechados’ sociales
Reviewed by FAR Ministerios
on
2/13/2014
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