La Observancia del Sábado
La
observancia del sábado entraña grandes bendiciones, y Dios desea que el sábado
sea para nosotros un día de gozo. La
institución del sábado fue hecha con gozo.
Dios miró con satisfacción la obra de sus manos. Declaró que todo lo que había hecho era
"bueno en gran manera." (Gén. 1: 31)
El cielo y la tierra se llenaron de regocijo. "Las estrellas todas del alba alababan,
y se regocijaban todos los hijos de Dios." (Job 38: 7.) Aunque el pecado entró en el mundo para
mancillar su obra perfecta, Dios sigue dándonos el sábado como testimonio de
que un Ser omnipotente, infinito en bondad y misericordia, creó todas las
cosas. Nuestro Padre celestial desea,
por medio de la observancia del sábado, conservar entre los hombres el conocimiento
de sí mismo. Desea que el sábado dirija nuestra mente a él como el verdadero
Dios viviente, y que por conocerle tengamos vida y paz.
Cuando
el Señor liberó a su pueblo Israel de Egipto y le confió su ley, le enseñó que
por la observancia del sábado debía distinguirse de los idólatras. Así se crearía una distinción entre los que
reconocían la soberanía de Dios y los que se negaban a aceptarle como su
Creador y Rey. "Señal es para
siempre entre mí y los hijos de Israel," dijo el Señor. "Guardarán, pues, el sábado los hijos de
Israel: celebrándolo por sus edades por pacto perpetuo." (Exo. 31: 17,
16.)
Así
como el sábado fue la señal que distinguía a Israel cuando salió de Egipto para
entrar en la Canaán terrenal, así también es la señal que ahora distingue al
pueblo de Dios cuando sale del mundo para entrar en el reposo celestial. El sábado es una señal de la relación que
existe entre Dios y su pueblo, una señal de que éste honra la ley de su
Creador. Hace distinción entre los súbditos leales y los transgresores.
Desde
la columna de nube, Cristo declaró acerca del sábado: "Con todo eso
vosotros guardaréis mis sábados: porque es señal entre mí y vosotros por
vuestras edades, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico."
(Exo. 31: 13.) El sábado que fue dado al
mundo como señal de que Dios es el Creador, es también la señal de que es el
Santificador. El poder que creó todas
las cosas es el poder que vuelve a crear el alma a su semejanza. Para quienes lo santifican, el sábado es una
señal de santificación. La verdadera
santificación es armonía con Dios, unidad con él en carácter. Se recibe obedeciendo a los principios que
son el trasunto de su carácter. Y el
sábado es la señal de obediencia. El que
obedece de corazón al cuarto mandamiento, obedecerá toda la ley. Queda santificado por la obediencia.
A
nosotros, como a Israel, nos es dado el sábado "por pacto
perpetuo." Para los que reverencian
el santo día, el sábado es una señal de que Dios los reconoce como su pueblo
escogido. Es una garantía de que
cumplirá su pacto en su favor. Cada alma
que acepta la señal del gobierno de Dios, se coloca bajo el pacto divino y
eterno. Se vincula con la cadena áurea
de la obediencia, de la cual cada eslabón es una promesa.
De
los diez mandamientos, sólo el cuarto contiene el sello del gran Legislador,
Creador del cielo y de la tierra. Los
que obedecen este mandamiento toman sobre sí su nombre, y son suyas todas las
bendiciones que entraña. "Y Jehová
habló a Moisés, diciendo: Habla a Aarón y a sus hijos, y diles: Así bendeciréis
a los hijos de Israel, diciéndoles: Jehová te bendiga, y te guarde: haga
resplandecer Jehová su rostro sobre ti, y haya de ti misericordia: Jehová alce
a ti su rostro, y ponga en ti paz. Y
pondrán mi nombre sobre los hijos de Israel, y yo los bendeciré." (Núm. 6:
22-27)
Por
medio de Moisés fue dada también la promesa: "Confirmarte ha Jehová por
pueblo suyo santo, como te ha jurado, cuando guardares los mandamientos de
Jehová tu Dios, y anduvieras en sus caminos.
Y verán todos los pueblos de la tierra que el nombre de Jehová es
llamado sobre ti. . . . Y te pondrá Jehová por cabeza y no por cola: y estarás
encima solamente, y no estarás debajo; cuando obedecieras a los mandamientos de
Jehová tu Dios, que yo te ordeno hoy, para que los guardes y cumplas."
(Deut. 28: 9-13.)
El
salmista, hablando por el Espíritu Santo, dice:
"Venid,
celebremos alegremente a Jehová: cantemos con júbilo a la roca de nuestra
salud. . . . Porque Jehová es Dios grande: y Rey grande sobre todos los dioses. Porque en su mano están las profundidades de
la tierra, y las alturas de los montes son suyas. Suya también la mar, pues él
la hizo; y sus manos formaron la seca. Venid, adoremos y postrémonos;
arrodillémonos delante de Jehová nuestro hacedor. Porque él es nuestro Dios." "El nos hizo, y no nosotros a nosotros
mismos; pueblo suyo somos, y ovejas de su prado." (Sal. 95: 1- 7; 100: 3.)
Estas
promesas dadas a Israel son también para el pueblo de Dios hoy. Son los mensajes que el sábado nos trae.
La
reforma en la observancia del sábado:
El
sábado es un broche de oro que une a Dios y su pueblo. Pero el mandamiento del sábado ha sido
violado. El día santo de Dios ha sido
profanado. El sábado ha sido sacado de
su lugar por el hombre de pecado, y se ha ensalzado en su lugar un día de
trabajo común. Se ha hecho una brecha en
la ley, y esta brecha ha de ser reparada.
El sábado debe ser ensalzado a la posición que merece como día de reposo
de Dios. En el capítulo 58 de Isaías, se
bosqueja la obra que el pueblo de Dios ha de hacer. Debe ensalzar la ley y hacerla honorable,
edificar en los antiguos desiertos y levantar los fundamentos de muchas
generaciones. A los que hagan esta obra,
Dios dice: "Serás llamado reparador de portillos, restaurador de calzadas
para habitar. Si retrajeres del sábado
tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y al sábado llamares delicias,
santo, glorioso 19 de Jehová; y lo venerares, no haciendo tus caminos, ni
buscando tu voluntad, ni hablando tus palabras: entonces te deleitarás en
Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a comer la
heredad de Jacob tu padre: porque la boca de Jehová lo ha hablado." (Vers.
12-14.)
La
cuestión del sábado será el punto culminante del gran conflicto final en el
cual todo el mundo tomará parte. Los
hombres han honrado los principios de Satanás por encima de los principios que
rigen los cielos. Han aceptado el falso
día de descanso que Satanás ha exaltado como señal de su autoridad. Pero Dios ha puesto su sello sobre su
requerimiento real. Ambos días de reposo
llevan el nombre de su autor, una marca imborrable que demuestra la autoridad
de cada uno. Es nuestra obra inducir a
la gente a comprender esto. Debemos
mostrarle que es de consecuencia vital llevar la marca del reino de Dios o la
marca de la rebelión, porque se reconocen súbditos del reino cuya marca
llevan. Dios nos ha llamado a enarbolar
el estandarte de su sábado pisoteado.
¡Cuán importante es, pues, que nuestro ejemplo sea correcto en la
observancia del sábado!
Al
establecer nuevas iglesias, los ministros deben dar instrucción cuidadosa en
cuanto a la debida observancia del sábado.
Debemos precavernos, no sea que las prácticas flojas que prevalecen
entre los observadores del domingo sean seguidas por aquellos que profesan
observar el santo día de reposo de Dios.
La línea de demarcación debe trazarse clara y distinta entre los que
llevan la marca del reino de Dios y los que llevan la señal del reino de la
rebelión.
La
preparación para el sábado:
El
sábado tiene un carácter mucho más sagrado que el que le atribuyen muchos de
los que profesan observarlo. El Señor ha
sido grandemente deshonrado por aquellos que no han guardado el sábado de
acuerdo con el mandamiento, en la letra y en el espíritu. El pide una reforma
en la observancia del sábado. Al mismo principio del cuarto mandamiento, el
Señor dijo: "Acordarte has."
Sabía que entre la multitud de cuidados y perplejidades, el hombre se
vería tentado a excusarse de satisfacer todo lo requerido por la ley, o se
olvidaría de su importancia sagrada. Por
lo tanto dijo: "Acordarte has del día del reposo, para santificarlo."
(Exo. 20: 8.)
Durante
toda la semana, debemos recordar el sábado y hacer preparativos para guardarlo
según el mandamiento. No sólo debemos observar
el sábado en forma legal. Debemos
comprender su importancia espiritual sobre todas las acciones de nuestra
vida. Todos los que consideren el sábado
como una señal entre ellos y Dios y demuestren que Dios es quien los santifica,
representarán los principios de su gobierno.
Pondrán diariamente en práctica las leyes de su reino. Diariamente rogarán que la santificación del
sábado descanse sobre ellos. Cada día
tendrán el compañerismo de Cristo y ejemplificarán la perfección de su
carácter. Cada día su luz brillará para
los demás en sus buenas obras.
En
todo lo que pertenece al éxito de la obra de Dios, las primeras victorias se
han de ganar en el hogar. Allí debe
empezar la preparación para el sábado.
Recuerden los padres durante toda la semana que su hogar ha de ser una
escuela en la cual sus hijos se prepararán para los atrios celestiales. Sean correctas sus palabras. No escapen de sus labios expresiones que sus
hijos no debieran oír. Mantengan su
espíritu libre de irritación. Padres,
vivid durante la semana como a la vista de un Dios santo, que os ha dado hijos
para que los preparéis para él. Educad
así la pequeña iglesia que hay en vuestro hogar, a fin de que el sábado todos
puedan estar preparados para adorar en el santuario del Señor. Presentad cada mañana y noche vuestros hijos
a Dios como su heredad comprada con sangre.
Enseñadles que es su más alto deber y privilegio amar y servir a Dios.
Los
padres deben ser escrupulosos y hacer del culto de Dios una lección objetiva
para sus hijos. Deben tener con
frecuencia en los labios pasajes de la Escritura, especialmente los que
preparan el corazón para el servicio religioso.
Bien podrían repetirse a menudo las preciosas palabras: "Alma mía,
en Dios solamente reposa; porque de él es mi esperanza." (Sal. 62: 5.)
Cuando
el sábado se recuerde así, no se permitirá que lo temporal usurpe lo que
pertenece a lo espiritual. Ningún deber
que incumbe a los seis días hábiles será dejado para el sábado. Durante la semana nuestras energías no se
agotarán de tal manera en el trabajo temporal que, en el día en que el Señor
descansó y fue refrigerado, estemos demasiado cansados para dedicarnos a su
servicio.
Aunque
deben hacerse preparativos para el sábado durante toda la semana, el viernes es
un día especial de preparación. Por
medio de Moisés, el Señor dijo a los hijos de Israel: "Mañana es el santo
sábado, el reposo de Jehová: lo que hubierais de cocer, cocedlo hoy, y lo que
hubierais de cocinar, cocinadlo; y todo lo que os sobrare, guardadlo para mañana." "Derramábase el pueblo, y recogían [el
maná], y molían en molinos, o majaban en morteros, y lo cocían en caldera, o
hacían de él tortas." (Exo. 16: 23; Núm. 11: 8.) Había algo que hacer para preparar el pan
enviado por el cielo a los hijos de Israel.
El Señor les dijo que esta obra debía hacerse en viernes, día de
preparación. Esto era una prueba para
ellos. Dios deseaba ver si querían santificar el sábado o no.
Estas
indicaciones de los labios de Jehová son para nuestra instrucción. La Biblia es una guía perfecta, y si se
estudian sus páginas con oración y corazón dispuesto a comprender, nadie
necesita errar acerca de esta cuestión.
Muchos
necesitan instrucción en cuanto a cómo deben presentarse en la asamblea para
adorar en sábado. No han de entrar en la
presencia de Dios con las ropas que llevan comúnmente durante la semana. Todos deben tener un traje especial para el
sábado, para llevarlo cuando asistan al culto en la casa de Dios. Aunque no debemos conformarnos a las modas
mundanales, no debemos ser indiferentes acerca de nuestra apariencia
exterior. Debernos ser aseados y estar
bien arreglados, aunque sin adornos. Los
hijos de Dios deben ser limpios en su interior y exterior.
Terminense
el viernes los preparativos para el sábado.
Cuidad de que toda la ropa esté lista y que se haya cocinado todo lo que
debe cocinarse, que se hayan lustrado los zapatos y tomado los baños. Es
posible lograr esto. Si lo establecéis
como regla, podéis hacerlo. El sábado no
debe destinarse a reparar ropas, a cocinar alimentos, a los placeres, o a otra
ocupación mundanal. Antes de que se
ponga el sol, debe ponerse a un lado todo trabajo secular, y guardarse fuera de
la vista todos los periódicos de ese carácter. Padres, explicad a vuestros
hijos lo que hacéis y os proponéis, y dejadlos participar en vuestra
preparación para guardar el sábado según el mandamiento.
Debemos
cuidar celosamente las extremidades del sábado.
Recordemos que cada momento es tiempo santo y consagrado. Siempre que se
pueda los patrones deben dejar en libertad a sus obreros desde el viernes al
medio día hasta el principio del sábado. Dadles tiempo para la preparación, a
fin de que puedan dar la bienvenida al día del Señor con espíritu
tranquilo. Una conducta tal no os
infligirá pérdidas, ni aun en las cosas temporales.
Hay
otra obra que debe recibir atención en el día de preparación. En ese día deben
ponerse a un lado todas las divergencias entre hermanos, ora sea en la familia
o en la iglesia. Expúlsese del alma toda
amargura, ira y malicia. Con espíritu
humilde, "confesaos vuestras faltas unos a otros, y rogad los unos por los
otros, para que seáis sanos." (Sant. 5: 16.)
Antes
que empiece el sábado, tanto la mente como el cuerpo deben retraerse de los
negocios mundanales. Dios puso el sábado
al fin de los seis días de trabajo para que los hombres se detengan y
consideren lo que han ganado en la semana en su preparación para el reino puro
que no admitirá transgresor. Debemos
hacer cada sábado un examen de nuestras almas para ver si la semana fenecida
trajo ganancia o pérdida espiritual. Santificar el sábado para el Señor
significa salvación eterna. Dios dice:
"Yo honraré a los que me honran." (1 Sam. 2: 30.)
El
sábado en el hogar:
Antes
de la puesta del sol, congréguense los miembros de la familia para leer la
Palabra de Dios y para cantar y orar. Se
necesita una reforma en esto, porque muchos han sido remisos. Necesitamos confesarnos a Dios y unos a
otros. Debemos empezar de nuevo a hacer
arreglos especiales para que cada miembro de la familia sea preparado para
honrar el día que Dios ha bendecido y santificado.
No
se malgasten en cama las preciosas horas del sábado. El sábado de mañana, la familia debe
levantarse temprano. Si se levantan
tarde, hay confusión y apresuramiento en los preparativos para el desayuno y la
escuela sabática. Hay apresuramiento,
roces e impaciencia. Así entran en el
hogar sentimientos profanos. El sábado, así profanado, produce cansancio, y en
vez de amarse su venida se la teme.
No
debemos proveer para el sábado una cantidad o variedad mayor de alimentos que
para los otros días. En vez de esto, los
alimentos deben ser más sencillos, y debe comerse menos, a fin de que la mente
esté clara y vigorosa para comprender las cosas espirituales. El comer demasiado anubla la mente. Se pueden oír las palabras más preciosas sin
apreciarlas, debido a que la mente está turbada por un régimen impropio. Comiendo demasiado el sábado, muchos han deshonrado
a Dios más de lo que piensan.
Aunque
debe evitarse el cocinar en sábado, no es necesario comer alimentos fríos. En tiempo frío, caliéntese el alimento
preparado el día antes. Y sean las
comidas, aunque sencillas, atrayentes y sabrosas. Provéase algo que sea considerado como un
plato especial, algo que la familia no tiene cada día.
Tomen
parte los niños en el culto de familia.
Traigan todos sus Biblias, y lea cada uno de ellos uno o dos
versículos. Luego cántese algún himno
familiar, seguido de oración. Para ésta,
Cristo ha dejado un modelo. El
Padrenuestro no fue destinado a ser repetido simplemente como una fórmula, sino
que es una ilustración de lo que deben ser nuestras oraciones: sencillas,
fervientes y abarcantes. En una simple
petición, expresad al Señor vuestras necesidades, y gratitud por su
misericordia. Así invitáis a Jesús como
vuestro huésped bienvenido en el hogar y el corazón. En la familia, las largas oraciones acerca de
objetos remotos, no están en su lugar.
Hacen cansadora la hora de la oración, cuando debiera ser considerada
como un privilegio y una bendición.
Procurad que ese momento ofrezca interés y gozo.
La
escuela sabática y la reunión del culto ocupan sólo una parte del sábado. La parte que queda para la familia puede
abarcar las más sagradas y preciosas horas del sábado. Mucho de este tiempo deben pasarlo los padres
con sus hijos. En muchas familias se
deja solos a los niños menores, para que se diviertan lo mejor que puedan. En tales condiciones, no tardan en volverse
inquietos, empiezan a jugar y se dedican a causar perjuicios. Así el sábado no tiene para ellos significado
sagrado. Cuando el tiempo es agradable,
paseen los padres con sus hijos por los campos y huertos. En medio de las cosas hermosas de la naturaleza,
explíquenles por qué fue instituido el sábado.
Descríbanles la gran obra creadora de Dios. Díganles que cuando la tierra salió de su
mano era santa y hermosa. Cada flor,
cada arbusto, cada árbol, respondía al propósito de su Creador. Todo lo que veían los ojos era hermoso y
llenaba la mente de pensamientos relativos al amor de Dios. Todo sonido era música en armonía con la voz
de Dios. Mostradles que fue el pecado lo
que mancilló la obra perfecta de Dios; que las espinas y los cardos, el pesar y
la muerte, son todos resultados de la desobediencia a Dios. Invitadlos a ver cómo la tierra, aunque
mancillada por la maldición del pecado, sigue revelando la bondad de Dios. Los
campos verdes, los altos árboles, la alegre luz del sol, las nubes, el rocío,
la quietud solemne de la noche, la gloria del cielo estrellado y la luna en su
belleza, todo da testimonio del Creador.
No cae una gota de lluvia ni un rayo de sol sobre nuestro mundo
desagradecido, que no testifique de la tolerancia y del amor de Dios.
Habladles
del camino de la salvación; de cómo "amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga
vida eterna." (Juan 3: 16.)
Repítase la dulce historia de Belén.
Preséntese a Jesús a los niños, como niño obediente a sus padres, como
joven fiel y laborioso, que ayudaba a sostener la familia. Así podéis enseñarles que el Salvador conoce
las pruebas, perplejidades y tentaciones, las esperanzas y los goces de los
jóvenes, y que puede simpatizar con ellos y ayudarles. De vez en cuando, leedles las interesantes
historias de la Biblia. Interrogadlos
acerca de lo que han aprendido en la escuela sabática y estudiad con ellos la
lección del próximo sábado.
Al
bajar el sol, señalen la voz de la oración y el himno de alabanza el fin de las
horas sagradas, e invitad a Dios a acompañaros con su presencia en los cuidados
de la semana de trabajos.
Así
pueden los padres hacer del sábado lo que debe ser: el día más gozoso de la
semana. Pueden inducir a sus hijos a
considerarlo como una delicia, el día superior a los demás días, santo de
Jehová, honorable.
El viajar en sábado:
Os
aconsejo, hermanos y hermanas: "Acordarte has del día del reposo, para
santificarlo." Si queréis que
vuestros hijos observen el sábado según el mandamiento, debéis enseñarles tanto
por los preceptos como por el ejemplo.
Nunca se borra completamente la verdad grabada profundamente en el
corazón. Puede obscurecerse, pero nunca
obliterarse. Las impresiones hechas en la primera parte de la vida se verán en
los años ulteriores. Pueden ocurrir
circunstancias que separen a los hijos de los padres y de su hogar, pero
mientras vivan, la instrucción dada en la infancia y la juventud será una
bendición. Si deseamos la bendición prometida a los obedientes, debemos
observar el sábado más estrictamente.
Temo que con frecuencia hagamos en ese día viajes que podrían
evitarse. De acuerdo con lo que el Señor
me ha comunicado acerca de la observancia del sábado, debemos ser más
cuidadosos en cuanto a viajar en los barcos o coches en ese día. En este asunto, debemos dar el debido ejemplo
a nuestro niños y jóvenes. A fin de
alcanzar las iglesias que necesitan nuestra ayuda y darles el mensaje que Dios
desea que oigan, puede sernos necesario viajar en sábado; pero hasta donde
podamos debemos conseguir nuestros pasajes y hacer todos los arreglos
necesarios en algún otro día. Cuando emprendemos un viaje, debemos hacer todo
esfuerzo para evitar que nuestra llegada a destino sea en sábado.
Cuando estamos obligados a viajar en sábado,
debemos tratar de evitar la compañía de aquellos que desviarían nuestra
atención a los asuntos mundanales.
Debemos mantenerla fija en Dios y en comunión con él. Cuando quiera que se presente la oportunidad,
debemos hablar a otros acerca de la verdad.
Debemos estar siempre listos para aliviar los sufrimientos y ayudar a
los que están en necesidad. En tales
casos, Dios desea que el conocimiento y la sabiduría que nos ha dado sean
aprovechados. Pero no debemos hablar de
negocios ni dedicarnos a conversaciones comunes y mundanas. En todo tiempo y lugar, Dios requiere que le
demostremos nuestra lealtad honrando el sábado.
Las reuniones en sábado:
Cristo
dijo: "Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy
en medio de ellos." (Mat. 18:20.)
Dondequiera que haya siquiera dos o tres creyentes, reúnanse en sábado
para pedir al Señor el cumplimiento de su promesa.
Los
pequeños grupos reunidos para adorar a Dios en su santo día, tienen derecho a
pedir la rica bendición de Jehová. Deben creer que el Señor Jesús es un huésped
honrado en sus asambleas. Cada verdadero adorador que santifica el sábado debe
aferrarse a la promesa: "Para que sepáis que yo soy Jehová que os
santifico." (Exo. 31: 13.)
Generalmente
la predicación de nuestras reuniones del sábado debe ser corta. Debe darse a los que aman a Dios oportunidad
de expresar su gratitud y adoración.
Cuando
no hay predicador en la iglesia, alguno debe ser nombrado director de la
reunión. Pero no es necesario que
predique un sermón u ocupe gran parte del tiempo de culto. Un estudio corto e interesante de la Biblia
será con frecuencia de mayor beneficio que un sermón. Puede ir seguido de una reunión de oración y
testimonio.
Los
que ocupan algún puesto como dirigentes de la iglesia no deben agotar sus
fuerzas físicas y mentales durante la semana al punto de no poder hacer sentir
la influencia vivificadora del Evangelio de Cristo en la reunión del
sábado. Reducid vuestros trabajos
temporales diarios, pero no robéis a Dios dándole en sábado un servicio que no
puede aceptar. No debéis carecer de vida
espiritual. Los hermanos necesitan
vuestra ayuda en sábado. Dadles alimento de la Palabra. Traed vuestros dones más selectos a Dios en
su santo día. Dedicadle la preciosa vida
del alma en un servicio consagrado.
Nadie
venga al lugar de culto para dormir.
Esto no debiera verse en la casa de Dios. No os dormís cuando estáis empeñados en
vuestros quehaceres temporales, porque tenéis interés en vuestro trabajo. ¿Permitiremos que el servicio que entraría
intereses eternos sea puesto en un nivel inferior al de los asuntos temporales
de la vida?
Cuando
lo hacemos, perdemos la bendición que el Señor quiere que tengamos. El sábado no ha de ser un día de ociosidad
inútil. Tanto en el hogar como en la iglesia, debe manifestarse un espíritu de
servicio. El que nos dio seis días para
nuestro trabajo temporal, bendijo y santificó el séptimo día y lo puso aparte
para sí. En ese día bendecirá de una
manera especial a todos los que se consagren a su servicio. Todo el cielo
observa el sábado, pero no de una manera desatenta y ociosa. En ese día, cada energía del alma debe
despertarse; porque ¿no hemos de encontrarnos con Dios y con Cristo nuestro
Salvador? Podemos contemplarle por la
fe. El anhela refrescar y bendecir toda
alma.
Cada
uno debe sentir que tiene una parte que desempeñar para hacer interesantes las
reuniones del sábado. No hemos de
reunirnos simplemente por formalismo, sino para un intercambio de pensamientos,
para relatar nuestra experiencia diaria, para expresar agradecimiento y nuestro
sincero deseo de ser iluminados divinamente, para que conozcamos a Dios y a
Jesucristo al cual él envió. El platicar
juntos acerca de Cristo, fortalecerá el alma para las pruebas y conflictos de
la vida. Nunca pensemos que podemos ser
cristianos y encerrarnos, sin embargo, dentro de nosotros mismos. Cada uno es parte de la gran trama de la
humanidad, y su experiencia será mayormente determinada por la experiencia de
sus asociados.
No
obtenemos la centésima parte de la bendición que podríamos obtener de nuestras
asambleas para adorar a Dios. Nuestras
facultades perceptivas necesitan ser aguzadas.
La comunión de unos con otros debe alegrarnos. Con tal esperanza como la que tenemos, ¿por
qué no arde en nuestro corazón el amor a Dios?
Debemos
ir a toda reunión religiosa dominados por una vívida comprensión espiritual de
que Dios y sus ángeles están allí, cooperando con todos los verdaderos
adoradores. Al entrar en el lugar de
culto, pidamos a Dios que quite todo mal de nuestro corazón. Traigamos a su casa solamente lo que él puede
bendecir. Arrodillémonos delante de Dios en su templo, y consagrémosle lo suyo,
lo que compró con la sangre de Cristo.
Oremos por el predicador o el que dirige la reunión. Roguemos que una gran bendición venga por
medio del que ha de presentar la palabra de Dios. Esforcémonos con fervor por obtener una
bendición para nosotros mismos.
Dios
bendecirá a todos los que se preparen así para su servicio. Ellos comprenderán
lo que significa tener la seguridad del Espíritu porque recibieron a Cristo por
la fe.
El
lugar de culto puede ser muy humilde, pero no por eso deja el Señor de
reconocerlo. Para los que adoran a Dios
en espíritu y en verdad y en la belleza de la santidad, será como la puerta del
cielo. El grupo de creyentes puede ser pequeño, pero a la vista de Dios es muy
precioso. La verdad los sacó como
piedras brutas de la cantera del mundo, y fueron llevados al taller de Dios
para ser tallados y modelados. Pero aun
en bruto son preciosos a la vista de Dios.
El hacha, el martillo y el cincel de las pruebas están en las manos de
un Artífice hábil que no los emplea para destruir, sino para labrar la
perfección de cada alma. Como piedras
preciosas, pulidas a semejanza de las de un palacio, Dios quiere que hallemos
un lugar en el templo celestial.
Lo
que Dios nos indica y concede es ilimitado.
El trono de la gracia es en sí mismo la atracción más elevada, porque
está ocupado por Uno que nos permite llamarle Padre. Pero Dios no consideró completo el principio
de la salvación mientras sólo estaba investido de su amor. Por su propia voluntad, puso en su altar a un
Abogado revestido de nuestra naturaleza.
Como intercesor nuestro, su obra consiste en presentarnos a Dios como
sus hijos e hijas. Cristo intercede en
favor de los que le han recibido. En
virtud de sus propios méritos, les da poder para llegar a ser miembros de la
familia real, hijos del Rey celestial. Y
el Padre demuestra su infinito amor a Cristo, quien pagó nuestro rescate con su
sangre, recibiendo y dando la bienvenida a los amigos de Cristo como amigos
suyos. Está satisfecho con la expiación
hecha. Ha sido glorificado por la
encarnación, la vida, la muerte y la mediación de su Hijo.
Tan
pronto como un hijo de Dios se acerca al propiciatorio, llega a ser cliente del
gran Abogado. Cuando pronuncia su
primera expresión de penitencia y súplica de perdón, Cristo acepta su caso y lo
hace suyo, presentando la súplica ante su Padre como su propia súplica.
A
medida que Cristo intercede en nuestro favor, el Padre abre los tesoros de su
gracia para que nos los apropiemos, para que los disfrutemos y los comuniquemos
a otros. Pedid en mi nombre -dice
Cristo,- y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros; pues el mismo Padre
os ama, porque vosotros me amasteis.
Haced uso de mi nombre. Esto dará
eficacia a vuestras oraciones, y el Padre os dará las riquezas de su gracia;
por lo tanto, "pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea
cumplido." (Juan 16: 24.)
Dios
desea que sus hijos obedientes se apropien su bendición y se presenten delante
de él con alabanza y agradecimiento.
Dios es la fuente de la vida y el poder.
El puede hacer del desierto un campo fructífero para el pueblo que
guarda sus mandamientos, porque ello glorifica su nombre. El ha hecho para su pueblo escogido lo que
debiera inspirar agradecimiento a todo corazón, y le agravia que se le tribute
tan poca alabanza. Desea que su pueblo
se exprese con más energía y demuestre saber que tiene motivos para estar
gozoso y alegre.
Debemos
relatar cómo Dios nos ha guiado:
El
trato de Dios con su pueblo debe mencionarse con frecuencia. ¡Cuán a menudo
levantó el Señor, en su trato con el antiguo Israel, los hitos del camino! A fin de que no olvidasen la historia pasada,
ordenó a Moisés que inmortalizase esos acontecimientos en cantos, a fin de que
los padres pudiesen enseñárselos a sus hijos. Habían de levantar monumentos
recordativos bien a la vista. Debían
esmerarse para conservarlos, a fin de que cuando los niños preguntasen acerca
de esas cosas, les pudiesen repetir toda la historia. Así eran recordados el trato providencial y
la señalada bondad y misericordia de Dios en su cuidado y liberación de su
pueblo. Se nos exhorta a traer "a
la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados,
sufristeis gran combate de aflicciones." (Heb. 10: 32.) El Señor ha obrado como un Dios realizador de
prodigios en favor de su pueblo en esta generación. Es necesario recordar con frecuencia a los
hermanos y ancianos, la historia pasada de la causa de Dios. Necesitamos relatar a menudo la bondad de
Dios y alabarle por, sus obras admirables.
Aunque
se nos exhorta a no dejar nuestras reuniones, esas asambleas no han de ser
meramente para nuestro refrigerio. Debemos sentir mayor celo para impartir el
consuelo que hemos recibido. Debemos ser
muy celosos para la gloria de Dios y no atraerle oprobio, ni aun por la
tristeza de nuestro rostro ni por palabras imprudentes, como si los
requerimientos de Dios restringieran nuestra libertad. Aun en este mundo de pesar, desengaño y
pecado, desea el Señor que estemos alegres y fuertes en su fortaleza. Todo el ser tiene el privilegio de dar un
testimonio decidido en todo respecto.
Mediante nuestro semblante, genio, palabras y carácter, debemos
testificar que el servicio de Dios es bueno.
Así proclamamos que "la ley de Jehová es perfecta, que vuelve el
alma." (Sal. 19: 7.)
La
fase alegre y alentadora de nuestra religión será representada por todos los
que se consagran diariamente a Dios. No
debemos deshonrar a Dios con un lastimero relato de las pruebas que parecen
gravosas. Todas las pruebas que se
reciban como medios de educarnos producirán gozo. Toda la vida religiosa será elevadora y ennoblecedora,
fragante de buenas palabra y obras.
Agrada al enemigo que las almas estén deprimidas, abatidas, llorosas y
gemebundas; quiere que así sean precisamente las impresiones que deje el efecto
de nuestra fe. Pero Dios quiere que la
mente no se rebaje a un nivel inferior.
Desea que cada alma triunfe con el poder custodio del Redentor. El salmista dice: "Dad a Jehová, oh
hijos de fuertes, dad a Jehová la gloria y la fortaleza. Dad a Jehová la gloria debida a su nombre:
humillaos a Jehová en el glorioso santuario." "Glorificarte he, oh Jehová; porque me
has ensalzado, y no hiciste a mis enemigos alegrarse de mí. Jehová Dios mío, a ti clamé y me sanaste. . .
. Cantad a Jehová, vosotros sus santos, y celebrad la memoria de su
santidad." (Sal. 29: 1, 2; 30: 1-4.)
La
iglesia de Dios en la tierra es una con la iglesia de Dios en el cielo. Los creyentes de la tierra y los seres del
cielo que nunca han caído constituyen una sola iglesia. Todo ser celestial está interesado en las
asambleas de los santos que en la tierra se congregan para adorar a Dios. En el atrio interior del cielo escuchan el
testimonio que dan los testigos de Cristo en el atrio exterior de la tierra, y
las alabanzas de los adoradores de este mundo hallan su complemento en la
antífona celestial, y el loor y el regocijo repercuten por todos los atrios
celestiales porque Cristo no murió en vano por los caídos hijos de Adán. Mientras que los ángeles beben en el
manantial principal, los santos de la tierra beben los raudales puros que
fluyen del trono y alegran la ciudad de nuestro Dios. ¡Ojalá que todos pudiesen comprender cuán
cerca está el cielo de la tierra! Aun
cuando los hijos nacidos en la tierra no lo saben, tienen ángeles de luz por
compañeros. Un testigo silencioso vela
sobre toda alma, tratando de atraerla a Cristo.
Mientras haya esperanza, hasta que los hombres resistan al Espíritu
Santo para eterna ruina suya, son guardados por los seres celestiales. Recordemos todos que en cada asamblea de los
santos realizada en la tierra, hay ángeles de Dios escuchando los testimonios,
himnos y oraciones. Recordemos que
nuestras alabanzas quedan suplidas por los coros de las huestes angélicas en lo
alto.
Por
lo tanto, mientras nos reunimos sábado tras sábado, cantemos alabanzas a Aquel
que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. "Al que nos amó, y nos
ha lavado de nuestros pecados con su sangre," rinda adoración el
corazón. Sea el amor de Cristo el tema
principal de lo que dice el predicador. Sea lo que se exprese con sencillo
lenguaje en todo himno de alabanza.
Dicte la inspiración del Espíritu de Dios nuestras oraciones. Mientras se pronuncie la palabra de vida,
atestigüe nuestra sentida respuesta que hemos recibido el mensaje como mensaje
del cielo. Esto es muy anticuado, lo sé,
pero es una ofrenda de agradecimiento a Dios por el pan de vida dado al alma
hambrienta. Esta respuesta a la
inspiración del Espíritu Santo será una fuerza en nuestra propia alma y un
estímulo para otros. Dará cierta
evidencia de que hay en el edificio de Dios piedras vivas que emiten luz.
Mientras
repasemos, no los capítulos obscuros de nuestra experiencia, sino las
manifestaciones de la gran misericordia y del inagotable amor de Dios,
alabaremos mucho más de lo que nos quejaremos.
Hablaremos de la fidelidad amante del Dios que, como compasivo y tierno
pastor de su rebaño, declaró que nadie arrancará de sus manos a sus
ovejas. El lenguaje del corazón no será
una egoísta murmuración y queja. Como
raudales cristalinos, las alabanzas brotarán de los que creen verdaderamente en
Dios. "Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de
mi vida: y en la casa de Jehová moraré por largos días." "Hasme guiado según tu consejo, y
después me recibirás en gloria. ¿A quién tengo yo en los cielos? Y fuera de ti nada deseo en la tierra."
(Sal. 23: 6; 73: 24, 25.)
¿Por
qué no elevar la voz de nuestros cánticos espirituales en nuestras
peregrinaciones? ¿Por qué no volver a
nuestra sencillez y fervor? La razón por
la cual no estamos más gozosos consiste en que hemos perdido nuestro primer
amor. Seamos, pues, celosos y arrepintámonos,
no sea que nuestro candelero sea quitado de su lugar.
El
templo de Dios está abierto en el cielo, e inunda su umbral la gloria de Dios
destinada a toda iglesia que ame a Dios y guarde sus mandamientos. Necesitamos estudiar, meditar y orar. Tendremos
entonces visión espiritual para discernir los atrios interiores del templo
celestial. Percibiremos los temas de los
himnos y agradecimientos del coro celestial que está alrededor del trono. Cuando Sión se levante y resplandezca, su luz
será muy penetrante y se oirán preciosos himnos de alabanza y agradecimiento en
las asambleas de los santos. Cesarán las
murmuraciones y quejas por pequeñas desilusiones y dificultades. Mientras
apliquemos el colirio áureo, veremos las glorias venideras. La fe penetrará las densas sombras de Satanás
y veremos a nuestro Abogado ofreciendo el incienso de sus propios méritos en
nuestro favor. Cuando veamos esto tal
cual es, como el Señor desea que lo veamos, nos embargará un sentido de la
inmensidad y diversidad del amor de Dios.
Dios
enseña que debemos congregarnos en su casa para cultivar los atributos del amor
perfecto. Esto preparará a los moradores
de la tierra para las mansiones que Cristo ha ido a preparar para todos los que
le aman. Allí se congregarán en el santuario
de sábado en sábado, de luna nueva en luna nueva, para unir sus voces en los
más sublimes acentos de alabanza y agradecimiento a Aquel que está sentado en
el trono y al Cordero para siempre jamás.
Ellen
G. de White (Capítulo II de Joyas de los
Testimonios tomo III)
La Observancia del Sábado
Reviewed by SAM
on
12/07/2016
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