Depresión

Sharon (un seudónimo ) tenía 75 años cuando murió su esposo. Después de su muerte, ella desarrolló síntomas similares a los que había experimentado me-dio siglo antes, cuando dio a luz a su hija y sufrió depresión pospar-to. Además de una profunda tristeza, ella se quejó de no tener energía ni apetito y de no ser capaz de obtener una buena noche de sueño. Comenzó a sentir que ya no podía manejar las tareas de antes, y el pensamiento de aña-dir a su carga los asuntos por los que su marido había sido responsable –ir al Banco, los seguros, el mantenimiento de su automóvil– la abrumaban. Además, aunque su religión siempre había sido importante para ella, ya no quería orar. Sharon sabía que necesitaba medicación para aliviar el terrible dolor de la depresión que experimentaba, y no tenía objeciones a ponerse bajo el cuidado de un médico para conseguirla. Pero también sabía que las drogas psi-quiátricas no eran la respuesta total a su problema y que también necesitaba aconsejamiento. El médico al que vio le ayudó con la clase correcta de medicamento, y le recomendó una buena consejera que había trabajado mucho con personas mayores. Esta consejera, una mujer de mediana edad, era tan cálida y simpática que Sharon pronto gustó de sus entrevistas semanales. Allí podía hablar acerca de su pasado y de su vida actual, y de todos los sentimientos y emociones que experimentaba. La terapeuta era una buena oyente y sabía cómo hacer preguntas que animaban a Sharon a hablar más.

Sólo hablar con la seguridad de que la persona que la escuchaba estaba inte-resada en ella y que su conversación era estrictamente confidencial ayudó a Sharon a comenzar a sentirse mejor. Su confianza propia creció, y sintió el deseo de aprender nuevas tareas que su viudez demandaba. Una vez más encontró gozo en salir, relacionarse con gente y en comer, y se recuperó de su insomnio. La consejera también envió una voluntaria para ayudarle a comprender los papeles que solía atender su esposo, y la siguió visitando regularmente para asegurarse de que dominaba las cosas. Y tan pronto co-mo Sharon se sintió un poco mejor, volvió a orar y a leer la Biblia, lo que le ayudó muchísimo.
La cantidad de personas que experimentan depresión ha estado creciendo dramáticamente desde la Segunda Guerra Mundial. La depresión es ahora el desorden mental más común. La Organización Mundial de la Salud (WHO, por sus siglas en inglés) estima que para el año 2020 llegará a ser la segun-da enfermedad global más común (después de las enfermedades del co-razón), y que afectará a 121 millones de personas en el mundo entero. Sólo en Estados Unidos afecta a entre el 10 y el 25% de las mujeres, y entre el 5 y el 12% de los hombres. 2 Este problema afecta a gente de todas las eda-des, clases sociales, razas y trasfondos, así como a miles de miembros de las familias y amigos que viven cerca de las personas afectadas. Los síntomas de depresiones grandes incluyen: humor depresivo, ausencia de interés en las cosas favoritas o placer en ellas, falta de energía y de apeti-to, perturbaciones del sueño, retardos psicomotores, sentimientos de baja estima o culpa, limitaciones cognitivas, y pensamientos o conductas suici-das (de un 10 a un 15% de las personas con depresiones grandes logró qui-tarse la vida). Un diagnóstico firme puede hacerse sólo cuando alguien ex-perimenta cinco o más de esos síntomas persistentemente durante más de dos semanas. Sólo tres o cuatro de los síntomas pueden hacer que la persona se sienta miserable sin estar oficialmente deprimida. La religión y la depresión
2 Diagnostic and Statistical Manual for Mental Disorders (American Psychiatric Association, 19944). Estas estimaciones se refieren sólo a los casos que han resultado en un diagnóstico definido de gran depresión.
Muchos psicoterapeutas seculares solían acusar a la religión como la causa de la depresión. Alegaban que los creyentes inclinados a la culpa sufrían de la depresión porque la religión les imponía reglas que las personas no pod-ían guardar, y porque la religión minimiza la bondad interior de la gente y arruina totalmente su estima propia. Esta perspectiva ha cambiado conside-rablemente. En las dos últimas décadas han llegado a estar disponibles una gran cantidad de investigaciones sobre los efectos positivos de la religión sobre la salud física y mental (incluida la depresión), por lo que ahora están aceptablemente establecidos los beneficios de la religión. 3
Por ejemplo, un número reciente de Geriatrics, una revista para médicos, gerontólogos y enfermeras geriátricas, contenía un artículo titulado "Incor-porating Religión and Spirituality to Improve Care for Anxiety and Depres-sion in Older Adults" [Incorporación de la religión y la espiritualidad para mejorar el cuidado por ansiedad y depresión en adultos mayores]. 4 Los au-tores analizaban evidencias que muestran los beneficios de realizar activi-dades religioso/espirituales con pacientes mayores, y sugerían maneras es-pecíficas para integrar la religión/espiritualidad en el tratamiento prescrito. Entre ellas, el promover pensamientos de gratitud, el estimular el perdón, el pedir a los pacientes que abandonen agravios y enojos, el invitarlos a rea-nudar la asistencia religiosa si la depresión los había hecho interrumpir tales prácticas, etc. La revista inclusive publicaba un aviso que invitaba a los médicos a asistir a un curso de educación continua sobre oración y espiri-tualidad ofrecido por el Colegio Norteamericano de Médicos.
3 Ver Harold G. Koenig, Michael E. McCullough y David B. Larson, Handbook of Religión and Health (Ox-ford: Oxford University Press, 2001). Ver también Michael E. McCullough y Timothy Smith. “Religion and Health: Depressive Symptoms and Mortality as Case Studies", Handbook of the Socíology of Religion, Mi-chele Dillon, ed. (Cambridge: Cambridge University Press, 2003). 4 Laura L. Phillips et al, “Incorporating Religion and Spirituality to Improve Care for Anxiety and Depression in Older Adults", Geriatrics 64 (2009); pp. 15-18. Aunque la religión es útil para prevenir la depresión y otros problemas, puede hacerlo sólo bajo ciertas circunstancias. Cuando vivía en Inglaterra escuché de una investigación sobre la salud y la religión dirigida por el Dr. Montagu Barker de la Universidad de Bristol. Siendo que esa universidad estaba a sólo dos o tres horas de distancia de mi casa en auto, un colega y yo fuimos allí un día para escuchar un par de conferencias del Dr. Barker. Él informó de los resultados de muchos estudios que se hicieron en ese tiempo, los cuales mostraban la conexión entre las prácticas religiosas y la salud física (vida más larga, riesgo reducido de arterioesclerosis y enferme-dades del corazón, recuperación más rápida de enfermedades, etc.) y emo-cional-mental-conductual (incidencia menor de depresión y de ansiedad, una visión esperanzada, y bajo riesgo de conducta criminal y de dependen-cia de sustancias). Sin embargo, el Dr. Barker señaló que quienes recibían estos beneficios eran las personas con un firme compromiso con su religión, no los miembros nominales. En realidad, los que iban ocasionalmente a la iglesia y no tenían un firme compromiso obtenían menos beneficios de sa-lud que los que no asistían nunca.
Personas deprimidas en la Biblia
La Biblia no contiene suficientes detalles acerca de los síntomas y su inci-dencia para saber con certeza si las personas en las historias bíblicas sufrían de depresión. Pero nos dice lo suficiente acerca de los síntomas de algunas de ellas como para permitirnos suponer que tal vez hayan reunido las carac-terísticas que hoy se entienden por depresión. La Biblia ha conservado estos ejemplos para que podamos obtener vislumbres de cómo Dios puede ayudar a los quebrantados de corazón actuales, así como lo hizo con los del pasado. Consideremos unos pocos ejemplos: Ana.

Primero de Samuel 1 ofrece un buen cuadro de la condición emocio-nal de Ana. Se nos dicen varias cosas que revelan su profundo desánimo:
Dios había cerrado la matriz de Ana

(versículo 5). En el contexto cultural, la maternidad era una clara señal de la bendición divina, y su ausencia era la señal de una maldición. La condición de Ana pudo haberle dado un sentimiento de culpa y de inferioridad; ambos senti-mientos están presentes típicamente en pacientes depresivos.
La diferencia maternal entre Ana y Penina debió haber mortificado a Ana. Para colmo, Penina intencionalmente provocaba a Ana

(versículo 6), aun cuando ella sabía que por ley su primer hijo recibir-ía una doble porción de la herencia (ver Deuteronomio 21:15-17). Pa-ra comprender la conducta de Penina plenamente debemos recordar que Elcana, el esposo de ambas, amaba más a Ana que a Penina, una complicación típica de las familias polígamas.
Ana lloraba amargamente su esterilidad

(versículo 7, 10). En parte lloraba por causa de las provocaciones de Penina, pero –como lo indi-ca su oración en el templo– su tristeza estaba arraigada también en otros asuntos. Llorar es uno de los síntomas más comunes de la de-presión.
Ella no quería comer

(versículo 7). La pérdida del apetito es una se-ñal común de depresión, y Ana debe de haberla mostrado más de una vez, pues Elcana le preguntó, frustrado:"¿Por qué no comes?".
Ana experimentaba amargura del alma (versículo 10). Su profunda tristeza pudo haber sido lo que hoy se llama disposición depresiva, que puede haber empeorado cuando Elcana mostraba que no la com-prendía cuando preguntaba: "¿Por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos?" (versículo 8).
• Ana habló de "la aflicción de tu sierva" (versículo 11), de estar "atri-bulada de espíritu" (versículo 15) y de la "magnitud de mis congojas y de mi aflicción"

(versículo 16). Es probable que estas expresiones se refieran a la profunda tristeza que caracteriza a la depresión clínica.
El rostro de Ana había estado triste (versículo 18). Debe de haber es-tado muy perturbada. El brillo de sus ojos había desaparecido.
La solución de la condición de Ana comenzó con las palabras consoladoras de Elí: "Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho" (versículo 17). La Escritura dice que su rostro triste cambió y comió. Nota que la curación mental de Ana vino aun antes de que su pedido le fue-ra otorgado. Finalmente su oración profundamente sentida fue respondida: se le dio el privilegio de ser la madre de uno de los profetas más grandes que existieron. Y además tuvo otros tres hijos y dos hijas (1 Samuel 2:21). Elías.

Por intervención divina, por medio de grandes milagros que sucedie-ron en medio de la adversidad, Elías tuvo una espectacular serie de victorias (1 Reyes 16-18). Pero luego vemos al profeta teniendo un descenso emo-cional (ver el capítulo 19).

Habiendo vencido en la importante batalla contra Baal, Elías podría haber seguido peleando la batalla final. En cambio experimentó un temor intenso (versículo 3) y escapó. Pudo haber pensado que Dios, después de su larga batalla contra el mal, no lo estaba tratando con justicia al permitir que pusieran una condena de muerte sobre su cabeza.

Él oró que Dios le quitara la vida (versículo 4). Los pensamientos de muerte son bastante comunes en las personas depresivas. Algunos tra-tan de quitarse la vida, pero él pensó que la muerte era preferible al dolor emocional que seguía molestándolo.
En dos ocasiones Elías habló de cuan desanimado se sentía porque Is-rael rechazaba los pactos de Dios, destruía sus altares y mataba a sus profetas (versículos 10, 18). Esto debe de haber sido una fuente im-portante de depresión después de la experiencia del Carmelo.
El tratamiento que el cielo le dio a los síntomas de Elías comenzaron con la preparación de una comida para él que le hizo un ángel, y luego lo envió a hacer ejercicio físico intensivo. Fue sanado por medio del encuentro con Dios que terminó en un silbo suave. La seguridad que le dio Dios de que había en "Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal" (1 Reyes19:18) debió haber sido terapéutico para Elías, quien había creído que era el único que seguía siendo fiel a Dios. David. El pastor-rey de Israel murió a la edad de 70 años. Aunque su vida no fue especialmente larga según las normas actuales, estuvo llena de ac-ción y emociones. Desde sus días tempranos, David enfrentó mucha agita-ción emocional porque era el menor de su familia y, más tarde, fue el objeto de la persecución obsesiva del rey Saúl. Cuando David llegó a ser el rey so-bre Judá siguió experimentando mucha agonía mental, en ese momento por sus propios errores, el acoso de sus enemigos y los problemas en su familia. El libro de Salmos contiene muchos pasajes que son joyas preciosas para los quebrantados de corazón. En parte son atrayentes por causa de su rico lenguaje, pero una razón mayor es la experiencia de quebrantos del corazón del autor. En estos salmos David escribió de un Dios amante que es el bálsamo necesario para los que sufren.
David mismo reconoció que su experiencia en la vida y con Dios sería útil para otros pecadores. Cuando el profeta Natán vino a él después de su adul-terio con Betsabé, David escribió un salmo en el que admite plenamente su transgresión y pide perdón a Dios. Oró: "Vuélveme el gozo de tu salva-ción", y añade: "Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti" (Salmo 51:12, 13). Consideremos unos pocos estados mentales de David como lo expresó en el Salmo 42. 5

Las lágrimas de David fueron copiosas

(versículo 3). Nos dice que fueron su "pan de día y de noche". Por el contexto parece obvio que fueron lágrimas de tristeza.
Los eventos pasados lo perturbaban

(versículo 4). En esta ocasión David estaba probablemente en el exilio y extrañaba los servicios del templo. Los recuerdos del pasado tienden a perturbar –de un modo u otro– a quienes sufren de depresión.
Estaba experimentando agitación interior

(versículo 5). Dice que su alma está "abatida" y "derramo mi alma dentro de mí", revelando el dolor espiritual que tenía en su interior, que es comparable con al-guien que pasa por aflicciones físicas.
Barreras insalvables lo rodeaban
5 Aunque el encabezamiento lo identifica con los hijos de Coré, algunos eruditos consideran que el autor fue David. El Editor.
(versículo 7). David usa las caídas de agua como una metáfora para expresar el clamor en sus circunstancias. Estas aguas no hacían sólo ruido; contenían un poder impara-ble, las olas se quebraban sobre él.
• Tenía la impresión de que Dios lo había abandonado

(versículo 9). La tensión interna y la presión de sus enemigos hizo que David se lamentara. La prueba era de tal intensidad que él se pregunta, como muchos en medio de la depresión, dónde está Dios.
Su dolor emocional le producía síntomas físicos

(versículo 10). "Co-mo quien hiere mis huesos, mis enemigos me afrentan".
No recibió el apoyo social que necesitaba (versículos 3, 10). Personas amantes son una buena fuente de sanidad para los quebrantados de corazón. Sin embargo, la gente que rodeaba a David no sólo no lo apoyaban, sino que positivamente eran venenosos al preguntar: "¿Dónde está tu Dios?"
La solución del problema de David vino de Dios, pero David necesitaba tomar la iniciativa. Decidió recordar a Dios aun desde una tierra distante, poner su esperanza en él y alabarlo a pesar de sus dificultades. Como resul-tado, Dios dirigió su amor hacia él durante el día, y de noche enviaba un canto a su corazón. Y como respuesta, David elevó una oración al Dios de su vida (versículo 8). Ezequías. Este rey presenció una cantidad de eventos y victorias notables atribuibles sólo a Dios. Entonces se enfermó de muerte, una suerte confir-mada por las terribles palabras de Isaías: "Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás" (Isaías 38:1). Pero Ezequías oró pidiendo un milagro, y Dios respondió su oración, otorgándole 15 años más a su vida. Más tarde Ezequ-ías escribió el emocionante viaje que él experimentó cuando pensó que su muerte era segura. Sus palabras de desesperanza están registradas en Isaías 38. La agonía de Ezequías no fue silenciosa. Lloró amargamente (versículo 3), comparando el dolor que sentía con el que hubiera experimentado si un león le hubiera quebrado todos los huesos (versículo 13). Dijo que se queja-ba como la grulla o como la golondrina, gemía como una paloma, y sus ojos se debilitaron, pero en su agonía se volvió a Dios y oró:"Jehová, violencia padezco" (versículo 14).Y Dios respondió su oración.
Jeremías. Este profeta presenció el caos que sufrió su nación cuando Nabu-codonosor devastó Jerusalén. Cuando Jeremías era "un niño", Dios lo llamó para ser profeta (Jeremías 1:7). Sin embargo, su apelación a sus conciuda-danos parecía inútil; nadie quería seguir las instrucciones de Dios. Así que fue un testigo cuando Israel, en vez de ganar victorias, se desintegró mo-ralmente y sufrió la destrucción física. Él vio cuando Nabucodonosor sitió
Depresión Depresión Reviewed by FAR Ministerios on 2/20/2011 Rating: 5

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