Los celos

Sybil Hart y Heather Carrington, del departamento de Desarro­llo Humano y Estudios sobre la Familia de la Universidad Téc­nica de Texas, querían descubrir si los bebés a los seis meses experimentaban celos. Y 32 madres primerizas aceptaron participar en el estudio con sus bebés.
Los investigadores hicieron registros de video de dos minutos de cada par, usando dos cámaras: una enfocada sobre la madre y la otra en el bebé. El bebé miraba a su madre que sostenía una mu­ñeca grande, a quien le hablaba en forma agradable y le masajeaba el abdomen. Luego el bebé miraba a su madre leer un libro en voz alta, otra vez con tonos agradables. Los investigadores registraron y evaluaron las emociones que los bebés mostraron. Aunque los bebés pasaron la mayor parte del tiempo mirando a sus madres, exhibieron significativamente más respuestas negativas cuando veían a su ma­dre actuar con la muñeca que cuando ella leía un libro. Esto indica que los celos son un rasgo genético que aparece en una etapa muy temprana del desarrollo.
No sólo aparecen los celos muy temprano en la vida, sino que se extienden hacia atrás, hasta el más remoto pasado de nuestra histo­ria colectiva. Se los considera el primer pecado, habiendo llegado a existir antes que la humanidad fuera creada. Existió desde entonces, y continuará existiendo hasta que Jesús venga y transforme a los redimidos.
Los celos son un gran enemigo de las interacciones interperso­nales positivas. Pueden llegar a ser tan agudos que distorsionen la percepción. Es lo opuesto al amor y al altruismo; la persona celosa considera a la persona que está en el centro de sus celos como un objeto que está en el camino de su felicidad. Razonan: La presencia de esta persona (o posesión, etc.) me está impidiendo ser feliz, y haré todo lo que pueda para remplazaría o llegar a ser como ella (o tener sus posesio­nes, etc.). Los celos son una emoción muy perturbadora que produ­ce extrema incomodidad a los que los sufren, los cuales finalmente motivan manipulación psicológica (falsas acusaciones o chismes) o agresión (abuso verbal, golpes físicos, o aun intentos de matar).
En este capítulo consideraremos una serie de personajes bíbli­cos que estuvieron celosos de lo que otra persona hacía o tenía. Vere­mos que esta emoción trae terribles complicaciones. Presenciaremos la victoria de la persona envidiada en una forma u otra y notaremos que el resultado fue siempre desastroso para la persona celosa, quien tuvo que presenciar el éxito y el triunfo del objeto de sus celos. Dios ha conservado estos registros y consejos bíblicos para advertirnos de evitar el sendero de la envidia y los celos. Dios nos invita en cambio a amar a nuestros prójimos y a gozarnos con ellos por sus dones, logros y posesiones.
Satanás
Aunque está escrito como oráculos contra Babilonia, Isaías 14 y Ezequiel 28 usan un lenguaje que calza mejor a Lucifer, el ángel rebelde, más bien que a seres humanos. Isaías describe la causa de su expulsión del cielo. En su corazón, Lucifer dijo: "Seré semejante al Altísimo" (Isaías 14:14). Pero en lugar de elevar su trono al nivel del trono de Dios, fue "cortado por tierra" y "derribado... hasta el Seol" (versículos 12, 15). En Ezequiel, Lucifer es descrito como "el Lucero, hijo de la mañana", "el sello de la perfección", "lleno de sabiduría, "aca­bado en hermosura", "querubín grande, protector" y "perfecto". To­das esas cualidades comenzaron a cambiar cuando permitió que los celos crecieran en él.
De acuerdo con Elena de White, el mal comenzó cuando el Pa­dre le dijo a Jesús: "Hagamos al hombre a nuestra imagen". El plan de crear a la humanidad hizo que Satanás tuviera celos de Jesús por­que él deseaba ser un miembro de la Deidad. Eligió contemplar lo que Cristo tenía en vez de estar satisfecho con los dones que eran de él mismo. Su deseo de ser como Dios y no someterse a la autoridad de Jesús lo llevó a rebelarse. Entonces comenzó una campaña entre los ángeles para conseguir tantos como pudiera que apoyaran su causa."Toda la hueste celestial fue convocada para que compareciese ante el Padre con el fin de que se decidiese cada caso. Se determinó allí que Satanás fuese expulsado del cielo, con todos los ángeles que se le habían unido en la rebelión. Hubo entonces guerra en el cielo. Los ángeles se empeñaron en batalla; Satanás quiso vencer al Hijo de Dios y a aquellos que se sometían a su voluntad. Pero prevale­cieron los ángeles buenos y fieles, y Satanás, con sus secuaces, fue expulsado del cielo".
El siguiente paso de Satanás fue infectar a los seres creados a la imagen de Dios con este tóxico elemento. Fue Satanás mismo quien tentó a los primeros seres humanos con la ambición llena de celos que habían motivado su rebelión. Cuando comáis de este árbol, prometió “seréis como Dios” (Génesis 3:5). Eva cayó en la tentación, Adán la siguió, y desde entonces el pecado se ha esparcido como una epidemia, causando terribles consecuencias que son visibles en toda la historia de nuestro mundo, incluso hoy en día.
La ambición llena de celos es uno de los modos favoritos de tentación que Satanás y sus demonios usan. Una fábula dice que cuando el diablo estaba atravesando el desierto de Libia, notó un grupo de demonios que estaban tratando de tentar a un ermitaño. Le presentaron seducciones de la carne, dudas acerca de la Palabra de Dios y el temor al futuro, pero no podían conseguir que el er­mitaño pecara en acción o pensamiento. El diablo se adelantó y les dijo: "Los métodos de ustedes son demasiado crudos. Permítanme un momento". Entonces, se acercó al ermitaño y le dijo: "¿Oíste las noticias? Tu hermano fue designado como Obispo de Alejandría". De acuerdo con la fábula, un ceño de celos malignos inmediatamen­te nubló el rostro del hombre santo.
Santiago lo dice de este modo: "Porque donde hay celos y con­tención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía" (Santiago 3:16, 17, la cursiva fue añadida). ¡Estas son buenas noticias! De la misma forma en que los celos y la ambición egoísta causan desórdenes y toda clase de obras perversas, el cono­cimiento de Dios por medio de Jesucristo causa toda clase de actos basados en el amor.
Los hermanos de José
En el discurso de Esteban presentado precisamente antes de ser apedreado a muerte, él identificó la motivación detrás de la cruel conducta de los hermanos de José: "Los patriarcas movidos por en­vidia, vendieron a José para Egipto" (Hechos 7:9). Es difícil de creer que los hijos de Jacob pudieran vender a su hermano como esclavo a comerciantes extranjeros, aun considerando sus sueños y el favori­tismo del padre. Pero los celos son inmoralmente poderosos."Duros como el Seol [son] los celos; sus brasas, brasas de fuego, fuerte lla­ma" (Cantares 8:6).
Los celos siguen un loco sendero en espiral. Comienza con el deseo de elevarnos degradando a nuestro prójimo. Si eso funciona, no nos queda un sentimiento de realización, sino más bien un amar­go remordimiento. Si no funciona, nos sentimos inseguros, inade­cuados y humillados. Estos sentimientos producen un celo mayor, que crea por dentro un deseo aún más fuerte de elevarnos a nosotros degradando a nuestro prójimo, volviendo al primer paso pero con mayor intensidad.
Cuando da suficientes vueltas y bien profundas, este proceso significa muerte. Por esto Caín mató a Abel, Aman quiso matar a Mardoqueo, los príncipes de Babilonia intentaron matar a Daniel, Heredes mató a docenas de niños, etc.
José dio la bienvenida a sus hermanos a Egipto, les perdonó, los bendijo, pero el temor sembrado por sus hechos de celos permane­ció vivo durante por lo menos 17 años más allá de su reconciliación. Cuando Jacob murió, los hermanos razonaron: "Quizá nos aborre­cerá José, y nos dará el pago de todo el mal que le hicimos" (Génesis 50:15). Pero José sabía que lo correcto para él era perdonar a sus hermanos y dejar las consecuencias con Dios. Así que trató de ani­marlos: "No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios?" (Génesis 50:19).
Saúl
David entró al servicio del rey Saúl cuando algunos de los asis­tentes del rey lo recomendaron, informando que tenía cualidades adecuadas: tocaba el arpa, era un guerrero valiente, hablaba bien, era de buena presencia y el Señor era con él. Saúl envió a buscar a Da­vid, y las Escrituras dicen que "él le amó mucho, y le hizo su paje de armas" (1 Samuel 16:21). Saúl también apoyó mucho a David cuando se ofreció a pelear con Goliat. Hasta le ofreció usar su armadura y lo envió con una bendición. Después de la victoria, Saúl se dio cuenta de que los beneficios que le habían llegado eran por tener a David permanentemente en su casa, así que no le permitió volver a su casa. Después que David realizó una cantidad de misiones con éxito, Saúl le dio un alto rango en el ejército, que fue aceptado con aprobación general.
Pero las cosas dieron un giro de 180 grados cuando Saúl y sus hombres volvían a casa después de la batalla con los filisteos. Oye­ron a un grupo de mujeres tocar instrumentos musicales y danzando con este canto: "Saúl mató a miles, y David a diez miles". El coro molestó mucho a Saúl, "y desde aquel día Saúl no miró con buenos ojos a David" (1 Samuel 18:9). El refrán es apropiado: "El envidioso sólo alaba lo que él puede sobrepasar, y censura aquello que lo sobrepa­sa".
Cuando Saúl comenzó a mirar con celos a David, su salud mental y conducta moral se deterioraron. La siguiente secuencia de eventos revela su sendero desafortunado:
  • El día después que Saúl escuchara cantar a las mu­jeres, le arrojó su lanza a David dos veces mientras éste estaba tocando el arpa para él (18:10,11).
  • Saúl sintió temor de David. Tal vez temió perder su posición regia o que David llegaría a ser el héroe de la nación. Por sobre todo, tenía miedo porque "Jehová estaba con él, y se había apartado de Saúl" (18:12).
  • Saúl le ofreció su hija Mical en casamiento a David, esperando que ella llegara a ser una trampa para David y que los filisteos lo mataran (18:21).
  • Saúl ordenó a su hijo Jonatán y a todos sus ayudantes que mataran a David (19:1), pero ellos, dándose cuenta de la ciega obsesión de Saúl, no cumplieron sus órdenes.
  • Aunque Saúl pareció convencido por Jonatán de cuan descabellada eran sus intenciones, pronto tra­tó otra vez de clavar a David contra la pared con su lanza (19:4-6,10).
  • El envió a sus hombres a la casa de David para matarlo, pero Mical tuvo éxito en alertar a David y ayu­darle a escapar (19:11-16).
  • Saúl envió a sus hombres a Naiot en Rama, donde David había encontrado refugio con Samuel, para capturarlo. No tuvieron éxito porque el Espíritu de Dios tomó posesión de ellos (19:19-21).
  • Saúl mismo fue a Naiot y el Espíritu de Dios le im­pidió actuar (19:23, 24).
  • Saúl insultó a su propio hijo Jonatán por permane­cer leal a David y le ordenó traerle a David, porque "ha de morir" (20:30, 31).
  • Hizo matar a Ahitob y Ahimelec, sacerdotes de Dios en Nob, porque habían mostrado bondad a David. También mató a los restantes sacerdotes en Nob, un total de 85, y a toda la población de la aldea, inclu­yendo "así a hombres, como a mujeres, niños hasta los de pecho, bueyes, asnos y ovejas" (22:11-19). Día tras día Saúl buscaba a David, quien se mante­nía yendo de un lugar a otro, "pero Dios no lo entre­gó en sus manos" (23:14).
  • Saúl hizo una alianza con sus enemigos, los habi­tantes de Zif, para que le ayudaran a seguir a David (23:19-23).
  • Saúl y David tuvieron un emocionante encuentro después que David le perdonó la vida del rey, pero pronto Saúl estaba otra vez en el desierto de Zif con tres mil hombres, buscando a David otra vez (24:8-22; 26:2).
  • Saúl y David tuvieron un segundo encuentro po­sitivo después que otra vez David rehusara quitar la vida del rey cuando fácilmente podría haberlo hecho. Esta vez Saúl admitió su pecado, prometió no tratar de dañar de nuevo a David y lo bendijo (26:17-25). Dejó de perseguir a David, pero enton­ces se encaminó por el sendero que terminó con su destrucción.
  • Aterrorizado por un ataque de los filisteos, Saúl eli­gió consultar a una pitonisa. Ella invocó a un espíri­tu malo que apareció tomando la forma de Samuel, que ya había muerto. Saúl se postró ante este espí­ritu maligno, el que le predijo que Israel sería derro­tado y que Saúl y sus hijos serían muertos el mismo día (capítulo 28).
  • Cuando los filisteos atacaron y los israelitas fueron derrotados, Saúl murió "en aquel día, juntamente con sus tres hijos, y su escudero, y todos sus varo­nes" (31:6).
¡Qué triste fin! Como en muchos otros casos, en esta historia los celos fueron el primer paso que llevó cuesta abajo a muchas otras formas de mal y aun a la muerte. Es cierto que Dios tenía la inten­ción de que David ocupara el trono sin importar las circunstancias. Pero, como en cualquier otra situación que involucra el bien y el mal, la gente puede elegir de qué lado va a estar. Saúl tuvo muchas opor­tunidades de cambiar el curso de los eventos, pero persistentemente hizo elecciones equivocadas. El curso de acción de Jonatán contrastó grandemente con el de su padre. Jonatán se ubicó del lado de la justicia, evitando los celos y no tomando en cuenta la pretensión al trono que él podría haber tenido. Como él comprendió lo absurdo de la conducta de su padre, protegió la vida de David con el riesgo de perder su propia vida. No obstante, "fue fiel a su padre durante los días sombríos de la decadencia de su poder y cayó, al fin, a su lado. El nombre de Jonatán está atesorado en el cielo, y en la Tierra es un testigo de la existencia y el poder del amor abnegado".
Los principales sacerdotes
Los hombres que gobernaban el judaísmo en el primer siglo también fueron tocados por los celos hacia Jesús y hacia los primeros líderes cristianos. Las consecuencias fueron dolorosas para todos. Aún Pilato, que no era miembro de la comunidad religiosa, se dio cuenta de que los dirigentes le habían entregado a Jesús por causa de la envidia (Mateo 27:18; Marcos 15:10). Sus celos habían crecido du­rante todo el ministerio del Salvador hasta el punto en que estaban dispuestos a hacer cualquier cosa para matarlo. También llegaron a estar celosos de los seguidores de Jesús –específicamente de Pe­dro, Pablo y Bernabé–, y procuraron la muerte de ellos también. Sus emociones demostraron la verdad del proverbio que dice: "Los que están verdes de envidia a menudo se vuelven rojos de ira".
Pedro y los otros apóstoles estaban causando una gran conmo­ción en Jerusalén. Multitudes de la ciudad y de las aldeas circun­dantes estaban llegando para oír acerca de la salvación por medio de Jesús. Traían a sus enfermos y a los poseídos por demonios a los apóstoles, y ellos los sanaban. El pueblo judío estaba comenzando a reconocer que Dios estaba obrando poderosamente por medio de los apóstoles. "Entonces levantándose el sumo sacerdote y todos los que estaban con él, esto es, la secta de los saduceos, se llenaron de celo; y echaron mano a los apóstoles y los pusieron en la cárcel pú­blica" (Hechos 5:17,18).
Pablo y Bernabé estaban en Antioquía de Pisidia. Pablo predicó en la sinagoga varios sábados, y algunos de los judíos y sus conversos gentiles llegaron a interesarse en lo que él y Bernabé estaban dicien­do. Un sábado, casi toda la ciudad se congregó para oírlos hablar. Lucas informa, sin embargo, que "viendo los judíos la muchedumbre, se llenaron de celos, y rebatían lo que Pablo decía" (Hechos 13:45, la cursiva fue añadida). Más tarde, colaboraron con mujeres y hombres prominentes de la ciudad para provocar una persecución y lograron expulsar a los apóstoles de esa región.
Parece que cuando la multitud del pueblo común se interesó lo suficiente en los apóstoles y los siguieron, los principales sacerdotes se pusieron celosos. Como vimos antes, esto fue también cierto de Saúl cuando oyó a un grupo de mujeres que aclamaban las victorias de David. Las multitudes tienen un poder sorprendente sobre las emociones y la conducta de la gente. Pueden transformar a la gente.
Cuando llegué a la mayoría de edad, tuve que servir en las fuer­zas armadas de España. En ese tiempo, eso se requería de todos los jóvenes españoles. Siendo adventista del séptimo día elegí la al­ternativa de servir con la Cruz Roja, una alternativa más larga pero más atrayente para los objetantes de conciencia. Fuimos asignados a diversas clases de deberes, tales como ayudar con las ambulancias cuando había accidentes y asistir a las grandes reuniones públicas en caso de que se necesitaran camilleros para trasportar personas heridas.
Una de las tareas consideradas más deseables era la de trabajar en los partidos de fútbol que ocurrían cada domingo durante la tem­porada de la liga principal que duraba nueve meses. Yo no era muy amante del fútbol, pero estaba contento de ir a esos eventos, que atraían a miles de espectadores. Mi interés en la conducta humana a menudo atraía mis ojos fuera del campo de juego, a las multitudes. Presencié toda clase de emociones y conductas entre los especta­dores: grupos de matones gritando a voz en cuello, peleas verbales y físicas entre los simpatizantes de los equipos rivales, gente que saltaba y tiraba objetos, y rostros profundamente tristes cuando el equipo local perdía. Me preguntaba cómo podría comportarse un simpatizante si tuviera que mirar él solo el partido, sin la presencia de la muchedumbre.
Un día, mientras los que habíamos sido asignados a servir en un partido específico esperábamos que el estadio se vaciara –un pro­ceso que llevaba entre 30 y 45 minutos– notamos a un espectador dormido al final de su fila en el sector más alto de las gradas. Los hombres de la Cruz Roja que estaban más cerca de él fueron a des­pertarlo y decirle que el partido había concluido. Cuando llegaron al lugar donde dormía, encontraron que estaba muerto. Había falle­cido de un ataque al corazón. Queríamos descubrir si había muerto de tristeza o de alegría, pero nunca supimos a qué equipo aplaudía. Pensamos que era muy sorprendente que centenares de personas habían pasado junto a este hombre si notar que estaba muerto.
¿Por qué los principales sacerdotes, los ancianos, los fariseos y otros estaban celosos de Jesús y, más tarde, de sus discípulos?
  • Tenían mucho poder, pero el pueblo común les tenía poco respeto. Sin embargo, Jesús tenía el respeto de la gente por causa de su ejemplo, su amor por la gente y por la forma en que hablaba.
  • El deseo de aprobación de los líderes judíos repelía a las multitudes, mientras que la humilde sinceridad de Jesús y de los apóstoles atraía a grandes multitu­des.
  • Los líderes religiosos no podían realizar milagros en el nombre de Dios, pero Jesús y los apóstoles daban evidencias constantes de que los poderes sobre­naturales del Omnipotente actuaba por medio de ellos.
  • Aunque los principales sacerdotes sabían perfecta­mente la ley, usaban su conocimiento para benefi­ciarse ellos mismos, mientras que Jesús ofrecía una interpretación amante de la ley.
  • Jesús a menudo hacía preguntas que ellos no po­dían –o no querían– responder.
  • Ellos buscaban la alabanza de la gente común al asegurarse de que lo vieran orando en la sinagoga y en otros lugares públicos. Jesús no "se vestía" con religiosidad.
  • Ellos veían la superioridad de Jesús y temían que él llegara a ser rey de los judíos, y con el poder que ellos anhelaban para sí mismos.
  • Aun cuando a menudo lograban engañar a la gente con sus pretensiones de piedad, no podían engañar a Jesús.
Los celos y la envidia aumentan proporcionalmente cuando otros experimentan éxito. Esa es una tendencia diabólica de la natu­raleza humana. Dependiendo de la cultura de uno, las características personales y los principios, pueden ser más o menos pronunciados, pero la semilla es universal.
Pablo ha puesto delante de nosotros la meta altamente deseable de regocijarnos por la fortaleza y el crecimiento de nuestros próji­mos. De este modo vencemos a la envidia y los celos. En sus reflexio­nes finales a la iglesia de Corinto, Pablo ejemplificó esta actitud al escribir: "Por lo cual nos gozamos de que seamos nosotros débiles, y que vosotros estéis fuertes; y aun oramos por vuestra perfección. Por esto os escribo estando ausente, para no usar de severidad cuando esté presente, conforme a la autoridad que el Señor me ha dado para edificación, y no para destrucción" (2 Corintios 13:9, 10).
La Biblia muestra que los celos son una de las peores emociones posibles que los seres humanos pueden experimentar. "Cruel es la ira, e impetuoso el furor; mas ¿quién podrá sostenerse delante de la envidia?" (Proverbios 27:4). Esta emoción se encuentra en la raíz misma del mal. Produce toda clase de desastres. Si eres tentado a ser celoso, envidioso o codiciosos, la única solución es el amor de Jesús. Nos capacita para amarnos unos a otros como Jesús nos ama. "Conser­vaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna” (Judas 21).
Sybil Hart y Heather Carrington, "Jealousy in 6-Month-Old Infants", Infancy 3 (2002): pp. 395-402.
Elena de White, Primeros escritos (Florida, Buenos Aires: ACES, 1999), p. 145,
Paul Lee Tan, Encycloopedia of 15,000 Illustrations. Edición digital, entrada 6002
Elena de White, La educación (Florida, Buenos Aires: ACES, 2008), pág. 157.
Los celos Los celos Reviewed by FAR Ministerios on 3/05/2011 Rating: 5

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