Cuando la adoracion se desvirtua

Para comprender la "aventura amorosa ilícita" de Israel con el culto a Baal, primeramente necesitamos considerar la atrac­ción de los israelitas hacia ese dios pagano cuando aun es­taban en las fronteras de la Tierra Prometida. Habían conquistado a los amorreos, y eso significaba obtener algo del territorio de los moabitas. Balac, el rey de Moab, estaba aterrorizado por "un pue­blo [...] que cubre la faz de la tierra, y habita delante de mí" (Números 22:5). Apeló a Balaam, que había sido profeta de Dios, con el fin de que lo ayudara a maldecir a Israel. Balaam sabía que no debía ha­cerlo, pero su orgullo y la recompensa que le ofrecía Balac anularon su sentido común y su conocimiento de Dios. Después de repetidos intentos fallidos de maldecir a Israel, volvió sin la recompensa.
Balaam comprendió que ningún mal podía sobrevenir a Israel mientras el pueblo fuera leal a Dios. Por ello volvió a Moab, y pro­puso un nuevo plan que trajera maldiciones sobre Israel (Números 31:16). ¡El plan funcionó! Los moabitas comenzaron a invitar a los israelitas a sus licenciosas orgías de adoración, y "el pueblo empezó a fornicar con las hijas de Moab" (Números 25:1). El siguiente paso fue invitar a los israelitas a sus sacrificios. Los hijos de Israel se unieron a los moabitas y "el pueblo comió, y se inclinó a sus dioses" (versículo 2). Imagine las excusas que los israelitas pudieron haber ofrecido a Moisés: "Bueno, ¿no es que debemos testificar ante nuestros ve­cinos paganos? ¿Cómo los alcanzaremos, si no tenemos relaciones sociales con ellos?" Pero, dar un paso hacia la fraternización con el enemigo lleva a otro, y eso los condujo a desvirtuar su experiencia de adoración.
Dios había dado claras instrucciones acerca de cómo debían re­lacionarse con él, especialmente en cuanto a la adoración. Como vimos en el capítulo 2, él dejó muy en claro que debían adorarlo a él y solo a él; a ningún otro dios, ni a ídolos ni a imágenes. Sin embargo, como tenemos una naturaleza pecaminosa, tendemos a "olvidarnos".
La división del reino                                    
Aun el rey Salomón, hijo de David, olvidó muy pronto las cla­ras instrucciones que Dios le dio a Moisés, que si ellos elegían ser gobernados por un rey, este no debería tomar "para sí muchas mu­jeres, para que su corazón no se desvíe" (Deuteronomio 17:17). El rey Salo­món racionalizó que el casamiento con la hija de Faraón le otorgaría beneficios políticos; y, tal vez, sería el medio de difundir el conoci­miento de Dios entre los egipcios. Sin embargo, su influencia fue la contraria. Las esposas paganas ejercieron una influencia muy po­derosa sobre él; tanto, que construyó altares y templos a sus dioses. Una transigencia lleva a otra, y gradualmente Salomón se olvidó de la fuente de su fortaleza, de modo que ni él mismo se dio cuenta de que estaba vendiendo su integridad.
Edificó santuarios en honor de Astarté y Moloc, una especie de Baal, que requería crueles sacrificios de niños. Aunque Salomón finalmente se arrepintió, la mala influencia de su ejemplo y sus consecuencias condujeron a la división del reino. Roboam, su hijo, rechazó el sabio consejo de los consejeros de su padre y siguió el malvado consejo de sus pares. Las diez tribus del norte se rebelaron contra el rey, y llamaron a Jeroboam, un ex siervo de Salomón, para que fuera su rey (ver 1 Reyes 11).
Jeroboam
Jeroboam tenía el potencial de conducir a Israel en los sende­ros de la justicia; sin embargo, arrojó a la nación a una profunda apostasía idolátrica, en audaz desafío al Dios del cielo. Como no confiaba en Dios, el nuevo rey vivió con el temor de que sus súbditos pudieran, en algún momento, volver su lealtad al rey en Jerusalén. Decidió contrarrestar la atracción del Templo allí, y levantó dos lugares de adoración, en Dan y en Bet-el. Hizo dos becerros de oro, y le dijo al pueblo: "He aquí tus dioses, oh Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto" (1 Reyes 12:28). Estas fueron las mismas palabras que la multitud mixta había dicho del becerro de oro que hizo Aarón al pie del Sinaí. Hay aquí un indicio de que Jeroboam estaba sutilmente sugiriendo que el pueblo del reino del norte seguía adorando al verdadero Dios en un nuevo "estilo de Baal". Los arqueólogos han encontrado trozos de cerámica con las palabras Yahweh es Baal, sugiriendo que los israelitas estaban inten­tando sincronizar ambas religiones.
Jeroboam separó sacerdotes de "entre el pueblo, que no eran de los hijos de Leví" (versículo 31), y ordenó fiestas similares a las que se celebraban en Jerusalén. Incluyó aspectos familiares de la adora­ción, que los harían sentir cómodos; pero mezcló, con ellos, nuevas formas de adoración sobre un altar extraño, esperando que esto apelaría a su imaginación. Alarmados por todo ello, algunos israe­litas, especialmente los levitas, huyeron a Jerusalén, donde podrían adorar a Dios adecuadamente.
Un día, un profeta de Judá fue a Bet-el y confrontó a Jeroboam, mientras ofrecía incienso sobre el altar. El profeta predijo el naci­miento del rey Josías, que nacería en la casa de David. Anunció que Josías quemaría allí los huesos de aquellos que sacrificaran en los lugares altos; quienes, por su presunción arrogante, serían cas­tigados por conducir a Israel a apartarse de la adoración de Dios, para adorar de una forma idolátrica, similar a la de Baal. El profeta prenunció que, como señal de la certeza del cumplimiento de esta profecía, el altar de Bet-el se rompería (1 Reyes 13:2-6). Así sucedió. Y casi tres siglos más tarde, el rey Josías, de Judá, hizo lo que la profecía había predicho (2 Reyes 23:15-19).
Con este incidente, Dios le dio a Jeroboam la oportunidad de arrepentirse y de cambiar su conducta. Sin embargo, en lugar de responder, Jeroboam endureció su corazón e intensificó sus esfuer­zos por apartar al pueblo de la adoración de Jehová. En los regis­tros de los reyes de Judá e Israel, las Escrituras usan con frecuencia la frase: "Jeroboam, que pecó, y que hizo pecar a Israel" (1 Reyes 14:16). ¡Qué legado malvado dejó este hombre para la posteridad!
Acab y Jezabel
Durante los cuarenta años del reinado de Asa, rey de Judá, el trono de Israel fue el centro de turbulencia y de derramamiento de sangre. Finalmente, Acab, hijo de Omri, fundador de Samaria, llegó a ser rey, y se casó con Jezabel, "hija de Et-baal, rey de los sidonios" (1 Reyes 16:31). Juntos, estos dos devotos de Baal condujeron a Israel a una adoración a Baal aún más profunda, estableciendo "lugares altos" –altares de Baal–, en la ciudad capital y por todo el reino.
El nombre Baal se usa como "señor", pero significa "poseedor" o "dueño". Los dioses que llevaban este nombre aparecían de mu­chas formas, tales como el dios de la lluvia, el dios de la fertilidad y otros. La adoración a Baal era común en Canaán, y también en otras sociedades agrícolas. Es interesante notar que Baal, como el señor de las fuerzas de la naturaleza necesarias para sostener la vida, era el sustituto diabólico del Dios Creador, que creó todas las cosas y que sostiene toda vida.
Las orgías religiosas de Baal eran celebradas con ebriedad, pa­rrandas, sexo promiscuo y aun el sacrificio de niños, todo bajo el nombre de adoración. Un escritor sugiere que estos sacrificios de niños eran la forma del culto de Baal que resolvía el problema de los niños no deseados, nacidos de las orgías, cumpliendo la misma función que el aborto cumple hoy.
"Y Acab, hijo de Omri, hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él [...] haciendo así Acab más que todos los reyes de Israel que reinaron antes que él, para provo­car la ira de Jehová" (1 Reyes 16:30, 33). Bajo la malvada influencia de Acab y de Jezabel, Israel cayó más y más profundamente en las gro­seras formas de la idolatría pagana, entregándose "a los placeres intoxicantes y degradantes de un culto sensual. En su ciega locura, prefirió rechazar a Dios y su culto. [...] Israel se había separado vo­luntariamente de Jehová". La misericordia de Dios no se agota fácilmente. Por medio de apelaciones y de castigos, él concedió a su pueblo oportunidades de arrepentirse. Dios estaba por enviar a Israel uno de los profetas más grandes. Nunca su pueblo había caído tan bajo; no obstante, en su compasión por ellos, Dios todavía anhelaba salvarlos como individuos y como nación, a pesar de su condición caída. ¿Atendería su pueblo esta advertencia? ¿Se rom­pería el terrible hechizo de la adoración a Baal? Este Dios amante estaba por hacer algo especial; algo que se registraría en la historia como un grado muy elevado del gran amor de Dios por los peca­dores perdidos.
Elías tisbita
Sin ninguna presentación, sin fanfarrias o "credenciales", el pro­feta Elías de repente apareció en el palacio real, y le anunció a Acab: "Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra" (1 Reyes 17:1). Se había dado el mensaje de Dios, que cayó como un rayo, un presagio de castigos divinos por venir. "La apostasía de Israel era un mal más espantoso que todos los multiplicados horrores del hambre". Ahora Acab y todo Israel sabrían quién controla la lluvia y el sol. Entonces, tan rápidamente como había aparecido, Elías se fue, ca­mino al arroyo de Querit, donde Dios lo sostendría durante los tres terribles años de sequía.
Elías era humilde pero no tenía temor. Era un hombre de fe y vivía en estrecho compañerismo con su Dios. No sabemos casi nada acerca del trasfondo o de su vida, excepto que estaba consagrado a la obra de reforma en su pueblo, porque veía la rápida expansión de la apostasía y las terribles incursiones que la idolatría hacía entre ellos. Abrumado de tristeza por lo que ocurría, oraba fervientemen­te para que Dios de algún modo interviniera y trajera a su pueblo al arrepentimiento.
Cerca del final de los tres años de sequía, vino la Palabra de Dios a Elías otra vez: "Ve, muéstrate a Acab" (1 Reyes 18:1). ¿Puede imagi­narse la reacción de Elías a este pedido? Elías sabía que Acab lo había buscado por todas partes. No obstante, el profeta obedece la voz de Dios. Escuchemos mientras confronta al rey Acab (ver los versículos 7-19).
Elías a Abdías, siervo de Acab: Ve, dile a tu amo que Elías está aquí.
Abdías: El rey te ha buscado por todas partes. Si voy y le digo que estás aquí, el Espíritu de Dios te lleva a otra parte, y mi amo me matará.
Elías: Te prometo que me quedaré aquí y hoy me presentaré al rey Acab.
Acab: ¿Así que eres realmente tú, el que turba a Israel?
Elías: Yo no he turbado a Israel, sino tú y tu familia son los per­turbadores, porque rehusaste obedecer los mandamientos de Jehová y en cambio has adorado las imágenes de Baal. Reúne a todo el pueblo de Israel y trae a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y a los cuatrocientos profetas de Asera que comen a la mesa de Jezabel, para encontrarse conmigo en el monte Carmelo.
No hay discusión, ni alegatos, ni negociación. Acab teme a este hombre, porque sus oraciones han impedido que cayeran lluvias y rocío sobre la tierra por más de tres años. El registro afirma sencilla­mente: "Entonces Acab convocó a todos los hijos de Israel, y reunió a los profetas en el monte Carmelo" (versículo 20).
Sobre el monte Carmelo
Antes de la sequía, el monte Carmelo, con sus refrescantes co­rrientes de agua y bosques florecientes, era un lugar de belleza. Ahora los altares de Baal estaban en bosques sin hojas bajo la mal­dición del profeta. No muy lejos estaba el altar derruido de Jehová. Las cumbres del monte Carmelo podían verse desde muchas par­tes del reino. Sin duda, Elías eligió este lugar porque su altura era un lugar ideal para que se demostrara el poder de Dios.
¡Imagine el monte Carmelo el día indicado! Multitudes del pueblo de Israel comenzaron a llegar, preguntándose qué les de­pararía esa ocasión. Sin duda, a algunos de los que llegaban les remordía la conciencia por causa de la apostasía. Otros, posible­mente tenían la esperanza de que los esfuerzos de Elías tuvieran éxito, y que Dios sería honrado por sobre Baal. Los profetas de Acab y de Jezabel marcharon con sus atuendos regios. El rey lle­gó, y tomó su lugar a la cabeza de los sacerdotes de Baal, quienes parecían preocupados porque Baal no había sido capaz de hacer nada en contra de la sequía que el profeta Elías había anunciado. Sentían que algo terrible estaba por suceder.
Entonces, Elías se para ante la multitud, y predica uno de los sermones más breves registrados en la Escritura. "¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él" (1 Reyes 18:21).
Hay un silencio sepulcral: "El pueblo no respondió palabra". Entonces Elías, quien es el único profeta de Dios que queda, conti­núa desafiando a los profetas de Baal a que ofrezcan un buey como sacrificio, y plantea una confrontación. "Invocad luego vosotros el nombre de vuestros dioses, y yo invocaré el nombre de Jehová y el Dios que respondiere por medio de fuego, ese sea Dios" (versículo 24).
Elías, gentilmente, permite que los profetas de Baal ofrezcan su sacrificio primero. Desde la mañana hasta el mediodía claman a Baal, rogándole que los escuchase... pero, no hay fuego. Saltan sobre el altar, se cortan el cuerpo, gritan conjuros con la intención de tratar de despertar a su soñoliento dios. Pero no sucede nada. Siguieron clamando toda la tarde, y no hubo respuesta. Finalmente, a la hora del sacrificio de la tarde, Elías invita al pueblo de Israel a reunirse alrededor del altar de Dios, por largo tiempo descuidado y ahora roto. Repara el altar, cava una zanja alrededor de él, dispone la leña y el sacrificio sobre el altar, y pide que arrojen agua sobre todo esto hasta que todo está empapado. No una vez, sino tres veces. Entonces, Elías ora en tonos sencillos: "Jehová Dios de Abrahán, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel [...] Respóndeme para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos" (versículos 36, 37).
Casi instantáneamente el fuego de Dios cayó desde el cielo y consumió el sacrificio, junto con la leña empapada en agua, las pie­dras y el polvo, y aun el agua de la zanja (vers. 38). El fuego les re­cuerda la columna de fuego que salvó a sus padres en el mar Rojo. La multitud mira sin aliento lo que el gran Dios de Israel había hecho, y luego cae sobre su rostro con temor reverente y asombro, y exclama: "¡Jehová es el Dios! ¡Jehová es el Dios!" (versículo 39).
He aquí os envío a Elías el profeta
El último libro del Antiguo Testamento termina con esta profe­cía animadora: "He aquí, yo os envío al profeta Elías, antes que ven­ga el día de Jehová, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres" (Malaquías 4:5, 6). Jesús afirmó de Juan el Bautista: "Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir" (Mateo 11:14; ver también Lucas 1:13-17). La profecía de Malaquías también es aplicable a la segunda venida de Cristo. ¿Hay una voz de Elías para hoy? ¿Hay un mensa­je de Elías para la última crisis de la tierra? ¿Alguien está predican­do una advertencia en contra de los baales actuales? ¿Alguien llama a una reforma, a un regreso a Dios? La respuesta es un resonante ¡SÍ! Dios tiene un "Elías" para esta época corrompida que adora a Baal. Tiene un pueblo profético que está proclamando el evangelio eterno a todo el mundo. "Temed a Dios y dadle gloria [...] y adorad a quien hizo el cielo y la tierra" (Apocalipsis 14:7). Están advirtiendo que "Babilonia ha caído" (versículo 8), y que el pueblo de Dios ha de "salir de Babilonia", o de la adoración de Baal (ver Apocalipsis 18:1-4). Final­mente están haciendo sonar la alarma para quienes participan de cualquier clase de falsa adoración –ya sea de Baal, de la bestia del Apocalipsis o de cualquier otro dios falso– de que estarán sujetos a la ira de Dios contra toda adoración fabricada por el hombre que no reconozca a Dios como el único Dios Creador. Gracias a Dios, hoy existe un "pueblo Elías". Tenemos el privilegio de ser instrumentos en las manos de Dios con el fin de proclamar la advertencia contra la adoración de falsos dioses, y para dar la invitación a volverse de ellos y adorar, en cambio, al verdadero Dios.
Nos asemejamos a lo que adoramos. Este principio se ha expuesto en otra parte de este libro, pero es aplicable aquí y vale la pena repetirlo. Dios nos advierte que no adoremos los dioses de este mundo, porque nos conducen a la destrucción. Si hemos de llegar a ser como nuestro maravilloso Dios Creador, debemos adorarlo a él, y solo a él.
La adoración moderna de Baal
¿Cuáles son los dioses falsos populares en nuestro mundo actual? Muchos "baales" nos confrontan en este mundo posmoderno: el ma­terialismo, el secularismo, la adoración propia, la auto indulgencia y la idolatría hedonística. Menos obvia es la creciente popularidad de todo un nuevo enfoque de la religión, conocido como "la iglesia emergente". No es una nueva teología, sino una reunión de actitu­des, puntos de vista, liturgias y estilos de adoración tanto antiguos como nuevos. De acuerdo con este pensamiento, las creencias de la persona no son definitorias. Más bien los gustos, los deseos y el estilo de vida de cada persona puede determinar cómo vive y cómo adora. No hay distinción entre el bien y el mal, entre lo secular y lo sagrado. Y este tipo de religión donde "todo está bien", cruza las fronteras de denominaciones y creencias, y atrae a multitudes.
Sin embargo, un Baal más siniestro y peligroso está ganando po­pularidad. Es un dios Baal que tiene multitud de devotos, y su nú­mero sigue creciendo. Pueden encontrarse en iglesias comunes, en sesiones espiritistas, en grupos pequeños de intelectuales jóvenes, en gimnasios, en salas de seminarios, y aun en iglesias cristianas. Encontrarán que los hijos de estos devotos leen las obras de Harry Potter en forma religiosa.
Con el propósito de engañar a la raza humana –y, si fuera posi­ble, aun a los "elegidos"– y así vender al mundo este nuevo Baal, Lucifer, con toda su inteligencia y sus milenios de experiencia, está trabajando a toda velocidad. Este nuevo dios es más sofisticado que todos los baales previos, en su esfuerzo satánico por atrapar la mentalidad posmoderna, incluyendo a los cristianos, este Baal se llama la "Nueva Era".
En su libro Deceived by the New Age [En las redes de la Nueva Era], Will Barón narra su trayectoria, desde haber crecido en un hogar cristiano hasta llegar a estar encantado con el misticismo, los poderes psíquicos, el "chanelling" y la promesa de encontrar su "yo más elevado". Fue especialmente devoto de uno de los maestros orientales. Imagine el choque que tuvo un día al escuchar a su men­tor sugerir que deberían ahora prestar lealtad, no a los maestros, sino a Jesús. No solo eso, sino que debían asistir a iglesias cristianas, para relacionarse con ellos, usar la jerga cristiana e infiltrar en las iglesias los conceptos de la Nueva Era. Finalmente, Will Barón oyó hablar de los escritos de Elena de White, y encontró uno de sus libros en una biblioteca pública. Cuando leyó la descripción que hacía de Satanás, quedó atónito y sacudido, porque describía en detalle a la persona con quien había estado hablando en sus en­cuentros; la persona que él pensaba que era Jesús. Ese fue el punto de inflexión para Will. Ahora, en lugar de predicar la Nueva Era, procura advertir a la gente de los peligros inherentes en esas ense­ñanzas.
Ray Yungen escribió un libro acerca de la intrusión que las en­señanzas de la Nueva Era están haciendo en diversos niveles de la sociedad. Nombres como Robert Schuller y Norman Vincent Peale han ayudado a popularizar los dogmas de la Nueva Era. Muchos de estos conceptos se están enseñando en seminarios populares para hombres de negocios. Un maestro de la Nueva Era comentó: "Todo lo que tengo que hacer es dejar caer las connotaciones místi­cas, y los hombres de negocios se lo tragan todo".
Los "teleevangelistas" de la Nueva Era incluyen a Oprah Winfrey y Montel Williams, entre otros. Alguien estimó que no menos del veinte por ciento de la población estadounidense simpatiza con el movimiento de la Nueva Era. La meta de aquellos que predi­can sus enseñanzas es "combinar estas prácticas en la sociedad, de modo que sean consideradas normales y aceptables". Por ejem­plo, meditación es una palabra de moda en el movimiento de la Nue­va Era. La meditación bíblica tiene el propósito de concentrarse en la Palabra de Dios tal como él nos la dio. Pero, la meditación de la Nueva Era significa eliminar de la mente todos los pensamientos, de modo que otro poder pueda controlarla. Otro ejemplo: la Nueva Era defiende la práctica de "centering down" [una clase de medi­tación trascendental] como buena para los cristianos, pero es una especie de auto hipnosis.
Dios nos ha enviado su Palabra y el don de profecía moderno, por medio de los cuales nos ha dado advertencias con respecto a los peligros de los falsos dioses y la falsa adoración. "En la medida en que el espiritismo imita más de cerca al cristianismo nominal de nuestros días, tiene también mayor poder para engañar y seducir. [...] Satanás mismo [...] se manifestará bajo la forma de un ángel de luz. [...] y se realizarán muchos prodigios innegables".
Estamos viviendo en el período más solemne y peligroso de la historia de la tierra. Dios ha confiado a su iglesia el mensaje del Elías del último tiempo. No debemos atrevernos a dejar de procla­marlo claramente y con énfasis. No debemos atrevernos a distorsio­nar la adoración a nuestro Dios, por medio de transigencias que la conforman a la cultura popular actual, sino que debemos sustituir la adoración imperante de Baal en nuestra sociedad por la verdade­ra adoración de un Dios santo.
Tres pasos fatales hacia la adoración de Baal
Hay tres pasos fatales hacia la adoración de Baal que Israel si­guió y contra los cuales debemos precavernos. Primero, el descen­so de Israel a la adoración de Baal no ocurrió de repente. Fue una separación lenta y gradual de Dios, seguido por un deslizamiento más rápido al territorio de Baal, y cobró impulso a medida que la gente se sumergió más en la adoración del mal.
El segundo paso es la transigencia con el enemigo. La transi­gencia puede parecer insignificante al principio, pero cada paso en la dirección equivocada profundiza los lazos con lo equivocado y aumenta nuestra distancia de Dios.
Tercero, fue la infiltración en el campo del enemigo. Esta es una de las herramientas favoritas de Satanás. Al principio, unos pocos israelitas se aventuraron en el territorio de Baal. Luego, ellos atraje­ron a otros, y finalmente, Baal realmente llegó a ser la norma para la adoración de Israel. En el monte Carmelo, cuando Elías pidió a los que estaban de parte de Dios que tomaran una decisión, nadie dijo nada. El engaño de Baal había cegado sus ojos a la verdad.
Si ignoramos esas advertencias, podríamos encontrarnos como el Israel antiguo, en la red de la adoración de Baal, con su vesti­menta posmoderna. Hay solo una protección segura para no caer en la adoración de Baal. Y es la de estar firmemente protegido por el sistema de seguridad divino: su Palabra. Hay solo un dispositivo efectivo de rescate, para aquellos que cayeron en la adoración de Baal: es una relación genuina y salvadora con el Señor Jesucristo. Debemos, individualmente y como iglesia, tener una experiencia como la del monte Carmelo: un reavivamiento de la verdadera piedad. Entonces debemos difundir las buenas nuevas del evan­gelio: por el testimonio personal; por la obra misionera en tierras extranjeras; por reuniones evangelizadoras en iglesias y audito­rios públicos; vía satélite o por Internet; o en nuestro vecindario. En cualquier forma en que podamos hacerlo, debemos compartir las buenas nuevas de que Dios ama a sus hijos y desea que ellos escapen de las trampas del enemigo y sean salvos en su Reino. Ese es el mensaje de Elías. Esa es nuestra obra para estos últimos días. No chasqueemos a nuestro maravilloso Dios que nos ama y ha he­cho tanto para redimirnos y protegernos del mal y la destrucción. "Dios llama a hombres como Elías, [...] que darán su mensaje con fidelidad, independientemente de las consecuencias; hombres que dirán la verdad con valor, aun cuando ello exija el sacrificio de todo lo que tienen".
Ver Profetas y reyes, pp. 73, 74.
William G. Dever, Did God Have a Wife? (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2005), pp. 131-133,162-167.
De acuerdo con algunas estimaciones, esta frase aparece unas cincuenta veces en las Escrituras.
Jay Johansen, "Baal Worship: A Consistent Religion", Pregnant Pause (blog), 18 de diciembre de 2001. http://www.pregnantpause.org/poetry/baal.htm; Mo­rris Jastrow Jr., J. Frederic McCurdy, y Duncan B. McDonald, "Ba'al and Ba'al Worship", Jewish Encyclopedia, http://www.jewishencyclopedia.com/view. jsp?letter=B&arid=2.
Profetas y reyes, p. 86.
Ibíd., p. 92.
Ver Baron, Will. En las redes de la Nueva Era (Buenos Aires: ACES, 1992).
Ray Yungen, For Many Shall Come in My Name (Silverton, OR: Lighthouse Trails Publishing, 2007), p. 39.
Robert Fuller, Spiritual but not Religious (Nueva York: Oxford University Press, 2001), p. 99.
Ray Yungen, For Many Shall Come in My Name, p. 38.
Elena de White, El conflicto de los siglos (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Edi­tora Sudamericana, 1993), p. 645.
Profetas y reyes, p. 104.
Cuando la adoracion se desvirtua Cuando la adoracion se desvirtua Reviewed by FAR Ministerios on 8/21/2011 Rating: 5

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