Fe o presuncion

En el mundo cristiano actual, muchos creen que tienen el derecho de elegir la forma o el estilo de adoración que les parezca apropiado. La adoración no es, sencillamente, un acto físico, como arrodillarse para orar. Más bien, es la condición de un corazón que ama y adora a Dios; un corazón que ha sido humillado ante un Creador grande y poderoso. Es un corazón que ha sido quebrantado en el Calvario, consagrado a la muerte del yo y comprometido con el señorío de Jesucristo. Este corazón no está buscando la realización de sus propios deseos, sino la gloria de su Hacedor y cómo desea que nos acerquemos a él.
Si el pecado nunca hubiese entrando en este universo, ado­raríamos en forma genuina tan naturalmente como respiramos. Desafortunadamente, por cuanto el autor del pecado compite por obtener nuestra adoración, nos encontramos en medio de una con­tienda sobre la adoración. En la guerra, debemos estar en constante alerta del peligro, buscando protección del enemigo, y teniendo un intenso deseo de honrar a quien adoramos.
En este capítulo consideraremos varias historias bíblicas que ilus­tran dos clases de adoradores: los que se atrevieron a pensar que po­dían adorar a su manera, y quienes se empeñaron en adorar a Dios con fe y con obediencia. Consideraremos ejemplos de ambos; el con­traste es dramático. Las lecciones están plenas de significado para cada cristiano que quiere que su adoración honre al Dios del cielo. De acuerdo con Hebreos 11:1 al 3, la fe está basada en la Palabra de Dios, por lo tanto, es un fundamento seguro y confiable para nuestras creencias religiosas. La presunción, por otro lado, es una opinión o una creencia basada en una conjetura o una falsa premi­sa, que la gente supone que es verdadera.
Nadab y Abiú: Levítico 10:1 al 11
El primer ejemplo de presunción es uno de los más tristes de las Escrituras. Dos hijos de Aarón y sobrinos de Moisés, Nadab y Abiú, habían sido escogidos como sacerdotes. Habían tenido el privilegio de estar en el monte Sinaí cuando Dios ratificó el pacto con Israel (Éxodo 24:1). Se les enseñó la tarea que debían hacer en el santuario.
Aarón y sus hijos habían sido consagrados al sacerdocio por el ungimiento con aceite y los sacrificios de sangre. Aarón había ben­decido al pueblo de Israel. La gloria de Dios había aparecido cuan­do el fuego consumió el sacrificio. Llenos de temor reverente por esta evidencia de la gloria de Dios, alabaron a Dios y se postraron ante su magnifícente presencia. Los elevados privilegios conllevan elevadas responsabilidades. Estos hombres habían sido bien ins­truidos; conocían las reglas. Pero, presumieron al pensar que sus al­tos privilegios les permitían tener ciertas libertades. El registro per­mite entrever que bebieron demasiado de una bebida embriagante, que limitó su capacidad para tomar decisiones correctas (Levítico 10:8-11). Por ello, en vez de usar el fuego del altar del holocausto para sus incensarios, como Dios había ordenado, pensaron que el fuego común sería lo mismo. La Escritura dice, sencillamente: "Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová" (versículo 2).
¡Qué tragedia! Dios, ¿fue demasiado severo? ¿Qué hubiera su­cedido si pasaba por alto este incidente? Dios es demasiado santo y justo como para permitir que los seres humanos ignoren sus ins­trucciones específicas. Su pueblo tiene que aprender que la presun­ción es un pecado terrible; que quienes dirigen la adoración deben evitarla especialmente.
Algunos alegarán que Dios fue demasiado severo, que debería haberles dado otra oportunidad a estos hombres. Pero Dios había especificado a Moisés y a los líderes que todo lo que estaba relacio­nado con el servicio de Dios debía ser efectuado de acuerdo con el modelo que se les había otorgado. Nada había de hacerse de una manera descuidada o caprichosa. Noten el mensaje que el Señor envió, por medio de Moisés, a Aarón después del incidente: "En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado" (versículo 3).
Dios mismo había encendido el fuego del altar del holocausto, y no debía haber sustitutos. El fuego representa el Espíritu Santo. El enemigo se deleita en remplazar al Espíritu de Dios en los cora­zones humanos con su propio espíritu rebelde. Es peligroso pensar que podemos crear nuestro propio poder de adorar cuando Dios ha dado instrucciones específicas de que solo puede aceptar una adoración que sea inspirada por su Espíritu Santo y consistente con él. Dios quería enseñar a Israel que debían acercarse a él con reve­rencia y temor respetuoso. El profeta Isaías más tarde dijo: "¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz!" (Isaías 5:20).
No obstante, hay un movimiento religioso popular que acep­ta como apropiado para la adoración cualquier cosa que apele al corazón carnal. Esta idea se basa en la suposición de que no hay diferencia entre lo secular y lo sagrado, entre lo profano y lo santo.
Nuestro maravilloso y santo Dios merece nuestro honor, nues­tra reverencia, y nuestra devoción a fin de adorarlo a él, que es dig­no de lo mejor que tenemos.
El pecado de la queja: Números 11
La nueva nación de Israel había acampado junto al monte Sinaí durante un año. Había presenciado muchos milagros, incluyendo la provisión de agua de la roca, y del maná como comida. Cuando reanudaron su peregrinación por el desolado desierto, comenza­ron a quejarse de la comida. Estaban cansados del maná, y querían carne. El descontento y las quejas, que probablemente comenzaron con la multitud mixta, que eran israelitas con sangre egipcia, fue­ron contagiosos, y se esparcieron por todo el campamento. Moisés se sintió abrumado; aunque era muy humilde, en vez de confiar en Dios, entró en pánico. "No puedo yo solo soportar a todo este pueblo, que me es pesado en demasía" (Números 11:14). Dios le pre­guntó si pensaba que "se ha acortado la mano de Jehová" (versículo 23). Dios les daría a los israelitas aquello que habían pedido. Sería un milagro disciplinario. Les proveyó más codornices de las que posi­blemente podían comer; pero eso estuvo acompañado de una plaga (versículo 33). Esta nación de esclavos era lenta para aprender que su Padre celestial sabe todas sus necesidades y que lo que les proveía era lo mejor para ellos.
¿Qué podemos aprender de este relato? Aunque las quejas y las murmuraciones son una debilidad humana común, no pueden, y no deben, morar en el corazón que verdaderamente adora a un Dios santo y omnisciente. Dudar de su conducción hasta el extremo de la rebelión es el fruto de presumir que sabemos mejor que Dios lo que es bueno para nosotros, y que nuestro camino es mejor que el que Dios preparó para nosotros.
Celos en la familia: Números 12
La siguiente crisis que afligió a Moisés fue un problema de fa­milia. Los celos son un mal sutil, y en su etapa embrionaria apare­cen como algo bastante inocente, pero pueden crecer rápidamente y volverse infecciosos. María, la hermana de Moisés, que lo había vigilado cuando era bebé en la canasta en el río Nilo, ahora comen­zó a murmurar su descontento a Aarón. En su conversación dije­ron: "¿Habló Dios solo por medio de Moisés? ¿No habló también por medio de nosotros?" (Ver Números 12:1, 2). Tampoco les gustaba que Moisés se hubiera casado con una mujer cusita. Con cuánta frecuencia nuestras críticas se basan en prejuicios o gustos, aun en celos y envidia, como en el caso de María. Ponemos más confianza en nuestras opiniones prejuiciadas que en los hechos, y estas nos llevan a tener actitudes presuntuosas, si no al pecado.
Otra vez, el Señor tomó medidas más bien drásticas para que María y Aarón supieran que él había elegido a este humilde herma­no de ellos para conducir a su pueblo. Como María había presumido al juzgarlo, ella se volvió leprosa. Solo cuando Moisés intercedió en favor de ella, Dios le quitó la plaga.
Es fácil encontrar faltas en los líderes espirituales; después de todo, ellos son humanos. Moisés era humano y, aunque humilde, cometió errores. Esta historia está registrada para advertirnos que Dios no tolera críticas a quienes él ha designado como líderes. Ne­cesitamos precavernos contra los celos, la envidia y los chismes, que demasiado a menudo se basan en suposiciones y no en hechos, y conducen a resultados desafortunados. Ningún corazón humano tiene espacio para la verdadera adoración mientras acaricia celos, envidia y críticas. Pero la gracia de Dios es suficientemente fuerte para librarnos de estas tendencias tan humanas.
Demora en la entrada a la Tierra Prometida: Números 13
Dios había realizado muchos milagros en favor de Israel. No obs­tante esto, el pueblo todavía no confiaba en él completamente. En las mismas fronteras de la Tierra Prometida, Moisés les dijo: "Mira, Jeho­vá tu Dios te ha entregado la tierra; sube y toma posesión de ella [...] no temas ni desmayes" (Deuteronomio 1:21). Sin embargo, en lugar de alegrar­se y avanzar, los israelitas dudaron y exigieron que se enviaran espías para revisar la tierra. Cuando los espías volvieron, el pueblo eligió escuchar el informe negativo de diez de ellos, en vez del informe ani­mador de Caleb y Josué. Rehusaron confiar en la conducción divina. No obstante, cuando Dios les reveló el castigo –cuarenta años de pe­regrinación en el desierto– repentinamente decidieron pelear contra los amorreos por su propia cuenta. Dios llamó rebelión y presunción a su falta de fe y de confianza en la conducción divina (ver Deuteronomio 1:43).
La lección para nosotros hoy es que la obediencia es parte in­tegrante de la adoración. No podemos ignorar o mofarnos de los principios y mandatos de Dios, esperando que él, de alguna mane­ra, pase por alto nuestra desobediencia. Ni podemos tampoco pre­sumir que él aceptará nuestros actos de adoración mientras nues­tros corazones están en rebeldía contra su voluntad.
Insubordinación y conspiración: Números 16
La rebelión genera insubordinación. Los juicios de Dios parecie­ron limitar el espíritu de rebelión por un tiempo, pero finalmente surgió de nuevo; esta vez, en una conspiración profunda dirigida por Coré, un levita y primo de Moisés.
"A los hijos de Coré se les asignó la misión de la música y del canto en los servicios del santuario". Evidentemente, las capaci­dades de Coré le hicieron aspirar al sacerdocio (Números 16:10). Los hombres que reunió Coré a su alrededor eran líderes bien cono­cidos. Olvidando que el Ángel del Pacto era su dirigente real, y rebelándose ante el pensamiento de vagar en el desierto durante cuarenta años, avanzaron en su conspiración que aparentaba ser un celo religioso. Los conspiradores difundieron por la congrega­ción sus malvadas acusaciones en contra de Moisés y de Aarón. Coré sería un conductor mucho mejor, pretendían. Él animaría a la gente, en lugar de señalar sus faltas. De acuerdo con él, todos ellos eran santos.
Cuando Moisés se enteró del complot profundamente elabora­do, ya había tomado la dimensión de una rebelión. Moisés cayó sobre su rostro ante Dios en un hermoso ejemplo de verdadera hu­mildad, rogando y pidiendo su ayuda. Su fe en la conducción de Dios era sólida, y estaba basada en las numerosas evidencias ma­ravillosas de la conducción de Dios. La respuesta de Moisés a Coré fue rápida. "Mañana mostrará Jehová quién es suyo, y quién es santo" (versículo 5). Dios estaba dando tiempo a los rebeldes para que reconsideraran su conspiración. Moisés les indicó que fueran con sus incensarios y pusieran fuego e incienso en ellos. Luego, con­fiando en que el Señor aclararía quién era el verdadero guía, Moisés llamó a Datan y a Abiram, compañeros de conspiración de Coré, a que comparecieran, pero ellos rehusaron hacerlo. La palabra he­brea traducida "llamar" (versículo 12) es un término legal que significa "aparecer en la corte". Moisés les estaba dando la oportunidad de someter su caso al arbitraje.
Al día siguiente, "tomó cada uno su incensario [...] y se pusieron a la puerta del tabernáculo de reunión con Moisés y Aarón" (versículo 18). Coré llamó a la congregación para que fuera al Tabernáculo, para presenciar su victoria al asumir el liderazgo de Israel. "Entonces la gloria de Jehová apareció a toda la congregación" (versículo 19). Dios ins­truyó a Moisés que advirtiera a la población que se mantuviera le­jos de las tiendas de los conspiradores. Además, Moisés declaró: "Si como mueren todos los hombres murieren éstos [...] Jehová no me envió" (versículo 29). Nos duele pensar en la escena que siguió: la tierra se abrió y tragó a todos los conspiradores y su grupo.
¿Fue Dios demasiado severo con ellos, o estaba protegiendo a su pueblo de un desastre generalizado? Es difícil imaginar el caos que hubiera resultado si estos rebeldes airados hubiesen podido seguir con su malvado plan. Coré y su compañía habían acaricia­do envidia por Moisés, hasta que llegó a ser una rebelión plena. Habían resistido al Espíritu Santo por mucho tiempo, rechazando la evidencia de que Dios estaba dirigiendo a Moisés hasta que se engañaron a sí mismos, y pensaron que estaban haciendo la obra de Dios. Habían rechazado la luz por tanto tiempo que creyeron que aun las manifestaciones más asombrosas de la autoridad de Dios eran producto de otro poder. Habían presumido estar haciendo la obra de Dios cuando, por el contrario, habían llegado a ser agentes del mal.
¿Es posible que hoy, los que pretenden ser el pueblo de Dios -tal vez aun personas en cargos de responsabilidad- caigan presas del deseo de exaltación propia y poder, y no obstante presuman que están haciendo la obra de Dios?
El sendero de la presunción, en cualquiera de sus formas, es pe­ligroso. Nuestra única seguridad en la vida cristiana es tener una fe profunda y permanente en las instrucciones de Dios, como están reveladas en su Palabra. Nuestra experiencia de adoración debe proceder de un corazón humilde, que está totalmente sometido al Señor Jesucristo.
Ana, una mujer de fe: 1 Samuel 1
Dejemos a los hijos de Israel en el desierto, y ahora avanzare­mos hasta el tiempo de los jueces. Este fue un periodo difícil en la historia de Israel. Muchos de los jueces fueron un gran chasco para Dios; y aun el sacerdocio se había corrompido. Dios estaba bus­cando un buen líder. Ana, una piadosa mujer, muy triste porque no podía tener hijos, fue al Tabernáculo con su esposo. El registro menciona que ella tenía "amargura de alma [...] y lloró abundan­temente" cuando Eli, el sumo sacerdote, la acusó de estar ebria (1 Samuel 1:10, 13). Era obvio para todo el pueblo que los hijos de Elí eran malvados, inmorales, no adecuados para el cargo que osten­taban. Aunque Ana anhelaba mucho tener un hijo, esta mujer pers­picaz también veía las condiciones espirituales de la nación y sus necesidades, y oró rogando que Dios le diera un hijo que pudiera satisfacer esas necesidades. Esto se nota por el hecho de que ella lo dedicó a fin de que viviera toda su vida bajo un voto de Nazareo (versículo 11). Ella le explicó a Elí lo que le ocurría, y Elí le dijo: "Ve en paz" (versículo 17). El registro dice que Ana comió, y "no estuvo más triste" (versículo 18). Antes de regresar a su hogar, Ana y Elcana "levan­tándose de mañana, adoraron delante de Jehová" (versículo 19; la cursiva fue añadida).
Samuel: 1 Samuel 3,4
Samuel fue la respuesta a la oración de esta madre y a la necesi­dad de la nación. Imagine el conflicto que debió haber desgarrado el corazón de Ana cuando se acercaba el tiempo en que ella cumpli­ría su promesa. Ella conocía el ambiente al que Samuel estaría ex­puesto. Sin embargo, había hecho un voto a Dios, y debía entregarle su hijo. ¡Qué fe! Dios recompensó las oraciones y la fe de ella, al llamar a Samuel al oficio profético. Dios le habló mientras todavía era un jovencito. El consejo de Elí a Samuel fue sabio. Cuando escu­chara el llamado de Dios, debía responder: "Habla, Jehová, porque tu siervo oye" (1 Samuel 3:9). Esta debería ser, también, la oración de cada verdadero adorador. Necesitamos el consejo y la dirección de Dios, y él se agrada cuando escuchamos lo que él tiene para decirnos. Samuel creció y maduró, y Dios estaba con él. Se reveló a Samuel en Silo, donde estaba ubicado el Santuario en ese tiempo. Y todo Israel se dio cuenta de que él era un profeta (versículos 19-21).
Dios le había indicado a Samuel que la casa de Elí debía ser cas­tigada. La nación también debía afrontar una prueba. Los filisteos atacaron a Israel y lo derrotó. Los ancianos de Israel sintieron que la única manera de protegerse era que el Arca del Pacto, que estaba en Silo, estuviese a la cabeza de su ejército (ver 1 Samuel 4:3-5). En esto estaban siguiendo la costumbre de las naciones paganas de que sus dioses encabezaran sus ejércitos. Estos líderes presumieron al usar el arca como un dios. Cuando los filisteos se dieron cuenta de lo que sucedía, dijeron: "Ha venido Dios al campamento [...] ¡Ay de nosotros!" (versículo 7).
Cuando Israel cumplía las instrucciones de Dios, él los bendecía. Cuando consideraron que el arca sagrada era un mero ídolo má­gico, llegó a ser poco más que un cofre en lo que a Dios respecta.
¿Es posible que los cristianos profesos, en esta época, puedan formar sus ideas de Dios y de cómo adorarlo sobre la base de una clase de cristianismo pagano, repleto de costumbres y de filosofías secularizadas?
Icabod, traspasada es la gloria: 1 Samuel 4-7
La batalla terminó en tragedia: hubo una gran matanza. Pero, lo más trágico fue que el arca fue capturada. Cuando Elí, el sumo sacer­dote, de noventa y ocho años, oyó la noticia, cayó y murió (1 Samuel 4:17, 18). Y esta noticia provocó que se le adelantara el trabajo de parto a su nuera, esposa de Finees. Esta dio a luz a un hijo (versículos 19, 20), a quien en sus últimos momentos de vida, llamó Icabod, "Traspasada es la glo­ria de Israel" (versículo 21). De hecho, por causa de los pecados de Israel, la gloria de la presencia de Dios se había apartado de la nación.
Con el tiempo, el arca fue devuelta pero, en el proceso, los hom­bres de Bet-semes fueron heridos porque miraron dentro del arca (1 Samuel 6:19). Esta tragedia impulsó a Samuel a hacer un llamado a la reforma. "Si de todo vuestro corazón volvéis a Jehová, quitad los dioses ajenos [...] y preparad vuestro corazón a Jehová, y sólo a él servid [adorad]" (1 Samuel 7:3). El pueblo respondió, y ese día comenzó un reavivamiento. Samuel levantó un monumento y lo llamó Eben-ezer: "Hasta aquí nos ayudó Jehová" (versículo 12).
Nuestra generación ¿necesita un reavivamiento? La gloria, el fervor de los pioneros de este movimiento, ¿se ha alejado de nosotros? ¿Nece­sitamos arrepentimos, abandonar nuestros dioses favoritos y volver a Dios con todo nuestro corazón? Sí, también nosotros necesitamos una experiencia de Eben-ezer, porque "hasta aquí nos ayudó Jehová".
La obediencia es mejor que los sacrificios: 1 Samuel 8, 9, 10, 15
Demasiado a menudo la naturaleza humana quiere jugar a ser dios. Pensamos que sabemos lo que necesitamos más que Dios.
Samuel había nombrado a sus hijos como jueces en Israel. Pero, al igual que Elí, no los había disciplinado bien. Los ancianos de Israel fueron a Samuel y le dijeron que como sus hijos no seguían los pa­sos de él, la gente necesitaba que un rey los dirigiera, como todas las naciones vecinas los tenían. Dios le dijo a Samuel que la queja no era contra él. No obstante, Samuel estaba devastado. Oró a Dios, y Dios le contestó: "No te han desechado a ti, sino a mí" (1 Samuel 8:7).
Israel era una teocracia; Dios era su rey. Pero ellos querían ser como las naciones que los rodeaban. ¿Le suena familiar? Muchos cristianos hoy procuran imitar las prácticas de los mundanos en la adoración, con el objeto de ganar amigos para Cristo. En vez de eso, demasiado a menudo eso gana a los cristianos para el mundo.
Dios permitió que Israel tuviera un rey, aunque no era su volun­tad. Saúl, apuesto y alto, parecía ser un hombre nacido para coman­dar; justo el hombre que cumplía la imagen que Israel tenía de un rey (1 Samuel 9:2). Cuando Samuel le reveló que él sería el rey sobre Israel, el Espíritu de Dios cayó sobre él. Dios le dio un corazón nue­vo; y Saúl adoró con los profetas (1 Samuel 10:10-12).
Samuel reunió al pueblo en Mizpa, y ungió públicamente a Saúl como rey. El profeta explicó cuidadosamente cómo debía compor­tarse el rey, y lo "escribió en un libro" (versículo 25). Luego, advirtió a Israel y al nuevo rey que el éxito de la nación dependía de la fideli­dad y la obediencia a Dios. Sin embargo, el joven rey pronto olvidó las instrucciones del profeta. Se "esforzó" –es decir, se atrevió– a ofrecer un sacrificio, que solo podía hacer un sacerdote. "Lo que le faltaba en piedad verdadera, quería suplirlo con su celo en las formas religiosas".
Samuel debió haberse sentido muy abrumado al recordarle a Saúl que su reino no perduraría (1 Samuel 13:13, 14). Sin embargo, Dios le dio a Saúl otra oportunidad para que demostrara su lealtad a sus mandatos. Samuel ordenó a Saúl, en su batalla contra los amalecitas, "destruye todo lo que tienen" (1 Samuel 15:3). Saúl presumió que tenía un plan mejor; traería de vuelta el botín de la guerra y lo usaría para hacer sacrificios.
Samuel "se apesadumbró" mucho y clamó a Dios toda esa no­che. El saludo de Saúl por la mañana era una mentira directa: "He cumplido la palabra de Jehová" (versículo 13). Samuel, probablemen­te con lágrimas en su voz, confrontó al presuntuoso rey: "¿Qué le agrada más al Señor: que se le ofrezcan holocaustos y sacrificios, o que se obedezca lo que él dice? El obedecer vale más que el sa­crificio, y el prestar atención, más que la grasa de los carneros. La rebeldía es tan grave como la adivinación, y la arrogancia, como el pecado de la idolatría" (versículos 22, 23, NVI). Dios estaba tan ofendi­do con Saúl como si este hubiese ofrecido su sacrificio a un ídolo pagano. Cuando más tarde Saúl consultó a la pitonisa de Endor, consumaba su rebelión contra Dios.
Dios no se deleita en los sacrificios y los holocaustos en sí. Lo que él realmente desea es un corazón arrepentido y obediente. Los cultos religiosos y la adoración son un insulto a él cuando lo reali­zan quienes persisten en violaciones voluntarias a sus mandatos. El mismo Dios que impulsó las palabras de Samuel a Saúl en la antigüedad desea que recordemos que él no será comprado con sa­crificios profanos, no importa cuán buenos parezcan ante los seres humanos. No nos atrevamos a presumir de colocar nuestras pro­pias normas de cómo debemos de ir a él para adorarlo. Los sacrifi­cios que le presentemos deben ser acompañados con tristeza por el pecado y una disposición a obedecer no importa cuál sea el costo.
Tal adoración ascenderá a nuestro Dios como dulce incienso, porque él anhela bendecir a quienes lo adoran con corazones en­tregados a él.
Pensamientos para dialogar, por A. W. Tozer
"Un llamado a la confesión: La necesidad crítica en esta hora de la historia de la iglesia no es lo que muy a menudo se dice: ganar almas, las misiones extranjeras, los milagros. Estos son efectos, no causas. La necesidad más apremiante ahora mismo es que nosotros, que nos llamamos cristianos, reconozcamos francamente, los unos a los otros y a Dios, que estamos extraviados; que deberíamos con­fesar que somos mundanos, que nuestras normas morales son bajas y estamos espiritualmente fríos. Necesitamos abandonar una mul­titud de actividades no bíblicas, dejemos de correr en el momento y al lugar en que no hemos sido enviados, y dejemos de santificar proyectos carnales profesando que los promovemos 'en el nombre del Señor' y 'para la gloria de Dios'. Necesitamos volver al mensaje, los métodos y los objetivos del Nuevo Testamento".
"Un reavivamiento generalmente da como resultado [...] la con­cesión de un espíritu de adoración. Este no es el resultado de la ma­nipulación o de manejos. Es algo que Dios concede sobre la gente que tiene hambre y sed de él. Con una renovación espiritual vendrá un bendito espíritu de amante adoración [...] Estos creyentes ado­ran alegremente porque tienen un alto concepto de Dios".
"Muchos de nuestros cantos y coritos de alabanza a Cristo son huecos y no convincentes. Algunos hasta son chocantes por sus amorosas expresiones de cariño, y suenan a un alma reverente como una especie de adulación ofrecida a Aquel a quien ni el com­positor ni el cantante conocen. Todo ello suena en forma de una cantinela de amor, la única diferencia es la sustitución del nombre de Cristo, por el de un amante terrenal".
Fe o presuncion Fe o presuncion Reviewed by FAR Ministerios on 7/31/2011 Rating: 5

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