Y mi vida sera purificada
Una gélida mañana de invierno, mientras
el mundo vivía los momentos más aterradores de la Segunda Guerra Mundial, Hans,
un soldado alemán, llegó junto con su batallón a una pequeña aldea de Rusia. Previendo que el
lugar se tornaría en un encarnizado campo de batalla, sus habitantes se
aprestaban a recoger algunas pertenencias a fin de abandonar lo que hasta ese
día había sido su morada. Hans entró en la casa de uno de ellos y se encontró
con un hombre, gastado por el paso de los años, que atesoraba junto a sí una
bolsa de cuero en la que celosamente guardaba su más preciado tesoro: una
Biblia.
Valiéndose del lenguaje corporal ambos mostraron su aprecio por el
libro. «¿Será adventista este anciano?», se preguntaba Hans. «¿Habrá alguna
manera de comprobarlo?» Tuvo una idea y buscó Apocalipsis 14:6-12, el mensaje
de los tres ángeles. ¿Y qué cree que sucedió? ¡Estaba subrayado! Luego buscó
Mateo 24:14. También estaba subrayado. Emocionado, Hans se trasladó a Éxodo
20:8, el mandamiento respecto al sábado... y también estaba subrayado. El hecho
de que estos versículos estuvieran subrayados parecía sugerir que el ancianito
no solo era cristiano, sino que también era un profeso creyente de la fe
adventista. ¿Qué otro pasaje bíblico podría confirmar de forma definitiva que
el humilde señor era un auténtico adventista? ¿Cuál cree usted que sería ese
pasaje? Hans buscó Daniel 8:14 y, como los demás, estaba subrayado. Entonces se
«expresaron el júbilo resultante de una identificación común con los ideales de
la fe adventista. Se arrodillaron en el interior de la humilde habitación. Hans
oró en alemán y el agricultor ruso en su idioma; después de un emocionante
apretón de manos, se separaron para enfrentar las vicisitudes e incertidumbres
dictadas por la guerra».
¿Usted, que dice ser adventista, conoce esos pasajes? ¿Los tiene
subrayados en la Biblia? ¿Es capaz de compartir el mensaje que contienen? ¿Por
qué Daniel 8:14 fue el texto que de manera definitiva le certificó a Hans que
el anciano ruso era un adventista?
Aunque muchos suelen pasarlo por alto, Daniel 8:14
constituye el corazón del pensamiento teológico de la Iglesia Adventista. De
ahí que resulte casi imprescindible que entendamos su significado. Este
versículo, más que cualquier otro, da sentido a la existencia de nuestro
pueblo. ¿Cómo hemos entendido este pasaje a lo largo de la historia de nuestra
iglesia? ¿Qué tiene ver con usted y conmigo en la actualidad?
Los pioneros y Daniel 8:14
Durante los inicios del movimiento adventista sugirieron varias
propuestas en cuanto al significado de Daniel 8: 14. En 1818 William Miller
llegó a la conclusión de que el santuario mencionado en Daniel 8:14, y que
sería objeto de la purificación, era la tierra. Al mismo tiempo, Miller también
creyó «que en la segunda venida había de producirse una limpieza espiritual de la iglesia». [1] No hemos
de olvidar que el mismo Miller creía que el santuario mencionado en Daniel 8:14
se refería a «"la iglesia del Dios viviente", "el pueblo de Dios
en todo el mundo, y entre todas las naciones", y "el verdadero
santuario el cual Dios ha construido de piedras vivas"». [2] En una
carta de 1842 dirigida a Joshua V. Himes, Miller expuso que en la Biblia la
palabra santuario está relacionada con siete entidades y de todas solo dos
requieren purificación: la tierra y la iglesia. [3]
Según Elena G. de White esta postura de identificar el santuario de
Daniel 8:14 con nuestro planeta, era parte de la tradición protestante de sus
días. En El conflicto de los siglos escribió:
«En común con el resto del mundo cristiano, los
adventistas creían entonces que la tierra, o alguna parte de ella, era el
santuario. Entendían que la purificación del santuario era la purificación de
la tierra por medio del fuego del último y supremo
día, y que
ello se verificaría en el segundo advenimiento. De ahí que concluyeran que
Cristo volvería a la tierra en 1844» (cap. 24, p. 405).
Tras el chasco del 22 de octubre de 1844, un seguidor de Miller, Hiram
Edson, expuso que el santuario mencionado en Daniel 8:14 aludía directamente al
santuario celestial. El 23 de octubre de ese año la mente de Edson fue
iluminada y entendió el acontecimiento mencionado en Daniel 8: 14 como un
evento que estaba ocurriendo en el cielo, es decir, en el santuario celestial.
«Edson contó que mientras cruzaban un campo sembrado de maíz, "algo me
detuvo a mitad de camino [...], el cielo parecía abierto ante mi vista (...].
Vi de forma clara y notoria que, en vez de que nuestro Sumo Sacerdote saliera
del Lugar Santísimo del santuario celestial para venir a esta tierra, el décimo
día del séptimo mes, al final de los 2.300 días, por primera vez entraba ese
día al segundo departamento de ese santuario; y que tenía que desempeñar una
tarea en el Lugar Santísimo antes de venir a esta tierra». [4] Edson
interpretó la decepcionante noche del 22 de octubre como un notable
cumplimiento de la profecía del «libro dulce y amargo» de Apocalipsis 10.
Owen R. L. Crosier era uno de los compañeros de estudio de Edson. [5] De
acuerdo con J. N. Loughborough, el hermano Crosier estaba presente cuando Edson
tuvo «la visión» [6]
en el maizal. Crosier publicó un artículo en la revista Day Star del
7 de febrero de 1846 titulado «The Law of Moses» ("La ley de
Moisés"). Las conclusiones que presentó en dicho artículo se pueden
resumir en los siguientes puntos: [7] (1) La
existencia de un santuario literal en el cielo que sería «purificado por
sangre, y no por fuego». (2) El ministerio de Cristo en el templo celestial
está dividido en dos fases; la primera se llevó a cabo en el Lugar Santo y la
segunda se está desempeñando en el Lugar Santísimo. (3) La etapa desarrollada
en el Lugar Santísimo incluye la purificación del santuario celestial y de los
creyentes de manera individual. De esta manera el estudio «combinado de Edson,
Hahn y Crosier confirmó la "visión" de Edson». [8]
Comentando el artículo de Crosier, Elena G. de White afirmó el 21 de
abril de 1847:
«El Señor me mostró hace más de un año que el hermano
Crosier tenía la verdadera luz en cuanto a la purificación del santuario [...]
y que era su voluntad que el hermano Crosier escribiera la explicación que nos
habla dado en el Day Star del 7 de
febrero de 1846. Me siento plenamente autorizada para recomendar ese Extra a
todos los santos» (A Word to the Little Flock
["Mensaje para el rebaño pequeño"], p. 12).
Es importante señalar aquí que los pioneros no compartieron todas las
conclusiones de Crosier, [9] y solo
apoyaron lo que ellos mismos comprobaron a través del estudio de las Sagradas
Escrituras. De hecho, después de 1850, Crosier renegó de muchos de los puntos
de vista que había defendido en su artículo de 1846.
La clave de las conclusiones a las que llegaron Crosier, Hiram Edson y el
Dr. Franklin B. Hahn es que la purificación del santuario celestial era un acontecimiento paralelo a
la purificación
del pueblo de Dios aquí en la tierra. Para ellos, Cristo lleva a cabo su ministerio
sacerdotal en el santuario celestial (Hebreos 8:2; 9:11), a la vez que realiza
una obra en el templo individual de cada creyente (Efesios 2:20-22; 1 Corintios
3:17). En ese mismo tiempo, Enoch Jacobs, editor de la revista Day Star, expuso ciertas ideas que ponían en
peligro el planteamiento de una obra de purificación paralela entre el cielo y
la tierra. Jacobs decía que, si Dios es espíritu, el santuario donde vive no
puede ser físico, sino espiritual. De ahí que, según él, el santuario de 8:14
no es una realidad física concreta, sino espiritual. A fin de protegerse «del
peligro inherente que subyace en tal interpretación de Dios, los adventistas
observadores del sábado escogieron enfatizar la literalidad y la ubicación del
santuario celestial de Daniel 8: 14» [10] y
obviaron por un tiempo el hecho de que la purificación del santuario celestial
conlleva la purificación de la iglesia terrenal.
De todas maneras este paralelismo entre la purificación del templo
celestial y del profeso pueblo de Dios en la tierra acabó formando parte de los
elementos característicos de la predicación adventista. En 1888, mientras
predicaba un sábado por la tarde durante el Congreso de la Asociación General,
la mensajera del Señor retomó el vocabulario de Crosier:
«Ahora Cristo se encuentra en el santuario celestial.
¿Qué está haciendo allí? Lleva a cabo la expiación por nosotros, purificando el
santuario de los pecados de su pueblo. Por ello hemos de entrar con él, por la
fe, a ese santuario. Hemos de comenzar la obra en el santuario de nuestras propias
almas. Es preciso que seamos limpiados de toda contaminación» (1888 Materials,
p. 127; la cursiva es nuestra).
El 21 de enero de 1890 escribió en la Review and Herald que «aquellos que no se identifican con la obra que Jesús realiza en el
tribunal celestial, los que no limpian el templo de su alma de toda contaminación, sino que se
dedican a lo que no está en armonía esta obra, se están uniendo al enemigo de
Dios y del hombre». El 11 de febrero del mismo año declaró por escrito en la
misma revista: «Cristo está purificando el templo celestial de los pecados
cometidos por el pueblo, y en la tierra nosotros debemos trabajar en armonía con él y
purificar el templo del alma de toda contaminación moral» (las cursivas son nuestras).
Durante la década de 1880 y tras finalizar el Congreso de 1888, los
predicadores adventistas continuaron presentando el concepto de un paralelismo
entre la limpieza del templo celestial y la del templo del alma. El folleto de
Escuela Sabática del segundo trimestre de 1963, que llevaba como subtítulo
«Limpiando el templo del alma», [11] hacía
referencia a los nexos existentes entre la obra de Cristo como sumo Sacerdote y
la repercusión de dicho ministerio en su iglesia. En esa misma época, Robert
Brinsmead, expuso algunas ideas que reflejaban cierta similitud con las de
Crosier. Usando la relación existente entre Levítico 16:30 y Daniel 8:14 para
establecer ciertas ideas perfeccionistas, a las que él denominó «un
llamamiento al santuario». Brinsmead «veía una analogía entre el templo del
alma y el antiguo tabernáculo con sus divisiones». [12]
Según la teología de Brinsmead, cuando el creyente es conducido a la
etapa que representa el Lugar Santísimo ya ha logrado una completa victoria
sobre el pecado y las tendencias pecaminosas. Según él «las personas
verdaderamente limpiadas del pecado eran física como también espiritualmente
perfectas y no sufrirían más de enfermedad».[13]
Para evitar cualquier tipo de asociación con las ideas de Brinsmead,
muchos de nuestros predicadores dejaron de enfatizar la relación existente
entre la purificación del templo celestial y la limpieza de nuestro pueblo en
la tierra.
Este breve repaso histórico pone de manifiesto que para los adventistas
el ministerio de Cristo en el cielo tiene una repercusión directa sobre su
pueblo en la tierra. Sin embargo, Satanás ha buscado la manera de impedir que
dicho mensaje alcance el corazón de los miembros de la iglesia y ha suscitado
enseñanzas heréticas con el propósito de desvirtuar la verdad de que Dios
quiere purificarnos. Ahora bien, ¿hay base bíblica para sostener que la obra de
Cristo en el cielo tiene un impacto directo sobre su pueblo aquí en la tierra?
¿Conlleva la purificación del santuario la limpieza de quienes adoran en él?
Creo que será necesario que tratemos de dilucidar estas interrogantes.
¿Qué dice la Biblia?
Si bien es cierto que Daniel 8:14 puede leerse considerando distintos
trasfondos, [14]
a nadie escapa que el libro de Levítico está directamente relacionado con todo
el capítulo 8 de Daniel. [15] Daniel
8 está repleto de elementos que estaban interrelacionados con el culto
celebrado en el antiguo santuario: el carnero, el macho cabrío, el continuo, el
santuario, el ejército, los cuernos; todos de una u otra manera tienen un
vínculo con las ceremonias del sistema cúltico israelita. [16] Aquí
nos centraremos en la estrecha conexión que existe entre Daniel 8,
especialmente el versículo 14, y Levítico 16. Para empezar, los dos animales
mencionados en Daniel 8, el carnero y el macho cabrío, eran precisamente los
que se utilizaban durante las ceremonias del Día de la Expiación, siguiendo las
instrucciones dadas en Levítico 16. Daniel 8:14 hace alusión a la purificación
del santuario y Levítico 16 es el capítulo bíblico por antonomasia que aborda
dicho tema. Si queremos comprender el mensaje de Daniel hemos de volver la
mirada, una vez más, al corazón del Pentateuco, a Levítico 16.
Para los israelitas el libro de Levítico, y de manera muy especial el
capítulo 16, ocupaba un lugar muy relevante. William H. Shea ha sugerido que el
libro de Levítico está estructurado literariamente de tal manera que el
capítulo 16 se encuentra justo en el centro del libro. [17] Un
detalle muy interesante es que la primera parte de Levítico (capítulos 1-15)
hace especial énfasis en el uso expiatorio de la sangre; es decir, hay
justificación para el pecador. A esta «justificación» sigue el capítulo 16 que
habla de la purificación del santuario. Los capítulos 17-25 hacen hincapié, no
en la sangre, sino en un llamado a la santidad. Por ello a esa sección de
Levítico se la ha denominado «el código de santidad». La configuración
literaria de Levítico saca a relucir con bastante claridad el equilibrio que
existe entre la justificación y la santificación, entre la fe y las obras. La
eficacia de la sangre queda establecida por los frutos de la santidad. [18]
Según Levítico 16, el santuario necesitaba ser purificado «a causa de las
impurezas de los hijos de Israel, de sus rebeliones y de todos sus pecados»
(Levítico 16:16); de ahí que el pueblo estuviera estrechamente relacionado con
la purificación del santuario, pues los pecados del aquel habían contaminado a
este. Para limpiar el santuario era necesario limpiar a quienes habían
propiciado su contaminación. De esta manera cuando concluía la «expiación del
santuario» (Levítico 16:20), el pueblo era declarado limpio (Levítico 16:30).
«Y hará expiación por el santuario y por todo el pueblo» (Levítico 16:33). La
obra hecha en el santuario tenía un impacto positivo en el corazón de cada
miembro del pueblo. Ángel M. Rodríguez destaca esta verdad cuando dice que
«esos rituales beneficiaban al pueblo debido a que su purificación era definitiva».
[19]
Moisés declaró que uno de los objetivos del Día de la Expiación era la
reconciliación entre Dios y su pueblo: «Es día de expiación para reconciliaros
delante de Jehová vuestro Dios» (Levítico 23:28). Este texto sugiere que la
tarea de purificar el santuario es una acción paralela al proceso de
reconciliación entre Dios y el ser humano arrepentido. En el texto hebreo de
Levítico 23:28 la palabra kipper aparece dos veces. La Biblia de
Jerusalén la traduce en ambas ocasiones como expiación. En Levítico 9:7 Moisés
volvió a utilizar dos veces ese mismo término. «Acércate al altar, y haz tu
expiación [kipper] y haz
la reconciliación [kipper] por ti y por el pueblo». Esta
declaración se refiere al servicio diario. Así que podemos deducir que lo que
ocurría durante el Día de la Expiación, una expiación reconciliadora, una vez
al año, también se llevaba a cabo diariamente. Esto implica que la obra
anual consumaba, hacía perfecta, la obra que había sido hecha día tras día. La
expiación del pecado traía como resultado la reconciliación entre Dios y sus
hijos. Como bien lo declara Roy Gane, la «expiación es un proceso dinámico y
transformador a través del cual se restaura la relación entre Dios y su
pueblo». [20]
A la luz de Levítico queda muy claro que la purificación del santuario
tenía un efecto directo sobre el pueblo. Lo declaraba limpio y reconciliado
delante de Dios. Derek Tidball lo expresó con estas palabras: «El macho cabrío
que es sacrificado purifica el santuario y hace expiación por el pueblo a la vez».
[21]
Otro pasaje que prueba esta verdad es el capítulo 3 de Malaquías. Esta
perícopa hace alusión a la venida del Señor «a su templo». Según el profeta
esta venida del Señor al santuario tiene un propósito purificador y judicial:
«Él es fuego purificador [...]. Se sentará para afinar y limpiar [...). Vendré a vosotros para
juicio» (Malaquías 3:1, 3). En relación con el santuario, las expresiones de
juicio y purificación estaban asociadas al ministerio llevado a cabo en el
Lugar Santísimo. Tomando en cuenta que Daniel 7 describe el inicio del proceso
judicial cósmico con expresiones muy similares a las de Malaquías, podemos
colegir que ambos capítulos describen el mismo episodio. En Daniel 7 el «Hijo
del hombre» «llega», el juez se «sienta» en un «trono como llama de fuego».
Estas imágenes son muy parecidas a las de Malaquías.
Elena G. de White escribió:
«La
venida de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote al Lugar Santísimo para la
purificación del santuario, de la que se habla en Daniel 8:14; la venida del
Hijo del hombre al lugar donde está el Anciano de días, tal como está
presentada en Daniel 7:13; y la venida del Señor a su templo, predicha por
Malaquías, son descripciones del mismo acontecimiento» (El conflicto de los siglos, cap. 25, p. 422).
Ahora bien, lo interesante de la declaración de Malaquías es que no habla
de purificar el templo, sino de una obra de purificación que tiene por objeto a
los miembros de la tribu de Leví (Malaquías 3:3). Reciben la limpieza aquellos
que están dedicados al sacerdocio. El juicio está reservado para aquellos que
profesan pertenecer al pueblo del pacto. Este juicio no es para los paganos, es
realizado en favor de los miembros del pueblo de Dios. Jeremías había descrito
el intento del pueblo para resolver el problema del pecado (Jeremías 2: 22), y
cómo tal esfuerzo había sido inútil. Malaquías nos presenta al Señor como aquel
que tiene el único jabón que puede limpiar el pecado, y esto se logra mediante
el proceso purificador que se realiza en el santuario.
Tanto Levítico como Malaquías ponen de manifiesto que la purificación del
santuario también incluía la purificación del pueblo de Dios. Elena G. de
White está en sintonía con esto al decir: «Mientras se prosigue el Juicio
Investigador en el cielo, mientras que los pecados de los creyentes
arrepentidos son quitados del santuario, debe llevarse a cabo una obra especial
de purificación, de liberación del pecado, entre el pueblo de Dios en la
tierra» (El conflicto de los siglos, cap. 25, p. 421). Más que ser un
día de terror, el Día de la Expiación «proporcionaba la oportunidad anual de
lograr que los pecados fuesen borrados para siempre. Era el día aceptable». [22]
Respecto al Día de la Expiación, el famoso Rabí Aquiba
solía decir: «Feliz de ti, oh Israel, ¿ante quién sois purificados? ¿Quién os
purifica? Vuestro padre que está en los cielos, pues escrito está: "Rocié
sobre vosotros aguas puras y habéis quedado limpios" [Ezequiel 3:25], Se
dice también: "El Señor es la esperanza de Israel" [Jeremías 17:13].
Como la piscina purifica lo impuro, así el Santo, bendito sea, purifica a
Israel» (Yoma 8, 9). [23]
«Y mi vida será
purificada»
El día de la
purificación del santuario era un día de juicio, y como tal implicaba un
proceso de investigación. Sin embargo, no es menos cierto que dicho juicio está
rodeado de conceptos que aluden al evangelio eterno. Palabras que estaban muy
relacionadas con el Día de la Expiación, como reconciliación, purificación o
liberación, también son términos muy afines a la obra de Cristo en favor de los
seres humanos (2 Corintios 5:20; Lucas 4:18; Gálatas 1:4). [24]
El Día de la Expiación no está en contra del verdadero el evangelio, más bien
constituye una parte integral de este.
Por eso mientras
asistimos al día escatológico de la purificación del santuario, podemos tener
seguridad y confianza (Hebreos 4:16). Ante el tribunal celestial el Señor está
garantizando nuestra purificación. «Por medio de su sangre —Cristo— purificará
vuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte» (Hebreos 9:14). A la
vez que Cristo purifica «las figuras celestiales» con su propia sangre (Hebreos
9:23, 12), también limpia nuestras vidas de «todo pecado» (1 Juan 1:7).
El 26 de
septiembre de 1891, mientras predicaba un sermón, la señora White declaró:
«Algunos no saben lo que es el pecado. No saben lo ofensivo que es para Dios
corromper el templo del alma. Pero yo clamo a ustedes para despejar el camino
del Rey» (Sermones escogidos, tomo 1, p. 171). ¿De qué manera vamos a despejar el
camino del Rey? Así como el pueblo era llamado a «afligir» su alma (Levítico
16:29, 31) en señal de arrepentimiento, hoy se nos invita «a despojarnos de
todo peso de pecado» (Hebreos 12:1), a purificar nuestras almas y a tener un
corazón puro (1 Pedro 1:22; Santiago 4:8). Hay quienes creen que esta purificación
se llevará a cabo por medio de su propio esfuerzo. «Algunas personas sinceras,
comprometidas y bien intencionadas enseñan que el pueblo santo de Dios lo
vindica en el juicio viviendo en obediencia a sus mandamientos. [...] Es más
bíblicamente correcto decir que Dios se vindica a sí mismo mediante lo que él
hace por, para y en su pueblo». [25]
Pedro nos dice que es el Espíritu Santo quien va «purificando por la fe»
nuestros corazones (Hechos 15:9). Nuestra purificación —como la justificación—
no es por obras, es por fe.
David, tras
reconocer la malignidad de su pecado, no se conformó con saber que podía ser
perdonado y clamó en oración: «Lávame más y más de mi maldad y límpiame de mi
pecado» (Salmo 51:2). Dios es quien realiza la purificación tanto del santuario
como de cada individuo. Nadie logrará obtener por sus propios méritos la
limpieza del alma; es una obra exclusiva del Salvador. Únicamente él podrá
declararnos limpios, el tribunal escatológico fallará en favor de «los santos
del altísimo» (Daniel 7:22). Por tanto, «conviene preparar el corazón para
recibir el Espíritu Santo, que corra por todo nuestro ser. Conviene que abra la
puerta del templo del alma, y deje que el Salvador entre. "Yo estoy a la
puerta y llamo", dice el Salvador; "si alguno oye mi voz y abre la
puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo" (Apocalipsis 3:20)» (Sermones escogidos, tomo 1, pág. 327).
Muchos podemos
entristecernos y lamentarnos al ver que nuestra vida parece sucia —de hecho lo
está— y llegamos a dudar de la seguridad de nuestra salvación y a tener en poca
estima la obra de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote. Durante esos momentos de
dudas y temor es preciso recordar que «engañoso es el corazón más que todas las
cosas» (Jeremías 17:9). Nuestro Señor «se dio a sí mismo por nosotros para
redimirnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo propio» (Tito 2:14).
Cristo entregó su vida a cambio de nuestra limpieza. A tal propósito se nos
dice: «Si crees que estás perdonado y limpiado, Dios suple el hecho [...] así
es no porque lo sientas, sino porque Dios lo ha prometido» (El camino a Cristo, cap. 6, p. 78). Quizá la mejor manera de leer Daniel
8: 14 sea haciendo nuestra propia paráfrasis del texto: «Pasarán dos mil
trescientas tardes y mañanas y mi
vida será purificada».
[1] C. M. Maxwel, «The Investigative
Judgment: Its Early Development» en Frank B. Holbrook, ed., The
Doctrine of the Sanctuary. A
Historical Survey (Silver
Spring: Biblical Research Institute, 1988), p. 125. La cursiva es nuestra.
[2] Citado
en Alberto R. Timm, El
santuario y el mensaje de los tres ángeles. Factores integradores en el
desarrollo de las doctrinas de la Iglesia Adventista del Séptimo Día (SALT: Universidad Peruana Unión, 2004), p. 29.
[3] Ver nota
anterior, pp. 30, 31. Las otras cinco son: Jesucristo, el cielo, Judá,
el templo de Jerusalén y el Santo de los santos.
[4] George R. Knight,
Nuestra
iglesia: Momentos históricos decisivos (Doral: APIA,
2007), p. 33.
[5] Godfrey T. Anderson, «Sectarianism
and Organization, 1846-1864» en Gary Land, ed., Adventism
in America. A History, Revised Edition (Berrien
Springs: Andrews University, 1998), p. 32.
[6] «Crosier, Owen R. L» en Don Neufeld,
ed. Seventh-Day Encyclopedia (Washington: Review and
Herald, 1966), p. 313.
[7] George R.
Knight, Nuestra
identidad: Origen y desarrollo
(Doral: APIA, 2007), p. 75.
[8] George R. Knight, Millenial Fever and the End of the World. A Study of Millerite
Adventism (Boise: Pacific Press, 1993), p. 306.
[9] Paul A. Gordon, The
Sanctuary, 1844 and the Pioneers (Silver Spring:
Ministerial Association General Conference of Seventh-Day Adventist, 2000), p.
35.
[10] Maxwell,
art. citado, p. 518.
[11] Ver nota anterior, p. 519.
[12] Enoc de
Oliveira, La mano de
Dios al timón (Buenos Aires:
ACES, 1986), p. 133.
[13] Richard Schwarz y Floyd
Greenleaf, Portadores
de luz (Doral: APIA, 2000)
p. 624.
[14] Roy Adams, El santuario (Miami:
APIA, 1988), pp. 80-87. Adams sugiere
que el trasfondo de Daniel 8: 14 se encuentra en 2 Crónicas.
[15] Ver por ejemplo
Ángel Manuel Rodríguez, «Significación del lenguaje ritual de Daniel 8: 9-14»
en Frank B. Holbrook,
ed., Simposio sobre Daniel (Doral: APIA,
2010), pp. 535-558;
Jacques B. Doukhan,
Secretos
de Daniel (Doral: APIA, 2008), pp. 129-131;
William H. Shea,
Daniel: Un
enfoque cristocéntrico (Doral:
APIA, 2010), pp.
196-201.
[16] A. M.
Rodríguez, artículo citado, pp. 538-541.
[17] William Shea, «Literary Form and
Theological Function in Leviticus» en Frank B. Holbrook, ed., 70 Weeks,
Leviticus, Nature of Prophecy (Silver Spring: Biblical
Research Institute, 1986), pp. 131-168. Ver también Yehuda
Raddy, «Chiasm in Tora» en Lingüística Bíblica 19
(1972), pp. 21-23.
[18] Richard Davidson, «The Good News of
Yom Kippur» en Journal of the Adventist Theological Society 2/2 (1991), p. 13.
[19] Angel M. Rodríguez, «La doctrina del Santuario»
en Teología:
Fundamentos bíblicos de nuestra fe, tomo 4
(Doral: APIA, 2006), p. 118.
[20] Roy Gane, «Temple and Sacrifice» en Journal
of the Adventist Theological Society 10/1-2 (1999), p. 365.
[21] Derek
Tidball, Levítico:
Libres para ser santos (Barcelona:
Publicaciones Andamio, 2009), p. 255.
[22] Francis D. Nichold, ed., Comentario bíblico adventista (Buenos Aires: ACES, 1992), tomo 1, p. 793.
[23] Carlos del
Valle, ed., La Misná (Madrid: Nacional, 1981), p. 344.
[24] Para más detalles, consulte Ivan
Blazen, «Justification and Judgment» en Frank B. Holbrook, ed., 70 Weeks,
Leviticus, Nature of Prophecy (Washington: Biblical
Research Institute, 1986), pp. 339-388.
[25] Roy Gane, Sin temor al juicio (Doral: APIA,
2006), p. 54.
Y mi vida sera purificada
Reviewed by FAR Ministerios
on
12/02/2013
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