Hacer discipulos

Pedro (no es su nombre real) había visto cómo sus hijos, los primos de ellos y otros jóvenes aceptaban uno tras otro a Je­sús como su Salvador, y se habían unido a la iglesia. Ahora, el Espíritu de Dios lo llamaba a tomar una decisión, y él estaba aceptándola.
Unos años antes del día en que su vida cambiara, Pedro había comenza­do a enviar a sus hijos y otros familiares aun programa de campamentos de verano, patrocinado por la iglesia cercana a la ciudad en que vivía. Día tras día, los niños escuchaban historias de fe que los inspiraban. Aprendieron que Dios los amaba, y que tenía un propósito y un plan para sus jóvenes vidas. Después de finalizado el segundo campamento de verano, tres de los hijos mayores comenzaron a estudiar más a fondo la Biblia con el direc­tor del campamento. Después de meses de estudio, los jóvenes aceptaron a Cristo como su Salvador y fueron bautizados. El siguiente verano, varias hijas de la familia y otro varón expresaron su interés por entregar su vida a Cristo. El director del campamento de verano inició un estudio bíblico semanal con la familia extendida, que incluía a los tres jóvenes que ya se habían bautizado el verano anterior. Después de algunos meses más de es­tudio cuidadoso, siete de los otros jóvenes solicitaron el bautismo.

Durante los estudios, a menudo Pedro había entrado en la habitación, y observaba y escuchaba la conversación. El director del campamento no estaba seguro de si Pedro aprobaba, desaprobaba o solo quería sentarse a escuchar. En ningún momento Pedro hizo algún comentario; ni siquiera su lenguaje corporal traicionaba sus sentimientos. Meses después, esta­ba presente cuando el director completaba la serie y preguntaba a los jóvenes si todavía querían ofrecer su vida a Cristo. Cada uno de los siete afirmó su compromiso anterior. Antes de que el director del campamento se fuera, Pedro lo confrontó con las palabras: “¿Está bien que yo también sea bautizado?”
Los cristianos mencionan a menudo la importancia de que los padres den buenos ejemplos a sus hijos, para animarlos a aceptar a Cristo; pero, aquí había un caso en el que las decisiones hechas por los jóvenes influye­ron sobre un padre, para que pidiera el bautismo. El verano siguiente, Pedro no solo envió a sus hijos y sus familiares al campamento, sino también bus­có a la hija de un vecino y la patrocinó para el campamento. Ella también comenzó a estudiar con el director del campamento.
La influencia de los niños en el proceso del discipulado frecuentemente es subestimada. Un director de Ministerios Infantiles que estaba tratando de involucrar a un pastor en un programa de discipulado infantil se encontró con estas palabras: “Realmente, no tengo tiempo. Creo que Dios me ha lla­mado a pasar más tiempo haciendo evangelismo”. La actitud de este pastor sugiere que Dios está interesado en hacer discípulos solo entre los adultos.
Considera el pensamiento que está detrás de esa actitud. Parecería que el pastor dijera: “Esperemos hasta que tengamos algunos problemas del tamaño de un adulto, antes de tratar de conducir a la gente a Dios. Es­peremos hasta que hayan quedado con heridas por embarazos fuera del matrimonio, abuso del alcohol, años de vida profana y sin utilidad, y luego contémosles acerca de la maravillosa gracia de Jesús. Esperemos hasta que hayan desperdiciado más de la mitad de su vida y formado hábitos difíciles de romper, antes de revelarles la gracia de Cristo. Persigámoslos cuando sus almas estén encallecidas en contra del evangelio, y sus estilos de vida aprisionen su débil motivación hacia el bien, en lugar de acercar­nos a ellos cuando sus corazones son tiernos y moldeables, sin ataduras, y más inclinados hacia el bien”.
¿Quiénes siguen esta lógica? ¿Espera el inspector de un dique a que por una grieta esté filtrando agua, o actúa apenas advierte la más pequeña im­perfección? ¿Se honra a Dios mejor con los últimos treinta años de la vida de una persona que con una vida entera de setenta u ochenta años bien vividos? ¿No deberían recordar los creyentes que cuando los jóvenes son al­canzados se ahorran las cicatrices espirituales que a menudo acompañan esos años no dedicados a Dios?
Estudios realizados en varias confesiones religiosas indican que relati­vamente pocas personas dedican su vida a Cristo después de que pasaron sus años de adolescencia; realmente, la mayoría de los compromisos con Cristo suceden antes de la adolescencia. Irónicamente, algunos padres a quienes Dios ha confiado la custodia espiritual de los jóvenes adoptan la actitud que aparece en estas palabras: “Bueno, no los obliguemos a tomar una religión... Cuando sean mayores, elegirán por sí mismos”.
Estos padres, sin embargo, muestran actitudes completamente diferen­tes con respecto a la educación, los planes financieros y otros asuntos im­portantes. ¿Existen padres que digan: “No forcemos una educación sobre ellos; cuando sean mayores, si se interesan en leer o en aprender matemá­ticas, o controlar su chequera, entonces podrán obtener una educación”? Por el contrario, muchos padres inscriben a sus hijos en la educación formal antes de su cuarto cumpleaños. ¿No deberían tener un énfasis similar los intereses espirituales? ¿Es la educación que prepara a la gente para setenta años de vida más importante que la que la prepara para la eternidad? Cuan­do los estudios en casi cada confesión religiosa indican que la principal oportunidad para tomar decisiones espirituales está entre los ocho y los tre­ce años, ¿no deberían los cristianos con mente evangelizadora movilizarse para aprovechar esta ventana de oportunidad?
Los discípulos que reprendieron a los padres que trajeron sus hijos a Je­sús para que los bendijera eran un modelo de muchos ejecutivos cristianos contemporáneos. Hoy, los líderes más políticamente correctos pueden ser menos descorteses, pero sus prioridades aparentes se alinean perfectamen­te con la de los primeros seguidores de Cristo: “La iglesia de Dios tiene di­mensiones considerables que demandan una cantidad enorme de tiempo.
Administrar muchas propiedades, agendas sociopolíticas de buen tamaño y discusiones teológicas importantes requieren una inversión muy consi­derable. Producir declaraciones de visión elaboradas, diseñar estrategias de misión que sean viables y monitorear redes organizacionales masivas grandes necesitan recursos. Después de repasar estados de cuenta enormes pero importantes, de evaluar informaciones demográficas voluminosas y de considerar las corrientes religioso/culturales contemporáneas, ¿quién tiene tiempo para los niños?” Contrasta con la actitud personal de Jesús: “Dejad a los niños venir a mí [...]” (Lucas 18:16). Las prioridades de Cristo difieren agudamente de las de sus discípulos. Los niños son primero.
Cuando nuestro primer nieto llegó al mundo, fuimos arrojados repenti­namente al mundo tecnológico de la neonatología. Las unidades de cuida­do neonatal intensivo son mezcléis singulares de los esfuerzos más nobles de la humanidad por preservar y sostener la vida, junto con la desespera­ción emocional experimentada por ambos padres. Noé, nuestro nieto, esta­ba sumergido en cables, parches, tubos y monitores: tecnología de avanza­da que sirve al propósito de sostener la vida, en medio de circunstancias extremas. Otros niños admitidos allí podrían haberse sostenido en una sola mano. Su vida pendía de equilibrios invisibles; y el equilibrio emocional cambia a cada momento.
¿Por qué existe esta preocupación tan grande por conservar la vida físi­ca? ¿Por qué los investigadores rehusaron entregar a estos niños a una muer­te cierta y en cambio, empujaron los límites de la intervención tecnológica un poco más allá? ¿Qué motiva esta enorme inversión de recursos? ¿Por qué los médicos no dijeron a las madres que “aceptaran lo inevitable, en vez de luchar contra la suerte”, y en cambio usaron metodologías cada vez más ingeniosas para sostener la vida? Mientras que la comunidad médica ha se­guido vigorosamente el conocimiento que preserva estas jóvenes vidas, ¿por qué la comunidad religiosa no ha estado buscando tan intensamente nue­vos métodos para conservar el vigor espiritual entre los jóvenes? Tal vez, los seminarios deberían priorizar el desarrollo de “neonatólogos espirituales”.
¿Cómo debería responder la iglesia de Dios al desafío de fomentar y conservar la vida espiritual entre los jóvenes? Muchos dirigentes y feligre­ses bien intencionados han usado un perspectiva que aleja de Cristo a los jóvenes, en vez de amistarlos con él. Típicamente, esta es una variación del conductismo social, que se concentra en las obligaciones, las reglas y la conformidad exterior a las costumbres locales. Con frecuencia, esto parte de puntos de vista mentales muy estrechos. En algún tiempo pasado, un an­ciano dirigente local insistió en que su joven empleado cristiano abando­nara su práctica de tocar la guitarra, porque las guitarras son “instrumentos del diablo’’. Es decir, ¡tocas la guitarra, y renuncias a la vida eterna!
No se mencionaba nada con respecto a la naturaleza de la música que ejecutaba. No se ofrecía ninguna explicación que justificara la condena­ción general de las guitarras. Obviamente, todo joven con una mentalidad espiritual habría aceptado inmediatamente su afirmación. Afortunadamente, disuadieron al joven de abandonar su iglesia y su guitarra; en cambio, su ins­trumento llegó a ser un valioso medio de expresar su fe. Lamentablemente, muchos jóvenes han sido alejados por declaraciones sin confirmar, de blanco o negro, basadas en temores irracionales y juicios llenos de justicia propia.
Si el problema son los instrumentos de percusión, la modestia en la moda, las actividades durante el ocio o la adoración pública, los jóvenes deben ser tratados con bondad semejante a la de Cristo, y sin juzgarlos. Los pronunciamientos unilaterales deben ser reemplazados por diálogos razo­nados. Se deben explorar con ellos las decisiones éticas y la teología prác­tica, no dictarlas unilateralmente. Las generaciones mayores deberían tener mucho que ofrecer, pero poco que imponer. Las generaciones menores res­ponden negativamente a la coerción, pero son susceptibles a la persuasión bondadosa. El antiguo aforismo se demuestra correcto en repetidas oportunidades: “Convencido contra su voluntad, sigue con su anterior lealtad”.
Las iglesias que muestran el amor de Cristo por los jóvenes se caracte­rizarán por varios énfasis. Primero, estas iglesias proporcionan un ambiente seguro para alimentar la fe. Desgraciadamente, los predadores sexuales se orientan a las comunidades de la fe. Juicios y demandas que sobrepasan las fronteras confesionales subrayan la fuerza penetrante de tal actividad. Cristo declaró: “Imposible es que no vengan tropiezos; mas ¡ay de aquel por quien vienen! Mejor le fuera que se le atase al cuello una piedra de molino y se lo arrojase al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos. Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndelo” (Lucas 17:1-3).
Tolerancia cero hacia actividades sexuales inapropiadas debe llegar a ser la norma de cada iglesia. El perdonar indiscreciones pasadas nunca debería ser confundido con permitir que tales personas tengan acceso a grupos juveniles, ministerios infantiles, coros juveniles o grupos del tipo de los “scouts”. El daño psicológico infligido por encuentros sexuales prema­turos ha herido en forma permanente a muchos jóvenes. Estas catástrofes emocionales interfieren con la futura felicidad marital, el desarrollo psico-social normal y la formación debida de relaciones.
Afianzar un ambiente seguro requiere una diligencia considerable. Todos los que participan en algún ministerio relacionado con la juventud deberían ser cuidadosamente examinados, usando servicios que provean controles completos del trasfondo de las personéis. Solo el haber terminado la carrera de Medicina o estudios de posgrado, o aun un seminario teoló­gico, no necesariamente certifica la credibilidad de esa persona. Algunos pueden cuestionar la necesidad de este examen. Algunos voluntarios po­drán renunciar a sus cargos, afectando a ministerios que ya tienen poco personal. Sin embargo, la mayoría de los voluntarios aceptarán de todo co­razón tales procedimientos, por cuanto se han entregado muy fuertemente a estos ministerios, ya que no desean que se vean comprometidos por la actividad de esos predadores.
Sin embargo, proveer un ambiente seguro implica mucho más que eli­minar a los predadores sexuales. La seguridad, además, abarca una actitud más amplia, que favorezca los sentimientos de comodidad emocional, por la cual los jóvenes puedan hacer preguntas difíciles, analizar luchas domés­ticas, expresar sentimientos negativos y experimentar esa difícil transición hacia la adultez, sin temor a ser condenados. Proveer seguridad, también, puede incluir el proteger a los jóvenes de los feligreses excesivamente ce­losos, cuya sola misión en la vida es proyectar sus propias inseguridades y vulnerabilidades sobre los jóvenes, bajo el disfraz de dar consejos. Cuando aparecen el menosprecio, un aire de superioridad y la manipulación, ten­gan por cierto que no se está “guiando” a nadie. Los ataques verbales, la ira y las observaciones despectivas también pueden ser señales de que se requiere una intervención.
Cuando las plantitas pequeñas se exponen a condiciones climáticas severas, venenos, pisoteo u otros riesgos ambientales, a menudo quedan destruidas. Si esas plantitas llegaran a la adultez, ese árbol maduro puede soportar huracanes, tornados, instalación de “casas” en el árbol y hamacas, y podas agresivas. Los niños y los jóvenes no son diferentes. Los años críticos son esos primeros. Desarrolla un ambiente positivo y de “nutrición”, que los lleve a tener éxito como adultos, y que puedan sostenerse ante críticas ne­gativas, sufrimiento personal y problemas financieros. Incapacita a los niños en su juventud, y quedarán desvalidos durante toda una vida.
Las iglesias que aman a los jóvenes, generalmente, apoyan otro énfasis: incorporar a los jóvenes en la misión de la iglesia. Estas iglesias no están diciendo que los jóvenes son la iglesia del futuro: reconocen que la juven­tud es la iglesia de hoy. El mercadeo secular conoce la efectividad de la in­fluencia de los pares, los iguales. Analiza los anuncios para la ropa juvenil. Ese mercadeo ¿apunta a los adolescentes o a sus padres? Los productores de ropa ¿tratan de influir sobre los padres, para que elijan sus productos para sus hijos? ¿O están tratando de influir sobre los adolescentes, a fin de que influyan sobre sus amigos para que compren sus productos? La mayoría reconocería la segunda estrategia como la respuesta correcta. Los adolescentes influyen más a menudo en el guardarropa de sus padres que a la inversa. En forma efectiva, crean una contracultura, que sus pa­dres financian.
Los encargados de comercialización explotan este fenómeno, usando a los jóvenes para persuadir a los jóvenes a que persuadan (¿importunen?) a sus padres. Quienes realizan esta tarea con éxito inician este proceso mu­cho antes de la adolescencia. Con intencionalidad, generan una programa­ción en los medios para los jóvenes, cultivan “estrellas” juveniles que canten y bailen, y establecen oportunidades de redes juveniles. Pablo enfatiza, en los versículos finales de 1 Corintios 9, que los atletas se adiestran para pre­mios temporales; pero los creyentes, para recompensas eternas. Este mismo razonamiento se aplica aquí. Los que producen las propagandas gastan mi­llones para alcanzar objetivos temporales (aumento de ventas), mientras que los cristianos gastan sus energías con propósitos eternos.
O, por lo menos, deberían hacerlo. Sin embargo, pocas iglesias de cual­quier credo toman en serio los movimientos juveniles. Algunas organiza­ciones paraeclesiásticas han aprovechado esta oportunidad, y la explotan con éxito. Por ejemplo, el National Bible Bee otorga anualmente más de un cuarto de millón de dólares a los niños por memorizar las Escrituras. “Emocionante” describe apenas la euforia que este autor experimentó, al pasar un fin de semana largo escuchando a los niños y los jóvenes citar exclusivamente pasajes bíblicos en una competencia nacional. Muchos de los participantes supieron del programa por otros niños entusiasmados, que los animaron a participar. Su ejemplo podría ser repetido por medio de los ministerios en las iglesias locales; es decir, si la iglesia concentra su atención indivisa en aprovechar estos talentos y energía.
Tales iglesias comprenden que la juventud no es “la iglesia del futuro”, sino dinamita evangelizadora sin estallar. Los jóvenes revolucionan el mun­do de sus pares, y también a generaciones mayores. Los jóvenes, frecuente­mente, alcanzan a personéis escépticas, encallecidas, que nunca podrían ser alcanzadas por la evangelización tradicional. Siendo que la mayoría de las personas entrega su vida a Cristo antes de los años de la adolescencia, y siendo que la cultura juvenil contemporánea constituye la influencia más persuasiva sobre los jóvenes, ¿no debería la iglesia concentrarse en el ta­lento más creativo, los recursos más extensos y el apoyo más generoso, para desarrollar unas fuerzas espirituales adiestradas con eficacia?
Los entrenadores de atletismo reconocen que los jóvenes gozan de una ventana de oportunidad que nunca volverá. Los comandantes militares mo­vilizan y adiestran pilotos, fuerzas especiales y grupos tácticos de elite, antes que los enlistados lleguen a los 25 años de edad. ¿Cuándo comprenderán las iglesias el valor de hacer esto mismo? ¿Cuándo despertarán las iglesias a las oportunidades que ahora duermen en las cunas de ellas?
Las iglesias que alimentan con eficacia a los discípulos jóvenes propor­cionan múltiples oportunidades para la realización de decisiones espirituales. La evidencia creciente sugiere que más cristianos jóvenes formulan su acep­tación inicial de Cristo en retiros o campamentos que en otros lugares. Esto no disminuye la importancia de otros ministerios, tales como los cultos de adoración semanales, Grupos pequeños, grupos de estudio de la Biblia, activi­dades recreativas y los ministerios musicales. Algunos elementos de estos mi­nisterios, con frecuencia.se incorporan a los retiros o los eventos especiales similares. No obstante, los hechos confirman la afirmación de que los retiros y los campamentos son el instrumento más efectivo para iniciar la fe entre sus jóvenes adherentes. ¿Por qué?
Tal vez, lo más obvio sea la oportunidad Los llamados abiertos para aceptar a Cristo son comunes en los campamentos de verano cristianos. ¿Cuán a menudo se extiende esta invitación durante los cultos de adora­ción semanales? ¿Cuán a menudo se presentan apelaciones espirituales en las actividades recreativas? A menos que se plantee la pregunta, ¿cómo po­demos esperar una respuesta?
Otro factor puede ser que en esos lugares apartados haya menos distrac­ciones. Eliminar las distracciones sería ideal, pero es poco realista. En un ambiente de retiro, lejos de la televisión no controlada, de los dispositivos portátiles para jugar, de los pequeños reproductores de música y de cente­nares de otras diversiones, el alma humana finalmente respira libremente. La reflexión reemplaza el entretenimiento. Los pensamientos concentrados desplazan las interrupciones. La espiritualidad suplanta la diversión. La ora­ción revive cuando no compite con los datos triviales de los deportes, los plazos para las tareas escolares, las ansiedades sociales y una lista intermi­nable de otros estorbos.
Un factor complementario es la exposición aumentada a la creación divina. La naturaleza a menudo ha sido llamada el segundo libro de Dios. Los campamentos de verano y los retiros ofrecen múltiples exposiciones a la majestad divina. Se revelan los cuerpos celestes, oscurecidos por la ilumi­nación urbana. Lo intrincado de la vegetación, con frecuencia pasado por alto o ausente en un ambiente urbano, señala a un Diseñador y Sustentador divino. La vida silvestre, también, dirige nuestra atención al Creador. Sustituir los ambientes artificiales, asociados con la cultura contemporánea, con el mundo creado por Dios, no puede sino refrescar la vitalidad espiritual.
El cuarto componente sería un ejemplo positivo. Una persona decide seguir a Cristo; esa persona influye sobre otra. Este efecto multiplicador, que a menudo emplea la presión negativa de los pares contra los intereses espi­rituales, llega a invertirse, e influye sobre decisiones positivas. En Pentecos­tés, alguien fue el primero de 3.000. Alguien puede sugerir que los siguientes lo hicieron sin pensarlo; pero, en realidad, todos seguían la invitación del Espíritu Santo. Adicionalmente, 2.999 de ellos fueron influenciados por la decisión de otra persona. Esa influencia humana no invalida el llamado del Espíritu. Cristo empleó el ejemplo y el testimonio humanos, para inspirar a la gente al discipulado.
Estos elementos –proporcionar abundantes oportunidades o invita­ciones al discipulado; reducir las distracciones; aumentar la exposición a las cosas celestiales; y utilizar la influencia positiva y el ejemplo–, debe­rían proveer el marco de referencia para el esfuerzo de alcanzar a cada joven y adulto joven. Cristo mismo empleó este enfoque: realizando múl­tiples llamados al discipulado (por ejemplo, Marcos 1:14, 17, 37, 38); separando tem­poralmente a sus discípulos de los ambientes distractores (Marcos 6:30-32); extrayendo lecciones espirituales de la naturaleza (Mateo 6:26-30); y usan­do con ventaja la influencia humana para atraer discípulos adicionales (Juan 1:40-52; 4:3942).
Es probable que haya medios creativos para reproducir estas experien­cias, sin levantar carpas o alquilar cabañas. No obstante, las iglesias deben reconocer que los retiros y los campamentos de verano constituyen aliados naturales para proporcionar una atmósfera donde estas coséis pueden suce­der en forma espontánea.

Las iglesias que intencionalmente proveen un marco de seguridad, apo­yo y oportunidades espirituales para los jóvenes de la comunidad (no me­ramente los jovencitos de la familia de la iglesia), tienen futuros espirituales brillantes. Su crecimiento es predecible; y su dinámica interna, entusiasma. Inversamente, las iglesias que descuidan estas oportunidades están murien­do. ¿Qué clase de iglesia quieres que sea la tuya?
Hacer discipulos Hacer discipulos Reviewed by FAR Ministerios on 1/21/2014 Rating: 5

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