Y el santuario será purificado 1844 (serie) 2
Quisiera que pudiésemos ahora considerar algunos de los temas que vamos
a desarrollar a lo largo del fin de semana. Hay tres expresiones
significativas, en relación con la fecha de 1844, y con la verdad del
santuario: Son, (1) la purificación del santuario, (2) el juicio investigador y
(3) el día de la expiación. Es mi oración que estos tres conceptos, en estos
días, se vuelvan claros, sencillos y comprensibles. Más importante aún:
prácticos, dinámicos y que hablen al corazón. Estos tres conceptos, la
purificación del santuario, el juicio investigador y el día de la expiación,
están estrechamente relacionados y son de importancia capital. Tienen que ver
con la restauración completa del hombre: borrar el pecado del corazón, sellar
la mente por la eternidad en la bondad de Dios, salvaguardar por siempre el
universo.
Esta mañana nos centraremos en la purificación del santuario, en cuán
importante es esa purificación. Jesús nos dio una muestra. ¿Qué es lo primero
que hizo para anunciar su ministerio? Después que fue bautizado y estuvo en el
desierto, inició su ministerio público, e hizo algo para anunciarlo. ¿Qué fue?
¿Qué fue lo primero que hizo? [Voz: las bodas de Caná, el milagro de la
conversión de agua en vino]. Sí, pero en la boda de Caná, Jesús dijo a su madre
‘aún no ha venido mi hora’ (Juan 2:4). Da la impresión de que no era su
intención el hacer ese milagro. No parecía querer anunciar su ministerio de esa
forma. Pero por respeto a su madre, se nos dice que realizó el milagro. Y en
Juan capítulo 2, justamente después de la boda de Caná, Jesús entró en el
templo y lo purificó. Leemos en El
Deseado que con la purificación del templo, Cristo anunció su ministerio de
purificar a los hombres de pecado. Parece claro que lo primero que quería hacer
era purificar el templo. Al final de su ministerio, tres años y medio después,
¿qué hizo Jesús en la última semana de su vida? Descendió a Jerusalem. Tras
aquella gran procesión sobre el asno, purificó nuevamente el templo. Al
principio de su ministerio, y al final de su ministerio, Cristo purificó el
templo. Esa es una importante lección para nosotros. Dios anhela purificar el
templo.
Veamos ahora en 1ª de Corintios capítulo 3, en relación con la
purificación del templo. ¿Por qué quiso Dios que Israel construyese un templo?
En Éxodo 25:8 leemos: “Hacerme han un
santuario, y yo habitaré entre ellos”. El santuario, o templo, tiene por
fin enseñarnos lecciones sobre nuestra relación con Dios: la forma en la que
Dios debe morar en los hombres.
1 Cor. 3:16: “No sabéis que sois
templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” El servicio
del templo nos enseña que Dios quiere morar en el hombre: “habitaré y andaré en
ellos” (2 Cor. 6:16), y así, continúa en el versículo 17: “si alguno violare [contamina, KJV] el templo de Dios, Dios destruirá
al tal: porque el templo de Dios, el cual
sois vosotros, santo es”.
1 Cor. 6:19: “¿O ignoráis que
vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual
tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” Pablo insiste: ‘vosotros sois el
templo’, en 1ª Corintios 3, y en 1ª de Corintios 6. Y ahora, lo relaciona con
la purificación del templo, en 2ª de Corintios 6. En el servicio del santuario
del Antiguo Testamento, la shekinah,
la gloria de Dios, su presencia misma, él mismo, moraba en esa casa, para
enseñarnos que quiere vivir en nosotros: individualmente y como pueblo. Ahora,
en 2ª Corintios 6:16, dice por tercera vez que nosotros somos el templo, “¿y que concierto [tiene] el templo de Dios
con los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios
dijo: Habitaré y andaré en ellos; y seré el Dios de ellos, y ellos serán mi
pueblo”.
Ahora, ¿cómo puede Dios morar en este templo –en nosotros–? Es un
misterio. En 1ª de Timoteo 3:16 leemos, “sin
contradicción, grande es el misterio de la piedad: Dios ha sido manifestado en
carne”. Es un gran misterio el que Dios pueda morar en carne humana. El que
Dios pueda morar en carne impecable, eso no es un gran misterio. Impecabilidad
en carne impecable, ahí no hay misterio. La impecabilidad en carne pecaminosa,
eso sí constituye un misterio. Dios es fuego consumidor. El hombre pecador es
un objeto altamente consumible. El fuego, morando en nosotros, hombres
pecadores… ¿Cómo? Moisés contempló esa verdad en símbolos, cuando estuvo ante
la zarza ardiente que no se consumía. Se sentía perplejo, mientras contemplaba
ese fuego que ardía en la zarza, sin consumirla. Ahí estaba el misterio de la
piedad, en el tipo: Dios manifestado en carne. Pablo nos dice que ese “misterio es Cristo en vosotros, la
esperanza de gloria” (Col. 1:26 y 27). ¿Cómo puede Dios vivir en carne
humana? ¿Cómo puede el fuego morar en el hombre pecador? Sólo hay una forma: purificando ese templo. El fuego debe
consumir el pecado. Y así, leemos en 2 Cor. 6:17, “por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y
no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré a vosotros Padre, y vosotros me
seréis a mí hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”. En Corintios,
leemos repetida tres veces la afirmación: ‘vosotros sois el templo’. Y ahora en
el capítulo 7, versículo 1, leemos: “así
que, amados, pues tenemos tales promesas, limpiémonos de toda inmundicia de
carne y de espíritu, perfeccionando la santificación en temor de Dios”.
‘Vosotros sois el templo: es tiempo de purificar este templo’.
No estamos diciendo que no haya templo en el cielo, pero los edificios
no tienen problemas de pecado: los seres creados con mente, y libre albedrío
(poder de elección) sí que tienen problemas de pecado. La purificación del
templo en el cielo decididamente tiene una obra en correspondencia, en el
corazón humano. De hecho, la purificación del templo en el cielo, no puede
avanzar más de prisa que la obra en el corazón humano. En 1888, un pastor
llamado A.T. Jones empleó esta sencilla ilustración: ¿Cómo puede Dios purificar
el templo en el cielo, si continuamos introduciendo nuestro pecado en el
templo? Para poder purificar el templo, primeramente debe ser purificado el
individuo. Si un día regresáis a vuestra casa, una casa de dos pisos, y veis el
agua corriendo escaleras abajo, escurriendo incluso por todas las rendijas
desde el piso superior, y escucháis el ruido que hace el grifo abierto de la
bañera, ¿qué es lo primero que haréis? ¿Iréis a coger la fregona y comenzaréis
a recoger el agua de la planta baja? ¿no iréis primeramente al piso superior y
cerraréis la fuente de la inundación? Dios no puede purificar el templo sin
cerrar el grifo del pecado, este corazón humano. Así, la purificación del
templo tiene relación con la purificación de los corazones humanos. ¿Resulta
comprensible? ¿no os parece obvio?
Veamos el capítulo 8 de Daniel, versículo 14: “Hasta 2.300 días de tardes y mañanas. Entonces el santuario será
purificado”. Después que Daniel hubiese recibido esta visión, leamos lo que
sucedió. Versículo 15: “Mientras yo
contemplaba la visión, y trataba de comprenderla, vi ante mí una semejanza de
hombre”. Versículo 16 y 17: “y oí
una voz humana en el Ulai, que a gritos dijo: Gabriel, enseña la visión a este
hombre. Entonces se acercó a mí; y con su venida me asombré, y caí sobre mi
rostro. Pero él me dijo: ‘Hijo de Adán, entiende que la visión es para el
tiempo del fin’”. La visión se refería al tiempo del fin. Versículo 18 y
19: “Mientras él hablaba conmigo, caí
dormido en tierra sobre mi rostro. Pero él me tocó, y me puso en pie. Y dijo:
‘Voy a explicarte lo que ha de venir al fin de la ira, porque se cumplirá en el
tiempo del fin’”. Una vez más se nos dice que es para el fin. Esa visión
tiene su cumplimiento en el tiempo del fin. Versículo 23: “Al fin del reinado de ellos, cuando los rebeldes lleguen al colmo de
la maldad, se levantará un rey altivo de rostro, maestro en intrigas”. Es
evidente que la visión se refiere al final del tiempo. Versículo 26 y 27: “La visión de las tardes y las mañanas que
te fue dada, es verdadera. Y tú sella la visión, porque es para un futuro
distante. Y yo, Daniel, quedé quebrantado, y estuve enfermo algunos días.
Cuando convalecí, atendí los asuntos del rey. Pero quedé espantado acerca de la
visión, y no la entendía”. ¿Entendió Daniel la visión? ¡No había forma de
entenderla! ¡Estaba sellada hasta el tiempo del fin! Daniel quedó quebrantado,
y estuvo enfermo algunos días. La visión lo abrumó; no podía dejar de pensar en
ella. Daniel era un estudioso del santuario. Es evidente en su oración,
registrada en el capítulo 9. No tenemos tiempo para detenernos en ella hoy,
pero en resumen, Daniel pide a Dios que venga a hacer brillar su rostro sobre
el santuario (vers. 17). Daniel sabía que la purificación del santuario tenía
que ver con el plan de la salvación. Él sabía que la purificación del santuario
tenía lugar en el día de la expiación, que estaba en relación con el lugar
santísimo del santuario. Conocía la importancia, la grandeza de eso, pero no lo
comprendía, y no obtuvo respuesta. En Daniel 9:20 vemos cómo clama a Dios,
porque él sabía que Dios quería destacar a Israel como un pueblo santo, que
fuese un ejemplo de bondad ante el mundo. Hay muchas promesas en el Antiguo
Testamento a propósito de Dios morando en su pueblo; de que Dios mismo se
manifestaría en su pueblo, ante el mundo. De hecho, si el misterio de la piedad
es Cristo en vosotros; si el misterio
es Dios manifestado en la carne,
entonces, la consumación –o cumplimiento– del misterio de Dios al que se
refiere Apocalipsis 10:7 debe ser la consumación de Dios manifestado en su
pueblo. Y Daniel sabía que Dios quería manifestarse a sí mismo en su pueblo. En
Ezequiel 36:23 leemos, “y sabrán las
gentes que yo soy Jehová, dice el Señor Jehová, cuando fuere santificado en vosotros delante de sus ojos”.
Zacarías 2:5 dice, “yo seré para ella,
dice Jehová, muro de fuego en derredor, y seré por gloria en medio de ella”.
Aquí está el templo. La gloria de la shekinah
en el templo. Esa es la misma imagen que Dios dio a Moisés, porque en
Deuteronomio 28, el Señor dijo a Moisés que anunciase al pueblo que el mundo
los temería cuando ellos permitiesen que Dios viviese su vida en ellos (Deut.
31:6, 8, 17, etc) , y ellos demostrasen así obediencia a Dios, ante el mundo.
La consumación del misterio de Dios –Apocalipsis capítulo 10, versículo 7– está
ligada a la purificación del templo. Apocalipsis 10 trata sobre la historia del
adventismo: 1844. En los versículos 8 al 11 leemos cómo un ángel tiene un
librito abierto en su mano, y dice a Daniel ‘toma el librito y cómelo’.
Él lo
come, y es dulce en la boca, pero hace amargar su vientre. Y después de esa
experiencia, le dice, ‘ve y profetiza de nuevo’. En esa experiencia vemos 1844:
el gran chasco. Fue en el gran chasco cuando nuestros pioneros comenzaron a
entender la purificación del santuario, porque el librito abierto en la mano
del ángel era Daniel 8 –la purificación del templo–. Podéis pues comprobar que
la purificación del templo (vers. 8-11 de Apocalipsis 10) está relacionada con la consumación del
misterio. Versículo 7: “Pero en los días
de la voz del séptimo ángel, cuando él comenzare a tocar la trompeta, el
misterio de Dios será consumado”. El templo será purificado. El misterio
–Cristo en vosotros– será consumado: la plena y final manifestación de Cristo
en el creyente.
Pregunto: ¿Puede darse una manifestación plena y final de Cristo en los
creyentes, si continuamos pecando?
Volvamos a Daniel capítulo 9. En Daniel 8:14 dice, “hasta 2.300 días de tardes y mañanas. Entonces el santuario será
purificado”. Daniel no comprende la visión. ¡Desea tanto comprenderla! Y en
Daniel 9, años después, mientras está clamando (Daniel 9:17), “Ahora, pues, Dios nuestro, oye la oración
de tu siervo y sus ruegos, y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario
asolado, por amor del Señor”. Mientras dice virtualmente, ‘¡Oh gloria de la
shekinah, ven a este templo!’, el
Señor le dice: ‘Está bien, es el momento de que comprendas la purificación del
templo’. O, al menos, es el momento de que lo escribas, ya que lo que Daniel va
a decir ahí, él mismo no pudo comprenderlo. Así, viene Gabriel para decir a
Daniel en qué consiste la visión. Comenzando en el versículo 22: [Gabriel] “me
instruyó, y me dijo: ‘Daniel, ahora he venido para darte sabiduría y
entendimiento. Tan pronto como empezaste a orar, fue dada la respuesta, y yo he
venido a enseñártela, porque tú eres muy amado. Entiende, pues, la palabra, y
entiende la visión’”. Asegurémonos de saber cuál es la visión que Daniel no
había comprendido. ¿Qué visión es la que Daniel no comprendía? [Voz: ‘los 2.300
días’]: Daniel 8:14; está claro. Aquí viene la explicación de Daniel 8:14, aquí
se explica la purificación del santuario. Versículo 24: “Setenta semanas están cortadas para tu pueblo y tu santa ciudad, para acabar la prevaricación, poner fin al
pecado, expiar la iniquidad, traer la justicia de los siglos, sellar la visión
y la profecía, y ungir al Santo de los santos”. ¿Cuántos de vosotros
habéis leído el libro de A.T. Jones El
Camino consagrado a la perfección cristiana? Si no lo habéis hecho, os
aseguro que lo necesitáis: ¡explica estos principios de una forma tan simple y
clara! Explica cómo Daniel 9:24 y siguientes, son la explicación de Daniel
8:14.
La purificación del santuario es: el acabar la prevaricación
[transgresión, KJV], poner fin al pecado, expiar [hacer reconciliación por] la
iniquidad, traer la justicia perdurable, sellar la visión y la profecía, y
ungir el Santo de los santos. Hay dos formas de entender esa expresión “ungir
al santo de los santos, o el santísimo”: (1) El Espíritu Santo, en forma de
paloma, descansó sobre Jesús –fue ungido– en ocasión de su primera venida. Eso
es cierto, pero hay también otra comprensión de la expresión, que es (2) la
unción del santísimo, el comienzo de la obra en el segundo departamento del
santuario, que es en lo que consiste la purificación del santuario. Acabar la
transgresión, o prevaricación. Poner fin al pecado. Reconciliarnos
completamente con Dios, quitar la iniquidad y restaurar esa unión completa.
Traer la justicia eterna. ¿Podéis ver que la purificación del santuario
consiste en Dios purificando a su pueblo del pecado?
Ahora querría dedicar algunos momentos a examinar cómo. ¿De qué serviría el que comprendiésemos que Dios tiene que
purificar su templo, si no sabemos cómo? De hecho, puede resultar terriblemente
frustrante el saber que Dios quiere que su pueblo alcance cierta norma, pero
sin saber cómo llegar a ella. Mis primeros tres años en el adventismo se
hicieron finalmente miserables: se fueron convirtiendo en cada vez más
difíciles. Yo era un buen estudiante, leía el Espíritu de Profecía, creía que
Dios tendría una generación final que sería victoriosa, pero nadie podía
explicarme cómo llegar a eso. Entonces, me esforzaba duramente para formar
parte de ese pueblo, y ese yugo se hizo cada vez más pesado. Un día hacía
limpieza de todo aquello que ocupaba el frigorífico, y que no debemos comer, y
un mes después volvía a estar lleno. Lo mismo que había despreciado en otros,
era incapaz de evitarlo en mí. Me sentía amargado, estaba inclinado a la
crítica, y era incapaz de manifestar el espíritu de Jesús. Un día, alguien vino
y me dijo: ‘Tu problema es que no comprendes las buenas nuevas’. Yo le respondí
‘¡Soy adventista, conozco el evangelio!’ ¿Por qué suponemos que las personas
que han salido de Babilonia comprenden ya las buenas nuevas? Yo era católico.
No comprendía las buenas nuevas, y realmente nadie en la iglesia me las podía
hacer comprender. Me mostraban dónde había que llegar, pero no cómo alcanzarlo.
Hasta que cierto día, un pastor me dio una serie de cassettes, y oí el Salmo
22, que comienza diciendo “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” y
acaba (vers. 31) diciendo: “Consumado es”. El Salmo 22 es la descripción de lo
que pasó por la mente de Jesús, desde el momento en que dijo ‘Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?’, hasta que inclinó su cabeza y dio el
espíritu –‘Consumado es’–. Nadie me había mostrado la cruz, como lo hizo Pablo
con los Gálatas. Pablo describió la cruz de una forma tan vívida a la iglesia
de los Gálatas, dice “ante cuyos ojos Jesucristo fue ya descrito como
crucificado entre vosotros”. Las profundidades de la gloriosa condescendencia
de Dios resultaron tan reales, que Pablo les dijo que se habrían prestado
gustosos a darle sus propios ojos. No había límite a las buenas obras que
harían. Eran imparables. El amor de Cristo los constreñía, los empujaba, los
movía, porque habían visto algo de la bondad de Dios. Cuando yo vine a esta
iglesia, vi solamente a dónde había de llegar, pero no cómo llegar. Y a medida
que oía esos cassettes, cuando oí la historia de María Magdalena, comencé a comprender
que nuestro problema es que no comprendemos las buenas nuevas, porque Dios va a
purificar el templo derramando buenas nuevas, derramando su palabra, revelando
su palabra. “¿Con qué limpiará el joven
su camino? Con guardar tu palabra” (Salmo 119:9). La Palabra misma va a
purificarnos. Juan 15:3, “Ya vosotros
sois limpios por la palabra que os he hablado”. Efesios 5:26, hablando de
la iglesia: “Para santificarla
limpiándola en el lavacro del agua por la palabra”. “Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad” (Juan 17:17). Es
la palabra la que santifica. Y la forma en la que la palabra santifica, la
forma en la que somos transformados de gloria en gloria, a su imagen, es viendo
más y más profundamente su amor por nosotros. Es por eso que cuando María Magdalena
vio ese increíble amor incondicional, ese amor que la buscaba infatigable… A
pesar de cuantas veces había ella dejado de manifestar el carácter de Dios,
Cristo no la condenó. Ese amor, finalmente quebrantó su corazón, y ella derramó
su vida entera a los pies de Jesús. Tomó el equivalente a un año entero de
salario, y lo derramó a los pies de Jesús. ¿Qué os parece si estuviésemos
reunidos un viernes de tarde, los aquí presentes, con María Magdalena, y
alguien dijese: vamos a dar expresión a nuestro agradecimiento personal uno por
uno, y al llegar el turno a esa mujer, tomase treinta mil dólares en billetes,
los depositase en una tinaja, los rociase con gasolina, y los incendiase hasta
convertirlos en cenizas, diciendo: ‘¡Estoy tan profundamente agradecida por lo
que Jesús ha hecho por mí!, esta ofrenda ardiente es para Él’. ¿Qué diríamos?
Derramó su vida por Jesús. Sabéis lo que dijeron los discípulos: todos la
condenaron, porque ellos no habían comprendido la anchura, la longitud, la
profundidad y la altura del amor de Dios. Ella lo había captado, y eso la
constriñó a dar todo cuanto tenía.
Temo que en el adventismo encontremos dos grandes corrientes. Una de
ellas no comprende el amor de Dios, lo hace algo barato, dice: ‘Nunca
venceremos el pecado, y poco importa, ya que Jesús lo hizo en nuestro lugar’.
Otra gran corriente dice: ‘Debemos vencer el pecado. Debemos alcanzar la
perfección. Jesús tomó nuestra naturaleza, y fue perfecto, por lo tanto,
debemos ser perfectos, y la forma de lograrlo es mediante duro esfuerzo. Si
obramos tenazmente, algún día llegaremos a alcanzarlo’. Pero eso ignora el
hecho de que es la revelación de la bondad de Dios lo que nos conduce al
arrepentimiento (Rom. 2:4).
En 1888, el Señor vino de una forma, que demostró que no estábamos
preparados para recibirlo. Vino como un silbo apacible, como un mensaje de
bondad, exaltando la cruz, explicando la justificación por la fe. Fue un
mensaje centrado en el evangelio, que habría de subyugar nuestros corazones de
piedra y los sometería a esa obra de purificación. Fue el adventismo histórico
conservador el que rechazó el mensaje, porque le pareció gracia barata, nueva
teología. Eso es una lección para mí, porque sé que Dios va a perfeccionar un
pueblo. Creo que va a haber una generación final victoriosa. Creo que debe
comenzar ahora, pero necesitamos comprender cómo va a tener lugar. Necesitamos
comprender verdaderamente lo que Jones y Waggoner dijeron sobre la
justificación por la fe, aquello a lo que E. White dio su apoyo explícito y entusiasta
en incontables ocasiones –cientos de veces–. Hay ahí algo que debemos
comprender. En 1888, confluyeron dos grandes corrientes: (1) la purificación
del santuario: qué va a hacer Dios, y
(2) la justificación por la fe: cómo
va a realizarlo. Mi oración es que en nuestro estudio, Dios nos de una
vislumbre clara de ambas cosas.
Oremos:
Amante Padre celestial, ¡nos has dado un privilegio tan grande, en la
verdad del santuario!, pero ayúdanos a aceptar que todavía estamos lejos de
comprenderlo todo. Ayúdanos a ver más clara y profundamente lo que tú quieres
cumplir, y cómo. Danos que comprendamos lo solemne que es la hora en la que
vivimos, cuál es tu parte y cuál la nuestra. Haznos ver que es demasiado tarde
en la historia del mundo para permanecer en la confusión; que es tiempo de
manifestar poder; que podamos comprender que el evangelio es el poder. Enséñanos a ser humildes como Jesús. Danos que
recapacitemos sinceramente en el evangelio, que podamos confesar nuestra
tibieza, y permitamos que Jesús entre y haga su obra de purificación. Es por
él, y en su nombre que te lo pedimos, Amén.
Y el santuario será purificado 1844 (serie) 2
Reviewed by SAM
on
1/26/2017
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