Y el santuario será purificado 1844 (serie) 3
Tema
nº 3
Tony Phillips
Vichy, 20-22 octubre 1994
Vamos a abordar la segunda parte de nuestro estudio sobre el juicio.
Querría volver a un punto que ya hemos considerado antes: ¿hasta qué
profundidad alcanza la obra del juicio?
Que nadie se engañe a este propósito: Dios va a purificar de todo
pecado; vosotros y yo tendremos que hacer frente a todo aquello que hayamos
hecho, y responder por todo aquello en lo que hemos fallado. Leamos en
Eclesiastés 12:13 y 14: “El fin de todo discurso oído es este: Teme a Dios,
y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios
traerá toda obra a juicio, el cual se hará sobre toda cosa oculta, buena o
mala”. Dios traerá toda obra a juicio, incluyendo todo lo oculto. Leamos en
Eclesiastés 10:20: “Ni aun en tu pensamiento digas mal del rey, ni en los
secretos de tu cámara digas mal del rico; porque las aves del cielo llevarán la
voz, y las que tienen alas harán saber la palabra”. Las cosas que decís en
vuestra cámara, cuando la persona de la que habláis no está allí, serán traídas
al juicio. Incluso lo que pensáis, aquello a lo que en apariencia nadie tiene
acceso, será conocido en el juicio, porque cierta ave del cielo lo revelará, y
esa ave es la “paloma”, el Espíritu Santo.
Como dijo A.T. Jones, la obra del Espíritu Santo es revelar todas las
cosas, a fin de que podamos verlas, y decidir si preferimos a Cristo, o a esas
cosas. Veamos en 1ª Corintios 4: “Así que, no juzguéis nada antes de tiempo,
hasta que venga el Señor, el cual también aclarará lo oculto de las tinieblas,
y manifestará los intentos de los corazones”. En la obra del juicio, Dios
revela todas las cosas secretas, y expone plenamente el corazón. La obra del
juicio avanza a medida que Dios revela su palabra. Leemos en Hebreos 4:12, “la
palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos
filos: y que alcanza hasta partir el alma, y aun el espíritu, y las coyunturas
y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. Y
observad que el versículo siguiente relaciona eso con el juicio: “y no hay
cosa que no sea manifiesta en su presencia; antes todas las cosas están
desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta”.
Todo está desnudo ante Dios, ante quien tenemos que dar cuenta, y Dios va a
exponer este, nuestro corazón.
Veamos 2ª Corintios 5:10. Esos Corintios eran miembros de iglesia.
Pablo está aquí hablando de la iglesia, y se incluye a él mismo: “Porque es
menester que todos nosotros parezcamos ante el tribunal de Cristo, para que
cada uno reciba según lo que hubiere hecho por medio del cuerpo, ora sea bueno
o malo”. Todo será puesto a la luz, y sugiero que comparecemos ante el
tribunal de juicio de Cristo antes de
su segunda venida; porque la hora de su juicio, para la iglesia, es antes de la
venida de Cristo. Leamos en Hechos 17:30 y 31: “Empero Dios, habiendo
disimulado los tiempos de esta ignorancia, ahora denuncia a todos los hombres
en todos los lugares que se arrepientan: por cuanto ha establecido un día, en
el cual ha de juzgar al mundo con justicia, por aquel varón al cual determinó;
dando fe a todos con haberle levantado de los muertos”. Lucas relaciona
aquí el juicio con el hecho de que Dios abra nuestras mentes a nuestro pecado.
El día del juicio es cuando desaparece la “ignorancia”. Jesús dijo, “Yo,
para juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que
ven, sean cegados” (Juan 9:39).
La razón por la que desempeña esa obra de juicio, es para llevarnos al
arrepentimiento. Está tratando de purificarnos. La espada de dos filos revela
los pensamientos del corazón, a fin de poder purificarlo. Dice 2ª de Corintios
10:5 que él es capaz de llevar todo pensamiento en obediencia a Cristo. Tal
cosa no nos sucederá, hasta que reconozcamos cuán malvado, cuán egoísta,
envidioso, codicioso y corrupto es todavía nuestro pensamiento. Laodicea se
resiste a creer tal cosa. Nosotros somos Laodicea. Dios quiere llevar a cabo
esa obra de purificación ahora, en estos últimos días, y estoy absolutamente convencido
de que la forma en la que va a realizar esta obra, la forma en la que llevará a
esta iglesia a ver su pecado, nuestro pecado, mi pecado, es derramando buenas
nuevas. De hecho, en 1888, Dios quiso purificar el santuario. Si leéis en Malaquías
3, nos habla de un tiempo en el que el Señor vendrá a su santo templo para
hacer una obra de purificación por fuego, y si bien aplicamos esto a 1844,
dejamos de comprender que quiso hacer lo mismo en 1888. De hecho, Malaquías 4
explica la forma en la que Malaquías 3 tendrá lugar: “He aquí, yo os envío a
Elías el profeta, antes que venga el día de Jehová grande y terrible”. Y
Elías hará una obra de restauración: “convertirá el corazón de los padres a
los hijos, y el corazón de los hijos a los padres”. En la Review & Herald del 18 de febrero de
1890, E. White advierte a la iglesia, en la época de 1888, de que su mente se
encontraba en un estado tal, que rechazaría a Elías si viniese. Si leéis el
artículo, está muy clara la implicación que hace E.White, de que Jones y
Waggoner vinieron como un cumplimiento de “Elías”.
La iglesia no estaba preparada para la recepción de la lluvia tardía
viniendo de esa manera, porque Elías, la lluvia tardía, el fuerte clamor, todo
ello tiene que ver con un mensaje de buenas nuevas y poder que viene en juicio,
primeramente a la iglesia, y a continuación al mundo. No estábamos preparados
para él, y lo rechazamos. Quisiera que vieseis que la lluvia tardía es primariamente el Espíritu de verdad llevando a las
personas a toda la verdad (Juan
16:13), que la lluvia tardía viene como un derramamiento de buenas
nuevas. Recordad: somos limpios por la palabra. La purificación del
santuario es posibilitada por la palabra. Somos juzgados, librados, por
la palabra. Esa palabra derramada –o pronunciada–. De la misma manera en
que Dios creó por su palabra, redime por la palabra. Hablaremos próximamente de
ello, pero quisiera que vieseis que la lluvia tardía, Elías, fue una revelación
de la palabra. Job 36:26-28: “Sí, Él es grande y no le comprendemos; el
número de sus años es insondable. Cuando atrae las gotas de agua, pulveriza la
lluvia en su vapor que vierten las nubes, destilan sobre el hombre en
abundancia. Además, ¿quién entenderá los despliegues de la nube, los fragores
de su tienda? He aquí que extiende por encima su luz y cubre las raíces de la
mar; pues mediante ellos juzga sobre los pueblos” (Vers. Cantera-Iglesias).
Mediante la luz, mediante el agua, es como juzga a las gentes. Quisiera que
comprendiésemos que ese agua es la palabra. Jesús dijo a la samaritana, en el
pozo de Jacob, ‘lo que necesitas es el agua de vida’. En Juan 7 se nos dice que
ese agua viviente es el Espíritu Santo. En Juan 6:63, dice Jesús, “las
palabras que yo os he hablado, son espíritu y son vida”. Y la lluvia que
cae es la palabra, ya que es el Espíritu de verdad llevándonos a toda verdad
(Juan 16:13). Consideremos la lluvia tardía, según Isaías 55:10 y 11: “Porque
como desciende de los cielos la lluvia, y la nieve, y no vuelve allá, sino que
harta la tierra, y la hace germinar y producir, y da simiente al que siembra, y
pan al que come, así será mi palabra
que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, antes hará lo que yo quiero, y será
prosperada en aquello para que la envié”.
La palabra –las buenas nuevas– es derramada como la lluvia. A media que
recibimos las buenas nuevas, y las comprendemos más profundamente, si ejercemos
fe, si creemos lo buenas que son, no importa cuán tibios hayamos sido con
anterioridad, él podrá guardarnos sin caída, y presentarnos delante de su
gloria irreprensibles (Judas 24). Si podemos comenzar a comprender lo que
significa el que Dios nos ame a pesar de todo, si somos capaces de creerlo, esa
palabra nos purificará. Juzgados, librados, purificados por la palabra.
En 1888, E.White dice que comenzó la lluvia tardía, y ¿qué sucedió? La
gente comenzó a dirigir su atención al evangelio. El despliegue del evangelio
en los últimos días es directamente proporcional a esa lluvia. Leemos en
Deuteronomio 32, versículos 1 y 2: “Escuchad, cielos, y hablaré, y oiga toda
la tierra los dichos de mi boca. Goteará
como la lluvia mi doctrina, destilaré como el rocío mis razones, como la
llovizna sobre la grama, y como las gotas sobre la hierba”. Observad en qué
consiste esa lluvia: es su palabra, su doctrina o enseñanza, al ser derramada.
Y ¿cuál es su obra? (versículo 3): “El nombre
del Eterno proclamaré. Engrandeced a nuestro Dios”. ¿Qué significa el nombre?
Muchos le dan hoy una gran importancia al nombre de Dios: Jehová, Yahvé (YHWH),
Adonai, Elshadai… y si el nombre deja de escribirse o pronunciarse de la forma
exacta, entonces para ellos ¡todo está mal! Pero el nombre significa mucho más que un simple rito. El nombre implica el
carácter. Representa quién es esa persona; de quién se trata. Así, cuando Moisés
dijo al Señor: “Ruégote que me muestres tu gloria”, el Señor le
responde: “proclamaré el nombre de Jehová delante de ti”. Le dice
virtualmente: ‘Presta atención, Moisés, te voy a mostrar mi nombre, te voy a
mostrar todo mi bien’ (Éx. 33:18 y 19). ‘Te voy a mostrar quién soy’. Así, en
Deuteronomio 32, cuando dice, “proclamaré el nombre del Eterno”
(versículo3), y que esa lluvia va a derramarse, ¿qué significado tiene en el
día de la expiación? Que finalmente va a desaparecer un velo, y un pueblo –por la
fe– entrará en el lugar santísimo, y verá allí la shekinah, aquello que Moisés deseó ver. Lo verá a él cara a cara. A
fin de que vosotros y yo podamos ser purificados plenamente, si es que hemos de
ser limpiados de pecado, tenemos que comprenderlo plenamente: no que hayamos de
llegar a saberlo todo sobre Dios, sino que debe desaparecer toda confusión.
Sabremos quién es él, y lo veremos tan lleno de bondad, que nos daremos
enteramente a él. Tal es la experiencia de la última generación.
Quisiera una vez más que vierais que eso es lo que sucede con la
lluvia. En Deuteronomio 32, “el nombre del Eterno proclamaré. Engrandeced a
nuestro Dios”, significa que nos muestra cuán grande es Dios. (Versículo 4)
“Es la roca, su obra es perfecta, todos sus caminos son rectos. Dios es
leal, ninguna iniquidad hay en él. Es justo y recto”. Observad la similitud
entre eso y lo que se le respondió a Moisés.
Dios expone su carácter, que está implícito en su nombre, y se revela
con ocasión de la lluvia tardía. Proverbios 1:23: “Volveos a mi reprensión.
He aquí yo os derramaré mi espíritu, y os haré saber mis palabras”.
Repitámoslo: “os derramaré mi espíritu, y os haré saber mis palabras”. ¿Podéis
ver como el derramamiento del Espíritu está en relación con el conocimiento de
su palabra, de la verdad?
Hay muchos textos al respecto, pero no disponemos ahora de tiempo para
detenernos en ellos. Consideremos brevemente uno de esos textos, el de Isaías
28:10: “Porque mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón
tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá”. Eso
evoca la idea de un pueblo cavando profundamente en la mina de la verdad, tal
como dijo Salomón en Proverbios 2:4 “si como a la plata la buscares, y la
escudriñares como a tesoros”. Pablo expresa lo mismo al referirse a un
pueblo hambriento de la palabra. En 1ª de Corintios 2:13, nos habla de un
pueblo que tiene doctrina del Espíritu, que acomoda “lo espiritual a lo espiritual”,
que cava profundamente en la verdad. En Isaías 28:12, a ese cavar profundamente
se le llama reposo, el reposo del
cansado, el refrigerio. Cuando tengo ardiente sed, cuando estoy cansado y
sediento, todo cuanto deseo es un vaso de agua. Algún día Laodicea se dará
cuanta de lo seca y sedienta que en realidad está, y entonces clamará al Señor,
y él enviará agua al que tiene sed. Será un mensaje de buenas nuevas que nos
proporcionará tal seguridad y confianza en él; tan asegurados estaremos en su
amor, que estaremos preparados para examinar sinceramente nuestros corazones. Cuando
eso suceda, tendrá lugar una magnífica transformación. No seremos más como
niños, llevados de aquí para allá de todo viento de doctrina, sino que habrá
por fin un grupo que crecerá según la medida de la plenitud de Cristo: ya no
estará más preocupado por sí mismo, sino que derramará su vida por la salvación
de este mundo. Como dice en Hechos 17:6 que hicieron los apóstoles, trastornarán el mundo. ¿Estamos tú y yo
dispuestos a formar parte de ese grupo?
En el juicio, algo va a cambiar, porque Dios nos ofrece la oportunidad
de sentarnos con él en su trono. ¿Qué pensáis que significa eso de compartir el
trono del juicio con Cristo? Ofreció esos tronos a los discípulos. Sin duda,
Jesús quería purificar a Israel, y destacarlo ante el mundo, haciendo de él ese
grupo. Dios no predestinó a Israel al fracaso. Les ofreció sinceramente la
oportunidad de ser ese pueblo, a fin de poder ‘revolucionar’ el mundo por su
medio. Jesús dijo a los judíos, ‘He intentado reuniros, como hace la gallina
con sus polluelos, pero no quisisteis’. Entonces, ese grupo selló su rechazo.
Ellos mismos fijaron el fin de su tiempo de gracia. Dios espera ahora de su
iglesia que sea ese grupo que el Israel literal no quiso ser. En Mateo 19,
Jesús ofreció a sus discípulos la oportunidad de ser ese pueblo.
Dediquemos un momento a considerar la lucha que tenían los discípulos,
al no haber comprendido el plan de la redención. Nada querían saber de la
purificación del corazón. Pensaban en mansiones, en coronas, en visitar quizá
las estrellas… en definitiva, un asunto de provecho personal. Para el
cristiano, el lugar en el cielo no es lo importante, sino Cristo, y éste
crucificado. Los discípulos no lo comprendían. En Mateo 16 Jesús les dice ‘Voy
a la cruz’, y Pedro replica, ‘De ninguna manera, no permitas tal cosa’. Jesús
intentaba mostrarles el reino; que el reino de Dios no es esencialmente un
lugar, sino que el reino de Dios ‘entre vosotros está’. Jesús dijo que el reino
de Dios viene cuando su voluntad es hecha en la tierra como en el cielo. Tal
fue la oración del Señor. Los discípulos no lo comprendían, y debido a eso,
debido a su gran egoísmo, Jesús no les podía mostrar la cruz. ¡Había tantas
cosas que deseaba decirles!, pero en Juan 16:12, tuvo que resignarse por el
momento: ‘ahora no las podéis llevar’. Intentaba explicárselo, y tenía que
detenerse. Es como si llevasen unas extrañas gafas de sol que les hiciesen ver
todas las cosas a través de su interés personal: ‘¿Qué hay de bueno para mí,
qué gano con ello?’
Jesús comenzó a mostrarles el verdadero reino: que quería que ellos
viviesen la vida de él. Jesús, tras haber sido interrogado sobre si es lícito
que un hombre repudie a su mujer, respondió (Mat. 19:4,5): ‘Al principio,
los dos eran una sola carne’, y el ideal de Dios es que el hombre no repudie
jamás a su mujer. ‘Dios os concedió el divorcio por la dureza de vuestro
corazón’, les dijo. Pero el matrimonio, dado en el Edén, es un símbolo o tipo
de la redención: Cristo y su esposa, y él nunca la abandonará. Nunca deja de
amarla. Leed algún día el relato de Oseas (os recomiendo la versión DIOS HABLA
HOY). Es la historia de un hombre que ve cómo se le quebranta el corazón en
vida. Su esposa adúltera se lo arranca del pecho, lo echa por tierra, y lo
pisotea ante sus ojos. Pero no obstante, él continua amándola. En Oseas 3:1, el
relato nos dice que se trata de Cristo y su esposa. Así, los judíos decían a
Jesús, ‘queremos que exista el divorcio’. Y Jesús elevó ante ellos la norma;
les presentó el ideal. La conclusión de los discípulos fue que era preferible
no casarse. No estaban dispuestos a aceptar el ideal. Jesús les dijo (versículo
11): “No todos reciben esta palabra, sino aquellos a quienes es dado”.
(12): “Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre; y hay
eunucos que son hechos eunucos por los hombres; y hay eunucos que se hicieron a
sí mismos eunucos por causa del reino de los cielos; el que pueda ser capaz de
eso, séalo”. ‘Todos no pueden aceptar eso’, dijo Jesús. ‘Algunos estarán
dispuestos a andar todo el camino, a dejarlo todo por Cristo’. Entonces
apareció el joven rico preguntándole qué tenía que hacer para ser salvo.
–‘Guarda la ley’. El joven dijo: ‘Ya lo hago’, y Jesús le respondió: ‘Para ser
perfecto, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el
cielo, y ven, sígueme’. El joven se fue triste. Jesús dijo entonces, mirando
hacia los discípulos, ‘Os digo que más liviano trabajo es pasar un camello por
el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios’. ‘¡Dejadlo todo
para seguirme!’. Sus discípulos se espantaron y exclamaron ‘¿Quién podrá ser
salvo?’ ¡Cómo podían dejar todas las cosas que amaban, sin haber visto antes
los encantos incomparables de Cristo, lo único que tiene valor!
Cuando Jesús eleva la norma, y tú y yo vemos la ley tal cual es, no
meramente nuestra estrecha visión de ‘haz esto, no hagas aquello’, nos damos
cuenta de lo imposible que es obtenerlo por la carne. Pero Jesús dijo:
‘Lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios’. Dios va a preparar
un pueblo de tal modo, que los justos requerimientos de la ley serán cumplidos
en nosotros (Romanos 8:4). Se trata de un milagro. Es la gracia divina.
Mientras intentaba explicarles eso a los discípulos, Pedro se acercó y le dijo:
‘Nosotros lo hemos dejado todo, ¿qué pues tendremos?’ ¿Acaso Pedro lo había
dejado todo? Lo que Pedro había hecho era básicamente un buen negocio: había
cambiado una vida ruda de pescador, por lo que creía la oportunidad de su vida:
la perspectiva de un sitio destacado en aquel nuevo gobierno. Jesús conocía los
pensamientos de Pedro, así que le dijo: “en la regeneración, cuando se
sentará el Hijo del hombre en el trono de su gloria, vosotros también os
sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel”.
Pedro debió pensar: ‘¡Magnífico! ¡Que sea pronto!’ Hay un significativo texto.
Se trata de cuando Ana oraba por Samuel, refiriéndose a los pobres y los mendigos,
y a la forma en que Dios los eleva y los hace herederos del trono de gloria.
Pedro debía estar familiarizado con el Antiguo Testamento. Se debió decir: ‘Voy
a formar parte del cumplimiento de la oración profética de Ana. Nos sentaremos
en tronos. ¡Terciopelo y oro! ¡Magnífico!’ Es en ese contexto que Salomé vino a
Jesús y le dijo: ‘Tengo que pedirte un pequeño favor: una vez establecidos esos
doce tronos, ¿podrían sentarse mis dos hijos –Santiago y Juan– a tu derecha y a
tu izquierda?’ Jesús le respondió: ‘No imaginas siquiera de lo que realmente se
trata, porque mi trono está en el Gólgota,
y estoy anhelante por producir una generación que va a apreciar la cruz, y que
estará dispuesta a ir a ella conmigo’. Pero no comprendían, y luchaban contra
esa idea.
En el juicio vemos un trono, rodeado por otros 24 tronos. Sentado allí
está el Anciano de días, el Padre mismo, ya que el trono representa la sede del
gobierno. Representa su esencia. Se nos indica que el fundamento del gobierno
de Dios es ese amor sublime, libre de egoísmo. Algún día el mundo entero
conocerá que el Padre posee todo el derecho a sentarse en ese trono. Cuando Jesús
vino y se hizo hombre, dejó ese trono. A fin de poder volver, y sentarse de
nuevo junto a su Padre en el trono, debió recorrer todo el camino hasta la
cruz. Así, en Apocalipsis 5 vemos al Hijo viniendo al trono del Padre, y
también en Daniel 7. ¿Qué es lo que lo hace digno de sentarse en el trono de su
Padre? Es el haber vencido por “su sangre”. Y así, en la última generación,
Dios espera que haya un grupo que no ha resistido todavía hasta la sangre, para
seguir al Cordero por donde quiera que va. Y en el juicio, Dios mismo es puesto
a prueba, ya que él ha dicho, no solamente que la ley puede ser obedecida, sino
que eso no es algo difícil –‘Mis mandamientos no son gravosos’ (1 Juan 5:6). Ha
dicho que el yugo de Jesús no es pesado, sino ligero, cuando comenzamos a
comprender la grandeza de su bondad.
Dios va a preparar a una generación que expondrá ante todo el universo
que cuando discernimos claramente el amor de Dios, es más fácil hacer el bien,
que el mal.
Incluso en carne pecaminosa y en medio de todas las tentaciones del
diablo, los 144.000 serán la mejor evidencia en el juicio de que Dios es
exactamente quien dice ser, y él es amor.
Oremos:
Amante Padre celestial, mereces tanto, y te hemos dado tan poco…
Ayúdanos a comprender lo tardía que es la hora en la que vivimos. Que podamos
redimir el tiempo. Con todo el poder del universo que creaste, derrama la
lluvia, las buenas nuevas, para que nuestros corazones puedan ser uno, y para
que cautivados por ti, podamos sentarnos contigo en el trono. Que comprendamos
lo que significa vencer como Jesús venció. Gracias por ese gran privilegio y
responsabilidad. Te rogamos que nos despiertes. En el nombre de Jesús, Amén.
Y el santuario será purificado 1844 (serie) 3
Reviewed by SAM
on
1/26/2017
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