si creyeramos realmente "oraríamos sin cesar"
Tema
nº 4
(viernes
tarde)
Tony Phillips
Vichy, 20-22 octubre 1944
Antes
de comenzar la reunión de oración propiamente dicha, vamos a dedicar unos
minutos a considerar el tema de la oración. Abramos la Biblia en Hebreos 11:6: “Empero
sin fe es imposible agradar a Dios; porque es menester que el que a Dios se
allega, crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”. Sin
fe no podemos agradar a Dios, y la fe se define aquí como una apreciación de
su bondad. Sabemos que existe, pero sabemos también lo bondadoso que es. Él
es quien nos recompensa: nos ama. Está deseoso de darnos los mejores dones, más
de lo que nuestros padres terrenales lo están.
Permitidme
que os sugiera que la razón por la cual oramos tampoco es porque no creemos.
No creemos lo real que es lo anterior, cuán importante, cuán lleno de bondad
está Dios. Cristo dijo a la mujer en el pozo de Jacob, “si conocieses el don
de Dios, y quién es el que te dice… [‘Si tuvieras fe; si creyeses que Dios
es el dador, y si conocieras el don –que Dios es el que recompensa–, entonces’]
tú pedirías de él” (Juan 4:10). Si creyésemos realmente eso, oraríamos
“sin cesar”.
La
razón por la que vosotros y yo no pedimos más a Dios es porque realmente no
creemos que las promesas sean para nosotros. ¿Habéis asistido recientemente a
un entierro? ¿Habéis experimentado la desagradable sensación de no saber qué
decir? ¿Sabéis que Dios ha prometido daros las palabras que habéis de decir?
Isaías nos dice, “el Señor Jehová me dio lengua de sabios, para saber hablar
en sazón palabra al cansado” (Isa. 50:4). Dios me ha prometido que puede
darme las palabras que levanten a aquel que oye. La razón por la que eso no
sucede es porque no creemos que él pueda preocuparse hasta ese punto de mí, y de
esa persona. Dudamos de él, y a causa de eso, no puede obrar sus milagros. Nos
dice hoy a nosotros lo mismo que les dijo a los discípulos, “¡Oh hombres de
poca fe!” Porque si tuviéramos fe como un grano de mostaza, podríamos mover
montañas, y eso realmente no está sucediendo.
El
pueblo de Dios, en los últimos días, orará en el nombre de Jesús. No significa
que terminaremos toda plegaria con las letras J-E-S-Ú-S, sino que oraremos con
su carácter, con su fe, creyendo que nuestro Padre está tan lleno de amor, que
cuando le pedimos pan, no nos dará una piedra. En ese día, no oraremos tanto
por nuestros dolores físicos o problemas personales: –Señor, cúrame este dolor,
arréglame la avería del coche… Buscaremos primeramente el reino de Dios y su
justicia, y todas las demás cosas nos serán añadidas. Dios va a tener un pueblo
que orará por él. Leemos en Salmo 72:15: “Y oraráse por él continuamente”.
En el día de la expiación, cuando es quitado el velo, y un pueblo lo ve tal
cual es, comienza a comprender el dolor en el corazón de Dios. Comenzarán a ver
el Cordero inmolado, verán al Mesías en lágrimas, porque todo el mundo en este
planeta está en tal esclavitud y depresión, esperando que alguien les ofrezca
un vaso de agua fresca, y entonces comenzaremos a orar aferrándonos a sus
promesas, reclamándolas: ‘Señor, tú me has prometido sabiduría’ (Santiago 1:5).
‘Señor, necesito saber qué decir a estas personas’. ‘Necesito saber quién eres,
Padre’. De hecho, en ese día, no necesitaréis a muchos que os enseñen; veréis
que todo lo podéis encontrar en la Biblia, si creéis. Conoceréis la verdad, y
la verdad os libertará (Juan 8:32).
Es
mi oración que el pueblo de Dios sienta pronto esa clase de hambre, que sienta
cómo la Palabra es espíritu y es vida. Cuando creamos, Dios abrirá nuestros
ojos a ella. Pidámosle.
Arrodillémonos
ahora para orar, en humilde reconocimiento de la pequeñez de nuestra fe. Dios
está deseando derramar la lluvia. Ha prometido hacerlo. Vendrá como un mensaje
de poder. ¿Tenéis la fe para creer que Él va a enseñaros, purificaros y daros
el poder para ser ministros de la reconciliación, a fin de que cambie vuestro
pequeño mundo? Él ha prometido ya tal cosa. La Palabra lo hará. Lo único que
impide es nuestra dificultad para aceptar que él está tan lleno de amor.
Oremos, pues, para que Dios ayude nuestra incredulidad. E.White definió la
oración como la llave que, en la mano de la fe, abre los almacenes del cielo.
Oremos:
Padre
celestial, ¡te damos tantas gracias por este sábado, y por nuestro gran Sumo Sacerdote
–Jesús–, que está haciendo esta obra de purificación en estos últimos días! Haz
que podamos comprender la realidad de eso, y de todo cuanto anhelas darnos
además. Que el sábado signifique algo grande, que tu obra final avance por fin.
Gracias por tu promesa de que el santuario será purificado. Purifícanos, Señor,
de nuestra incredulidad. En el nombre de Jesús, Amén.
si creyeramos realmente "oraríamos sin cesar"
Reviewed by SAM
on
1/26/2017
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