Y el santuario será purificado 1844 (serie) 5
Esta mañana quisiera que disfrutáramos estudiando el santuario.
Quisiera compartir con vosotros algunos pensamientos. Hay uno que no quisiera
olvidar: En el santuario, el sábado era un día en el que el sacerdote debía cambiar
los panes de la proposición. Y creo que ahí hay una lección para nosotros: el
sábado, la misión del ministro es proveer al pueblo alimento fresco y nuevo.
Esta mañana oro para que el Señor nos de alimento fresco y nuevo.
Vamos a considerar Juan 15:13: “Ningún hombre tiene mayor amor que
éste, que un hombre ponga su vida por sus amigos” (KJV). Dividiendo el
versículo en tres partes, podemos considerar que no hay mayor amor que...: (1)
que un hombre (2) ponga su vida (3) por sus amigos. Jesús
se está refiriendo a la cruz. Y vamos a considerar cómo fue a la cruz. Lo
primero que nos dice es que va a la cruz como hombre, no como Dios. No estamos
diciendo que Cristo no sea Dios, sino que se enfrenta al Calvario como hombre.
Quisiera comenzar por considerar la fe de Jesús. Hay un pasaje que nos es muy familiar: Apocalipsis 14:12:
“Aquí está la paciencia de los santos. Aquí están los que guardan los
mandamientos de Dios y la fe de Jesús.” Se han predicado muchos sermones
sobre los mandamientos de Dios. Mucho menos sobre la fe de Jesús. Esa corta
palabra, “de”, se puede traducir como fe de Jesús, o como fe en
Jesús. El griego admite ambas traducciones. Pero necesitamos comprender
especialmente la fe de Jesús. ¿Era
Cristo justo por naturaleza, o era justo por la fe? Es muy importante responder
a esta pregunta. En Hebreos 3:1 leemos: “Por tanto, hermanos santos,
participantes de la vocación celestial, considerad el Apóstol y Pontífice [sumo
sacerdote] de nuestra profesión, Cristo Jesús”. Todo el libro de Hebreos nos presenta a Cristo como nuestro
sumo sacerdote. En el capítulo 8, versículo 1, dice: “Así que, la suma
acerca de lo dicho es: Tenemos tal pontífice [sumo sacerdote]”. Está aquí
resumiendo los primeros siete capítulos, que presentan a Cristo en tanto que
sumo sacerdote, y de la obra que está llevando a cabo. En el capítulo uno de
Hebreos se nos presenta a Cristo como plenamente Dios, y en el capítulo dos
como plenamente hombre, lo que lo capacita para ser nuestro mediador, nuestro
sacerdote: “Porque hay un Dios, asimismo un mediador entre Dios y los
hombres, Jesucristo hombre” (1ª Tim. 2:5). Hoy vamos a centrar nuestra atención
en este Hombre, y en cómo vivió por la fe.
Tras haber presentado la divinidad y la humanidad de Cristo, en los dos
capítulos precedentes, en Hebreos 3:1
leemos: “Consideradlo…” La palabra considerar
significa meditar en, concentrarse en, fijar los ojos en Jesús:
reflexionar en torno a nuestro sumo sacerdote. Pero observemos el contexto en
el versículo dos: “Considerad al Apóstol y Pontífice de nuestra profesión,
Cristo Jesús; el cual es fiel al que
le constituyó” (el término fiel y fe son equivalentes en su etimología, la
versión de King James de la Biblia traduce faithfull,
compuesto de faith = fe, y full = lleno: lleno de fe). Fijad, pues,
vuestros ojos en Cristo, y en la forma en la que fue fiel –lleno de fe– a su
Padre. Es la fe de Jesús. En Hebreos 12:1 se nos habla de una gente que
deja todo pecado que le asedia, todo el peso del pecado que les rodea. Pablo
muestra lo que va a ser el cumplimiento de la misión de nuestro gran sumo
sacerdote. Y ahora nos muestra cómo. En el versículo siguiente leemos: “Puestos
los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe”.
Cristo es el origen, el agente
y el medio por el cual se produce la
fe. La fe no se crea en un momento, de la manera en que Dios creó las
estrellas, la tierra, etc. La fe se fraguó primeramente en la vida de Jesús, y
luego, como dice el apóstol, “es dada a los santos” (Judas 3). De hecho,
las buenas nuevas son incluso mejores que eso, ya que se nos dice que a todo
hombre le ha sido dada una medida de fe (Romanos 12:3). Pero debemos comprender
cómo esa fe fue primeramente desarrollada en Cristo. Recibimos toda bendición
espiritual a través de Jesús. Lo podéis comprobar en Efesios 1:3. Quiero llamar
vuestra atención al hecho de que se trata de la fe de Jesús, que nos es dada a
nosotros. Leamos en Hechos 3:16. Se trata aquí de la curación del hombre cojo,
en el día de Pentecostés. Leemos que “en la fe de su nombre [el nombre de
Jesús], y la fe que por él es, ha dado a éste completa sanidad”. La fe que
viene por medio de Cristo ha sanado a este hombre. La fe viene de Jesús, y fue
primeramente manifestada en su vida. La fe es “la sustancia de lo que se
espera, la evidencia de lo que no se ve”. Es imposible ver, y tener fe. Si
vosotros veis, si sabéis, eso no es fe. Es por eso que
Santiago nos dice que “Dios no puede ser tentado” (Santiago 1:13). Dios
no puede ser tentado porque conoce todas las cosas. Es imposible engañarlo. La
fe puede ser tentada y seducida. Por lo tanto, si Cristo no vivió por la fe, si
él hubiese vivido simplemente por su poder divino, si hubiese vivido como Dios,
no habría podido ser tentado. Sus tentaciones habrían sido una farsa. No
habrían sido reales. Vamos a reflexionar en cómo vivió Jesús, cómo Cristo vivió
verdaderamente por la fe.
A primera vista, no parece que Cristo viviera por la fe, porque allí
donde va, parece saberlo todo. Dijo a Natanael: “antes de que Felipe te
llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi” (Juan 1:48). Dijo a la
mujer samaritana en el pozo: “cinco maridos has tenido, y el que ahora
tienes no es tu marido” (Juan 4:18). Cuando le fue traída la mujer
sorprendida en adulterio, escribía en la arena los pecados de sus acusadores.
Dijo a Pedro: “me negarás tres veces”. A Judas: “me vas a traicionar”. Dijo,
“Voy a ir a la cruz, y todo el rebaño se dispersará”. En la Pascua, les dijo:
“id a tal ciudad, y encontraréis un hombre que lleva un cubo de agua sobre la
cabeza. Él os dirá donde se encuentra la habitación a la que deberéis ir.
Encontraréis un asno que nunca ha sido montado. Decidle que el Maestro lo ha
menester, y os lo dará”. Allá donde fuese, parecía saber exactamente lo que iba
a suceder. De hecho, una de las cosas que me impresiona más, es la historia de
María Magdalena en la fiesta de la casa de Simón. Particularmente la forma en
la que Jesús trata a Simón. Le refiere a Simón la historia perfecta. Le dijo:
‘Simón, dos hombres tenían sendas deudas. Uno debía 50, y el otro 500 piezas.
Ambos fueron perdonados. ¿Cuál crees que estará más agradecido?’ Y con esa
historia, Cristo blandió su Palabra, la espada de doble filo, y penetró
profundamente en el corazón de Simón. Pero lo hizo sin poner en evidencia a
Simón delante de nadie. Cuando vosotros y yo hacemos reproches a la gente, lo
hacemos con disparos de ametralladora, y todos oyen el fuego. Pero Jesús tiene
cuidado de no destruirnos, porque su obra es restaurar. Lo mismo sucede con
Judas. Jamás puso en evidencia a Judas. Existe mucha gente hoy que parece
sentir que su llamado consiste en esparcir los trapos sucios por doquier. Eso
no viene de Dios. Es el amor de Dios quien nos redarguye finalmente de nuestros
pecados. Hay algo muy trascendente en esas palabras de Jesús de que “el que
esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.
El caso es que Jesús, en la fiesta de Simón, tenía la historia
perfecta. ¿Cómo la obtuvo? De forma natural, nos sentimos inclinados a pensar:
–Él era Dios, ¡para él era fácil! Os quisiera sugerir que el momento en el que
Cristo encontró la historia perfecta para Simón, fue temprano por la mañana,
antes de amanecer, cuando se levantaba y oraba, ‘Padre, te necesito. Dependo
enteramente de tu bondad y poder’. Leed conmigo en Hebreos 5. Habría sido
maravilloso tener un vídeo donde pudiésemos ver a Jesús orando. En cierta
ocasión, Jesús quiso que sus discípulos le viesen orando. Fue en el huerto de
Getsemaní. Si lo hubiesen visto allí orando, habrían quedado impresionados.
Ahora, vosotros y yo, podemos ver por la fe aquello que los discípulos se
perdieron. Y así, en Hebreos 5:7 y 8, leemos que “en los días de su carne,
ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar
de la muerte, fue oído por su reverencial miedo. Y aunque era Hijo, por lo que
padeció aprendió la obediencia”.
“Sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6). Jesús tuvo
siempre todo lo que agradaba a su Padre, porque tenía fe. Y fue oído, dice el
texto, por su temor reverencial, su fe. No se trata de una obra de teatro.
Oraba con “ruegos y súplicas, con gran clamor y lágrimas”. Y oraba a Aquel en
el que tenía confianza, y que sabía que le daría lo que necesitaba. Cristo se
allegó al Padre creyendo que Él es, y que es galardonador de los que le buscan.
Es así como vosotros y yo debemos dirigirnos a él. Debido al hecho de que Jesús
lo hacía todo perfectamente, nos cuesta creer que Cristo viviese por la fe.
Querría que reflexionásemos en las cosas a las que Cristo renunció cuando vino
a este planeta. Filipenses 2:5: “Haya, pues, en vosotros este sentir que
hubo también en Cristo Jesús”. En los dos versículos siguientes se explica
cuál fue el sentir de Jesús, cuando Cristo descendió todas esas etapas, dispuesto
a despojarse de todas las cosas, hasta llegar a la misma muerte, y muerte de
cruz. En el principio del versículo 7, dice que “se anonadó –o despojó–a sí
mismo”. Eso significa que Jesús depuso voluntariamente todas las prerrogativas
o atributos divinos. No se trata de unos pocos, sino del paquete entero de
atributos divinos.
Quisiera que nos detuviéramos en lo que Cristo depuso al venir a esta
tierra: Lo primero es obvio: depuso su gloria. Cristo veló la gloria divina con
la carne humana. No hubiéramos podido permanecer ante él, en su gloria. Tuvo
que deponerla. Depuso también su omnipresencia. Cuando Cristo vino a este planeta,
dejó de poder estar en todos los sitios al mismo tiempo. Es por ello que dijo a
los discípulos: ‘Os conviene que yo me vaya, para que os pueda enviar el
Espíritu Santo. Yo no puedo estar en todos los sitios a la vez. El Espíritu
Santo sí puede’ (paráfrasis de Juan 16:7).
Pero él depuso también algunas otras cosas: su omnisciencia. Se despojó del
conocimiento de todas las cosas. ¿Puede Dios, que lo conoce todo, progresar en
sabiduría? ¡No! Dios lo sabe todo, no puede “crecer en sabiduría”. Cuando Jesús
vino a este planeta, vino como un hombre y aprendió como un hombre. Lucas nos
dice que “el niño crecía en estatura y sabiduría”. De hecho, en El Deseado se nos dice que los diez
mandamientos que él mismo diera en el monte Sinaí, tenía ahora que aprenderlos
sobre las rodillas de su madre. No solamente ahora no lo sabía todo, sino que
tampoco conocía el futuro. Sabía solamente lo que el Padre le revelaba. Es por
eso que no sabía el día ni la hora de su venida. Dijo: ‘solamente mi Padre que
está en los cielos la conoce. No me la ha mostrado’. Eso es en realidad lo que
significa. Y sugiero también que él depuso su poder. En Juan 5:30, dice: “no
puedo yo de mí mismo hacer nada”.
Querría en esta mañana hacer un breve estudio en el evangelio de Juan,
y contemplar la fe de Jesús. En Hebreos se nos amonesta a fijar nuestros ojos
en él, quien es fiel (lleno de fe). En Filipenses 2:8 leemos que fue “hallado
en la condición como hombre”. Veamos ahora Juan 7:15: “Y los judíos se maravillaban, diciendo: ¿Cómo sabe
éste letras, no habiendo aprendido?” Es exactamente la pregunta que nos
estamos haciendo esta mañana. ¿Cómo sabía lo que sabía? Y la respuesta está en
los versículos que siguen: “respondiéndoles Jesús, dijo: mi doctrina no es
mía, sino de Aquel que me envió. Si alguno quisiere hacer su voluntad, conocerá
de la doctrina si viene de Dios, o si yo hablo de mí mismo”. Si queréis
verdaderamente conocer la verdad para obedecerla y abrir vuestros ojos, dice
Jesús, Dios os mostrará si yo vivo por la fe, o si viene naturalmente de mí mismo.
¿Es que Jesús tenía que sacrificar el yo diariamente, como vosotros y yo? ¿o
simplemente actuaba como lo hace un piloto automático? Leamos en Juan 10:17. Algunos han intentado utilizar
este versículo para pretender que Cristo empleó sus poderes inherentes: “Por
eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me
la quita, más yo la pongo de mí mismo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder
para volverla a tomar”. De forma que algunos dirán: –‘¿Veis? Cristo puso su
vida y la volvió a tomar por su propio poder’. Puesto que Cristo tenía ese
poder, ellos asumen que él era el origen de ese poder. Pero la frase que sigue,
en el mismo versículo, nos dice cuál era la fuente de ese poder: “Este mandamiento
recibí de mi Padre”.
Vayamos ahora a Juan 8:26-28.
Aquí nos explica cuál era el origen de las perfectas historias que Cristo
empleaba: “muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros: mas el que me
envió, es verdadero: y yo, lo que he oído
de él, esto hablo en el mundo. Mas no entendieron que él les hablaba del
Padre. Díjoles pues Jesús: Cuando levantareis al Hijo del hombre, entonces entenderéis
que yo soy, y que nada hago de mí mismo; mas como el Padre me enseñó, esto
hablo”. Jesús les estaba diciendo: –‘todo cuanto hago y digo, me es dado
por mi Padre’. Vivió por la fe. Veamos en Juan 12:49 y 50: “Porque yo no he
hablado de mí mismo: mas el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que
he de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida eterna:
así que, lo que yo hablo, como el Padre me lo ha dicho, así hablo”.
La tarde de un sábado estaba yo estudiando el evangelio de Juan, y me
llamó la atención uno de estos versículos. Me pareció como una maravillosa
ventana abierta hacia el cielo, algo así como una revelación. Fui anotando cada
vez que había una expresión en la que se hacía evidente que Jesús vivió por la
fe. Encontré unos 30 ó 40 versículos en Juan. La idea de que Jesús vivió como
un hombre está por doquiera. Eso es animador par mí. ¡La fe de Jesús!
Cuando Jesús fue a la cruz, todas las evidencias que él tenía, sobre
las cuales había edificado su fe –porque la fe se apoya en la evidencia–,
comenzaron a desvanecerse. Nuestra fe viene al apreciar la gran bondad de Dios.
Dios me muestra su amor, y edifica mi fe. Entonces, Dios parece esfumarse, y
permite que mi fe sea probada. Eso es exactamente lo que sucedió a Jesús.
Cuando salió del agua, tras su bautismo, oyó la voz de su Padre decir “este
es mi Hijo amado”, vio al Espíritu Santo descender en forma de paloma,
acreditando que él era el Ungido, porque era el Espíritu Santo quien obraba a
través de Jesús. Oyó, pues, la voz, y vio la forma de paloma. Después,
desaparecieron la voz y la paloma, y Jesús se encontró en el desierto para ser
tentado. La evidencia se esfuma. Ninguna declaración proclama allí “este es mi
Hijo amado”. Muy al contrario, Satanás le dice “Si eres Hijo de Dios…”,
y su fe es tentada, es puesta a prueba. En muchas ocasiones Jesús oyó, y dejó
de oír la voz de su Padre. Su Padre le da muestras constantes de su amor, y
Jesús siente la presencia de su Padre, pero a medida que el Calvario comienza a
aproximarse, esa voz empieza a desaparecer, y he aquí la prueba definitiva de
la fe. Cuando entra en el huerto del Getsemaní, incluso ya antes de entrar, no
oye más esa voz, “comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera”,
y dice a sus discípulos: “mi alma está muy triste hasta la muerte”. El
corazón le pesa, porque las tinieblas lo rodean, y no ve ni oye ya a su Padre.
Su fe, en tanto que hombre, va a ser sometida a la más terrible prueba. Y mientras
las tentaciones le asaltan, subsiste por la fe. Leamos Salmo 22. Vamos a prestar atención solamente
a un par de textos en este salmo. Jesús clama, en el versículo 1: “Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Al final del capítulo, en el
versículo 31, la última frase, se puede traducir a partir del original como:
“Consumado es”. Y en realidad, el salmo 22, es una descripción de Jesús, entre
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, y “Consumado es”. Es como si
David hubiese sido un reportero, pero no tomando el registro de las palabras de
Jesús, sino el de sus pensamientos. Y David nos parece querer decir en ese
salmo: ‘venid y ved lo que le sucede al Señor al ser hecho pecado por
nosotros’. Jesús clama al Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
¿Es que Dios le había abandonado realmente? –No: “Dios estaba en Cristo reconciliando
el mundo a sí” (2 Corintios 5:19). De hecho, si el Padre hubiera abandonado
realmente a Jesús, si el Espíritu hubiese dejado a Jesús, habría sucumbido al
pecado. Fue su Padre, por medio del Espíritu, quien lo sostuvo en esa hora.
Pero el pecado se vuelve tan horroroso, que Jesús es incapaz de sentir el
aliento del Padre, o del Espíritu. Siente
que ha sido abandonado. En el versículo 1 y 2, dice: “¿Por qué estás lejos
de mi salud, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día, y no oyes;
Y de noche, y no hay para mi descanso”. ¿Por qué siente Jesús que es la
noche? Al medio día, es decir, a las doce, el sol comenzó a oscurecer. Jesús no
tenía reloj. En su situación no podía decir: ‘¡Oh, qué pronto se hace de
noche!’ En su agonía ha perdido ya la noción del tiempo, y sobre la cruz, le
parece que está entrando en la noche eterna para siempre jamás. En su
aflicción, clama por liberación. En el versículo 6 dice: “Mas yo soy gusano,
y no hombre”. Jesús se llama a sí mismo “gusano”. Eso es lo que hace el
pecado. Cuando veis el pecado tal como es en realidad, cuando veis lo maligno y
terrible que es, sentís, os parece
imposible que Dios os pueda aceptar. Job hizo una exclamación similar. Dijo: “corrupción,
tu eres mi padre y madre, y gusano, tu eres mi hermana”. Lo que Job quería
decir es: ‘soy tan repugnante, tan lleno de pecado, tan patético, que no puedo
ni siquiera pretenderme un ser humano, porque los seres humanos son hechos a la
imagen de Dios, y yo no reflejo esa imagen ni en una partícula’. Cristo se
sintió como aún más bajo que la humanidad. De hecho, Jesús sentía como si él
mismo fuese el pecador: todos los pecadores. Vayamos ahora al Salmo 69. Es un
salmo mesiánico. Describe también la cruz. Hay cosas en ese salmo que solamente
pueden aplicarse al Calvario [ver versículos 9, 20, 21, etc.]. En el versículo
5 dice: “Dios, tu conoces mi insensatez, y mis pecados no te son ocultos”.
A primera vista, decimos: –No, eso no puede aplicarse de ninguna forma a Jesús.
Pero en el Calvario, Jesús, el que no conoció pecado, fue hecho pecado por
nosotros (2 Corintios 5:21). Es cierto que tenemos la idea general de que
Cristo llevó los pecados del mundo sobre sus hombros, algo así como quien lleva
una mochila. Pero Pedro nos dice que Cristo “llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1ª
Pedro 2:24). Los llevó en su mente, en su ser. Dice Pablo que fue hecho pecado por nosotros. De tal
manera fue hecho una parte de él, tan identificado está con el pecado, que siente
como si fuese el suyo propio. Volviendo al Salmo 22, en los versículos 7 y 8
describe cómo los que estaban alrededor suyo, en torno a la cruz, le escarnecían
con burlas. Y entonces comienza a construir un puente, por la fe, que va a
salvarnos. En los versículos 9 y 10, vemos cómo se aferra a los recuerdos de su
infancia. Rememora la bondad de sus padres, aunque el pecado le haga sentirse
totalmente abandonado por Dios. Recuerda ahora su pasado, y todas las ocasiones
en que su Padre estuvo allí, junto a él. En el versículo 9 dice: ‘cuando era un
bebé, dependía absolutamente de ti, y allí estabas para sustentarme’. Jesús no
nació el 25 de diciembre. No había hermosas sábanas limpias, como describen los
cuadros clásicos del Pesebre. Nació en un establo. Desde el principio dependió
de su Padre. De hecho, dos años después, o poco tiempo después, se pronuncia ya
un decreto de muerte; su vida depende de su Padre, quien envía a un ángel para
advertir a José. Y así, dice el versículo 10: “Desde el vientre de mi madre,
tú eres mi Dios”. Versículo 11: “¡No te alejes de mí!” En el
versículo 12, se siente cercado por fuertes toros de Basán. En el 13, “abrieron
sobre mí su boca como león rapante y rugiente”. Todo ello es simbólico de
toda la persecución, tentación y pecado que siente. Intenta darnos una idea de
la magnitud de la prueba. Versículo 14: “He sido derramado como agua, y
todos mis huesos se descoyuntaron. Mi corazón fue como cera, se derritió dentro
de mí”. Jesús experimentó lo que hoy podríamos llamar un profundo
desfallecimiento del ánimo. Cada célula de su cuerpo sentía el peso de la condenación.
Descendió verdaderamente al “infierno” por nosotros. Leemos en el versículo 15:
“me has puesto en el polvo de la muerte”. Desde el principio de la
creación, solamente Uno ha muerto verdaderamente. Todos los demás han pasado al
“descanso”. El descanso no es algo desagradable. La muerte, la segunda muerte,
es algo muy distinto.
No podemos ni siquiera explicarla. Por la “locura de la
predicación”, como dice Pablo, tratamos de explicar lo que le sucedió en la
cruz. Continúa en el versículo 17: “Puedo contar todos mis huesos”. “Partieron
mis vestidos entre sí, y sobre mi túnica echaron suerte” (versículo 18). En
el 19: “Mas tú, Jehová, no te alejes, fortaleza mía, apresúrate para mi
ayuda”. 20: “Libra de la espada mi alma; del poder del perro mi única”.
Lo que en realidad pide, aquello por lo que está preocupado, no es su propia
vida, ya que habría podido dejar de actuar por fe, descendiendo de la cruz, y
salvarla. Se nos dice que en esa hora no podía ver más allá de los portales de
la tumba, que no tiene la garantía de que vaya a triunfar su sacrificio; no
tiene la seguridad de que vaya a salir victorioso [ver Salmo 69:6]. Algunos
días antes, su Padre le decía que sería victorioso, y tras haber oído la voz
del Padre, podía avanzar confiado. Podía decir: “destruid este templo, y en
tres días lo reedificaré”. Podía explicar a sus discípulos: “es
necesario que sea crucificado, y resucite al tercer día”. Pero ahora esa
voz ha desaparecido, y tiene que confiar
en la promesa. Y en esa hora, se ciernen sobre él las más fieras tentaciones
del enemigo. En el versículo 21 ya no nos presenta al león rodeando la cruz,
sino que allí está ya su boca devoradora. Todo ello es simbólico de la furia
satánica desatada contra él. Y quisiera sugerir que dado que la fe de Jesús
resiste contra la boca del león, contra las puertas del infierno, Cristo puede
edificar una casa, una iglesia, sobre la Roca, de tal manera que las puertas
del infierno no puedan prevalecer contra ella: La razón es que su iglesia
tendrá la fe de Jesús. A partir del versículo 22, podemos ver que él
eligió creer que el plan de la redención triunfaría gloriosamente. Esa es la fe
de Jesús.
“Ningún hombre tiene mayor amor que este, que un hombre ponga su vida
por sus amigos”. Jesús: Dios, pero también hombre, va a la cruz
como hombre, y lo hace en beneficio de sus amigos. Cuando leí este versículo
hace más de un año, me sonó extraño. De hecho, no me gustaba demasiado, a causa
del final del versículo, ya que dice que lo hizo por sus amigos. Había leído en
Mateo 5, que debemos ser perfectos como nuestro Padre que está en los cielos, y
se define allí la perfección en términos de “amad a vuestros enemigos”
(versículos 44-48). “Bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os
aborrecen, orad por los que os ultrajan y os persiguen”: ‘sed como vuestro
Padre, quien ama a sus enemigos’. Entonces leía en Romanos 5:10, que “siendo
enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo”. Pensaba:
–¡esa es la mayor demostración de amor! Me preguntaba por qué el texto no diría
que la mayor demostración de amor es que un hombre ponga su vida por sus
enemigos (en lugar de amigos). Pero un día me di cuenta de algo: Dios, a sus
enemigos, les llama amigos. En la
parábola de las bodas, cuando el rey descubre a alguien que no llevaba el
vestido de boda, se dirige a él diciéndole: “Amigo” (Mateo 22:12). ¿Dónde se nos dice que fue herido Jesús?, “en casa de mis amigos” (Zacarías 13:6). De hecho,
cuando Judas aparece en el huerto del Getsemaní, para entregar a su Maestro,
Jesús le dice: “Amigo, ¿a qué vienes?”
(Mateo 26:50). Seas quien seas, y seas como seas, ¡tienes un Amigo! ¿No te
parece que “el Cordero es digno” de que respondas a su amistad?
“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para
que todo aquel que en el cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. ¿Comprendemos
verdaderamente la fe de Jesús?
Querría compartir con vosotros un último pensamiento. Cuando Jesús se
hizo un hombre, A.T. Jones dijo en una ocasión (de hecho más de una vez), que
eso significa un sacrificio eterno.
Dios no amó de tal manera al mundo, que prestó
a su Hijo unigénito, no. Cristo se hizo uno con la humanidad por la eternidad.
Me pregunto si Cristo conoce, incluso hoy, el día y la hora de su venida.
Cuando ascendió, después de la resurrección, ¿recuperó todo lo que había
voluntariamente depuesto? ¿Recordáis lo que dijo a María cuando ésta quería
darle gracias, tras su resurrección? “No me toques, porque aún no he subido
a mi Padre” (Juan 20:17). En El
Deseado, E. White explica que rehusó recibir la adoración de María, porque
no sabía si su sacrificio había sido aceptable al Padre. Pensamos que al verse
resucitado, debía sentir que el plan de la redención había sido un éxito, pero
E. White nos dice que no lo consideró así antes de oír la voz del Padre.
¿Qué nos dice eso de su omnisciencia? Hay un versículo interesante en
Apocalipsis 14:14. Se describe a Jesús viniendo sobre una nube blanca, después
que los mensajes de los tres ángeles han cumplido su misión. En el versículo
15, un ángel viene a Jesús y le dice que meta la hoz, porque ha llegado el
tiempo de la siega. ¿Por qué hace falta que un ángel le indique a Jesús que es
el momento de la siega? Puede que sea un simple asunto de protocolo, pero es
también posible que para salvarte, Cristo haya dejado por la eternidad mucho
más de lo que tú y yo habíamos pensado, y ciertamente apreciado.
Oremos:
Padre celestial, te damos gracias por la cruz. Ayúdanos a comprender
que lo que realmente contamina el santuario es nuestra gran profesión de amor
por ti, mientras que nuestras vidas se parecen muy poco a la de Jesús.
Despiértanos en esa última hora de la historia, para que podamos recibir su fe.
En nombre de Jesús. Amén.
Y el santuario será purificado 1844 (serie) 5
Reviewed by SAM
on
1/26/2017
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