Armados para la victoria
Armados para la victoria
Durante las primeros años del
cristianismo, los seguidores del Señor se identificaban a sí mismos con
expresiones como «hermanos» (Hechos 1:15, 16), «discípulos» (Hechos 6:1), creyentes
(1 Tesalonicenses 2:13), santos (1 Corintios 14:33). Por otro lado, sus
enemigos los ridiculizaban y los llamaban «galileos» (Hechos 24:5) o «secta de
los nazarenos» (Hechos 24:5). Pero cuando el evangelio llegó por primera vez a
la ciudad de Antioquía, sus habitantes encontraron una nueva manera de llamar
a los discípulos de Cristo: cristianos.
Resulta interesante que quienes asignaron este nombre
a los discípulos de Jesús eran paganos. (Probablemente a alguien se le ocurrirá
decir que es pecado llamamos cristianos puesto que este tiene su origen en el
paganismo). No sabemos si estos paganos lo hicieron como un gesto de respeto
piadoso o como epíteto para tildar de fanáticos a los fieles, aunque los
antioquenos eran famosos por sus burlas. «En cualquier caso», escribe Maude De
Joseph West, «es el nombre que los seguidores de Cristo han llevado desde
entonces hasta el presente, a veces para su honra y gloria, y otras para
vergüenza de ellos». [1]
Pero, ¿por qué
cristianos? Los soldados que se hallaban bajo las órdenes de un general, solían
tomar el nombre de su caudillo y le agregaban el sufijo '-iano' para que todos
conocieran que eran seguidores de dicho personaje. Por eso los soldados de
César eran los cesarianos; los de Pompeyo, pompeyanos; los de Herodes, herodianos. De modo, que al llamarnos
cristianos estamos reconociendo que somos soldados del
ejército de Cristo. [2] Historiadores
como Josefo, Tácito y Suetonio se refirieron a los discípulos de Cristo como
cristianos. Ahora bien, si los cristianos son soldados que ministran a las órdenes
de Jesucristo (2 Timoteo 2:3), ¿es Cristo un guerrero?
La armadura es de Dios
Ya hemos
visto que en Apocalipsis 12 Jesús es identificado como Miguel, el comandante de
los ángeles de Dios. En el mismo libro de Apocalipsis, pero en el capítulo 19,
el Salvador es descrito como el general de «los ejércitos celestiales» (versículo
14). En su Carta a los Efesios, Pablo nos exhorta a fortalecernos «en el Señor
y en su fuerza poderosa», que consiste en vestirnos «de toda la armadura de
Dios» (Efesios 6:10, 11). Si la armadura es de Dios, en ese caso, ¡él es un
guerrero! Hay un vínculo directo, tanto textual como contextual, entre Isaías 59:17-20 y Efesios 6:10-14. En Isaías 59 Dios es
presentado como un guerrero que se prepara para salir a la batalla. Este tipo
de metáfora aparece con frecuencia en secciones poéticas de la Biblia tales
como Éxodo 15:1-8, Deuteronomio 33, Jueces 5, Habacuc 3. Todos estos poemas son
himnos que exaltan la victoria del Señor sobre los enemigos de su pueblo.
En Éxodo 15
se describe al Dios de Israel con un lenguaje militar explícito: «Jehová es un
guerrero. ¡Jehová es su nombre!» (Éxodo 15:3). Por otro lado, expresiones como
«libro de las guerras de Jehová» (Números 21:14, 15), o «Jehová de los
ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel» (1 Samuel 17:45), sugieren que
para los hebreos era común describir a Dios como un guerrero (cf. Isaías 42:13). Tanto en
Egipto como en Mesopotamia hay registros en los que se representa a los dioses de esas naciones
como guerreros en el campo de batalla. [3]
En Isaías 59:
17 Dios se viste con los atuendos de quien marcha hacia la batalla: «Pues de
justicia se vistió como de una coraza, con yelmo de salvación en su cabeza;
tomó ropas de venganza por vestidura y se cubrió de celo como con un manto». El
Señor sale a pelear contra aquellos que han detenido la «verdad» (versículo
15). La reputación de Dios como guerrero hace que todo el occidente tema ante
su presencia y que su gloria sea vista desde el nacimiento del sol (versículo
19), su venida no puede ser impedida, su capacidad de guerra es irresistible,
quien lo enfrente será derrotado.
J. A. Motyer
sugiere con mucho acierto que esta metáfora pone de manifiesto lo que Dios es
en realidad, pero al mismo tiempo señala «qué pretende hacer. Es una obra
que manifestará su justicia, salvará a su pueblo, [y] se vengará de sus
enemigos». [4] Probablemente para nosotros resulte un tanto chocante esta imagen de
Dios como un ser que elimina a sus enemigos y se venga de sus adversarios,
pues ella parece contradecir su carácter misericordioso. Sin embargo, el hecho
de que nuestro Señor sea un valiente guerrero no constituye límite alguno para
su obra redentora. El guerrero que viene lleno de «ira» es el Redentor mencionado en
el versículo 20. Es decir, la acción de Dios como guerrero tiene como objetivo
redimir a todos los que han puesto su esperanza en él. El Comentario bíblico adventista dice al respecto que «Isaías describe a Cristo como un guerrero
armado que entra en la lucha por la salvación del hombre». [5] Moisés ya había captado esa imagen divina cuando escribió: «Porque el
Señor su Dios es el que va con ustedes, para pelear por ustedes contra sus
enemigos, para salvarlos» (Deuteronomio 20:4, NBLH, la cursiva es nuestra). ¡Dios pelea por
nuestra salvación!
No debemos
pasar por alto que tanto la coraza como el yelmo que usa el Señor en Isaías 59
son armas defensivas. Dios está listo para defender y proteger a su pueblo.
Como dice Elena G. de White: «Los ángeles de Dios están a nuestro alrededor como un muro de fuego.
Los necesitamos, porque Satanás siempre está procurando proyectar su sombra
infernal entre nosotros y Dios; pero los ángeles de Dios repelen las fuerzas de
las tinieblas. Si confiamos en el Señor, Satanás no podrá hacemos daño» (Sermones escogidos, tomo 1, capítulo
33, p. 272).
Pero no solo basta con defenderse, también hay que atacar. ¿Estamos listos para el ataque?
La armadura es un regalo de Dios
En Efesios 6:11 Pablo nos aconseja vestimos «con la armadura de Dios», y más
adelante agrega:
«Por tanto,
tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y,
habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñida vuestra
cintura con la verdad, vestidos con la coraza de justicia y calzados los pies
con el celo por anunciar el evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de
la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Tomad el
yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.
Orad en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velad en ello
con toda perseverancia» (versículos 13-18).
Esta
declaración paulina pone de manifiesto que los cristianos no estamos inermes
ante los ataques del enemigo. ¡Contamos con la «armadura de Dios»! Los siete
elementos, verdad, justicia, evangelio, fe, salvación, Palabra de Dios y
oración, no son propiedad de la iglesia; todos pertenecen al Señor. El primer
pertrecho que se menciona es el cinturón de la verdad. Pablo ya había dicho que
la «palabra de verdad» era «el evangelio de salvación» (Efesios 1:13). La verdad
se sigue «en amor» mientras se crece «en aquel que es la cabeza, esto es
Cristo» (Efesios 4:15). Ponernos el cinto de la verdad nos compele a desechar
la mentira y a ser veraces siempre (Efesios 4:25). Por supuesto, tener este
cinto es fruto de la obra del Espíritu en nosotros (Efesios 5:8, 9).
Luego, el
apóstol menciona la coraza de justicia. La justicia es un atributo divino (Éxodo
9:26; Jeremías 23:6); es una justicia salvífica (Salmo 24:5; Isaías 51:8) y como
tal es fruto del Espíritu (Gálatas 5:5; Efesios 5:9) y una característica que
identifica al «nuevo hombre» (Efesios 4:23, 24). A la justicia le sigue el
calzado en los pies para anunciar el evangelio de la paz. Un soldado no podía
avanzar a menos que tuviera una buena sandalia. La paz viene de Dios (Efesios
1:2), Cristo mismo es nuestra paz (Efesios 2:14); la «unidad del Espíritu» se
mantiene «en el vínculo de la paz» (Efesios 4:3). Al proclamar el evangelio de
paz estamos conquistando territorio enemigo.
El escudo de
la fe también forma parte de la armadura de Dios. El historiador griego
Tucídides declaró que en aquellos tiempos se usaban flechas encendidas durante
los ataques, y que era costumbre humedecer los escudos para apagar los dardos
de los adversarios. [6] La mitología antigua hace referencia a dioses como Eros y Cupido, que
atacaban con flechas encendidas. Eros y Cupido son, respectivamente, las maneras
griega y romana de designar al mismo dios, representado por un niño armado con
un arco y una saeta. A él se le atribuían los enamoramientos apasionados. De
ahí la expresión castiza del "flechazo" para referirnos al
enamoramiento instantáneo.
Uno de los
cantos de alabanza hallado entre los Rollos del Mar Muerto declara: «Plantaron
sus campamentos contra mí, los poderes; me cercan sin salvación con sus
máquinas guerreras todas, con flechas y ardientes lanzas que son como fuego que
devora el árbol». [7] Pero los cristianos no hemos de temer: el escudo de la fe nos
protegerá de los dardos infernales de Satanás; no solo eso, sino que el Señor
usará estos mismos dardos para traspasar la cabeza del enemigo (Habacuc 3:14).
Acudamos a Jesús, el «autor y consumador de nuestra fe» (Hebreos 12:2) y
digámosle: «¡Ayúdame en mi poca fe!» (Marcos 9:24). También nos conviene
ponemos el «yelmo de la salvación». El yelmo cubría la cabeza del guerrero. El
hecho de que ahora ya disfrutamos de la salvación, es la garantía de que
recibiremos la salvación en el futuro. La salvación es un don de Dios (Efesios
2:8). Seremos victoriosos porque ya somos salvos.
La iglesia
recibe las armaduras defensivas mencionadas por Isaías, pero además tiene a su
alcance dos armas de ataque: la espada del Espíritu, es decir, la Palabra de
Dios, y la oración. En el capítulo XVIII de El Quijote, el caballero
andante menciona una «espada ardiente» que «cortaba como una navaja y no había
armadura, por fuerte y encantada que fuese, que se le parase delante». [8] Así es la Palabra de Dios (Hebreos 4:12). Mientras Dios protege a su
pueblo, es deber de la iglesia, como cuerpo de Cristo, marchar triunfante y
atacar el dominio del enemigo mediante la proclamación del evangelio de paz
que ha sido revelado en las Sagradas Escrituras.
Un hecho significativo es que en los tiempos de Pablo, solo los caballeros
tenían el privilegio de llevar todos los componentes de la armadura. Los infantes
debían equiparse para la guerra con sus propios recursos. La condición y la
calidad de sus armas dependían de la cantidad de dinero que tuvieran para
comprarlas. [9] En cambio, la armadura de Dios está disponible para todos. No importa
cuál sea nuestra condición social, ni nuestra capacidad adquisitiva, «toda la
armadura» se halla a nuestro alcance, sin costo alguno por nuestra parte. Por
tanto, clamemos a Dios por ella. No nos detengamos. Al enfrentar al que lucha contra nosotros, tengamos la
seguridad de que hay Uno que lucha por nosotros. Todo el que
se vista con la armadura de Dios puede contar con esta promesa: «Serán como
valientes, que en la batalla huellan al enemigo en el barro de las calles;
pelearán, porque el Señor estará con ellos» (Zacarías 10:5, LBA).
La oración y nuestra lucha diaria
De todos los
pertrechos mencionados por Pablo, la oración ocupa un lugar primordial.
Mediante ella podemos solicitar la comprensión de la verdad; es con oración que
hemos de salir al mundo a proclamar el evangelio de paz; a través de ella
pedimos a Dios que aumente nuestra fe; en fin, en nuestra lucha diaria no
podemos permitimos el lujo de no tener en cuenta la exhortación a orar «en todo
tiempo» (Efesios 6:18). Las palabras de Amzi C. Dixon encierran una gran
verdad: «Cuando dependemos de las organizaciones, recibimos lo que las
organizaciones pueden lograr. Cuando dependemos de la educación, recibimos lo
que la educación puede lograr. Cuando dependemos de los hombres, recibimos lo
que los hombres pueden lograr. Pero cuando dependemos de la oración, recibimos
lo que Dios puede lograr». [10]
A fin de entender el papel de la oración en nuestra guerra diaria contra
Satanás, nos vendría bien echar un vistazo a Daniel 10. [11] Antes de continuar, le recomiendo leer dicho capítulo. De Daniel 10
podemos obtener algunas lecciones en cuanto a qué sucede cuando decidimos orar
en todo tiempo. Voy a destacar solo dos.
1. Dios responde la oración. «Desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y
humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras» (Dan. 10:
12). La oración del profeta ya había sido respondida; ¡y la respuesta de Dios
fue mucho más amplia que la petición! Daniel había orado por un problema local,
una liberación limitada; pero la respuesta divina abarcó un problema y una
liberación universales (Daniel 12:1-3). A pesar de que la Divinidad había dado
la réplica de inmediato, el profeta la recibió tres semanas después. ¿Qué
habría pasado si Daniel hubiera dejado de orar durante ese período? Lo que sí
sé es que su perseverancia y constancia le permitieron recibir la respuesta del
Señor (ver Romanos 12:12; Hechos 1:14; Colosenses 4:2).
Daniel sabía
que Dios lo escuchaba. Nosotros hemos de pedir sin dudar, «porque el que duda
es como semejante a la onda de mar, que es arrastrada por el viento y echada de
una parte a otra» (Santiago 1:6). Como el salmista, debemos tener la seguridad
de que Dios escucha nuestras súplicas (Salmo 116:1) y responde nuestras
peticiones y clamores (Salmo 118:5; 4:1). Es vital que creamos la promesa
divina: «Mantendré mis ojos abiertos, y atentos mis oídos a las oraciones» (2
Crónicas 7:15, NVI). Daniel creyó en esa promesa.
2. La oración moviliza a los
seres celestiales. El ángel le
dijo a Daniel: «A causa de tus palabras he venido»; pero también le advirtió
que el príncipe de Persia se le había opuesto durante veintiún días (Daniel 10:12, 13), y que
esta férrea oposición había motivado la venida de Miguel. La oración de Daniel
no solamente produjo la llegada del ángel intérprete, sino que también suscitó
el movimiento de fuerzas espirituales adversas al pueblo remanente. Como bien
lo indica Arthur J. Ferch, en
Daniel 10 encontramos «una vislumbre del combate celestial entre los poderes
de la luz y los poderes de las tinieblas, combate que tiene su homólogo en las
luchas históricas de la Tierra». [12] Los que engendraron la oposición contra el pueblo de Dios tenían un
«príncipe» que los lideraba. ¿Quién era ese «príncipe de Persia» que tuvo la osadía de enfrentarse y obstaculizar al ángel de Dios?
Algunos,
especialmente Calvino, [13] han sugerido que el «príncipe de Persia» era una autoridad política que se había opuesto a la reconstrucción del
templo, quizá Cambises, el hijo de Ciro. [14] Es innegable que Cambises es conocido por su firme rechazo a las
religiones de otras naciones; no obstante, el contexto de Daniel 10 exige que
este personaje sea identificado como un ser sobrenatural. En el libro de Daniel
la palabra hebrea 'sar' es aplicada a seres espirituales en 8:11, 25; 10:13, 21 y 12:1. Este
vocablo también se usa en Josué 5:14, 15 y en Isaías 9:5. En todos estos casos 'sar' alude
directamente al Mesías, el comandante del ejército del Señor. [15] Fíjese que Gabriel admite que nadie puede ayudarlo en su lucha
contra el «príncipe (sar) de Persia», excepto «Miguel, vuestro príncipe (sar)»
(Daniel 10:21). El «príncipe (sar) de Persia» parece ser el líder de la oposición contra Miguel (cf. Apocalipsis
12:7).
La versión
griega de Teodosio traduce la expresión hebrea sar por el término griego ‘arjorí. Autores de
la época intertestamentaria (Jubileos 10:1-3, El Testamento de Judá 19:4; 1
Enoc 21:5) así como del Nuevo Testamento, emplearon este término para referirse
a poderes demoníacos (Juan 12:31; Romanos 8:38: 1 Corintios 15:54; Efesios
1:21; 6:12). En consecuencia, es lógico suponer que el «príncipe (sar) de Persia» es un demonio o deidad principal de Persia. [16] En la antigüedad era muy común la idea de que cada nación poseía un
ser espiritual que la gobernaba. Evidencia de este tipo de creencias se observa
en pasajes como este: «¿Qué dios entre todos los dioses de estas tierras ha
librado su tierra de mis manos?» (2 Reyes 18:35; Isaías 36:20). Según el
apóstol Pablo estos dioses, en realidad, eran «demonios» (ver 1 Corintios 10:20;
cf. Deuteronomio 32:17; Salmo 106:37). Elena G. de White dice que el «príncipe de Persia» era «el más poderoso de todos los ángeles malos» (Comentario bíblico adventista, tomo 7A, p. 1194). En Profetas y reyes declaró que
«Satanás estaba procurando influir en las más altas esferas del reino
Medo-persa» (capítulo 46, p. 382).
No hemos de
olvidar que el Nuevo Testamento se refiere a Satanás como el «dios de este
mundo» (2 Corintios 4:4, NVI), el «príncipe de la potestad del aire» (Efesios
2:2), el ángel patrón o «príncipe de este mundo» (Juan 12:31; 14:30; 16:11) que
tuvo la osadía de enfrentar a Miguel (Apocalipsis 12:7-9; cf. Judas 9). Por consiguiente,
en Daniel 10 es el mismo diablo, «el príncipe de Persia», quien lidera la oposición contra el pueblo de Dios. Puesto que Satanás
intentará hacer lo mismo en nuestro tiempo «debemos orar como lo hizo Daniel
para que seamos guardados por los seres celestiales» (Comentario bíblico adventista, tomo 7A, p. 1195). Daniel sabía, con respecto al poder de la oración,
lo que siglos más tarde expresaría Elena G. de White; esto es que «no hay nada que parezca más impotente que el alma que
siente su insignificancia y confía plenamente en Dios, y en realidad no hay
nada que sea más invencible» (Profetas y reyes, capítulo 13,
p. 116).
Pablo nos exhorta en Romanos
15:30: «Os ruego [...], que os esforcéis juntamente conmigo en mis oraciones a
Dios» (LBA). La Biblia de Jerusalén en lugar de «esforcéis» tradujo «luchéis».
La palabra griega 'synagonizomai' sugiere un esfuerzo arduo, un lucha intensa, hasta el agotamiento.
¿Hemos orado así? ¿Nos hemos «esforzado» en la oración? Cada día de nuestra
vida hemos de recordar que «al sonido de la oración ferviente, toda la hueste
de Satanás tiembla» (Testimonios para la
iglesia, tomo 1, p. 309).
La armadura y mi crecimiento espiritual
Antes de
finalizar este capítulo, es preciso que respondamos a dos preguntas muy
significativas. La primera es: ¿Puede la armadura del Dios infinito ajustarse a
la medida de seres finitos? A simple vista pareciera que es mucho pedir que seres imperfectos podamos
utilizar la vestimenta de un ser perfecto. Sin embargo,
Pablo agrega un detalle adicional: somos el cuerpo de Cristo, «la plenitud de
aquel que todo lo llena» (Efesios 1:23). Por tanto, lo más natural es que, como
cuerpo de Cristo, estemos ataviados con las vestimentas del Señor (cf. Gálatas 3:27). Es deber de la
iglesia vestirse «del Señor Jesucristo» (Romanos 13:14). Cuanto más crezcamos
en nuestra experiencia espiritual con el Señor, mejor nos quedará su armadura.
La segunda:
¿El hecho de que estemos revestidos de la armadura de Dios, debe llevarnos a
suponer que no seremos heridos en esta contienda de trascendencia cósmica? En
nuestra lucha, lo grave no es caer, es no levantarnos después de la caída.
Nuestro mayor peligro no es ser golpeado por Satanás, sino que Cristo no cure
nuestras heridas. En 1901 Elena G. de White declaró lo siguiente:
«Debemos ponernos
cada parte de la armadura, y luego mantenernos firmes. El Señor nos ha honrado
al elegirnos como sus soldados. Luchemos con valentía para él actuando
correctamente en cada transacción.
La rectitud en
todas las cosas es esencial para el bienestar del alma. Mientras luchamos
esforzadamente por la victoria sobre nuestras propias inclinaciones, Dios nos
ayudará por medio de su Espíritu para que seamos cautelosos en cada acción, de
modo que no demos ocasión para que el enemigo hable mal de la verdad. Hemos de
ponernos esa coraza de justicia que todos tiene el privilegio llevar. Ella
protegerá nuestra vida espiritual» (Youth Instructor, 12 de agosto
de 1901).
Si hoy decidimos colocarnos la
armadura de Dios, si dejamos de andar enredados en los «negocios de esta vida»
y nos dedicamos por completo a «agradar a aquel que» nos «tomó como soldado»
(2 Timoteo 2:4), entonces llevaremos con dignidad el nombre de cristianos, y
nos prepararemos para «alcanzar la estatura de la plenitud de Cristo» (Efesios
4:13).
[1] Saint in Sandals. A Personal Journey Throught
the Book of Acts (Grand Rapids,
Michigan: Baker, 1975), p. 92.
[3] Tremper Longman II y Daniel G. Reid, God is A Warrior (Grand Rapids, Michigan: Zondervan, 1995),
pp. 83-88.
[5] Francis D. Nichold, ed. Comentario bíblico adventista, tomo
4 (Buenos Aires: ACES, 1995), p. 349.
[6] Citado por Clinton E. Arnold, «Ephesians» en Zondervan llustrated Bible
Backgrounds Commentary, t. 3 (Grand Rapids, Michigan: Zondervan, 2002), p. 338.
[8] Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la
Mancha. Edición del IV Centenario. Real Academia Española (Madrid: Alfaguara, 2004), p.
156.
[9] José Guillen, Urbs Roma: La
religión y el ejército, vol. III (Salamanca: Sígueme, 2004), p. 411.
[10] Citado por G. Michael Cocoris, Evangelism: A Biblical
Approach (Chicago, Illinois: Moody, 1984), p. 108.
[11] Para más información sobre esta sección, ver mi artículo «Comer y
beber la gloria de Dios: ¿Qué nos enseña Daniel 10 sobre la oración y el
reavivamiento?», Ministerio
Adventista, 68/4 (julio-agosto de
2011), pp. 12-15.
[12] Arthur J. Ferch, «Autoría, teología y propósito de Daniel» en Simposio sobre Daniel, Frank B. Holbrook,
ed. (Doral, Florida: APIA, 2010), p. 58. Commentaries on the Book of
the Prophet Daniel, tomo 2, (Grand Rapids, Michigan: W. B. Eardmans, 1948), p. 252.
[13] William H. Shea,
«Wrestling with the Prince of Persia: A study on Daniel 10», Andrews University Seminary
Studies, 21
(1983), p. 234. Daniel: Un enfoque
cristocéntrico, pp. 248, 249.
[14] La palabra hebrea'sar1 es usada más de
cien veces en el Antiguo Testamento con los siguientes significados: capitán,
líder, oficial, comandante, etcétera. En todos esos casos también es aplicada a
seres humanos (Números 21:18; Génesis 12 5; Nehemías 7 2; Daniel 1:7-11, 18).
[15] Ver Alexander Toepel, «Planetary Demons in Early Jewish
Literature», Journal for the Study of the Pseudepigrapha, 14. 3 (2005), pp. 237, 238. Para más detalles ver John J. Collins, Daniel. Hermeneia:
A Critical and Historical Commentary on the Bible (Minneapolis: Fortress, 1993), pp. 374, 375
y Louis F. Hartman y Alexander A. Di Leila, The Book of Daniel.
Armados para la victoria
Reviewed by FAR Ministerios
on
11/13/2012
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